¿La Fe y la Doctrina, valen para algo? Parte Iª.
Porque da la impresión de que no: visto lo visto, oído lo que se dice y nadie corrije, y leído lo que se publica, y que nadie con autoridad se encarga de rebatir… no vale absolutamente para nada -ni por lo civil ni por lo eclesiástico-, en la vida real. Ni siquiera para salvarse, porque se salvan todos, según la prospectiva más actual de “lo (falsamente) católico". Pero vamos por lo eclesiástico.
Ante lo que está pasando dentro mismo de nuestra Santa Madre Iglesia, caben estas posturas. Que caben, porque son las que se dan: no pretendo inventarme ninguna.
*Una: mirar para otro lado, y silbar un motivo animante que, como mínimo, distraiga, y sirva para pasar el rato. Y “aquí paz y después gloria”. O “ahí me las den todas”. Vamos: con complejo de farero solitario y aislado.
*Otra: “no querer darse por enterado”, que es una vuelta de tuerca mucho más intencional y, por tanto, más grave que la anterior. Uno va a lo suyo; en el mejor de los casos, se refugia “en lo de siempre", que es lo seguro, y además evita todos los problemas que el enterarse podría generar. Y seguimos con la paz y la gloria, que no está uno para disgustos. Y tan contentos. Con complejo de “mirarse el ombligo", que para eso es mío. También puede mirarse al ajeno, pero es más “peligroso". O con complejo “de mi burbuja” o de “invernadero".
*Otra más: estar en perfecta sintonía con la que está cayendo; bien con una participación activa, bien pasiva…, pero estando en el ajo: “¡que ya es hora que todo esto cambie; y no se puede esperar más, que el reloj corre!". Con lo cual, perfecto. Con complejo de “salvadores y redentores", por lo eclesiástico (también pasa por lo civil, no se crean: son los “salvapatrias").
*Y aún otra más: siguiendo al Señor, creyendo en Él realmente, entendiendo lo que nos dice, mirando a su Iglesia y a las almas todas, entrando al trapo: a fondo, con urgencia, con sentido pastoral y/o celo apostólico: sacando adelante la propia vocación de hijos de Dios en su Iglesia en medio del mundo.
Sea uno laico, religioso o sacerdote, y esté donde esté: metido y participando, con su vocación, su carisma, o como quiera llamarse. Pero, como se dice en términos futbolísticos, “echandose a la espalda” la Iglesia, las almas… lo que haga falta.