25.01.16

Las palabras las carga el diablo...

“Las palabras las carga el diablo…, y las disparan sus acólitos”. Este sería su título completo. Se lo he robado al refrán español que dice: “Las armas las carga el diablo”, sin más añadidos. Pero he apostado por ese alargamiento: me parece aún más expresivo, por más exacto y más real.

¡Cuántas veces, en efecto, se ha producido una desgracia irreparable con un arma de fuego que se suponía descargada, o con el seguro echado! Por supuesto, no había ninguna intención de herir o de matar; como mucho, imprudencia, porque con las armas -"que las carga el diablo"- toda prudencia es poca.

Pero es mucho peor -y no solo en el plano moral, también en el plano antropológico- disparar, no con balas y sin intención malévola, sino con las PALABRAS, con lo que representan, con la realidad que encierran, para corromper -intencionadamente- voluntades, entendimientos y corazones. A lo que hay que añadir todos los efectos colaterales, a corto y más largo plazo, que son imposibles de predecir, de abarcar y de valorar…, aunque las cosas -¡qué duda cabe!- se hacen siempre con una intención precisa; pero sus efectos nunca se circunscriben a lo querido y previsto. 

Pongo un ejemplo: el ABORTO. Mucho hay que corromper a una mujer -y a un médico: ¡qué cinismo y qué sarcasmo!; y a unos políticos; y a unos periodistas, etc- para “convencerla” de que la “solución", necesaria y única, es MATAR al niño -su HIJO- que está en camino: tan en camino que, si no le matan, nacería naturalmente.

Se corrompen así, para lograr la deconstrucción de la persona humana,  palabras como “mujer", “hijo", “dar a luz", “seno materno” y “maternidad", “matrimonio” -lo que es, para qué es-, las mismas relaciones “normales” entre hombre y mujer, la “dignidad de la persona humana", empezando por el mismo “lenguaje” y “significado” del “cuerpo", el sentido del “amor conyugal", el valor y el sentido del “sexo", etc., etc.

Desde el mismo momento en que se instala legalmente el aborto, todas esas palabras, y más que podríamos añadir -"moral", “bien” y “mal", por ejemplo-, dejan de significar lo que significaban: quedan “tocadas"; más aún: “corrompidas". Y se convierten en trampas dialéticas, en meros “sonidos guturales". Y la comunicación entre las personas para en nada, porque se ha roto. ¿Qué nos vamos a “comunicar” si, con las palabras vaciadas, ya no hay posibilidad de comunicar “nada"? Como no se puede dar de beber a nadie de una botella vacía.

El mismo empeño existe en la Iglesia, especialmente desde el último Concilio. Y han reverdecidos esos intentos, después de haber estado invernados -enterrados- durante más de 30 años, con los Pontificados de san Juan Pablo II y de Benedicto XVI.

Hemos llegado a un punto en el que, en la Iglesia, ya no se sabe muy bien qué significan realidades que hasta no hace mucho estaban claras en todas partes; y si uno pretendía pasarse de listillo, pues se le decía, y se reconducían las cosas más o menos a corto plazo.

Así, palabras como “pecado” y “gracia", “vocación cristiana", “católico” y “lo católico", “sacramentos” y las condiciones para recibirlos con fruto espiritual, “Iglesia Católica” -su ser y su misión; sus notas de autenticidad-, “conversión", “ecumenismo", “pastoral", “Papado y Jerarquía", “Fe", “misericordia", “pobres", “sacerdote” y “sacerdocio", “vida consagrada"…, y muchas otras -aunque sobran con estas-, ya no se sabe qué significan, ni para qué están.

Nos hemos metido en un marasmo de buenismo, de infantilismo, de ignorancia, de falta de convicciones, de “luteranismo", de irenismo, de dejación en la “defensa de la Verdad” -a la que se pretende mostrar como “ofensa” a los demás-: Verdad, por cierto, que NO ES NUESTRA, SINO RECIBIDA de Dios mismo… que se está instalando, en la gente buena, un estupor y un no saber a qué carta quedarse que más se parece a desconcierto que a otra cosa. Y, por cierto, así se cargan el “ecumenismo", término con el que se les llena la boca a los mismos que vacían y liquidan a la Iglesia.

¿Cómo va un sacerdote bueno, con sentido de su sacerdocio, a sentarse en el confesonario para atender almas, si se le han quitado los criterios doctrinales y morales para hacerlo? Si basta con el “fuero interno", ¿qué pinta la Confesión, y la Dirección Espiritual? Si se puede comulgar en pecado mortal, ¿a qué se reduce la eucaristía? No puede ponerse ya con mayúscula, porque no significa nada, porque queda reducida a nada: a lo mismo que la supuesta “eucaristía” de algunas  otras “iglesias".

Si unos luteranos finlandeses, de gira por Roma junto a otros fieles católicos, también finlandeses, asisten a la Misa del grupo católico, y se acercan a comulgar -como ha pasado hace unos días en Roma-, y el sacerdote católico -sabiéndolo: iba en el grupo- les da la Comunión como si tal cosa… Pues ¡apaga y vámonos!

Es un ejemplo que pone indignación y vergüenza en el corazón de muchos católicos que quieren ser fieles a la Iglesia, y luchan por serlo.

22.01.16

"Teniendo ojos, no ven..., y teniendo entendimiento, no entienden".

Es Jesús quien habla, dedicando sus palabras especialmente a los principales entre los judíos, a los que les recuerda la profecía de Isaías en contra de los propios judíos: “Les hablo en parábolas porque viendo ojos, no ven; y oyendo no oyen ni entienden. En ellos se cumple la profecía de Isaías: ‘Oír, oiréis, pero no entenderéis mirar, miraréis, pero no veréis. Porque se ha embotado el corazón de este pueblo, (…) no sea que con su corazón entiendan y se conviertan,  y yo los sane’.” (Mt 13, 13-15).

No hay mejor misericordia -no la puede haber- que la que anida en el Sacratísimo y Misericordioso Corazón de Jesús. Pero cuando hace falta decir la Verdad.y defenderla, y encarar a los que no lo hacen, sino que la ocultan, la pervierten y la tergiversan; es decir, cuando está en juego “la Casa de mi Padre” -"el celo de tu Casa me consume” cfr. Jn 2, 16-18), recordarán los Apóstoles-, al Señor se le entiende todo. Clarito, clarito. Porque no se corta un pelo.

¿A dónde voy con esta entrada? Acabo de leer una entrevista -ya vieja, de hace unos meses- al Sr. Secretario de la Congregación para la Vida Religiosa -mons. Fernández Carballo-, donde se despacha -a gusto, supongo- con una serie de lugares comunes, y con otra serie de afirmaciones que, la verdad, lo primero que me ha venido ala cabeza son las palabras con las que titulo y abro el artículo. Para ser misericordioso diré que el buenismo le consume, o le ha sorbido el seso. No hallo otra explicación. Y daré unos datillos.

De un plumazo se quita de encima a todos los que escriben -escribimos- sobre la realidad de lo que está pasando en la Iglesia, en España y en el mundo. Se nos quita de encima, o eso pretende, tildándonos de “profetas de desventuras”, palabras que pone en boca de Juan XXIII, con motivo de la convocatoria del Concilio Vaticano II, y de Benedicto XVI, con no sé qué motivo. Él sabrá si son ciertas. 

Y para desenmascararnos, se marca la siguiente machada: “Los que piensan que la vida religiosa en España está muerta, solo tienen que abrir los ojos”. Da por sentado que la vida religiosa, en general, y la vida consagrada más en particular, ni está desapareciendo ni va a desaparecer. Y cuando el entrevistador le hace notar la cantidad de colegios, conventos, etc., que se están cerrando en España, se lo salta a la torera, como si no pasara nada y estuviera todo previsto; y fuese, además, buenísimo: “Es que estábamos acostumbrados a unas cifras insostenibles".

O sea, unas cifras que se han mantenido durante siglos, que se dice pronto -¿por qué habrá sido? ¿Por dirigentes eclesiásticos como el sr. Carballo?-, ahora son insostenibles: “habrá que vender conventos"; pero todo va bien: ¡¡¡no paaaassssaaaa nnnaaaaddddaaaa!!! Y de hecho se tira a matar: "Hay un gran futuro”,

¡"Ni oye, ni ve, ni entiende” como se dice coloquialmente!

Pero hay más. Cuando le preguntan por el Sínodo de las Familias, y la pretensión de algunos, dentro de la Iglesia, de que los divorciados vueltos a recasarse por lo civil accedan a la Comunión -con Confesión o sin ella, que les da lo mismo a lo que se ve-, larga lo siguiente: ¿"Por qué condenar a un inocente a que tenga que vivir al margen de los Sacramentos de la Iglesia"?

Y pone el ejemplo de una señora, divorciada y recasada sin mediar declaración de nulidad, y que, según a él le parecía, la culpa fue más del marido; y claro, tal como estaban las cosas, ahora no podía ni confesar ni comulgar, sufriendo mucho por eso. la pobre. Y después de calificarla de “inocente", se descuelga con que es inhumano no atender “pastoralmente” -"la doctrina no se va a tocar": ¡si ya se ha tocado con ese planteamiento!- estas inquietudes, y no darles solución.

Este buen hombre, franciscano por más señas -¡si san Francisco levantara la cabeza!- es que no entiende nada de nada: lo mezcla todo, y aboga por una injustica mayor que la que se pretende atender y solucionar.

Porque, vamos a ver. Una señora -o un señor, que es igual- católica, con ansias infinitas de confesión y comunión, es decir, de llenarse de Cristo y de ser fiel al Señor en su Iglesia, ¿se lía la manta a la cabeza y se arrejunta marital y civilmente con un señor, sabiendo que eso va contra el 6º Mandamiento de la Ley de Dios, que eso va contra la Ley de la Iglesia que rechaza ese arrejuntamiento como matrimonio por ir contra el Sacramento del Matrimonio -que es el ordenamiento querido por Dios en SU Iglesia-, por ser una injusticia con el primer marido y con los hijos -si los ha habido-, y que, por tanto, “se tienen que ‘casar’ por lo civil"? 

¿Esto es ser “inocente", ser “católica", “tener hambre y sed de Cristo", y encima pretender que sufren horrores con la temática en la que se han metido por sus pistolas? ¿Arregla algo su situación de planteamiento, su estatus de “recasada por lo civil", su irregularidad en la Iglesia, su “ir por libre" en la conducta que debería ser más ejemplar -su vocación y su vida matrimonial- el que se le deje comulgar?

Precisamente esa “pastoral” es lo que lo va a estropear todo y más.

Y al ser preguntado si “temía” un cisma a causa de esa “solución pastoral", contestó: “Por supuesto que no". Y se quedó tan ancho.

¡¡¡No paaaassssaaaa nnnaaaaddddaaaa!!! Talmente seráfico, ¿no creen?

15.01.16

La obligación de matar. Por ley, oiga.

“Los experimentos, con gaseosa” era una frase muy socorrida -por prudente-, pues ponía en guardia contra el feo vicio -la tentación- de abrir la caja de Pandora, con las consecuenicas que trae; con el sobreañadido de lo difícil que es luego cerrarla, sellarla, para después limpiar y recomponer todo lo que ha arrasado.

La ingeniería social; las nuevas “morales"; la “ética de conveniencia"; la “nueva pastoral, misericordiosa a tope"; la banalidad de lo sexual; la decostrucción de la persona; la corrupción como sistema político de casta, instaurado, patentado y blindado; la corrupción de menores por “ley"; la educación en los antivalores antipersona; etc., etc., tienen estas cosas: se convierten en una caja de Pandora aterradora e infernal por inhumana. Y luego es muy difícil dar marcha atrás. Lo vemos en la sociedad civil manejada por los poderes públicos, y lo vemos en la Iglesia, a la que se pretende manejar con los mismos “criterios” imperantes en la sociedad civil.

Vamos a explicarlo un poquito más, con algún ejemplo de actualidad.

El último horror -por ahora- lo tenemos en Bélgica, un país masónico: no hay que olvidarlo. Y un país donde la masonería europea -que es, prácticamente, como decir la masonería mundial, la que corta el bacalao-, tiene su campo de tiro, de entrenamiento y de pruebas, no contenta con el aborto -se les ha quedado pequeño el tema de millones de muertos-, ha implantado la eutanasia a gogó: para niños, para infantes, para jóvenes, para mayores, para ancianos…, para todo bicho (humano) viviente: menos para los pichones de torcaces ciudadanas, que abundan y cagan como lo que son; pero como solo son animalitos, están a salvo  de los masones belgas. Y promulgan las leyes correspondientes: que no se cortan un pelo, oigan.

Pero claro, como alguien tiene que aplicar la eutanasia, y como se temen que todavía quedan belgas -pocos, pero quedan- que no están de acuerdo, sacan una ley para OBLIGAR A EUTANASIAR. Y así cerramos y amarramos el círculo de la perversión moral.

Se ha pasado de presentar el aborto como “una respuesta al sufrimiento de tantas mujeres”, y como “el modo de acabar con los abortos clandestinos", tan peligrosos para la mamá, a tratarlo y elevarlo a la categoría de DERECHO: “nosotras parimos, nosotras decidimos", y derecho a la “salud reproductiva y sexual de la mujer". Y lo mismo ha pasado con la eutanasia: del “pobrecitos, cómo sufren", y hay que “ayudarles", al DERECHO a una “muerte digna". Y lo mismo en otros temas.

En estos contextos de positivismo jurídico, de voluntarismo legislativo, de crueldad e inhumanidad institucionalizada, ¿que significa DERECHO? Pues ya no es “lo que se me debe en justicia", reclamar “lo que me corresponde como persona” y, por tanto, como “sujeto de derechos que son anteriores al Estado” y que éste debe custodiar y ayudarme en mi favor. Para nada.

“Derecho” es ahora lo que el Estado me concede porque sí, como concesión graciosa y desde arriba, de tal manera que puedo ejercerlo sin ser perseguido por las leyes que lo prohibían hasta ahora. Así es como se pasa del supuesto “derecho” -más falso que Judas, porque ninguna instancia ética lo justifica- a la OBLIGACIÓN DE HACER EL MAL: MATAR, en estos casos. Y si no te sometes a la “ley” -injusta y que genera injusticias irreprables: de la muerte no hay retorno-, y no matas, tú te haces antisistema, tú te haces sospechoso, se te va a perseguir a tí… porque tú eres el “criminal” al no dar “acogida” y “solución” al “derecho” del otro.

En la Iglesia va a pasar -está pasando- lo mismo. Del supuesto, gratuito y sobrevalorado “sufrimiento” de tantos -"por culpa de las leyes, inhumanas, excesivamente exigentes de la misma Iglesia: “dura es esta ley, ¿quién puede cumplirla?"- se va a pasar al DERECHO a comulgar en pecado mortal, a mantener una segunda unión marital fuera de texto y contexto, se van a admitir las relaciones homosexs, lesbis, bi, tri, cuatri…, se van a reivindicar, reponer y acoger misericordiosamente a los “curas” casados -que, por cierto, ya no son curas-, y tantos desmanes que no tienen más fundamento, aparte el sentimentalismo patológico de algunos, que el “esto lo arreglo yo de un plumazo y ahora mismo".

Es un desastre. Pero está al caer, si Dios no lo remedia, y si nosotros no nos ponemos a rezar como locos: porque nos va la vida en ello: la nuestra y la de los demás, incluida la vida de la misma Iglesia.

12.01.16

"Cuando veas las barbas del vecino pelar..."

“Cuando veas las barbas del vecino pelar, pon las tuyas a remojar”. Así se despacha -con sabiduría “pata negra"- el dicho popular, como aviso para navegantes. Y lo traigo a colación a propósito del sínodo que van a celebrar las comuniones anglicanas, que vienen a ser algo así como los reinos de taifas de una supuesta “iglesia", que tiene de iglesia lo que yo de astronauta: la fantasía.

Sí; el primado de entre ellos -primado honorífico: vamos, “de pacotilla"- convoca el sínodo, dada la deriva que se está produciendo entre ellos -con amenaza de cisma incluida-, por su bajonazo con el tema de los gays, los obispos con pareja homosexs, las sacerdotas y las obispas, también con parejita lesbi. Amén de otras “pequeñeces” que ponen la guinda al pasteleo de estas gentes, que ya no saben ni de dónde han salido, que es un hecho histórico, ni muchos menos, a dónde van porque se han quedado sin referentes. El supuesto recurso a la Escritura que dicen mantener es un auténtico trampantojo, cuando no una burla quasi blasfema.

Pues esto, el desastre en el que se han metido y que les va a llevar a desaparecer a medio plazo, y que se ve tan a las claras desde fuera de esta gente, es lo que algunos quieren meter en la Iglesia Católica, como la “gran renovación", como la “·nueva iglesia” a la que llegar, como el “hallazgo” del milenio que hemos empezado. O sea, no solo pegarse un tiro en el pie, sino pegárselo en la sién: suicidarse.

No me lo invento. En el último Sínodo sobre “la vocación y la misión de la familia en la Iglesia y en el mundo", que terminó hace unos meses, uno de los que hablaron fue un sacerdote católico, antes anglicano, que advirtió muy seriamente que las propuestas que se estaban poniendo sobre la mesa llevaban años de aplicación en las iglesias anglicanas, con el resultado que es patente, porque se está viendo.

De ahí esos movimientos, que están en marcha, para “aplicar la misericordia a los sacerdotes casados", y que puedan seguir casados y que se les restituya en el sacerdocio católico; para admitir la homosexualidad activa como algo estable y moralmente aceptable, para quitar el celibato a los sacerdotes, por la “trampilla” de que sea “opcional": como si la Iglesia no tuviese derecho a establecer ninguna ley, y menos para los que quieran ser sacerdotes;  para no quedarnos “presos de leyes, mandatos y cánones”, y así admitir a la Sagrada Comunión a los católicos divorciados y vueltos a recasar por lo civil…, y otras antiguallas -todas las heregías son antiguas, viejas, casposas, atrasadas…; y que son eso: herejíias- con ínfulas de “modernidad” y de “misericordia”.

Nada más falso. Sin ley y sin leyes no hay sociedad que se precie y que pueda subsistir; porque sin autoridad no hay ni siquiera sociedad: y eso ya desde la misma familia, que es la célula básica y primoridial de la sociedad y de la Iglesia.

Quitar las leyes, los cánones y los mandatos no es hacer ningún favor a nadie: es instalar el caos, la mentira, la ley del más fuerte, el libertinaje, las pasiones y el pecado como “normas”. Y aquí aparece la contradicción y la perplejidad; porque, ¿no se querían quitar? ¿En qué quedamos entonces? Hasta para que el mal se instale hace falta “instalarlo” con directrices, normas y leyes.

Aparte que, a la gente, supuestamente católica, que le molesta que haya Jerarquía, y que haya leyes eclesiásticas…, acaban por desazonarles, por producirles escozores y sarpullidos y acaban por rechazar hasta las mismas leyes divinas, empezando por los Mandamientos.

30.12.15

Dejar que la Iglesia sea la Iglesia.

Hay que dejar que Dios sea Dios". Así clamaba, a caballo entre los siglos XIII y XIV, el Maestro Erckhart -dominico, filósofo, teólogo y místico alemán-, desde su cátedra de Teología en París -la Universidad más prestigiosa de su época-, que ocupó durante varios periodos. Era el consejo de un verdadero sabio, humana y espiritualmente hablando.

“Tenemos que dejar” que Dios sea Dios, y que su Iglesia sea su Iglesia, si queremos reconducir esta situación por la que está atravesando desde hace ya más de 50 años. Y que la pone en un dilema de extrema gravedad: o “ser” o “no ser".

Con san Juan Pablo II podríamos gritarle -como lo hizo él a toda Europa-: ¡Iglesia, “sé tu misma", “recupera tus raíces", “vuelve a ser tú misma"!

Que se ha perdido el norte, que es Cristo -su Palabra y su Vida- es algo tan evidente que no necesitaría ni comentario. Pero, para pisar sobre seguro, señalaremos algunos apuntes.

La descristianización del Occidente -del primer mundo- es ya casi, casi, un lugar común; pero no por eso deja de ser menos cierto.

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