19.07.18

"...porque andaban como ovejas sin pastor" (Domingo XVI, ciclo B, TO).

Así veía el Señor a la muchedumbre que se había congregado -corriendo- ante Él, junto al lago: Jesús vio una multitud y le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles con calma (Mc 6, 34).

¡Qué “morriña” nos ha puesto san Marcos en el alma al no contarnos lo que Jesús les dijo! Se ve que el Espíritu Santo pensó que no nos hacían falta, porque nos basta saber -¡esta es nuestra seguridad y nuestra confianza!- que Jesús nos sigue enseñando…

¡Cómo es el Corazón de Cristo! ¡Grande, grande, grande como no hay otro, ni lo puede haber! Un  Corazón que, por ser así, penetra a la perfección nuestros corazones: Él nos conoce a cada uno más y mejor que todo lo que podamos presumir de conocernos a nosotros mismos. Por eso nos dirá en otra ocasión: Venid a Mí todos los que estáis cansados y agobiados y Yo os aliviaré. ¿Ye atreverás a ir a Él? Deberías: ¡no le des esa baza al demonio!

Es exactamente lo que nos muestra este último versículo del Santo Evangelio del próximo domingo. Desde su propio Corazón, Jesús nos ve como somos y como estamos: como ovejas sin pastor. Se sitúa perfectamente. Y, desde ahí mismo, se puso a enseñarles [se pone a enseñarNOS] con calma; es decir, desde el cariño humano y divino que nos tiene; porque el Amor -especialmente SU Amor es paciente-, no tiene prisa jamás cuando está con nosotros, porque nosotros necesitamos tiempo siempre para entender: y nos lo da.

Además, nos da su Gracia junto a su Palabra: cosas que no nos niega nunca; al contrario: nos las da a manos llenas. Jesús siempre espera. Siempre nos espera…, mientras tengamos tiempo, claro. Que no lo tenemos ilimitado, por cierto, sino limitado. Y nunca jamás podemos saber en realidad cuánto es.

Jesús nos enseña con calmaAyer y hoy..Él no tiene ninguna prisa: nosotros sí debemos tenerla; porque, como nos enseña la Escritura Santa -o sea, Él- caritas Christi urget nos ["el Amor de Cristo nos urge"]: tenemos que tener “prisa” en escucharLe, en acoger su Palabra -siempre verdadera, siempre salvadora, siempre a nuestro favor-, en poner el esfuerzo que nos corresponde por entenderla y, ya con su Gracia, luchar con afán por ponerla en práctica: por vivirla: La Fe sin obras está muerta.

Nadie puede negar, a estas alturas de la historia de las sociedades -especialmente las del primer mundo- y de la historia de la misma Iglesia Católica que, desde mediados del siglo pasado, muchísimos pastores, miembros de la Jerarquía a todos los niveles, se hicieron mercenarios. Alguna excepción hay, pero pocas, muy pocas; tan pocas, que no han sido suficientes: la descristianización es desoladora a más de trágica.

Hoy, por ejemplo, ¡cuánta gente se dice católica y ya no sabe lo que significa eso ni a la hora de ir a Misa; no digamos en lo referente al Matrimonio, a la sexualidad, a la dignidad de la persona humana y su destino eterno, al pecado, la gracia, la Iglesia y el mismo Jesucristo! Las sociedades se han descristianizado porque antes se han corrompido las conciencias. Y se ha hecho a conciencia, activa, pasiva o permisivamente, desde quienes deberían haber sido pastores y han dejado que llegasen los lobos y dispersasen el rebaño, o se han largado al ver venir a los salteadores para, en ambos casos, hacer estragos.

Pero si el evangelista no nos narra lo que les dijo a aquella muchedumbra ansiosa de Jesús que lo busca a la carrera -con prisa-, la Palabra de Dios sí se detiene, también despacio para que se la entienda bien, lo que por boca de Jeremías les dice -les echa en cara, les acusa y les maldice- a los que debiendo haber sido pastores y de los buenos -han tenido al mejor Maestro, a Jesucristo-, se han “reconvertido” en mercenarios y asalariados. Al Espíritu Santo no se le escapa el tema. Ni las personas.

Lo recoje la Primera Lectura de la Misa de este Domingo, de la mano del profeta Jeremías, uno de los grandes Profetas: ¡Hay de los pastores que dispersan y dejan perecer las ovejas de mi rebaño! -oráculo del Señor-. Por eso, así dice el Señor, Dios de Israel: “A los pastores que pastorean mi pueblo: Vosotros dispersasteis mis ovejas, las expulsasteis, no las guardasteis; pues yo os tomaré cuentas, por la maldad de vuestras acciones -oráculo del Señor-". Fuerte. Muy fuerte. Y tan actual que no se pueden ocultar los resultados porque están presentes, bien a la vista..

Pero es que de Dios nadie se burla. Puede parecerlo…, pero no: ¡nadie le gana a Dios! ¡Nadie es más fuerte que Él!, aunque a veces, con nuestras coordenadas de lugar y tiempo, nos pueda parecer lo contrario. Pero ahí está nuestra Fe, que nunca queda defraudada por parte del Señor.

Claro que, como siempre y más en concreto cuando nos tiene que decir algo fuerte -y esto lo es: los pastores traidores, que se venden al mismo enemigo de sus ovejas, y abandonan el redil después de dejar abirta la puerta y haberse llevado los mastines-, nos deja la esperanza y la confianza en Él, para que no nos ataque el “virus” -la tentación- de la derrota, del miedo y, finalmente, de la desesperanza.

Por eso, nos sigue hablando Dios por mano de Jeremías:Yo mismo reuniré el resto de mis ovejas de todos los países (…), y las volveré a traer a sus dehesas, para que crezcan y se multipliquen. Les pondré pastores que las pastoreen; ya no temerán ni se espantarán, y ninguna se perderá -oráculo del Señor-. Mirad que llegan días -oráculo del Señor- en que suscitaré a David un vástago legítimo: reinará como rey prudente, hará justicia y derecho en la tierra. En sus días se salvará Judá, Israel habitará seguro. Y lo llamarán con este nombre: El-Señor-nuestra-justicia".

Ciertamente: ¡En Él esperaré!

11.07.18

"Ellos salieron a predicar la conversión" (Dom. XV, ciclo B, TO)

Jesús -nos lo narra san Marcos- había reunido a los Doce para mandarlos de dos en dos, dándoles autoridad sobre los epíritus inmundos a los cuatro puntos cardinales. Y ellos, obedientes a su voz -la voz de Jesús, la voz del Dios hecho Hombre-, que siempre es mandato -es el Señor- y súplica -no necesitándonos, “nos quiere necesitar": hasta ahí se abaja el Señor-,   salieron a predicar la conversión. ¿Cómo no iban a obedecer haciendo propia la voz de Dios?

Este “envío” divino nos pone delante del significado más profundo de la vocación cristiana que, en sí misma, es antes y siempre elección divina. Así nos lo escribe san Pablo en la carta a los Efesios, que también se lee en la Misa de hoy: Él nos eligió en la Persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuésemos santos e irreprochables ante Él por el amor. Él nos ha destinado en la Persona de Cristo, a ser sus hijos (…). Ha sido un derroche para con nosotros -así hace Jesús las cosas, máxime referidas a nosotros-, dándonos a conocer el misterio de su Voluntad

Pero, como enseña una y otra vez nuestra Santa Madre Iglesia, “no hay vocación sin misión”. Por eso mismo, y como vemos en el primer párrafo del Santo Evangelio, la vocación se convierte -se hace- mandato y súplica por parte de Dios, y obediencia por la nuestra.

Por eso “los” envía. Y por eso mismo “nos” envía. Y aquí, si me lo permiten, es donde quiero hacer unas pocas connotaciones que me parecen pertinentes. Al menos -y me da que no es poco-, a tenor del Evangelio de este próximo Domingo.

La primera y esencial: Jesús no hace distingos de personas. Lo mismo que nos dice que no podemos hacer “acepción” de personas. Los envía a todos y por todas partes: a los pobres y a los ricos, a los sanos y a los enfermos, a los poseídos por el demonio o no, a los pecadores en más o en menos -que lo somos todos-, a los alejados y a los cercanos… Eso sí, en esta hora de su economía de la Salvación, siempre y sólo a los judíos: Jesús era judío, y a ellos les escogió el Señor en primerísimo lugar; por eso mismo, les había hablado primero, desde hacía casi mil años. Que son años. Luego sí: con Pedro y Pablo la Iglesia se abre a los gentiles; es decir: a todos.

La segunda, y tan esencial como la anterior: Jesús los envió a predicar la CONVERSIÓN. Y para apuntalar esa predicación, les da poder sobre los espíritus inmundos, el poder de curar enfermos, etc. Todo, todo, al servicio de la conversión de las gentes.

Ya Isaías había escrito, puesto en boca de Dios: “¿A quién mandaré? ¿Quién irá por mi?” Contesté: “Aquí estoy, mandame". Diálogo que sigue perfectamente de actualidad, interpelándonos de continuo, porque es nuestra vocaciòn..

¿Por qué así? Porque sin conversión no hay SALVACIÓN: El que crea se salvará, el que no crea se condenará. No hay otra. Ni aunque lo diga alguien disfrazado de “ángel de luz": o sea, ni aunque lo diga el mismo Lucifer ("ángel de luz"). Jesús vino a salvarnos. Jesús es y significa SALVADOR.

Ni una sola palabra, pues, sobre realidades temporales; ésta podría ser la tercera y última connnotación. Mucho menos pretendiendo dar soluciones “únicas” para arreglar esas mismas realidades. Porque ni Jesús -ni los suyos, ni su Iglesia- están “primariamente” para eso.

Lo último que es la Iglesia es Cáritas, aunque haya sido CARIDAD desde el primer segundo de su existencia. Mucho antes y mucho más es SACRAMENTO de SALVACIÓN, es Cristo en medio de nosotros, es Sacrificio y Eucaristía, es Perdón de los Pecados y Gracia, es Oración y Penitencia, es necesidad de Dios por nuestra personal indigencia, es amor de Dios y, luego ya sí -ni antes ni en sustitución ni como placebo-, amor a los demás. Amor real, no sentimentalismo.

Amor real a Dios y a los demás. Y esto es mucho más “comprometido” que dar algo de tiempo, algo de dinero, algo de lo que nos sobre, algo material: es “darnos” por entero a su Plan de Salvación. Porque lo primero que nos debe importar -porque es lo primero que le importa a Jesús-, es salvarnos y salvar a los demás.

A este respecto cuento una anécdota, narrada por el protagonista, que oí en la COPE.

Entrevistaban a un misionero-sacerdote que llevaba más años ya en tierras de misión que en España: casi cuarenta años fuera. Se volvía por problemas de salud, y era consciente que no iba a volver a esas tierras.

Le preguntan por su vida allí, por su “misión". Y contestó: allí fuimos a dar de comer, a escolarizar a los niños, a enseñar un oficio… Era el resumen que hacía de su “misión".

¡Así cuarenta años! NI UNA SOLA PALABRA SOBRE JESUCRISTO O SOBRE LA IGLESIA O SOBRE la MISIÓN APOSTÓLICA. O sobre la Catequesis, la Doctrina, bautismos, etc. ¡Y era sacerdote!

Cuando acabó la entrevista, apagué la radio; y ya no he vuelto a escuchar ese programa que, supuestamente, versa sobre la Iglesia y la Evangelización. Me dolía el alma.

¿Qué hace la Iglesia -incluso miembros encumbrados suyos- enfangada en banderías humanas? ¿Cómo se puede ser religioso o sacerdote -o más que sacerdote incluso- y que no le hierva a uno la sangre cuando se calla sobre Jesús y, por tanto, se acalla al mismo Jesús?

No me extrañan ni los seminarios reconvertidos, ni las iglesias semivacías -o para la tercera edad, con suerte-, ni la falta de vocaciones, ni los cierres de casas religiosas y noviciados, ni la unificación de regiones, etc.

Y no vamos a mejor. La última “ocurrencia” romana es que el Vaticano va a ser un “lugar libre de plásticos” y que “se van a reducir la emisiones": todo un logro en la evangelizacion del mundo y, por descontado, en la credibilidad de la Iglesia Católica.

Seguimos cavando hacia abajo, ampliando y profundizando el agujero. Como escribió no recuerdo ahora quien: “lo primero para salir del pozo es dejar de cavar".

Pues eso.

3.07.18

"No desprecian a un profeta más que en su tierra".

Ante las dudas, críticas o menosprecios -que de todo hubo- de los de su pueblo, sus paisanos -entre los que menos cabría esperar tal actitud-, al ver el cambio tan radical de vida que da Jesús, que “habla como quien tiene autoridad", que “hace milagros", y que llama a Dios Padre suyo y Padre nuestro “diciéndose semejante a Él", Jesús no se puede callar. Y no calla. Habla claro; eso sí, con un deje de queja, de cierto hartazgo y con un punto de amargura también: “No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa". 

Y, como era lógico, añade san Marcos: No pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos, Y se extrañó de su falta de Fe. Y recorría los pueblos de alrededor, enseñando.

Es un apunte del Santo Evangelio del próximo Domingo, XIV del TO, del 8-VII-2018. Toda la escena que se nos narra representa el contraste -duro hasta para el mismo Corazón de Cristo-, con el Evangelio del Domingo anterior: Tu Fe te ha curado. De ahí que el evangelista no se corta, y deja constancia neta de ello: Se extrañó de su falta de Fe.

A nadie puede extrañarle que Le extrañe tal actitud: de hecho, es Quien menos puede “comprenderlo", comprendiendo como nadie todos nuestros pecados. Es lo más incomprensible en sí mismo: que no creamos en Él, que no Le creamos.

Como es lógico, san Marcos no se olvida de remarcar que la falta de Fe por nuestra parte, le “corta” los brazos al Señor: No pudo hacer allí ningún milagro, solo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos.

Tal cual como hoy. Y, en cierto modo, como siempre: porque cada generación se ha de enfrentar, lo quiera o no, lo busque o no, se lo plantee o no, lo acepte tal cual o lo rechace… Porque Jesús siempre pasa a nuestro lado, siempre se hace presente, generación tras generación, a los hombres. Por Él nunca queda, porque Yo, para esto he venido. Ayer, como hoy, e igual que mañana, sigue haciendo lo mismo -recorría los pueblos de alrededor, enseñando- ya que, y como no puede ser de otra manera, “Jesús es el mismo, ayer, hoy y siempre".

Esta queja de Jesús no es la única que recogen los Santos Evangelios: una y otra vez alaba la Fe que encuentra en las personas que así se lo manifiestan -casi, casi… como si se “sorprendiese” por eso-, lo mismo que echa en cara lo contrario; hasta el punto de que, en un momento dado, y como remarcando el punto clave para nosotros respecto a Él, nos dejará este interrogante: Pero, ¿cuándo venga el Hijo del Hombre encontrará Fe sobre la tierra?

Es una pregunta que nos golpea el corazón. Al menos, debería. Porque de cómo respondamos cada uno a esa pregunta -ineludble, por otra parte- depende nuestra felicidad terrena y eterna: vamos a ser juzgados por lo que hemos hecho con Cristo, con el Amor del Padre que se nos hace donación en su Único Hijo. Es en la Fe (nuestra) en Jesucristo donde Dios Padre nos puede reconocer y, de hecho, nos reconoce como hijos. Fuera de esto, NO. De ninguna manera, lo diga quien lo diga.

Es una interrogación que claramente nos interroga (valga la redundancia). De modo especial en estos tiempos que vivimos, que se caracterizan -estoy hablando como católico y desde lo católico- por esa INMENSA falta de Fe dentro de la misma Iglesia -aquí mismo lo escribía la semana pasada-: porque los católicos somos la Iglesia de Cristo.

Hay una inmensa mancha inmunda -de pecado, de corrupción, de apostasía, de dejación de funciones, de mercenarios, de sepulcros blanqueados, de perros mudos, etc.-, esencialmente corruptora, que amenaza con pudrir la tierra y todo lo que soporta; hablo, naturalmente, de los hombres; la “madre tierra” me trae sin cuidado: de entrada, ni es madre, ni se aproxima siquiera, ni lo quiere ser, porque no está en su mano ser nada.

Por tanto, es una interrogación que hemos de resolver necesariamente: nos la hace Jesús mismo, y “no podemos dar la callada por respuesta".

Escribe G. Bernanos, en Diálogo de carmelitas -os la recomiendo-, poniéndolo en boca de la Madre Superiora que está formando a una joven -de la nobleza parisina, por más señas- aspirante a entrar en el convento, que “el alma que pierde la Fe -la tira por la ventana- es como un aborto", hasta el punto de que “sólo un milagro podrá devolverle la vida", concluye la Superiora.

Cierto. Pero los milagros existen y existirán, porque la mano del Señor no se ha empequeñecido. Eso sí: los milagros hay que pedírselos a Él -que es quien los hace-, con humildad, con Esperanza y con Fe; por muy “lastimadas” o “disminuidas” que las tengamos por nuestros pecados y por los ajenos. Y el Señor, por nuestras oraciones, “hace una de las suyas", como decía san Josemaría, al que no le costaba nada dirigirse a Él, diciéndole con audacia y con una total familiaridad: “¡Que se note que eres Tú!".

A este propósito, el Evangelio recoge estas “oraciones": Señor, creo, pero ayuda mi incredulidad.  Y también: Señor, auméntanos la Fe. Bien podrían ser las nuestras, tanto para nosotros mismos en primer lugar -porque es por quien primero tenemos obligación de pedir-, como para los demás: hijos, esposos, familiares, amigos, conocidos… y también -¿por qué no?- hasta por los desconocidos.

Para darle la vuelta a toda esta inmensa falta de Fe, para que vuelva a haber vida -como se recuperan los montes tras un incendio- hay que empezar por aquí: por pedir. Y ya Él sabrá qué tendrá que hacer con todo eso.

También sabemos nosotros lo que recibimos “a cambio” de parte de nuestro Padre Dios, como “pago” por nuestra Fe: Bienaventurada Tú que has creído -le dirá santa Isabel a su prima la Virgen María, cuando ésta va a visitarla y atenderla durante los últimos meses de embarazo-, porque se te cumplirá todo lo que se te ha dicho de parte de Dios. Y lo que se nos ha dicho y prometido es, ni más ni menos, que: el ciento por uno y la vida eterna.

Nunca encontraremos mejor “pagador". Porque no lo hay.

1.07.18

"Tu Fe te ha curado"

El Evangelio de la Misa de hoy, Domingo XIII del TO, recoge dos milagros, uno intercalado en el  tempus del otro: la curación de la hemorroísa, en el itinerario de la curación de la hija de Jaíro. Y es ese precisamente -el relato de la escena y del diálogo de la hemorroísa con el Señor-, en el que me voy a detener, porque me parece que esta afirmación -y confirmación- del Señor -Tu Fe te ha curado- es de una tan viva y tan fuerte actualidad, que no puedo por menos que glosarlo. Así que, con su permiso, ahí va.

Por cierto, he de hacer un inciso obligatorio. Hace poco más de dos meses les escribía mi despedida del blog. Esas líneas de despedida -y agradecimiento- han recibido más de 28.000 visitas y cerca de cuatrocientos comentarios, que he contestado casi en su totalidad. Con este respaldo, después de llevarlo a la oración, de mucho pensarlo y de hablarlo con quienes debía…, aquí estoy de vuelta: segunda temporada, episodio 1. Ya, como en las series. Y perdonen la broma, que se debe al aprecio que les tengo y les debo. Y seguimos con el post.

Jesús pasa, y aquella mujer no va a perderse la oportunidad de su vida: ¡bastante había malgastado ya inútilmente su vida y su fortuna sin encontrar remedio como para perderse ésta: la buena!

Estaba tan segura…! Con solo tocarle el manto, curaría. Así lo hizo y, al instante, quedo curada. ¡Es lo qe tiene la Fe! Si tuviérais Fe como un grano de mostaza -dirá Jesús en otra ocasión-, le diríais a este monte “¡arráncate y plántate en el mar…, y lo haría!. Pues eso.

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28.04.18

¡Ya me callo!

Desde ahora ya no voy a escribir más en el blog. Agradezco de corazón los muchísimos ánimos que he recibido, amén de oraciones, en estos años. Pido perdón si alguien se ha sentido molesto u ofendido por mis escritos, que han intentado defender a la Iglesia y a las almas todas.

Qui iudicat, Dominus est! El Señor conoce mis intenciones y mis motivos.

Si alguien quiere escribirme sobre el tema que sea, atenderé a todos a través de mi correo, que está siempre a vuestra disposición:

[email protected]

Un abrazo a todos. Con mis oraciones, en lo que puedan valer.

Amén.