La dimensión religiosa y la sana laicidad, por Monseñor García-Gasco

La Iglesia Católica defiende la sana laicidad, que nada tiene que ver con la confesionalidad del Estado ni tampoco con el laicismo radical y excluyente que, de forma diáfana o con ciertos camuflajes, se presenta actualmente en España, y también en otros países de tradición y mayoría cristiana.

No hay contraposición entre una visión de la vida enraizada firmemente en la dimensión religiosa y un orden social respetuoso con la dignidad y los derechos de la persona. Así lo ha recordado Benedicto XVI ante las Naciones Unidas, en su reciente viaje pastoral a los Estados Unidos. Las personas y las sociedades tenemos libertad para hacer un buen o un mal uso de nuestra religiosidad, pero una recta comprensión de lo que Dios pide al creyente ayuda a construir una sociedad digna del hombre y de sus derechos.

El Santo Padre ha manifestado con claridad que el reconocimiento del valor trascendente de todo hombre y de toda mujer favorece la conversión del corazón, lleva al compromiso de resistir a la violencia, al terrorismo y a la guerra, y de promover la justicia y la paz. La verdadera conversión, además, proporciona el contexto apropiado para el diálogo interreligioso, que las Naciones Unidas están llamadas a apoyar, del mismo modo que fomentan el diálogo en otros campos de la actividad humana.

El diálogo es el medio por el que los diversos sectores de la sociedad pueden articular su punto de vista y construir el consenso sobre la verdad en relación a los valores u objetivos particulares. Apelar al diálogo conlleva no excluir a nadie. Las personas no deben poner entre paréntesis sus convicciones más profundas para llegar a acuerdos con los demás.

Benedicto XVI nos recordaba que pertenece a la naturaleza de las religiones, libremente practicadas, que puedan entablar autónomamente un diálogo de pensamiento y de vida, sin subordinaciones a intereses políticos, ideológicos o partidistas. Si en esta acción la esfera religiosa se mantiene separada de la acción política, se producirán grandes beneficios para las personas y las comunidades.

Las Naciones Unidas —añadía el Papa— pueden enriquecerse con los resultados del diálogo entre religiones y beneficiarse de la disponibilidad de los creyentes para poner sus experiencias al servicio del bien común. Efectivamente, los creyentes estamos llamados a proponer una visión de la fe, no en términos de intolerancia, discriminación o conflicto, sino de total respeto a la verdad, la coexistencia, los derechos y la reconciliación.

Una expresión de la fe desarrollada así está en plena sintonía con la libertad religiosa, piedra esencial del edificio de los derechos humanos, que conlleva simultáneamente la dimensión individual y la comunitaria. La libertad religiosa desarrolla una visión que manifiesta la unidad de la persona, aun distinguiendo claramente entre la dimensión de ciudadano y la de creyente, dentro de una sana laicidad.

Benedicto XVI reconocía que la actividad de las Naciones Unidas en los años recientes ha asegurado que el debate público ofrezca espacio a puntos de vista inspirados en una visión religiosa en todas sus dimensiones, incluyendo la de rito, culto, educación, difusión de informaciones, así como la libertad de profesar o elegir una religión. Es un modo de proceder justo y adecuado a la dignidad de la persona porque es inconcebible que los creyentes tengan que renunciar a su fe, que es una parte de sí mismos, para ser ciudadanos activos.

La libertad religiosa, hoy, se puede expresar con este axioma: nunca debería ser necesario renegar de Dios para poder gozar de los propios derechos. Los derechos asociados a la religión necesitan protección, sobre todo si se los considera en conflicto con la ideología secular predominante o con posiciones de una mayoría religiosa de naturaleza exclusiva. Invocar la libertad religiosa sin proteger los derechos de los creyentes a actuar como tales, es dejarla en una mera expresión retórica.

La libertad religiosa no es tal cuando se convierte en una política de “apartheid”, de confinar la religión a la sacristía. No se puede limitar la plena garantía de la libertad religiosa al simple ejercicio del culto, sino que se ha de tener en la debida consideración la dimensión pública de la religión y, por tanto, la posibilidad de que los creyentes contribuyan a la construcción del orden social. En muchos ámbitos de la vida social los creyentes expresan su implicación generosa en una amplia red de iniciativas, que van desde las universidades a escuelas, centros de atención médica y organizaciones caritativas al servicio de los más pobres y marginados.

El Santo Padre nos recuerda también que el rechazo a reconocer la contribución de los creyentes en el orden social desemboca en un planteamiento individualista, que fragmenta la unidad de la persona.

Con mi bendición y afecto,

+ Agustín García Gasco, cardenal arzobispo de Valencia

4 comentarios

  
anarico
Entiendo que Mons, cuando se refiere a "la sana laicidad" se refiere, como no puede ser de otra manera, a la laicidad que pudiera tener el Estado, Y no a otra. Pues en caso contrario, si se refiere a la del hombre, y es tan "sana", no sé que hacemos nosotros calentándonos la cabeza en éstas cosas de la Religión.
El hombre o es religioso, o acepta que es una especie animal más, condenada a una evolución muy lenta. Así de sencillo. Uno de los aspectos más ilustrativos del ejercicio en nuestra religión, los encontremos en las parábolas de la levadura y del grano de mostaza; y de ninguna de las maneras se puede decir que sea "sano" para el hombre, ser ajeno a un proceso de desarrollo de su vida tan rápido y grande, como cuando ama al Padre Eteno, y llega a hacerse uno con Él, en la persona de su Hijo. Y por éso estamos en religion y no por otra cosa.
En cuanto al diálogo que tiene que promover la religión verdadera, es el de Cristo y su Iglesia; dicho en otras palabras, entre la conciencia del hijo de Dios y la consciencia del hombre de acción. Otros diálogos son de otra, de otra...calidad; y que necesariamente resultarán como la consecuencia del principal. Creo, firmemente, que si el primer diálogo es bueno, de los demás no tenemos que preocuparnos para nada, también serán buenos; y con tranquilidad podemos decir, que los dejamos fuera de la agenda, en la seguridad de que todo llegue pronto a buen fin.
Dios es la Verdad y la Vida
28/06/08 4:28 PM
La "sana laicidad" obliga a la Iglesia como institución a ser un agente muy activo, la levadura y la sal de la sociedad.

Para que esa actividad sea fructífera hace falta una dirección adecuada. Y para que esa dirección adecuada sea efectiva hace falta recta obediencia.

Dirección adecuada, gracias a Dios, tenemos.
29/06/08 10:21 AM
  
Ana
Una cosa es la laicidad y otra el ataque continuado ,la descalificación y las burlas continuadas.Esto es enfermizo.Una cosa es una crítica respetuosa y otra lo que estamos pasando
03/07/08 11:06 PM
  
Lucas
A mí me parece que Mons. García Gasco introduce una gran confusión cuando define la "sana laicidad", contraponiéndola a la la confesionalidad del Estado, y equiparando ésta al laicismo excluyente. Con ello, da la impresión (parece que conscientemente buscada) de que la Iglesia no quiere que el Estado sea cristiano, confesional.

La sana laicidad tiene que ver con la justa autonomía de las realidades temporales (Gaudium et Spes, CVII) y el que el Estado sea cristiano tiene que ver con los deberes del mismo para con la verdadera Religión.

Convendría que Mons. García Gasco aclarase que no quiere decir que el Estado confesional le parece un exceso equiparable al laicismo radical.
04/07/08 12:42 PM

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