Sinceramente: asombrado es poco. De un tiempo a esta parte, en la Iglesia Católica se ve y se oye ya de todo. Y no todo bueno, claro. Es más, muchas veces lo que se lee y se oye es contradictorio: sobre un mismo tema se puede decir una cosa y su contraria; y nadie se mosquea, ni mueve un dedo o abre la boca para aclarar lo que se deberia aclarar; otras muchas, es absolutamente gratuito: ¿la Iglesia como tal y a través de su Jerarquía, tiene que pronunciarse sobre cuestiones estrictamente políticas, o absolutamente opinables, como si le fuese en ello su ser o no ser la Iglesia? Pues tan gratuito como si hablase de fútbol; otras, es directamente escandaloso: ¿qué pinta un protestante de director de L’Osservatore Romano, en Argentina? Pues lo mismo que un paralítico pretendiendo jugar al fútbol; finalmente, también otras muchas es directa y radicalmente corrosivo: hay obispos que en sus diócesis ya han dicho públicamente que allí se va a dar la comunión a todo el mundo; otros han dicho lo contrario, como es natural y sobrenatural.
Y que conste que lo que me sobran son ejemplos para ilustrar cada unos de estos apartados; es más, cada día hay “novedades” que, desgraciadamente, los corroboran. Incluso se podría también ampliar el listado, pero me he limitado a esos aspectos.
Para mayor “asombro” -por seguir en el mismo horizonte descriptivo- también se detecta un silencio -o silenciamiento-, a todas luces buscado y querido por esa misma jerarquía, en su mayor parte: con las brillantes excepciones de rigor, naturalmente. Temas como “el fin sobrenatural de la Iglesia", la “primacía de la gracia", los “novísimos", la “necesidad de la conversión", la “disciplina de los Sacramentos", etc., brillan por su ausencia. Y hoy, con la que está cayendo, da la impresión de ser más necesarios que nunca.
Por el contrario, hay todo un mundillo orquestado y bien avenido -nada es ya casual, desgraciadamente: ¡si hasta algunos de los cardenales protagonistas han declarado que se pusieron de acuerdo antes del último cónclave…!- para ir poniendo en solfa los logros de la Iglesia en los últimos 40 ó 50 años. Lo último: el globo sonda -que pronto dejará de serlo para convertirse en un trofeo a conquistar-: el “nuevo estudio” o “revision” de la Humanae vitae” de Pablo VI, para “acomodarla” -lo dicen ya así, sin complejos; como teniendo las espaldas bien cubiertas- a las gentes y a las “nuevas situaciones” que han surgido; personas “que no podemos olvidar o relegar, sino que hay que atender y acoger". ¡Es la moda vaticana!
El cuadro se completa con las múltiples llamadas de atención que, por parte de eclesiásticos, religiosos, estudiosos, laicos e incluso no católicos, se han dirigido a las autoridades católicas en todos sus niveles, alertando precisamente de todos estos motivos de “asombro”. Algo, por cierto, que tanto por su cantidad como por su calidad se ha convertido en la vida de la Iglesia en un fenómeno, no solo inusual, sino nunca visto hasta fechas muy recientes. Estas serían las luces.
Las sombras del mismo las llenan los también múltiples aplausos -desaforados: hasta con las orejas- procedentes en su totalidad de las gentes -eclesiásticos, religiosos y laicos- que se han señalado por su contra a los papas anteriores, y que se han apuntado al modus actual -al “oficialismo vaticano"- como si les fuese la vida en ello. Y seguramente les va; porque estaban “muertos” -practica y aclesialmente- tras los pontificados de san Juan Pablo II y Benedicto XVI.
Y están viendo -y poniéndolo en un pedestal- al papa Francisco, como su última oportunidad: también porque cronológicamente -la vida no perdona- no les quedan muchas más. Y se han hecho, sin excepción, “más papistas que el Papa". Les oyes hablar, o lees lo que escriben, y te dan arcadas de lo pelotilleros que pueden llegar ser: ni en el mundillo político he visto un servilismo tan obsceno. Que conste que muchísimos de esos llevan años sin pisar una iglesia. Pero hay que cargarse a la Iglesia, que es la que hay.
¿La Iglesia Católica se merece todo esto? ¿Y, además y precisamente, por parte de los que más interés deberían tener y demostrar en servirla, defenderla, respetarla y engrandecerla?
¿Jesucristo se merece todo esto? ¿Y precisamente por quienes más deberíamos ser “otros cristos, el mismo Cristo"?
Los demás, todos nosotros, quizá sí, como se merecieron los judíos palos y palos por parte de Dios, por sus manifiestas, graves y reiteradas infidelidades.
Sinceramente, con humildad y si me permiten el desahogo: ¡me duele la Iglesia!