Homilía de Monseñor Dorado en el funeral de Juan Manuel Piñuel
ENSANCHA MI CORAZÓN OPRIMIDO
1ª Lt. Lament. 3, 17-26 (Ritual 211); Sal 24 (Rit. 233); Ev. Lc 23, 33.39-43 (Rit 259)
1.- “Me han arrancado la paz y ni me acuerdo de la dicha” (Lamentaciones, 3,17). El profeta pone estas graves palabras en los labios de Jesús, cuando va camino del Calvario. Y pienso que expresan los profundos sentimientos que seguramente os embargan también a vosotros, los familiares y amigos ante el féretro de Juan Manuel. Son sentimientos que, en alguna medida, compartimos con vosotros todos los presentes. Cuando acababa de estar con vosotros, sus seres queridos, y de ver sus sueños al alcance de la mano, unas manos crueles y una ideología asesina le han quitado la vida y os han quitado la paz y la alegría. Por eso, en las palabras que envié al Sr. Obispo de Vitoria, para que las leyera en el funeral de esta mañana, expresaba mi “firme condena del terrorismo, que es intrínsecamente perverso, porque conculca grave y sistemáticamente el derecho a la vida y es muestra de la más dura intolerancia y totalitarismo”; y añadía, con la Conferencia Episcopal, que “el terrorismo de ETA se ha convertido desde hace años en la más grave amenaza contra la paz, porque atenta cruelmente contra la vida humana, coarta la libertad de las personas y ciega el conocimiento de la verdad, de los hechos y de nuestra historia”.
En mi condición de Obispo, vuestro Obispo, he querido estar a vuestro lado en estos momentos dolorosos para unirme a vuestro dolor, para rezar con vosotros y para pronunciar una palabra de esperanza. Como nos ha dicho la primera lectura, “fíjate en mi aflicción y en mi amargura; en la hiel que me envenena. No hago más que pensar en ellos y estoy abatido. Pero hay algo que traigo a la memoria y me da esperanza: Que la misericordia del Señor no termina y no se acaba su compasión” (Lm 3, 19-22).
2.- Es lo que nos enseña la fe, que “la misericordia de Dios no termina”. En medio del dolor y de la indignación os invito a levantar la mirada a Jesucristo crucificado y a repetir con el autor del Salmo que se ha leído: “Ensancha mi corazón oprimido y sácame de mis tribulaciones” (Sal 24, 17). En situaciones como ésta, Dios es el Padre que nos sostiene y derrama sobre nosotros el bálsamo de la fe y de la esperanza.

Estamos en pleno tiempo de Pascua, los cincuenta días en que celebramos la resurrección del Señor. Y hoy, este sexto domingo de Pascua, coincide con el Día del Enfermo, que entre nosotros tiene un nombre muy adecuado a este tiempo litúrgico: la Pascua del Enfermo. En este día recordamos a los enfermos y a los profesionales, los voluntarios y los familiares que tienen a su cargo la asistencia humana y también la atención pastoral que los enfermos merecen como miembros sufrientes de la comunidad cristina. El lema escogido para este año es muy explícito y claro: “En el duelo, abiertos a la esperanza”. De esto se trata sobre todo: que nuestros hermanos enfermos, en medio del sufrimiento, encuentren en Jesús resucitado su fortaleza. Jesucristo da sentido al sufrimiento humano. También en la experiencia del sufrimiento él es nuestro Señor y nuestro Buen Pastor.
Queridos hermanos y amigos: paz y bien.
Decían los sabios que la verdad está unida a la caridad, pues quien ha conocido el bien no puede por menos que compartirlo con los demás.




