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28.08.17

¿"Sola Scriptura"? ¡No, gracias!

Los calvinistas, los protestantes y otras especies al uso tienen un sentido incisiva y excesivamente “reduccionista” de la fe, de la religión, de la iglesia y, en definitiva y como primera premisa, del mismo Dios. Y, en consecuencia, del mismo hombre, de sus creaciones y de la sociedad en la que vive. Pero hay muchas realidades que no admiten “jibarización” -la verdad, el bien, la persona, la moral, la familia, etc.-, porque se las destruye.  

Uno de sus “pedalones” es este: “sola Scriptura". Pretenden con ello negarle a la iglesia -a todas, pero especialmente a la Iglesia Católica, claro-, toda pretensión no solo respecto a la misma autoridad interpretativa de la jerarquía en relación al “contenido” de las Escrituras, sino hasta en la definición y concreción del Canon de las mismas: ‘nos basta y sobra con la alta y única autoridad de Dios que revela’, dicen que dicen, y se quedan tan anchos; pero también se quedan con las vergüenzas al aire: porque luego cada uno hace y dice lo que quiere, y “aquí paz y después gloria".

Pero ésto, como ha demostrado y demuestra su propia historia -antigua y reciente-, es un auténtico desastre. Problema que se trasladaría de inmediato a la Iglesia Católica si ésta pretendiese que con la Sagrada Escritura les basta y les sobra a las buenas gentes para su Salvación.

Y no es así, en absoluto. Y me explico. Pero vaya por delante que es un “nuevo frente” -le crecen los enanos- que pretende abrirse en su seno, como “remedio", propugnan, a la escasez de clero: si no se celebra la Santa Misa, no hacen falta sacerdotes; y además, siempre nos quedará la “Palabra". O “sacerdotas". O “viri probati". O…, ¿qué más da? Siempre podremos inventarnos algo, ¿no?.

Pues no es así. 

¿Por dónde cojea -y apesta- la tal “solución"? Por la parte principal, la que hace que la Iglesia sea “la” Iglesia: por Cristo, por la falta del Cristo Vivo. El que proclamó Pedro ante Jesús y ante los demás Apóstoles: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo".

Pero ni siquiera eso y así -con la declaración formal de Simón- era suficiente: se necesitaba la Iglesia, “su” Iglesia, para estar Él. Por eso e inmediatamente, Jesús respondió: “¡Bienaventurado tú, Simón, hijo de Jonás, porque eso no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Ahora Yo te digo: tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del Reino de los Cielos: lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en los cielos (Mt 16, 13-19). Por cierto: la Iglesia Católica no es nuestra, como se acaba de leer de boca del mismo Jesús, porque no la hemos “inventado” nosotros.

Pedro iba a ser la “piedra", sin la cual no se puede construir la Iglesia Católica en este mundo; era la piedra “visible", la piedra “designada” -elegida- por Cristo. Pero la auténtica “roca” no era Pedro: seguía siendo Jesús, la piedra angular.

Jesucristo es la “Piedra primigenia", la “Primera Piedra", la que nos dió el Padre, sin la cual ni hay Iglesia ni hay Pedro. Lo recogerá también san Mateo un poco más adelante: Jesús les dijo: “¿No habéis leído nunca en la Escritura: ‘La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente’?” (Mt 21, 42). Y esto no lo dice, en absoluto, por Pedro: lo dice por Él y de Él.

Por eso, aún señalando y escogiendo a Pedro, teniendo Jesús que irse…, tenía que quedarse. Necesariamente. Y se queda: no podía faltarnos nunca la piedra angular. ¿Cómo? Encarnándose: Y el Verbo se hizo Carne, y habitó entre nosotros.  Así es como pudo prometer y cumplir su Palabra: Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo (Mt 28, 20).

Una vez encarnado, y como culminación de las tres años de su vida pública, llegó a Jerusalén -cum festinatione- para el Triduo Pascual, que comienza con el Jueves Santo. Ahí, en la ültima Cena, al instituir la Eucaristía, instituyó el sacerdocio católico y fundó la Iglesia: tenía ya todos los mimbres: Él, la Eucaristía y el Sacerdocio, con Pedro y los Apóstoles. Así: Tomando pan, lo bendijo, lo partió y dijo: Tomad y comed todos de él, porque esto es mi Cuerpo que será entregado por vosotros. (Mt 26, 26). Y, acabada la Cena, lo mismo hizo con el vino del cáliz.

Sin la Eucaristía falta Cristo, el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Y sin Cristo, no hay Iglesia: no hay Sacramentos, no hay Jerarquía, no hay nada: por no haber no hay ni Salvación. Todo sería un bluf, una pantomima, nada, como se ve en lo que están quedando calvinistas, protestantes varios, luteranos, anglicanos, etc. Quieren ser, les gustaría ser, pretenden haber sido…, pero ya no son. En realidad, nunca fueron porque nacieron “muertos", como un aborto: estaban y están sin Eucaristía, están sin Jesús, sin el Dios vivo, real y verdadero. Y los trampantojos, como las ficciones, no son eternos, por su misma concepción y naturaleza.

El Verbo se hizo Carne. Así es y será siempre “Palabra viva", Palabra “Encarnada". Y solo así. En caso contrario se convierte en “letra muerta” porque se la mutila al quitarle lo más esencial: su misma Alma y Vida, a Jesús mismo. De hecho, es lo que se nos pide como hijos de Dios en su Iglesia: que hagamos nuestra -que “encarnemos"- la Palabra de Dios, el Evangelio: la hagamos vida nuestra. Y lo primero -por más sublime-, lo que une directamente con Jesús es hacerse cargo de su “invitación": Tomad y comed… Tomad y bebed…Esta es la primera obra de la “escucha y obediencia” a la Palabra. El resto sería un mero desideratum sin la Comunión, sin el Cristo vivo.

Es imposible no recordar las palabras de Benedicto XVI en su homilía de la Misa que celebró en París, en septiembre de 2008: “Nada sustituirá jamás el ministerio de los sacerdotes en el corazón de la Iglesia. Nada suplirá una Misa por la salvación del mundo".

Por todo esto, ¿cómo alguien puede pretender que esgrime la “Scriptura” después de arrancarle las páginas del Jueves Santo? Arrancando además las de san Pablo, lo que él mismo había recibido; así es como nos pudo transmitir la Misa y la Consagración como la primera y verdadera “Tradición” de la Iglesia y de sus hijos. Y las páginas de los Hechos, con la vida de los primeros cristianos en torno a la Eucaristía y la oración. ¿Alguien, en la Iglesia Católica, se cree con derecho a olvidar esto?

Además, ¿a quién y cómo van a adorar -la primera obra de la virtud de la Religión- sin ponerse a los pies de Jesús en el Sagrario, o en la Exposición Eucarística; sin el Jueves Santo y sin la Misa? ¿Y de quién se alimentarán? No les queda más “pan” que ellos mismos y sus tradiciones, con las que han cambiado -han despreciado- lo que habían recibido. ¿No es esto precisamente lo que Jesús echará en cara, duramente, a los escribas, fariseos y a los mismos sacerdotes? Pues viene en la Scriptura: ¿también han arrancado estas páginas? Demasiado “selectivas” estas “realidades eclesiales” jibarizadas y jibarizantes; y toda una auténtica tomadura de pelo, por decirlo suavemente.

Por contra, aquí está toda la Tradición de la Iglesia y de sus hijos fieles que “sine Domine vivere non possumus!". Y darán su vida: porque si no les dejan estar en Misa, sin el Señor Sacramentado… ya están muertos. Nadie se cree que comerse las recetas de cocina es haber comido, aunque las hayan escrito auténticas estrellas michelín: se comen lo que han cocinado con esas mismas recetas, y si no, no han comido.

Igualito que ahora, no ya solo en esas especies pseudoeclesiales, sino en la misma Iglesia Católica. La reforma de la Liturgia y la puesta a punto de la disciplina de los Sacramentos es la primera y más urgente necesidad en la Iglesia. En la nuestra. Y dejarse de experimentos que, para más inri, ya sabemos exactamente a dónde llevan: al precipicio, a la muerte. 

¿No podemos, alguna vez, escarmentar en cabeza ajena?

25.08.17

Habló Fernández. Se acabaron las "dubia"

Hace unos días, la semana pasada, uno de los cardenales firmantes de las ya “famosas” dubia, dio públicamente un nuevo toquecillo al tema, porque seguía sin respuesta ni solucion.

Al cabo de nada, habló Fernández, ” la voz agradecidísima de su amo", y todo está ya aclarado por siempre jamás. Porque no se corta un pelo y afirma rotundamente que lo que él dice es lo que dice exactamente el Papa. Y entra a saco. 

Comunión a los católicos divorciados y reajuntados [la expresión es mía] sin mediar sentencia de nulidad? Por supuesto. Y afirma que esa es la “nueva puerta” que abre Francisco. Y se remite a la carta del Papa en respuesta a la pastoral de los obispos de Buenos Aires para aplicar en sus diócesis la AL. Y la contestación fue “afirmative". A éstos sí contestó, y deprisita.

Y así va el Fernández, “la voz agradecidísima de su amo", desgranando una por una todas las “dubia” para convertirlas en realidad y certezas.

Por si alguien albergará alguna duda al respecto, a los dos días, el Vaticano publicaba precisamente esa carta-respuesta del Papa. Que será casualidad, que lo será, pero que es “mucha", muchísima casualidad. Y no lo es, sino que se ha cerrado la atenaza, para amordazar a todo el que disienta.

Pero si esto va adelante, la Iglesia Católica se abre en canal, porque la AL -y siento dolor al escribirlo- con esa “apertura” se carga TODOS los Sacramentos: no deja nada en pié. Y la Iglesia, así, desaparece, porque ya no está Cristo: se le habria echado de su hogar. Se repetiría la historia: “Nolumus hunc regnare super nos!"; cuando el grito que nos deberia salir del alma es “Volumus illum regnare!”

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8.08.17

La jerarquía católica

Lo primero que hay que dejar claro es que la Iglesia Católica es JERÁRQUICA; no puede no serlo porque así salió de las manos de su Maestro y Señor, Jesucristo. Así la quiso Él, y así ha pervivido durante más de 2000 años ya: que no está nada mal. Está en la entraña de su ser. Como está en la entraña del ser de la persona humana, por ejemplo, su capacidad de conocer y de amar. 

Jesucristo fundó SU Iglesia sobre los Apóstoles y sus sucesores: el Papa y los obispos. Y a ellos se suman los sacerdotes, formando el presbiterio que ayuda en todo a sus respectivos pastores. Y esto, a pesar de los pesares: a pesar de los vaivenes de la historia -interna y externa a Ella misma-, los ataques perpetrados contra Ella desde todos los ángulos -también desde dentro-, más los pecados de todos los que somos la Iglesia Católica, generación tras generación y que no han conseguido doblegarla: ahí está.

Y está como toda obra en la tierra, con sus luces y sus sombras: los claroscuros de toda tarea que, aún naciendo de Dios mismo, aún asistida por el Espíritu Santo, y aún no faltándole nunca la verdad de la Presencia Real del mismo Cristo en su seno -la Misa y el Sagrario-, está hecha por hombres. Y hombres pecadores: lo somos todos.

La Iglesia, por tanto, está en manos de Dios. Y, a la vez y por institución divina, está también en nuestras manos, en las de todos: desde su misma Cabeza en la tierra, el Papa, hasta el último bautizado con uso de razón.

Lógicamente, el peso -y la responsabilidad- que recae sobre TODOS los miembros de la Iglesia NO ES LA MISMA hijo a hijo. No tienen la misma responsabilidad un sacerdote que un laico, un obispo que una monja, el Papa o cualquier otro hijo de la Iglesia Católica. Ni siquiera dos hijos de la Iglesia con el mismo estatus “jurídico": dos laicos, o dos religiosos. Lógica y evidentemente.

Por eso, cada uno ha de tener muy claro su papel, el “peso” -mi yugo es suave y mi carga ligera, nos dirá Jesús, y hemos de creernoslo- y la “responsabilidad” -el celo de tu casa me consume- que el Señor deposita en el alma y el corazón de cada uno.

A este respecto es muy llamativo -e ilustrativo- lo que nos escribió el papa Benedicto XVI, en el año 2000, refiriéndose precisamente a su “oficio” en la Iglesia: “El papa no es un monarca absoluto (desde Gregorio Magno se llama el ’siervo de los siervos de Dios’), sino que debería -suelo decirlo así- ser la garantía de la obediencia, de que la Iglesia no haga lo que quiera. Ni siquiera el propio pontífice puede decir: ‘¡La Iglesia soy yo!, o ¡yo soy la tradición!’; sino que, por el contrario, está obligado a obedecer y encarna ese compromiso de la Iglesia".

Y añadía a renglón seguido para aviso de navegantes a todos los niveles: “Si en la Iglesia surgen las tentaciones de hacer las cosas de manera diferente y más cómoda, él [se refiere en primer lugar al Sumo Pontífice; pero con el mismo Papa, a todos, desde cardenales para abajo hasta el último sacerdote recién Ordenado] tiene que preguntarse: ¿podemos hacerlo?".

Esta es la pregunta que, da la impresión por declaraciones y por acciones de aquí y de allá, no todos los miembros de la Jeraquía -cada uno en y desde su sitio- se hacen, nos hacemos. Porque el desbarajuste no es que esté más que servido, es que está al orden del día.

¿Cuál es la forma y el ámbito del ejercicio del ministerio jerárquico en la Iglesia Católica? No he encontrado otra fórmula que la que le da el mismo Jesucristo a Pedro, momentos antes de su partida. Por otro lado es una de las escenas de la vida del Señor -si no la primera- más conmovedoras de todas las que nos relatan los Evangelios.

Se dirige Jesús a Pedro, al que ha cogido aparte, y le dice: -¿Pedro, me amas? Por tres veces le insistirá el Señor, la última incluso con una connotación especial y específica: -¿Me amas más que estos? Y no estaba dejando en mal lugar a nadie, que conste.

Y ante las respuestas afirmativas de Pedro -"su Roca", sobre la que edifica su Iglesia hasta el fin del mundo- le apremiará: -Apacienta mis corderos. Apacienta mis ovejas. 

Para un miembro de la Jerarquía Católica - para ser “buen Pastor", a imitación de Cristo- lo primero ha de ser su trato de amistad, su cariño a Jesús. Es decir, su intimidad personal con Él, sin lo que no se puede servir a Él ni a las almas. A nadie. Desde el Papa hasta el último sacerdote, cada uno debe responder, cara a cara, a Su anhelante: ¿me amas?

Y solo después, y a la vez, pero con esta ineludible e inexcusable premisa, podrá hacerse cargo del mandato divino: Apacienta mis corderos. Apacienta mis ovejas. Y nunca “antes". O “en lugar de".

Aquí es donde viene a cuento la esencial y clarificadora pregunta que hacía Benedicto XVI: “¿Podemos hacerlo?"; o dicho de otra manera: “¿Debemos hacerlo?” Porque ¿qué “autoridad” puede aducir un miembro de la Jerarquía para autorizarse -o autorizar- a hacer algo que “ni podemos ni debemos” hacer? Ni siquiera razones supuestamente “pastorales", que serían más falsas que Judas al pretender pasar -pisotear- por encima de lo que Cristo mismo nos dejó dicho y hecho; es decir, establecido.

Precisamente, es en la oración personal, y delante del Sagrario siempre que se pueda, donde daremos curso a la cuestión de que se trate. Y lo haremos en diálogo con Jesús -hablar con Dios: oración personal- que es precisamente lo que hace que nuestro “hablar” con Él sea verdaderamente oración. Y de ese modo, tendremos “luces": las que nos vendrán de Dios. Y “fuerzas": las que nos dará Él…, para hacer -entonces sí- lo que debamos y tengamos que hacer.

De otro modo estaremos perdidos: los pastores y las ovejas. Porque ni acertaremos al enfocar las cosas, ni podremos hacer lo que deberíamos hacer. Nos quedaríamos solos y a solas. Y, finalmente, nos podrá el mundo con sus engaños y sus máximas…, y con las personales miserias, que también las tenemos. Y perderíamos -echaríamos a perder- a la misma Iglesia Católica.

Todos los hijos de Dios en su Iglesia vamos a pedir por ellos y por ello: es nuestra obligación en conciencia. Fuertemente. Porque hace falta con gran urgencia.

6.08.17

La INJUSTICIA no puede ser/tener la última palabra.

Charlie gard

El título viene a cuento de la crueldad desatada y desarrollada -a ojos vistas y con total impunidad: con la impunidad de estas leyes cruel e injustamente inhumanas con las que nos castigan y someten -Maduro es un aprendiz, al lado de lo de la “culta y civilizada” Europa-, por ese “juez” que, por no poder, ni siquiera puede encarnar -no le llega a la altura del zapato- al “juez inicuo” con que nos ilustra Jesús en su Evangelio: porque, al fin y al cabo, el juez inicuo -que lo era ciertamente-, en la ocasión que cuenta el Señor, al menos hizo “justicia".

Este, no. El juez que, porque le brotó de sus… crueles y inhumanas excrecencias o colgantíos, condenó a Charlie Gard -y en el bebé, a sus padres y a toda la humanidad-, ‘el mayor criminal que había existido y existirá nunca en Inglaterra’ -me refiero al bebé, no se me pierdan- ‘y que, por lo mismo no merecía vivir ni un segundo más’ de lo que le brotase al susodicho “juez". Éste, a lo que se ve y nos ha demostrado, no ha debido hacer un acto de justicia en su vida -de auténtica y verdadera justicia, la que encarnan los hombres justos, sean o no jueces-: ni sabe lo que es eso.

Porque ‘tiene narices que sea “juez” un bicho así! Bueno, no sé de qué me asombro: a esto se llega a día de hoy en “las cultas y civilizadas democracias occidentales": no hablamos de Venezuela, por supuesto, que no han llegado hasta aquí ni de lejos. Y se lo han cargado, claro, a Charlie: ¡que se ve que le molestaba el chavalín al susodicho “juecito"!

El hospital puso también y de propia iniciativa su “granito” de crueldad y de ensañamiento con el niñito, y con sus padres, y con toda la sociedad -porque nos hieren a todos, se mofan de todos; aunque haya gente que no lo vea así; pero ese no es mi problema, sino el de esas gentes-, porque “tenían que estar a la altura", lógicamente; si no, igual les quitaban las subvenciones, o el plus de competencia y productividad, a la entidad y a sus trabajadores: que los políticos que mandan son así, y así se manifiestan, no se crean otra cosa, pues así lo demuestran. Es vomitivo; pero “es", y ahí está. Y no se me asusten: pero en estas manos estamos.

Si esto es “justicia” ¡qué será la injusticia! No quiero ni pensarlo; pero ya lo iremos viendo, y ¡rápido, rápido!. O no, si nos matan antes claro: ¡que ya no quedan perricas para todos, y los enfermos y los ancianos son muy caros!. Lo dijo la infame presi del FMI: tal cual. Que no se ha bajado el sueldo para ayudar a algún enfermo o a algun anciano: ¡antes reventar de ricachona! Los progres son así: que así los hemos criado, y así les hemos dejado que crezcan y se reproduzcan.

Siempre me había chocado, por lo ilógico del razonamiento, esa pregunta -desgarradora tantas veces o casi siempre, pero siempre errada- ante el sufrimiento de los inocentes: “¿Dónde estaba Dios ahí? ¿Cómo ha podido o puede permitir esto? ¿Siendo Dios, no podía haberlo evitado?”

Ciertamente, el sufrimiento de los inocentes -especialmente el de los niños-, se nos puede hacer el más incomprensible de los sufrimientos -no es el caso del “juez” que nos ocupa, pues está en el polo opuesto-; pero sólo cuando no somos nosotros los que lo shemos provocado: por ejemplo, los gulags y los campos de concentración comunistas, los niños hambrientos y desnutridos, etc.; a la vez que se nos hacen tan “comprensibles", y los vemos tan “buenilmente” justificados… cuando somos nosotros los que, directa o indirectamente, los provocamos: es el caso del aborto, de la eutanasia, del divorcio, la corrupción, etc.

Sin embargo, los que se hacen esas preguntas -con un cierto tinte de honradez intelectual y ética- se equivocan siempre de “enemigo” y señalan a la Persona que ni lo es, ni lo puede ser NUNCA: a Dios Padre. No digamos cuando se pretende “argumentar” que “no existe Dios porque han pasado y pasan estas cosas tan terribles y, pudiendo -si existiese, podría y debería-,  no mueve un dedo". 

Se equivocan de enemigo porque Dios no ha causado ninguno de esos males: todo el sufrimiento que hay en el mundo lo “ha inventado” -lo ha promovido, provocado, fomentado, cultivado, ejercido y enseñado- siempre y exacta y expresamente el HOMBRE. Nunca Dios. Y esto lo hace el hombre -se lo proponga así o no- SIEMPRE y PRECISAMENTE “contra Dios": porque todo mal contra la persona humana es un mal que se hace, directamente. contra Dios.

Contraviniendo y rechazando las directrices de los mandamientos morales que nos ha inscrito en nuestra propia naturaleza -los Mandamientos de la Ley de Dios-, y machacando las coordenadas de “verdad” y “bien” inscritas por y para lo mismo en nuestra misma persona, es como se genera todo el mal que ha habido, hay y habrá en el mundo, en medio de la humanidad.

Porque todo esto nos lo ha dado Dios, Mandamientos y coordenadas antropológicas, para que cada uno de nosotros seamos felices aprendiendo a amar y haciendo el bien a los demás. Y se acabaría la mayor fuente del sufrimiento -personal y ajeno- que hay esparcido por los cuatro puntos cardinales y que tiene como causa “directa” el mal que obramos los hombres, “porque nos da la real gana", en un uso inicuo de nuestra libertad, de las potencialidades de la persona humana, y de los menesteres que desempeñamos: lo del “juez", vamos.

El razonamiento es exactamente el contrario: la vida humana, si tuviera que estar siempre y en todo sometida a semejantes desmanes, crueldades e injusticias -las que nacen de los hombres, el “juez", y de las instituciones, el “hospital"-; y, para mayor injusticia, desconcierto y desesperanza, sólo pudiese ser así y nunca de otra manera…, en esta hipótesis la vida “humana” sería la mayor de las injusticias, la más desgarradora de las trampas, y el mayor foco de sufrimiento habido y por haber; porque “conscientes” de todo eso sí somos,y de ahí el desgarro que se arrastraría.

Por cierto, esto no les pasa nunca a las vacas: ni lo pillan, ni lo pueden pillar, ni son capaces del mal que sí hace el hombre. Por eso nosotros sí lo podemos “denunciar", y las vacas no; también y entre otras cosas porque no tienen sindicalistas que viven a su costa. En esto son más listas que nosotros, claramente. A los hechos me remito.

Es lo que denunciaban con atinado acierto los representantes de esas “filosofías” que, al tener como primer “a priori” de sus construcciones el negar a Dios, no les queda otra -es la consecuencia “lógica"- que “negar al hombre". Y se estrellan entre dos extremos. El primero, en pretender que sin Dios, el hombre se convierte automáticamente en “superhombre": la verdad es que esto, enfrentado con la realidad, les duró poco; aunque ha rebrotado con lo del “orgullito", y el “género” y l@s trans, y cosas así, que no sé por qué siempre tienen que ver con las “matrículas” con las que se viene al mundo. El otro extremo fue concebirlo y tratarlo -al hombre- como una “nausea", como un ser “inútil” y “fracasado” en sus anhelos más íntimos -más humanos-, como un ser “sin sentido", como LA NADA: peor que un perro. Y en esto sí se está; por ejemplo con el animalismo, con los derechos de los animales: los mismos que se le niegan a la persona.

El caso de Charlie Gard, y de tantísimos otros que ni han podido llamarse nada -no han podido ni tener su nombre, porque ni se les ha dado siquiera esa oportunidad-, lo pone de manifiesto. Y lo vemos por doquier: en Bélgica -la laical por masónica Bélgica, la ya “sindios” Bélgica- esto es una realidad; y así, del “derecho a morir", que es como nos han vendido la burra, se ha pasado al “deber morir” ya sin ningún derecho: por “obligación"; y te matas o te matan. Sin problemas, por supuesto.

¿Dónde se habían equivocado esos filósofos? ¿Dónde se equivocan los que gritan contra Dios -"casi honradamente"-, denunciando los sufrimientos “injustos” de los inocentes? En su premisa mayor: en que “no hay Dios". Porque de ese modo -sin Dios-, nada se sostiene; y menos que nada el ser y la dignidad de la persona humana, especialmente de la mujer.

Es exactamente todo lo contrario: debemos afirmar a Dios para afirmar al hombre. La dignidad de Dios para afirmar la del hombre. La realidad de Dios para afirmar la realidad del hombre. Y precisamente porque constatamos esto -somos perfectamente capaces: de ahí aquellos “gritos"-: que creamos injusticias, sufrimientos, muertes y dolores…, tenemos que mirar y acudir a Dios, y aceptar como DON su Creación -cómo nos ha hecho y dónde nos ha puesto-, y sus Mandamientos -cómo debemos vivir digna y líbremente-, que nos señalan la finalidad de nuestra vida, cuya consecución -tanto en su hacerse a lo largo del tiempo, como en su final con la Vida Eterna- nos hace felices, y nos lleva a hacer el bien a los demás.

Así nos quiere nuestro Padre Dios. Y nos lo ha demostrado con/en Jesucristo: Tanto amó Dios al mundo -nosotros: sus criaturas, sus hijos- que nos entregó a su propio Hijo. Hijo que nos salva, en primer lugar de nosotros mismos. Y salva a los demás, también de nosotros mismos.

Si Dios no existiese necesitaríamos “inventarlo". De esta manera tan real lo necesitamos. De ahí también la oración perpetua de la Iglesia: ¡Maranatá! ¡Ven, Señor Jesús!

30.07.17

Vamos a aclarar las cosas, de una vez. II

Evangelizacion

Vamos a aclararlas o, al menos a intentarlo. Porque hay una especie de “seguidismo papanatero” que se ha instalado en algunos sectores eclesiásticos -o asimilados- que empieza a producir un fortísimo rechazo, al menos a mí. Los primeros y más “agresivos", encabezados por los que han estado más de 30 años bramando contra los Papas anteriores, de Pablo VI a Bendicto XVI: ahora son neoconversos papistas, qué digo: ¡más papistas que el Papa!, y se descorazonan cuando los demás no vivimos este pelotillerismo tan de vergüenza ajena, tan burdo y tan poco educado. Los segundos, son gente normalilla, que ni antes ni ahora han roto nunca un plato, son buenines; y a estas alturas, ya no se van a poner. Frente a estos dos grades grupos…, queda un resto de Israel, aquel pusillus grex con el que contaba y en el que confiaba san Juan Pablo II en la Novo Millennio ineunte, “pequeño rebaño” con el que la Iglesia renaciese y volviese a ponerse en camino.

Nadie que conozca al sr cardenal primado de Lima podrá negar que es persona muy preparada, valiente y vehemente; de verbo fácil y cautivador. Lo mismo que nadie podrá negar sus grandes servicios a la Iglesia Católica en Peru, y a los mismos peruanos, a todos los niveles.

Pero me da que esas mismas cualidades, o alguna de ellas, le ha hecho traición; en concreto, en el caso que nos ocupa. Si sus declaraciones públicas y publicadas han salido de él, malo: siento tener que decirlo, por las razones que ya expuse, y otras que me guardo. Pero si ha cedido a presiones de ambientes o de personas para decir lo que dijo, peor: con sus declaraciones, ni le ha hecho un favor a la Iglesia, ni al Papa, ni a las almas; ni siquiera a sí mismo, porque, para mucha gente que le tenía querencia y afecto, se ha desprestigiado grandemente.

Y vamos a entrarle ahora a su gran argumento: “la unidad” y, en buena línea con ella, “la obligación de todos los fieles de mostrar cercanía al líder catolico".

La UNIDAD en la Iglesia, tanto hacia dentro de Ella misma -es familia unida; debe serlo-, como hacia fuera -evangelización y ecumenismo como tarea y misión-, solo tienen y solo pueden tener UNA BASE: la VERDAD que emana de Cristo, y que depositó en la Iglesia, su Esposa -es el depositum fidei-, para que la custodiara, y la transmitiera; amén de para ir sacando de allí -para ilustrar y hacer comprensibles, desde Dios y de cara a Dios, las realidades cambiantes de la vida humana-, lo nuevo y lo viejo. Como haría la mejor de las Madres, que lo es.

Sin respeto ni búsqueda de la VERDAD -sin estar anclados en la Verdad, que es Cristo-, no hay ni puede haber VIDA CRISTIANA: ni en los fieles, ni en nadie en el seno de la Iglesia Católica; que es precisamente la que siempre ha levantado la bandera de la VERDAD: respecto a Ella misma, en primer lugar; para defender luego, a brazo partido -y especialmente cuanto más oscuras bajan las aguas de la cultura y de la sociedad-, la capacidad de la persona humana de alcanzarla, de hacerla suya y de transmitirla en toda su pureza. Esto y este es el hombre, que “es el lugar de la Iglesia". Sin el hombre la Iglesia no existiría, como no habría habido Redención.

Por cierto, una precisión obligada, imprescindible e importantísima: la Verdad es inamovible, no es cambiante; como no lo es, ni lo puede ser, lo que las cosas son: una vaca es una vaca y será toda su vida una vaca y solo una vaca. Y no puede ser otra cosa, ni de otra manera. La “cultura” de la postverdad dice otra cosa, pero ese es precisamente su problema. De ahí lo de los “géneros", por ejemplo, y las tragedias que ha engendrado.

Lo que sí cambia -y puede y debe cambiar- es la “valoración” de las “viejas” y de las “nuevas” situaciones o realidades -directamente humanas o no-, que se han dado y se dan; pero SIEMPRE desde la Verdad. Y, en la Iglesia, desde Cristo, Camino, Verdad y Vida. Porque Cristo ni cambia, ni puede cambiar: es el mismo ayer, hoy y siempre. Y por eso mismo siempre es y permanece criterio perenne; de tal manera que siempre ilumina al hombre de todo tiempo, generación tras generación, en lo que es y en lo que hace.

Así, por ejemplo: cuando surge la temática -artificial e injusta para todos, empezando por ellos mismos a los que injustamente ningunea y destroza- del “mundillo” y de los “derechos” LGTBI, ¿a dónde tendrá que mirar la Santa Madre Iglesia para discernir? ¿A la “cultura” dominante en el momento presente? No, a Jesucristo que dejó dicho que, en este tema, ni hay ni puede haber tales “derechos", porque descalifica esos actos y esa pretendida y falsa libertad: Los tales…, no entrarán en el Reino de los Cielos. 

Otra forma de aproximación solo se puede hacer obviando, arrinconando y rechazando la Palabra de Dios: algo a lo que la Iglesia -lo mismo que los miembros de su Jerarquía- no tiene derecho. Se estaría negando a Ella misma y se estaría negando a sus propios hijos y a todos los hombres de buena voluntad, por haber negado antes -y renegado- de Cristo mismo. Jesucristo siempre es Luz y solo Luz: fuera de Él todo son tinieblas.

La Iglesia se desmorona -y desaparece- cuando renuncia a esa “diaconía de la verdad” -tan suya, tan sobrenaturalmente suya- a la que sirvieron de modo total e íntegro -no han vivido para otra cosa: lo hemos visto- san Juan Pablo II y Benedicto XVI. Y es lo contrario a lo que vemos hoy: se quiera o no ver, se diga o se lo calle uno; porque sin VERDAD -sin Cristo: lo que dice y lo que hace- no hay referentes “objetivos” en los que confluir y a los que acudir. Ni hacia dentro ni hacia fuera de la Iglesia.

Precisamente por esto, incluso más y antes que por los protestantes, el Concilio de Trento tuvo que enfrentar el tema de la INFALIBILIDAD del Papa. Y lo hizo, naturalmente: le era obligado, porque no podía seguir así, sin precisar ni acotar el tema: le iba el ser o no ser. Máxime con la que se le estaba viniendo encima con Lutero & cía.

Ahí tuvo todo un papel el español Merchor Cano, que consiguió que el Concilio le “entrara” al tema del Magisterio del Santo Padre -qué grado de fiabilidad o de “infalibilidad” gozaba-, a la vez que lo acotaba en su justa medida. Y así distinguió -Cano, y el Concilio- entre Magisterio Ordinario y Magisterio ExtraordinarioEx cathedra; y solo éste último gozaba de la cualidad de la Infalibilidad, de la asistencia cierta del Espíritu Santo, al entrar y definir materias de Fe y de Costumbres. Doctrina que, en la doxia y en la praxis, ha permanecido inmutable en la Iglesia hasta antesdeayer, como quien dice -no se había tocado una coma desde entonces-, y declarado “dogma de Fe” en el Concilio Vaticano I: lo único que definió, la INFALIBILIDAD del Papa.

Y de esto, los primeros que han sido conscientes -y han estado pendientes de ello- han sido precisamente los Papas. Otra cosa no se entendería y, por eso, no ha pasado. Como goza también de esa misma Infalibilidad el Concilio reunido bajo el Papa y en comunión con él; y solo en esas condiciones. Y esto lo saben, y deberían ser los primeros en asumirlo y vivirlo también, todos los miembros de la Jerarquía Católica: de otra forma, desbarran y desbaratan, desunen y destrozan, destruyen y no edifican, como estamos viendo y sufriendo. Al precio, eso sí, de convertirse de pastores en mercenarios, que es el término que les aplica el mismo Jesús. Y esto lo debemos saber y tenerlo presente todos los fieles de la Iglesia para no confundirnos ni pretender confundir.

Como si hubiese leído lo que estoy escribiendo, no hace muchos días el card. Müller -hasta “ayer” Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe: el tercero en el organigrama del Vaticano y del gobierno de la Iglesia, por cierto-, hacía la siguiente declaración en una entrevista pública y publicada en EWTN, grabada en EEUU el 12-V-2017: hoy no se puede ir ya con tapujos, tampoco y mucho menos en la Iglesia Católica.

Decía: “Jesucristo es el relator. El Papa y su Magisterio son sólo el intérprete. […] Algunas de esas personas que se presentan a sí mismas como consejeras del Papa y que dicen que en la teología pastoral a veces dos y dos pueden ser cinco… Eso no es posible porque tenemos teología". Denunciaba, con esto, la falsedad que supone la ruptura de la teología y de la doctrina con la pastoral: ‘no cambio una coma -teóricamente, y de cara a la galería- pero, pastoralmente, hago todo lo contrario’. No se puede.

Puntualizaba: “No es bueno que las Conferencias episcopales [Alemania, Malta, Canadá, etc.] estén interpretando oficialmente al Papa. Eso no es católico. No tenemos dos Magisterios, uno del Papa y otro de los obispos. Pienso que es un malentendido, un malentendido malo que hace daño, podria hacer daño a la Iglesia Católica. […] los obispos interpretan al Papa, el Papa interpreta a los obispos (…) eso no es bueno para la Iglesia". Es exactamente lo que está pasando: se ha hecho un GRAN LÍO a lo largo y ancho de la Iglesia Católica. Y no parece que desde la cima se pretenda atajar: da la impresión de que se está comodísimo ahí arriba viendo lo que pasa más abajo.

Denunciaba: “Hay un problema que la Iglesia tiene en el mundo de hoy: que tenemos dos alas, alas ideológicas, extremos, y todo el mundo quiere ganar la batalla contra el otro. Pero tenemos una revelación que viene de Dios: la Revelación, la Palabra de Dios, que unifica a los creyentes [Mi Palabra es Verdad]. Y no es nuestra tarea unificar de una manera totalitaria: ‘todo el mundo debe pensar como yo’, porque el pensamiento de otra persona no es importante para mi salvación. Sólo la Palabra de Dios puede unificar a la Iglesia y salvar a todos".

[La unidad, si no es en la Verdad, solo es impositiva, nunca atractiva, atrayente y liberadora: la verdad os hará libres]

Y concluía: “Creo que precisamente desde el Evangelio tenemos las respuestas a las grandes preguntas de hoy". Todas las respuestas a todas las preguntas: las de siempre, que se hace -debe hacerse cada generación-, y las “nuevas” que se suscitan también en cada generación.

Yo también concluyo, entrándole a aquello de “la cercanía al líder"; y lo hago con unas palabras de Melchor Cano, tan actuales y clarificadoras, que no me resisto a copiar: “Pedro no necesita nuestras alabanzas o nuestras adulaciones. Los que defienden ciega e indiscriminadamente cualquier decisión del Sumo Pontífice son los que más minan la autoridad de la Santa Sede: destruyen sus fundamentos, en vez de reforzarlos". Siglo XVI, y en el ambiente del Concilio de Trento. ¡Ahí es nada!

Creo que Melchor Cano debía estar pensando, por una especie de visión profética, en RD especialísimamente, y aún más en concreto en Vidal, “veneno mortal” y su brazo izquierdo, Bastante, “el permanentemente insatisfecho". Y ya más en general, en todos aquellos que ponen en un mismo plano -sin discernir, sin asomo de “crítica” o “juicio", que debe ser como una gravísima enfermedad o así: una especie de “sida” intelectual y moral- una declaración doctrinal del Papa que un estornudo suyo.

Y no es lo mismo, creo yo.