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16.03.18

Lo que nació "muerto" no puede "resucitar"

Discurso de Pablo VI en el Concilio Vaticano II

Se oyen voces, más bien gritos destemplados, que propugnan “resucitar” el Concilio Vaticano II; como si se le hubiese “matado” al traicionar tanto su letra como su espíritu, según estos lamentos fuera de lugar: auténticas “lágrimas de cocodrilo". Nada más lejos de la realidad de lo que fue el CV II, y de lo que supuso el postconcilio: esto último sí está rebrotando. Y ahí están los resultados: netos, rotundos.

En la gestión del Concilio, y especialmente del postconcilio, se pone de manifiesto la historia -real- de una continua y continuada traición de una minoría. De una traición a la Iglesia Católica, a la única Iglesia de Cristo.

Fue traicionado desde dentro y ya en sus mismos inicios: de hecho, todo el trabajo preparatorio de la Comisión correspondiente -como sucede con todo concilio y con todo sínodo que se precie, hay una Comisión Preparatoria-, fue abandonado en su mismo comienzo por un acto de autoridad del Papa: las votaciones, que se hicieron, no daban para echar abajo ese trabajo; pues se echó, por decreto y mando. Y se comenzó, no de cero, sino desde lo que se traía preparado por parte de un buen número de padres y sobre todo de los peritos, ya dentro del Concilio. Todo como correspondía a la “nueva hermenéutica", al “nuevo espíritu", a la “nueva finalidad", y hasta con el “nuevo lenguaje” como expresión del “nuevo lugar” de la Iglesia en relación al mundo: que era lo que se quiso ventilar y resolver. Borrón y cuenta nueva. Esta fue la “primera gran traición”.

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6.03.18

En la Iglesia Católica el "lío" se promociona y agranda.

El C9 (-1= C8 de facto; claro que les da igual 9, que 8 que 28), en su papel de asesorar al Papa en el buen gobierno -para eso se lo montó-, en la XXIII reunión que tuvieron hace muy pocos días han tratado, entre otros, el tema del “estatuto teológico de las conferencias episcopales” -según declaró el portavoz-; creación, éstas, del CVII.

Este de las conferencias episcopales fue uno más de los intentos bienintencionados que se cocieron en esos años de Concilio; intentos que nacieron ya tan cargados de plomo, tan lastrados, que no pudieron ni remontar el vuelo… y se quedaron en nada serio; en este caso, puro formalismo en pro de la “tan deseable y fraternal comunión episcopal"; que está muy bien, pero que no se ha visto por ningún lado, salvo contadas manifestaciones de corporativismo al uso.

¿Por qué? Porque las diócesis, teológica y eclesialmente, son “autónomas”: así están concebidas y montadas; con una “cabeza” al frente, el obispo que, consagrado con la plenitud del sacerdocio y recibida del Papa su “missio canónica", no da cuentas ante nadie más que ante el Romano Pontífice. Y así han funcionado como han funcionado, desde que empezaron a nacer hasta hoy mismo, inclusive. Por otro lado, es más un intento tomado de la vida civil que de la vida eclesiástica; por eso no han funcionado ni pueden funcionar: habría que cambiar en efecto su “estatuto teologico". Claro que, tal como están las cosas, al C9 - 1 = C8 no se le pone nada por delante. ¡Hasta ahí podríamos llegar!

¿Para qué han servido las conferencias episcopales hasta hoy mismo? Para tan poquito, que es lo mismo que nada, porque sus competencias están tan sin fundamento real que, en la práctica, no lo saben ni los mismos que las componen. Se reúnen periódicamente; rezan algo, no mucho; se saludan con afecto; se distribuyen los cargos y las funciones; y estas funciones son más teóricas que funcionales y prácticas porque no tienen ningún poder real, o no lo quieren tener y ejercer los que están al frente: ¡que eso de mandar es muy complicado y muy cansino!. A muchos, les supera por todos lados.

No hay más que leer los documentos que publican -o las declaraciones de los portavoces- para darse cuenta de la inutilidad de los intentos. Por dos motivos. Primero: en el mejor de los casos, denuncian situaciones infumables, doctrinales y/o prácticas; cosa que están muy bien, pero como nunca llegan a poner ningún remedio práctico, porque no mandan nada, ya ni se leen. Otras veces, lo que publican y/o declaran es tan inane, tan sin fundamento, tan laigt, y/o tan alejado de lo verdaderamente eclesial para perderse en consideraciones sociológicas o políticas (en su sentido más amplio) que dan grima. Y que no están para eso, pero es en lo que se está cayendo y quedando en la misma Iglesia Católica.

Y en segundo lugar: como ni siquiera los obispos en sus diócesis están dispuesto a ejercer la potestad de gobernar -de MANDAR, para que se me entienda-, y se tolera, se tolera, se tolera, se tolera… hasta lo intolerable, ¿cómo van a mandar en comandita desde las conferencias episcopales que, para más inri, no están pensadas para eso?

Claro que lo que anuncia el portavoz vaticano es aún peor. Cita: “Todavía no se ha explicitado suficientemente un estatuto de las Conferencias episcopales que las conciba como sujetos de atribuciones concretas [lo que he dicho antes: que estaban vacías desde su misma concepción], incluyendo también alguna auténtica autoridad doctrinal". Y remata -nunca peor dicho- con la Evangelii gaudium, n. 32, de donde toma las citas: “una excesiva centralización más que ayudar complica la vida de la Iglesia y su dinámica misionera". 

Este portavoz, quizá por su juventud o quizá porque no ha tenido tiempo de leerse algo serio sobre la historia de la Iglesia Católica tras el Concilio -le recomiendo, como más a mano, las biografías de san Juan Pablo II y de Benedicto XVI-, no ha debido darse cuenta del daño que ese sistema de las Conferencias ha hecho a la misma Iglesia… para enfrentarse contra el mismo Papa, y no porque haya hecho falta -hablo contra Pablo VI, que sufrió auténtico martirio, Juan Pablo II y Benedicto XVI-, porque estos papas escribiesen herejías o así; sino para no hacerle caso, y ningunear todas sus denuncias de errores doctrinales y prácticos, todas sus pronunciaciones prácticas…, desde la liturgia a la organización de los seminarios, pasando, ¡cómo no! por la Humanae vitae. Y todo eso ¡sin tener atribuciones! Podemos imaginarnos teniéndolas. 

Por poner algún ejemplito: el catecismo holandes y antes el francés, lo publicaron las sendas CE sin tener atribuciones para ello, pasando por encima de Roma. Y la Iglesia Católica en Holanda como tal arriesgó hasta rondar el cisma. Hay más ejemplos, claro.

Pero sin irnos hacia atrás; supongo que el portavoz estará al tanto, al día, del cacao que se ha montado a propósito de la AL, ante la cual, tanto obispos a título personal como conferencias episcopales enteras, se han posicionado, unos a favor y otros en contra de lo que ahí está escrito. Y sin tener “atribuciones", porsu.

No sé por qué me da que a Francisco, como a muchos cardenales y obispos, lo de la Iglesia les aburre soberanamente: donde esté un buen calentamiento global o no global, un cuidado de la tierra entusiasmante, unos pobres a los que no se les saca de pobres pero se les puede “enseñar” ante las cámaras, y sin olvidarnos por supuesto de los musulmanes y los protestantes…, ¡que se quite todo lo demás, oiga!

Claro que, al ser el portavoz, le toca acudir a la EG; y por tanto sigue: “Se trata de releer el Motu proprio Apostolos suos con el espíritu de saludable descentralización del que a menudo habla el Papa, reafirmando que siempre es él el que custodia la unidad en la Iglesia". ¡Toma nísperos, Carmelilla, y agárrate que hay curva!

Debe decirlo, el señor portavoz -¡qué tragaderas hay que tener para serlo con ciertas personas!-, teniendo en mente -casi seguro- lo suave que se ha puesto la Iglesia Católica desde hace cinco años: ¡una balsa de aceite! ¡Y a esperar lo que nos depara la suerte, o quien sea!

¡Qué bien nos viene todo para volvernos más y más rezadores, clamando al Señor, Dios de los ejércitos, que acorte el tiempo de la prueba…, más todo lo que a Él se le ocurra: que será muy bien venido y mejor acogido por todos nosotros, sus hijos!

¡Y qué bien nos viene todo este tiempo de prueba para crecer, para ser y hacernos católicos desde uno mismo, con compromiso personal, mayores de edad, con criterio católico y con “nariz” también católica, sin pretender ya nunca más que se nos den las cosas hechas, masticadicas o, como dice san Pablo, sin ser capaces de comer normalmente y tener que quedarnos con lechecitas y potitos!

Esto, lo de ser “sociológicamente católicos", se ha acabado en la Iglesia Católica, al menos y de momento, en el mundo occidental. Y quizá, y gracias a Dios y a las personas que a su pesar lo han propiciado, para siempre jamás.

Amén.

2.03.18

Escandalizarse por la Doctrina Católica desde la Iglesia Católica.

Una cosa es pedir perdón por los pecados -¡sí, pecados!- de los que formamos parte de la Iglesia y otra muy distinta es pedir perdón por las enseñanzas de esa misma Iglesia. Nada de nada  para esto último, y todo lo que se quiera -y más- respecto a lo primero. Ni pedir disculpas por su doctrina sobre la moral sexual, por ejemplo, que ha defendido el eminente cardenal Burke, porque esa Doctrina -como toda la Doctrina Católica desde los mismos “Mandamientos de la Ley de Dios” a todo el “Catecismo” y el “Derecho Canónico"-, no hace sino defender a las personas de sí mismas y del entorno -social, cultural, político, ambiental y, desgraciadamente, también religioso “católico"- en la que está inmersa.

Desde hace años -desde antes del CV II, pero cuajó especialmente tras éste con su “caballo de Troya": el mal pretendido “espíritu del concilio": “las reacciones de los resistentes no son contra Francisco sino contra el espíritu del Concilio” (Spadaro)-, estamos asistiendo, desde muy dentro y desde muy arriba de la Iglesia -que es lo más aberrante y sin sentido-, a un ataque en toda regla contra la Doctrina “de toda la vida", la que no puede cambiar, bajo el “manto protector” -auténtico engañabobos- de, en primer lugar, descalificar “ad hominem” -porque ni hay ni puede haber argumentos dignos de ese término- a las personas que pretenden defender esa Doctrina; porque y que se sepa no ha cambiado: así lo han manifestado reiteradamente incluso los mismos que lo quieren cambiar todo. Ni siquiera han dudado en descalificar -en este caso ya “ad Deum"- lo dicho por el mismo Jesucristo, y recogido en los Evangelios: “Palabra de Dios” hasta hace muy pocos años. Que ya hay que tener “cuajo".

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25.02.18

De Clemente a Francisco. Historia viva de la Iglesia, ayer y hoy.

Todo lo que voy a recoger a continuación lo he traducido de “El libro de las maravillas. 365 historias verdaderas para leer cada día, cuando uno quiera. Dios obra en el mundo”, iniciativa del Consejo de presidencia del Gran Jubileo del año 2000, bajo la dirección de Mons. Joseph Doré, arzobispo de Estrasburgo, realizado por un equipo internacional de 158 especialistas, y editado por el consorcio MAME/PLON.

En la página 71 (y ss), en la lectura correspondiente al 4 de enero [hay una para cada día, del 24-XII-1999 al 25-XII del año siguiente, “Al alba del tercer milenio"], aparece la insigne figura de Clemente de Roma, cuarto sucesor de Pedro a la cabeza de la Iglesia Católica. Y lo hace en el momento y con ocasión de la Exhortación que dirige a la Iglesia en Corinto, donde se había levantado una gran rebelión contra la propia jerarquía de esa comunidad: rebelión que había llegado a oídos de la misma Roma, y la reacción de Clemente no se hizo esperar, convocándola a la paz y a la caridad.

Les remite la carta con tres enviados especiales: Claudius Ephebus, Vlarius Biton y Fortunatus, con la intención de que le traigan, lo más pronto posible, la respuesta viva y eclesial de esa comunidad: “que han vuelto la paz y la concordia"; como les había exhortado: nada podría darle alegría mayor.

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20.02.18

Conversión: desandar el camino (parte 2ª)

La CONVERSIÓN -lo escribíamos hace unos días- es, para todos los católicos, un mandato de Cristo. Lo recogía el Evangelio de la Santa Misa de este pasado domingo, I de Cuaresma: Se ha cumplido el tiempo, está cerca el Reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio. Evangelio que, para sus contemporáneos -sus hermanos judíos- era la Buena Nueva que custodiaba y transmitía, de generación el generación el Pueblo escogido. No podían ser los “Cuatro Evangelios” tal como los hemos recibido nosotros porque no existían. Para todos en la Iglesia Católica este Evangelio sí son, strictu sensu, los Cuatro que inician el Nuevo Testamento.

Y apuntábamos que conversión significa desandar el camino: volver a la casa del Padre, de la que nos alejamos con nuestros pecados.

Pero la conversión no es algo que sólo se nos pida a los comunes católicos de a pie: en la Iglesia se pide a todos, desde el Papa -encomendemos los Ejercicios espirituales que está haciendo estos días- hasta el más jovencito hijo de Dios, con uso ya de razón.

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