1.01.17

La mayor obra de caridad: abrir el Paraíso

 

En el fondo, ¿qué es lo que hace el Misionero? Abre el Paraíso. Lo abre a todos aquellos para quienes está cerrado. Abre el Paraíso como Cristo le abrió el Paraíso al Buen Ladrón, San Dimas. Si se le pregunta a un buen Misionero a qué se dedica, bien podría contestar: “me dedico a abrirle el Paraíso a la gente”.

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Puede, entonces, definirse al Misionero como un “abridor del Paraíso”. Y como no hay nada mejor para el hombre (y aún para el ángel) que el Cielo, el mayor bienhechor de la Humanidad es el Misionero. No es la nuestra una idea nueva. En la época de los Santos Padres, el Pseudo Dionisio exclamaba que “el apostolado es la más divina de las divinas obras”.

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29.12.16

Escuelita Cristocéntrica en la Meseta Tibetana

 

Por gracia de Dios, hace sólo seis años, se fundó una escuelita católica en el Himalaya oriental, a pocos kilómetros de la región autónoma del Tíbet. Dicha escuela se encuentra en una aldea ignota que ni siquiera se ubica en muchos de los mapas locales, llamada “Näggha”. 

Desde el punto de vista bio-geográfico, se halla dentro de la “Meseta Tibetana” mientras que, desde el punto de vista étnico, la zona es habitada por la raza Buthia la cual, hace algunos cientos de años, emigró desde el corazón del Tíbet hacia estos remotos parajes. La otra etnia principal es la tribu “Rong”, la cual fue invadida por sus “pacíficos” vecinos del Tíbet y, por ende, hace unos cuatro siglos, adoptó el budismo tibetano como religión propia.

Los habitantes de las aldeas adyacentes a la escuelita pertenecen principalmente a la etnia “Rong”, la cual se caracteriza por lo que podemos llamar mansedumbre, respeto, docilidad y humildad; todas estas actitudes son, podemos decir, semillas de bondad que el Espíritu Santo depositó en estas apartadas naciones, preparándolas a la llegada de nuestro Divino Redentor.

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24.12.16

Las 3 preguntas para la refundación de la Iglesia en Japón

Sucedió el 17 de marzo del año 1865, fecha inolvidable que nunca se borrará de la memoria de los católicos japoneses ni se enfriará del rescoldo de afecto de su corazón.

Hacía pocos años habían intentado los misioneros católicos volver al Japón después de aquellos siglos en que fue triturada por la persecución la cristiandad fundada por San Francisco Javier. Era verdad que en los años de persecución había tenido aquella cristiandad muchos y admirables mártires. Pero, ¿qué quedaría de ella después de dos siglos y medio de aislamiento total ? Si algunos cristianos hubiesen acaso escapado del huracán de la persecución, ¿cómo habrían podido conservarse durante dos siglos y medio sin sacerdotes, sin sacramentos,, sin ninguna comunicación con Roma ni con el mundo cristiano ? Sin embargo, en el corazón de algunos misioneros quedaba una vaga esperanza.

 

En 1844, el Padre Forcade, de las Misiones Extranjeras de París, había llegado al puerto de Naja (Okinawa), pero no se le permitió entrar en Japón. Cuatro años después del tratado de Kamagawa (1858) se permitió al Padre Girard levantar la primera capilla católica, que fue en Yokojama; al año siguiente, en 1863, el Padre Furet levantaba la primera capilla católica en Nagasaki. Pero no aparecían por ningún lado rastros de la antigua cristiandad que había fundado Javier. Los misioneros habrían de empezar de nuevo la evangelización desde los cimientos.

 

Cuando he aquí que un día, el que antes hemos calificado como fecha inolvidable, el 17 de marzo de 1865, el Padre Petitjean, de las Misiones Extranjeras de París, se hallaba rezando el breviario en el pórtico de la capilla recién instalada en Nagasaki. De pronto un grupo de campesinas se le acercó y le preguntó: ¿Dónde está la imagen de Nuestra Señora la Virgen María?

P. Petitjean, MEP

P. Petitjean, MEP

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18.12.16

Ni Sagrario, ni sotana, ni compañero

Nota introductoria

 

Esta crónica fue escrita menos dos semanas después del comienzo de la Misión en la Meseta Tibetana, esto es, el 12/5/16. Otros relatos, como ser “Himalaya Preconciliar", fueron escritos después de la presente narración, la cual es una especie de crónica soñadora.

Naturalmente, y gracias a Dios, muchas cosas ya cambiaron, pero creo que las líneas que siguen expresan bien cómo fue el comienzo de la Misión, de la cual, poco a poco, iré tratando de contar los principales hechos de su devenir.

Por gracia de Dios, el Movimiento Misional de voluntarios europeos e hispano-americanos (al que, en clave de ensueño, se hace mención en las líneas que siguen) comenzó a existir y operar hace ya algunos meses.

Hoy, por tanto, con toda la fuerza de mi alma, aprovecho, a convocar, de modo público, voluntarios (sacerdotes, religiosos -de cualesquier Congregación- y laicos) de todo el orbe… ¡a que vengan para evangelizar a los pueblos aún paganos!

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8.12.16

Himalaya Preconciliar

I.

La Misión en la Meseta Tibetana nos depara sorpresas únicas. Comparto una de ellas aprovechando el tiempo muerto que tengo en uno de los accidentados viajes misionales que la Providencia bondadosamente me depara. Y lo de accidentados no es poético ya que el vehículo misional casi explota. Nos podríamos haber quemado vivos. Hoy, día de la fiesta tri-arcangélica, un mecánico nos puso en guardia. Aprovecho este rato en el taller, donde no hay ni silla ni café, para escribir esta crónica bajo el estruendo de martillazos varios.
En la remota aldea de Richu, anteayer, como todos los días hábiles, prediqué el sagrado Catecismo. El grupo de catecúmenos está compuesto de paganos y protestantes recién conversos.
Las clases tienen lugar en una diminuta casa de familia, que es tan pequeña que algunos duermen en el suelo.

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