16.09.16

En la Iglesia, ¿alguien sabe aún lo que significan las palabras?

Lo acabo de leer en Alfa y Omega, y me imagino que sabrán lo que están diciendo: “La comunión a los divorciados vueltos a casar es admisible en algunos casos, siempre que no se presente como un derecho".

Se apoyan en la Carta de los obispos de la región de Buenos Aires a sus sacerdotes. Carta de la que enviaron copia al Santo Padre, quien les ha respondido que ese escrito “explicita cabalmente el sentido del capítulo VIII de ‘Amoris laetitia’. No hay otras interpretaciones".

Sincera y lamentablemente todo ese titular de AyO me parece un despropósito. Y me explico. Despacito, para no perderme yo también en posibles “flatus vocis": palabras que se han quedado en meros sonidos, porque no significan ya nada realmente.

En primer lugar, y como no puede ser de otra manera, esos “divorciados vueltos a casar” se supone que son católicos: si no lo son, no hay caso. Se supone también que, siendo católicos, no han obtenido sentencia canónica de nulidad matrimonial respecto a su matrimonio: tienen una sentencia de “divorcio exprés” -o más lento: por correo ordinario, pero es lo mismo-, y en consecuencia, tanto para la Iglesia como para ellos, pues son católicos, siguen “casados” con su mujer -como siguen siendo padres de sus hijos- aunque no vivan ya ni con ella ni con ellos.

En segundo lugar, la sentencia de divorcio es meramente “civil"; y, para un católico y ante la Iglesia Católica, ni el “divorcio civil", ni el “matrimonio civil” son algo que tenga validez: no son “reconocibles” por/para la Iglesia; ni, por tanto, para un católcio. La Iglesia Católica solo admite que un católico pueda atentar sentencia de divorcio civil cuando, siendo el cónyuge inocente, no haya otra forma de defender y mantener sus derechos; y esta persona no tiene ningún problema ni para confesar, ni para comulgar, ni para estar integrada en la iglesia.

En tercer lugar, al estar casado -al ser ese su “estado” canónico y eclesial, por ser esa su “vocación": situaciones y realidades todas ellas que se omiten ex profeso-, calificar al católico divorciado que se re-ajunta con otra persona como “vuelto a casar” es inadmisible: es un término absolutamente impropio, porque NO SE HA VUELTO A CASAR: está casado ya “antes".

Para más inri, es un término -"vuelto a casar"- que “canoniza” una situación objetiva de pecado grave -mortal de necesidad-, e introduce una terminología que asume con total “naturalidad” su significado extraeclesial -meramente mundano- metiéndolo en el horizonte de la Iglesia como si significase una situación perfectamente asumiblel: “SE HA VUELTO A CASAR". Pero, ¿cómo ha podido “casarse” quien ya está casado? Esto es bigamia en todas partes, y está vetado en todos los códigos del mundo mundial. Y ¿cómo va a ser “casarse” cuando no hay “matrimonio"? Porque el “matrimonio civil” -cuando se trata de católicos- NO ES MATRIMONIO: ni para la Iglesia. ni para los católicos.

En cuarto lugar: ¿cómo va a poderse admitir a estas gentes a la Comunión -máxime sin hablar antes de Confesión: que aquí hay otro problema teológico y doctrinal no pequeño precisamente-, aunque se pretenda acotar “en algunos casos", especialmente cuando no se “encuadran” esos casos? Se pretende “admisible” y “admitible” lo que no lo ha sido nunca…, porque no puede serlo: no hay autoridad en la IIglesia que pueda hacer “que lo que no es, sea". “Atar y desatar", por si alguno no lo sabe, no es un absoluto que esté al albur de una autoridad, por alta que sea, pues no puede estar al margen -o en contrade la moral, porque no puede estar al margen o en contra de Dios.

En quinto lugar: ¿el recurso al argumentario de “una ulterior falta dañando a los hijos de la nueva unión” como la puerta que “abre" la AL para el “acceso a los sacramentos", es de recibo? No lo es en absoluto, porque hace tabla rasa del daño a los anteriores hijos de legítimo matrimonio -son “sus” hijos-, como si con estos el divorciado y posterior arrejuntado no tuviese ya ninguna resposabilidad moral y, por ttanto, ninguna carga moral: simplemente no existen; es que ni se les menciona. Han existido, pero ya no. ¿Esto tiene alguna lógica o algún “peso” intelectual? Es totalmente irracional. Y, por lo mismo, moralmente inaceptable. Y no solo para los católicos: que LA MORAL ni es ni existe solo para los católcios.

En sexto lugar, la coletilla “siempre que no se presente como un derecho” referida a la admisión a la comunión sacramental para estas gentes es tan gratuiita como la afirmación -reiterada por miembros encumbrados de la Jerarquía católica- de que los tales -católicos divorciados y “revueltos con otra"- “no están excomulgados".

¿Por qué se insiste entonces, una y otra vez con esas coletillas dado que la Comunión Sacramental NUNCA ES UN DERECHO, siempre es UNA GRACIA?. Lo miamo que una “situación irregular” -catalogación que mantiene la AL- no deviene, porque no ha devenido nunca, en una excomunión. Porque exactamente así -como un “derecho"- se acoge su presunta "necesidad” de Cristo, hasta el punto de que no se les puede negar la comunión; y si no se les puede negar -"nadie” tiene derecho a hacerlo: la “nueva misericorida” no lo permite-, es porque “con esas ansias infinitas de Cristo y de Gracia” tienen perfecto “derecho” a que se les admita y se les dé la comunión sacramental.

Para extender más oscuridad y más infamia al tema -y más burla sacrílega al Sacramento de la Presencia Real de Jesús Sacramentado- se añade que “la comunión no es un premio para los justos". Y así lo convierten en un premio para los injustos, que usarán ante el mundo como condecoración. ¡Bien por el inventor del argumentario! ¡Un premio nobel a la intelectualidad y a la lógica habría que darle!

En septimo lugar y para terminar -aunque podría seguir añadiendo puntos porque hay más-: ¿por qué se pone entonces el acento en lo que ni ha sido ni es en la Iglesia? Pues porque hay interés en ello: el tema no es gratuito; a estas alturas de la película y en estas “situaciones” nada se está haciendo gratuitamente.

Se hace -se está haciendo- como en el cuento del lobo malo y los cerditos o los corderitos: que el lobo feroz se embadurna de harina la pata, se la enseña por cebajo de la puerta, la ven blanca, se creen que es un corder@, le abren la puerta… Y SE LOS COME.

Pues eso.

10.09.16

El "realismo" de la Iglesia hoy.

Don Fernando Sebastián, cardenal emérito, acaba de abrirnos los ojos al nuevo y auténtico “realismo” al que, según él, la Iglesia nos está llevando sí o sí. Y lo hace en base y a propósito de la Amoris laetitia de la que dice que “no es ambigüedad, sino realismo y misericordia, y si me apuran, justicia". Y lo hace en Vida Nueva.

Que no es “ambigüedad” se lo ventila afirmando que el Papa ha escrito allí lo que ha querido escribir: “Dice claramente lo que quiere decir". Afirmación rotunda, que se supone tendrá bien documentada y de la que, por tanto,  estará bien convencido.

De paso, y ya que estamos, carga contra algunos que “siendo mentes tan preclaras", no la pueden aceptar -la AL- porque “no lo entienden".

O sea: de ambigüedad por parte del Papa, nada de nada.

¿Qué pasa con el “realismo", la “misericordia” y la “justicia"? Pues, según Sebastián, pasa lo siguiente: “El Papa piensa… en los muchos cristianos -y no cristianos, añade por su cuenta- que han fracasado en su matrimonio, han rehecho su vida como han podido y, al atardecer de la vida, quieren ponerse a buenas con Dios y con la Iglesia. ¿Qué hacemos con ellos? ¿Los mandamos al infierno? Ante esto el Papa recomienda atención y misericordia".

Si no me engaña la memoria, Francisco, en la AL no dice exactamente esto, ni lo plantea así: ni escribe “como han podido", ni se refiere para nada “al atardecer de la vida” como situación última, vamos, como si estuviesen in articulo mortis: para nada. Estos son añadidos sebastianos. 

El Papa se refiere a la situación sobrevenida al católico que, teniendo un matrimonio en regla -pues no ha mediado declaración de nulidad por parte de ningún tribunal eclesiástico competente-, ha atentado “matrimonio” por lo civil -por eso se le llama “matrimonio civil"- contra toda ley divina y eclesiástica, y contra su propia condición de católico. De ahí que se instala, en palabras del Papa, en “una situación objetiva de pecado grave".

Como igualmente “atenta matrimonio” un eclesiástico que, sin estar secularizado -sin haber mediado sentencia eclesiástica-, pretende “casarse” con una señora, o con un caballero: por mucha ceremonia, y por mucha bendición del amor que medie, es absolutamente nulo: no hay matrimonio porque no lo puede haber. Pues para el caso, igual.

Y aquí es donde ya no entiendo nada. O sea, según Sebastián -hecho público en Vida Nueva, insisto- el “realismo” del Papa es “reconocer” la situación sobrevenida -una situación absolutamente injusta y moralmente inaceptable contra la verdadera esposa, más contra los hijos que haya habido- y hacer borrón y cuenta nueva: la vida anterior como si no hubiese existido.

¿De verdad cree el señor cardenal emérito que el realismo del Papa y de la Iglesia es esto?

O sea, y por si no lo he entendido según Sebastián, “realismo” a día de hoy en la Iglesia, es la “irrealidad” del pretender instalarse -y hacerlo- en un momento de la vida de uno sin tener en cuenta, para nada, las circunstancias, situaciones, compromisos, pecados… anteriores: nada de nada. Se empieza de cero, porque lo digo yo. O el obispo correspondiente al acompañamiento ad casum.

Esto, si me permiten el juicio, es puro voluntarismo, mera ciencia ficción, ensoñamiento irreal, pesadilla, o lo que se les ocurra: pero nada más lejos, por opuesto, al realismo.

Puestos a ser realistas, y a serlo en profundidad y en linea con la mente quizá no tan preclara de Sebastián -que por eso lo entiende todo cabalmente-, ¿por qué no hacer lo mismo con los ladrones que “han rehecho su vida” con lo robado? ¡Cómo van a devolver lo que han quitado, si se les hunde el imperio que han montado con su industria de distraer de lo ajeno! Además, y si están ya al final de su vida, para ponerse a bien con Dios ni hace falta que devuelvan nada, la verdad.

O con los que le han pegado fuego a las empresas de la competencia para sobrevivir con la suya. O con los chantajistas, o los mafiosos, o los mentirosos…, o con cualquiera que se haya montado la vida como le haya dado la gana, pero siempre en contra de su condición de cristiano.

Si “realismo” es esto, para qué comentar lo de “misericordia", o lo de “justicia” que ya es el acabose.

26.08.16

¿El papa Francisco ha firmado la Amoris laetitia, o no?

Sandro Magister nos hace entrega de un artículo del padre Domenico Marafioti, sj con pedigrí y prestigio, en el que afirma que el Papa “no ha escrito estas simples palabras: “Es posible dar la Comunión a los católicos divorciados y vueltos a casar". Y remata la faena así: “Si él no las ha escrito, nadie las puede incluir, y menos hacer lo que él no ha dicho".

Bien. A primera vista no parece que haya nada que objetar a estas afirmaciones del padre Marafioti. Pero es solo a primera y muy somera vista. Porque la cosa es mucho más peliaguda. Y me explico.

Ciertamente, el papa Francisco no ha escrito esas palabras tal como las enuncia el padre jesuita; el Papa ha escrito y rubricado que, “en algunos casos… es posible", porque puededarse el caso de que “A causa de circunstancias o de factores atenuantes, es posible que aún estando en una situación objetiva de pecado grave se pueda vivir en gracia y recibir, por tanto, la ayuda de la Iglesia". Ayuda que, en nota a pié de página -la ya famosísima 351-, ¿concreta? que “en ciertos casos podría ser la ayuda de los Sacramentos", entendiéndose -dice Marafioti, referidos a la Confesión y a la Comunión.

El problema no se acaba con este planteamiento bien intencionado del padre jesuita. Por varias razones, a las que no parece que él llegue. Pero sobre todo, porque el mismo Papa se encarga de desmentirle. Y entro ya al tema.

En primer lugar, porque una cosa tan gravemente seria, tan espeluznantemente “audaz” -por decirlo suavemente-, y tan probablemente -muy ciertamente- dañino para la Iglesia, para los mismos Pastores y para las almas católicas -la parte más indefensa-, no puede dejarse en esos parámetros tan deletéreos, tan inexactos, tan imprecisos y tan alejados -tan en contra- de la praxis bimilenaria de la Iglesia,

En segundo lugar, y como consecuencia de lo anterior: ya se han dado casos de sentirse autorizados -Cardenales con mando en plaza; y sin mando, pero buenos voceros- para poner en práctica lo que, según Marafioti, el Papa “no ha dicho así”. Y ahí están los casos del filipino, del austríaco -los dos con mando-, y del alemán, emérito pero hablador y sonriente, muy sonriente: es que se parte, el tío. Él sabrá de qué.

Pero el Papa, si tuviese razón el padre jesuita en sus apreciaciones, ante estas “praxis” que irían mucho más allá de lo que él habría escrito y rubricado, no solo no habría callado -pues ya sabemos que "el que calla, otorga"-, sino que nunca hubiese alabado “públicamente" al austriaco y al alemán. Cosa que sí ha hecho. Del filipino no sé nada, solo que tiene un buen carguete.

Del alemán ha dicho que “hace teología de rodillas”: “ahí es nada la del ojo, y lo llevaba colgando", cuando presentó al Sínodo sobre la familia; y al anterior, al austriaco, lo ha puesto como su interlocutor e intérprete válido de lo recogido en la Amores laetitia a la hora de dar la Comunión a los tales: divorciados y metidos a adúlteros profesionales. Lo dijo en un avión -palabras de altura y de visión amplia-, después de contestar a una pregunta bien pertinente: “Podría decir que sí, y punto. Pero vayan al cardenal von Schömborn, a su presentación de la Exhortación: ahí tienen la respuesta".

O sea, que lo que el Papa Francisco no ha escrito por lo derecho en la Amores laetitia lo ha dicho -mas claro agua- de viva voz, y a respuesta a pregunta directa. Amén de no desautorizar praxis en llínea directa con lo que él no habría dicho.

Y esto es lo que, en mi opinión, más daño está haciendo en la Iglesia. Las aguas se han enturbiado tanto, tanto…, que ya no sabe uno si son potables o están ya irremisiblemente infectadas. Y envenenan.

Eso sí: una buena purificadora necesitan. Y habrá que hacerla. Con toda la urgencia que sea posible.

Recemos.

23.08.16

"Con los Sacramentos no se juega"

Le tomo prestado el título de su último libro a Nicola Bux porque me parece de una actualidad y de una urgencia tan vitales, el que nos demos cuenta de lo que estamos haciendo con los Sacramentos en la Iglesia Católica desde hace más de 40 años, que no puedo por menos que sacar a relucir el tema. Doloroso tema en extremo.

Un “tema” que trae como consecuencia -previsible ayer; visible trágicamente hoy-, si no se corrige con urgente autoridad y exigente fortaleza, el desmantelamiento de la misma Iglesia. Es lo que se ve ya -no hay peor ceguera que la de los que no quieren ver- en todo el mundo occidental, especialmente en los países de más que milenaria tradición católica. Están laminados, espiritualmente hablando.

Esta descristianización, tan pública y tan evidente, que ha sido reiteradamente denunciada por los últimos Papas, desde Pablo VI hasta hoy; y, por lo mismo, también reiteradamente hemos sido convocados todos en la Iglesia -sacerdotes, laicos y religiosos- a la re-cristianización de esos mismos países y de esas mismas sociedades; esta misión apostólica de reconstrucción de lo demolido y desmantelado a conciencia empieza, DEBE EMPEZAR, por la DISCIPLINA SACRAMENTAL.

Es decir, debe empezar por el reconocimiento de LO QUE SON todos y cada uno de los Sacramentos, instituidos por Jesucristo, y por Jesucristo entregados a su Iglesia y puestos en manos de sus Pastores para la Salvación de sus fieles. Primero, por tanto, lo que son.

Luego, tener clarísimas -para respetarlas escrupulosamente- las CONDICIONES de VALIDEZ en su “confección” y de LICITUD en su “aplicación".

Finalmente, LO QUE DEBEN SER en la vida personal -Fe y vida de Fe: vida cristiana, imitación y seguimiento de Jesucristo- de cada uno de los miembros de la Iglesia.

Hoy, en muchísimos sitios -parroquias, colegios “católicos"-, ninguno de los tres horizontes que acabamos de señalar está reconocido, respetado, transmitido, celebrado y defendido así. Y no se salva ni uno solo de los 7 Sacramentos de la Iglesia Católica, desde el Bautismo hasta el Matrimonio; por señalar el primero y el último en el listado de los Sacramentos, tal como se recogen en el Catecismo de la Iglesia Católica.

No se salvan ni en el plano de la mera doctrina, ni en el plano de la catequesis; mucho menos en el plano de las condiciones para administrarlos por parte de los pastores, o para recibirlos por parte de los fieles, que somos todos: sacerdotes, religiosos y laicos.

Lo que sobran son pruebas de esto que, con dolor de corazón, afirmo. El último ejemplo, calentito aún, es la polémica que se ha suscitado entre lo mejor y lo peor de la Iglesia, con la admisión de los católicos divorciados y vueltos a arrejuntarse con otra por lo civil y por sus pistolas, al acceso a la Eucaristía, sin otro fundamento que su propia voluntad, o la del obispo o sacerdote correspondiente.

Esto, solo esto, si se lleva a la práctica -hay diócesis donde ya es la práctica común y pública-, es cargarse de un plumazo TODOS los Sacramentos de la Iglesia y, por ende, a la Iglesia misma. Automáticamente no seríamos más que otra secta protestante más: sin Sacramentos, sin Cristo, sin Iglesia. Solo que ya no sabríamos ni contra quién o qué protestábamos: más tontos y más inútiles, imposible.

Y, lógicamente, desde ahí no podríamos salvar a nadie, porque habríamos hecho traición a todos, empezando por Jesús y acabando en el último miembro recién incorporado a la nada más absoluta.

8.08.16

"No es que Dios no exista, es que no puede existir".

Ha muerto Gustavo Bueno. Con 91 años. Rompedor en muchas de las tareas y de las posturas que adoptó, con un gran bagaje de producción literaria tras él -las más de sus obras son de divulgación o de temas de actualidad: la que él fue viviendo-, y con muchos años de docencia a sus espaldas, no pudo romper sin embargo con el lastre que lo marcó hasta su tumba: el marxismo.

El marxismo -ateo, materialista, cruelmente inhumano, sin las constantes antropológicas válidas de “verdad” y “bien"- le encerró en un mundo que, a pesar de sus esfuerzos, no fue capaz de entender. Y eso que desenmascaró la correción política más de una y más de dos veces: la abominaba. No la podía sufrir. Tan es así que en su última entrevista que concedió a ABC -hace ahora un año más o menos- se marcó una frase que, a mi juicio, lo retrata en este campo: “vivimos en una sociedad de estúpidos". O aquella otra declarada: “En españa tenemos el cerebro roto”

Pero no pudo superar nunca su posicionamiento frente a Dios. Lo negaba rotundamente: “No es que Dios no exista, es que no puede existir". Y por lo mismo, no pudo llegar a entender, a pesar de sus esfuerzos -que los puso-, a la persona humana y sus creaciones: la cultura, la sociedad, y la misma filosofía.

Lo que no deja de ser “curioso"; porque contrasta con gran parte de su itinerario formativo. En Zaragoza, Eugenio Frutos, al que reconoce como su maestro, no pensaba así para nada. Lo puedo decir desde cerca, porque don Eugenio me dió clases de filosofía a mí también.

Más tarde, once años estudiando escolástica en Salamanca, no creo que tuviesen como precipitado echarse de cabeza en el desencanto religioso primero para luego zambullirse en el marxismo. porque alguna “fe” hay que tener: el hombre no puede vivir sin ella. Y cuando no alcanza la verdadera, o la rechaza, se la “Inventa". La necesita de un modo absoluto, porque así es el hombre: religioso, moral, espiritual y abierto a la trascendencia de Dios: lo lleva en sus “genes".

De ahí su flirteo con el tema, al que toca -al que vuelve- una y otra vez en sus escritos. Pero nunca entra de lleno y con verdad. Se cierra sistemáticamente a admitir a Dios, y por tanto, a admitir “la” religión, decantándose por negar -incluso ridiculizar- la Fe, sí o sí.

Tampoco su contacto con los griegos, los padres de la filosofía, le dejó ningún lastre, en este campo. Precisamente un griego, Aristóteles, casi cinco siglos antes de Cristo y, por tanto y en sentido coloquial, “más pagano que las vacas", afirmó y demostró, con la luz de la razón -sí, la razón humana: verdadero chispazo del entendimiento divino- exactamente lo contrario: que la existencia del ESSE SUBSISTENS es absolutamente necesaria para sostener y entender al mundo y al hombre. Nosotros le llamamos DIOS.

Aristóteles no lo hace, porque no lo puede hacer. También él, a pesar de ser una de las mentes más privilegiadas de toda la historia de la Humanidad, estaba “preso” por su época. La “mitología” que atribuía a los “dioses” todos los vicios de los hombres; el politeísmo práctico de su tiempo y de su mundo; y la cualidad “trágica” de las relaciones entre los hombres y “esos” dioses, le impidieron llamar DIOS a la realidad que, sin embargo, necesitaba afirmar como principio y fin de todas las cosas. Incluido el msmo hombre.

Para llamarle Dios hizo falta que Dios mismo se nos manifestara, se nos revelara. Y lo hizo: ahí está la historia del pueblo judío para demostrarlo. Pero como no fue bastante con la Primera Alianza, nos envió Dios a su propio Hijo, por Quien todo fue hecho, que es el Rostro visible del Dios invisible.

Después de Cristo, y habiendo sido educado en la Fe -después de haber sido hecho hijo de Dios por el Bautismo-, a nadie le es lícito proclamar “Dios no existe ni puede existir". Y mucho menos como filósofo, si se pretende que la Filosofía es la Ciencia que estudia “a verdad de las cosas". Si la filosofía es el capazo donde se pueden decir las mayores tonterías del mundo, tonterías antes las que nadie se reirá…, pues con palabras del mismo Gustavo, tenemos “El cerebro echo polvo” (así titula uno de sus ensayos) y vivimos en “un estado general de estupidez".

Como dice la Sagrada Escritura: Dixit insipiens in corde suo: non este Deus!". “Insipiens: el que nada sabe“; pero no porque no se lo hayan enseñado, sino porque lo ha rechazado. Estos son los verdaderos y culpables “insipiens".