Servidores alegres y fieles, por monseñor Martínez Sacristán

Carta pastoral del obispo de Zamora en el Año Sacerdotal – Septiembre de 2009

Queridos hermanos en el Señor Jesucristo:

Es para mí un gozo saludaros de nuevo al comienzo de este curso pastoral. Y lo hago para motivar especialmente el feliz acontecimiento eclesial que todos juntos estamos celebrando. Alguien ha dicho que Benedicto XVI es el Papa de lo esencial. En este sentido, me parece muy acertado que, tras haber vibrado durante todo un año con la impresionante figura del Apóstol de las gentes, el Papa nos proponga fijar nuestra mirada en un algo esencial e imprescindible de la Iglesia de Dios: el Sacerdocio. En todo corazón auténticamente sacerdotal han de aunarse identidad y misión. Por eso, este Año Sacerdotal ha de servir, ha dicho el Santo Padre, “para favorecer esta tensión de los sacerdotes hacia la perfección espiritual, de la cual depende sobre todo la eficacia de su ministerio” (Discurso a la Congregación del Clero del 16 de marzo de 2009)

Conocéis también la efeméride que ha propiciado este hecho. En efecto, celebramos el 150 aniversario de la muerte de San Juan María Vianney. La liturgia de la eucaristía recuerda que los santos pastores nos fortalecen con el ejemplo de su vida, instruyéndonos con su palabra y protegiéndonos con su intercesión. Los biógrafos del Santo Cura de Ars nos han transmitido una frase que repetía con frecuencia: “El Sacerdocio es el amor del corazón de Jesús”. Este amor —como nos recordó el Concilio y más recientemente Juan Pablo II— es la caridad pastoral, el amor del buen Pastor “que da su vida por las ovejas” (Jn 10,11). Es “aquella virtud con la que nosotros imitamos a Cristo en su entrega de sí mismo y en su servicio. No es sólo aquello que hacemos, sino la donación de nosotros mismos […] La caridad pastoral determina nuestro modo de pensar y de actuar, nuestro modo de comportarnos con la gente. Y resulta particularmente exigente para nosotros…” (Pastores dabo vobis 23).

Ante este horizonte, queridos hermanos sacerdotes, la figura de San Juan María Vianney nos invita a soñar. Sí, Ars era un pueblo pequeño y perdido en medio de la Francia del siglo XIX, arrasado espiritualmente por la revolución y la increencia. Por aquel entonces la vida cristiana no era más fácil ni más frecuente que en nuestros días, pero el Santo Cura de Ars supo oponerse al círculo “vicioso” imperante e “iniciar un círculo virtuoso; se dedicó a la conversión de su parroquia con todas sus fuerzas, insistiendo por encima de todo en la formación cristiana del pueblo que le había sido confiado” (Benedicto XVI, Carta de convocatoria del Año Sacerdotal del 16 de junio de 2009). Sólo la gracia puede explicar lo que allí sucedió. Y la gracia de Dios sigue actuando…

Queridos hermanos sacerdotes, quiero dirigirme ahora sobre todo a vosotros que sois mis colaboradores más directos. En vosotros recae la responsabilidad directa de las parroquias y demás instituciones y servicios de nuestra diócesis. Vosotros sois en fin quienes tenéis el contacto directo y diario con los fieles. ¡Doy tantas gracias a Dios por todos y cada uno! Juntos somos servidores del Evangelio.

Servir, mis queridos hermanos, servir es lo nuestro. En esta sociedad de prisas somos el tiempo de Dios para los demás. Somos servidores de Dios, porque es a Él a quien hemos de despertar en el corazón de nuestras gentes. Somos servidores de Cristo porque Él nos ha llamado para ser imagen y transparencia suya en medio de su pueblo. Somos servidores de su Iglesia, que se concreta en esta querida diócesis de Zamora. Somos servidores de la comunión, por lo que me permito recordaros la riqueza que suponen para nuestra Iglesia los movimientos, las cofradías y asociaciones que también os están encomendadas. Somos servidores también de los sacramentos, especialmente de la eucaristía y de la reconciliación. Somos servidores humildes de todos, y somos unos privilegiados, porque, por el mero hecho de ser sacerdotes, acompañamos a los hombres y mujeres de nuestro mundo en los momentos más importantes de su vida.


A pesar de las dificultades y de los cambios rápidos que nos tocan vivir, el secreto de nuestra felicidad sacerdotal sigue siendo el mismo: la fidelidad renovada a quien nos llamó y consagró. Anclados bien fuerte en el Señor Jesús, cuidando nuestra espiritualidad, gozando de la fraternidad del presbiterio, entregándonos y gastándonos, al tiempo que guardamos siempre el debido equilibrio que garantice nuestra salud, acompañando y dejándonos acompañar por nuestras comunidades, descubriremos la verdad de estas palabras del Señor: “Hay más alegría en dar que en recibir” (Hch 20,35).

Queridos diocesanos, religiosos y religiosas, laicos y laicas, me dirijo ahora a vosotros. Demos juntos gracias a Dios por el don inmenso que supone el sacerdocio en su Iglesia. Somos el Pueblo santo de Dios que peregrina en estas tierras de Zamora. Hemos sido llamados a cantar las maravillas del Señor entre nuestros familiares y amigos, vecinos y compañeros de trabajo. Todos ellos necesitan escuchar de parte del Señor esa palabra de aliento, estima y esperanza. Quiera Dios que este Año Sacerdotal sirva también para tomar conciencia de la importancia y la necesidad del sacerdocio como bien no sólo eclesial, sino también social. Hermanos y hermanas, quered a vuestros sacerdotes, cuidadlos con afecto, compartid francamente con ellos vuestras inquietudes, sean las que sean y ofreced juntos con ellos vuestro sacerdocio bautismal como servicio. En esta hora de la Iglesia, el Espíritu nos invita a la corresponsabilidad y a la oración. Debéis ayudarnos a ser los pastores que nuestra Iglesia necesita.

Todos entendemos bien el sentido de esta frase que ya se ha hecho famosa: “La eucaristía hace la Iglesia y la Iglesia hace la eucaristía”. Una y la otra no son sin el sacerdocio. Si tan sólo el Señor quisiera regalarnos las vocaciones que necesitamos… Sigamos orando con insistencia por ello. Os lo encomiendo de manera especial a vosotras, queridas religiosas contemplativas, que con vuestra vida escondida en el claustro nos recordáis a todos aquellas palabras del próximamente canonizado Hermano Rafael: “¡Sólo Dios!”. Cuidad también, queridos diocesanos, nuestro Seminario, rezad por quienes están en él, amadlo de todo corazón. Ahora que los virus están tan de moda, podemos también nosotros recordar que la vocación se da sobre todo “por contagio”. Hemos de vivir contentos y felices por ser cristianos, sobre todo nosotros, hermanos sacerdotes, y así poder “contagiar” a muchos la gozada y la belleza del sacerdocio. ¿Sería mucho pediros que todos vosotros —sacerdotes, religiosos y laicos— se lo propongáis al menos a uno?

Encomiendo este Año Sacerdotal —especialmente las actividades que la comisión designada al respecto irá proponiendo —a María, Nuestra Señora, la Virgen del Tránsito. A ella la invocamos como Reina de los apóstoles y Madre de todos nosotros, sacerdotes de su Hijo. Ella nos recuerda que hemos de hacer lo que Él nos diga para conseguir “arrancar” esos milagros de manos de su Hijo y convertir el agua insípida de nuestras vidas en vino desbordante de fiesta (cf. Jn 2,1-11).

Con el deseo de que este Año Sacerdotal dé muchos frutos de santidad sacerdotal y el Señor nos dé pastores según su corazón (cf. Jer 3,15) en nuestra Iglesia diocesana y en toda la Iglesia Universal, os doy mi bendición.

+ Gregorio Martínez Sacristán, obispo de Zamora

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