No soy experto en religiones orientales, ni en budismos, ni en comidas veganas. Pero desde hace unas semanas me encuentro en la meseta tibetana, en pleno Himalaya, con el P. Federico, intentando cumplir con el mandato evangélico que Nuestro Señor nos dejó antes de ascender al Cielo: “id por todo el mundo, enseñando lo que yo les he enseñado” (Mc 16,15); no estamos “oenegeando”, es decir, haciendo de la Iglesia una ONG que tranquilice las conciencias de múltiples voluntarios.
¿Cuál es la idea aquí? Simplemente evangelizar, hacer apostolado, visitar casas, estar con la casta de los “parias” o “dunkas” (paupérrimos indios que viven en tiendas y caminan descalzos), etc.
Este sábado pasado, entre otras mil actividades, fuimos invitados al monasterio budista que se encuentra a un kilómetro de nuestra casa; los “lamas” o monjes, culminaban allí con un meeting para más de 300 personas luego de una semana de festejos, vaya a saber de qué (en la aldea, el 99% es budista, el resto hinduista y unos pocos protestantes).
Vale la pena decir que, el budismo a esta zona norteña de la India, llegó por medio de una invasión armada que los mismos monjes realizaron o secundaron hace unos trescientos años (¡otra que pacifismo tibetano!).
Aclaro que yo del Tíbet y de religiones hindúes conozco lo que un hindú del tango; es decir, poco y nada: alguna que otra lectura suelta acerca de su filosofía, la película de Brad Pitt (“Siete años en el Tíbet”), y algún que otro libro de arte donde se muestran estas magníficas construcciones sagradas que parecen desafiar los vientos himaláyicos. Es decir: narraré lo vivido, visto y oído y for dummies, es decir, para gente simple como yo, en estos temas.
El sábado fue mi primera vez en un monasterio tibetano; había más de cuarenta monjes y monjitos (tienen también una especie de “seminario menor” para los niños, con “sotanitas” budistas y todo). Nos habían alertado por aquí que, a estos “consagrados” (tienen hasta una especie de voto de castidad) no les agrada mucho eso de que le hablásemos de Cristo (obvio) y menos que menos en el marco de una fiesta pagana… Sin embargo, no podíamos perdernos la oportunidad de intentar conversar con alguno de ellos.
Como íbamos acompañados del alcalde de la aldea, fuimos recibidos muy cortésmente y a la oriental: comida picante, frita, carne de yak (sí: no son tan vegetarianos…) sopas y verduras varias. Todo esto acompañado con agua caliente (por aquí, se almuerza o se cena bebiendo con agua caliente, no fría), té, más té, y arroz, mucho arroz… Tanta era la comida que, por no despreciar, hubiésemos debido pasar al vomitorium, de ser romanos.
Terminado el almuerzo, pasamos a conocer el templo; un neófito como yo estaba ansioso por conocer qué eran esos gritos y esas trompetas estridentes que se oían casi a diario desde mi casa. Se oían a diario sonidos a-melódicos, sin ritmo; queríamos ingresar durante el culto idolátrico, pero nos dijeron que no, que esperásemos pues estaban los monjes allí; es decir: el clericalismo existe incluso entre los seguidores de Buda. Terminado el gong, ingresamos.
Íbamos también con una joven voluntaria belga que vino algunas semanas a “enseñar inglés” (el inglés es la excusa para evangelizar, obvio); antes de pasar al templo, se nos pidió que nos sacáramos los zapatos; el P. Federico, conocedor de estas cosas dijo en alta voz: “lo hacemos por respeto a las personas, no a los falsos dioses y demonios que adoran”. Y así lo hicimos…
¿Qué había adentro? Al fondo de todo, la imagen de Buda (en ciertos lugares se lo representa bien flaco, signo de su ascetismo y en otros bien gordo, signo de la abundancia). ¿Qué más? Un ídolo con fuego sobre su cabeza, habitualmente fornicando o violando a una mujer (claro, porque aquí las femen europeas o las “autoconvocadas” latinas no han llegado todavía…) y algunos que otras imágenes que, de sólo mirarlas le quitan a uno el hipo del miedo. Figuras zoomórficas, demonios, etc.; cada paso que dábamos dentro de este tremendo templo recordaba en mi interior la sabiduría divina que quiso preparar Su venida por medio de la civilización greco-romana, donde, llegada “la plenitud de los tiempos” (Gál 4,4), Nuestro Señor se encarnaría. Fue gracias a ella y a sus conceptos que el Evangelio pudo diseminarse como reguero de pólvora en un mundo en que Dios (Zeus) podía unirse con una virgen o una diosa con un mortal, dando lugar al héroe de doble naturaleza[1].
¡Y agradecí ser católico, apostólico y romano, una vez más!
Pero lo interesante vino después; queríamos hablar con un lama. ¿Cómo hacerlo? Se nos ocurrió una idea; le preguntaríamos a alguno de ellos (casi todos nos eran esquivos, sabiendo que éramos “cristianos”), alguna pregunta existencial.
- “¿Qué es la compasión?” –sería nuestra pregunta.
Pero no encontrábamos a quién hacérsela. Sabíamos que sería un buen anzuelo para comenzar a dialogar.
Luego de intentar en vano con un par de ellos, vimos a uno que tenía cara de bueno: lo cruzamos y le preguntamos con cara de inocente:
- P. Javier (PJ): Hermano, estoy preocupado y tengo miedo. Dime, ¿podrías indicarme dónde iré luego de mi muerte?
Y allí comenzó el diálogo “inter-religioso”, con perdón del prostituido eufemismo moderno.
- Monje budista (M): eso depende de tu corazón… - respondió.
- PJ: No entiendo; ¿cómo que depende de mi corazón?
- M: Sí, depende de si tu corazón es puro o no.
- PJ: Mmm… ¿podrías explicarme un poco mejor? Porque realmente, este problema me aqueja desde hace tiempo.
- M: Si tu intención es recta, lo que hagas siempre será bueno, porque el mal o el bien están dentro de tu corazón.
- PJ: ¿Cómo? ¿No existe el bien y el mal, entonces?
- M: Sí existen, pero sólo en tu corazón.
- PJ: Entiendo…; entonces, no existen el bien y el mal como tales. Sólo están en nuestro interior, ¿no es así?
- M: Así es –me respondió
-PJ: Entonces, dime. Aquí hay un niño (justo había ido conmigo mi alumnito indio a quien le estoy enseñando la Misa de angelis, de la cual hablé en el post anterior): si yo matase a este niño pues creyese que es lo mejor para él ¿estaría haciendo un bien o un mal?
El monje quedó pensativo… Luego de unos segundos, me respondió con una pregunta, a lo jesuita:
- M: Pero, ¿tú lo harías con qué intención? Es decir, ¿tendrías el corazón puro?
- PJ: ¡Absolutamente! – le respondí. No quiero que este niño sufra el hambre, la pobreza, la enfermedad…; además, ahora aquí, en esta zona, hay poco trabajo y, muy probablemente a él le costará ganarse la vida cuando sea mayor. Mi intención es muy pura.
- M: Entonces harías una buena acción –me respondió.
Quedamos perplejos…; nunca habíamos oído una respuesta por el estilo. Astrid, la joven belga que estaba allí, preguntó indignada algo y el Padre Federico agregó una punzante pregunta “inocente”:
- ¿Y si creo que tú también estás sufriendo, eres pobre, no eres feliz y que, por ende, si te matáramos te haríamos un bien? ¿Sería correcto todo esto? Siempre con la mejor de las intenciones, obvio…
- M: Eso sería correcto…
- PJ: ¿Entonces tú crees que, si hace falta poblar la zona porque hay pocos nacimientos, con la mejor de las intenciones, se podría violar a las mujeres para que tuvieran más niños?
El monje quedó pensativo…; todos somos relativistas ¡pero tampoco es para tanto! Y no respondió, por lo que insistí:
- PJ: Porque de no ser así, estarías aceptando que hay algún bien y algún mal objetivo, independiente de nuestras intenciones y corazones…
- M: Mmm… Debería meditarlo un poco más -dijo, siguiendo el típico estilo oriental de responder.
- PJ: Pues bien. Medítalo. Cuando quieras, nosotros estamos aquí abajo, a un kilómetro de distancia. Quizás algún día, si vas por la aldea, podríamos conversar un poco.
Nos intercambiamos los teléfonos (es un lama moderno: tiene celular) y quedamos en contacto.
Entonces entendí que por qué mucha gente en Occidente abraza esta deletérea filosofía oriental; porque concuerda perfectamente con lo que el mundo moderno hoy por hoy profesa: un relativismo subjetivista pero con límites: siempre y cuando no se le venga en contra, pues allí, todos nos transformamos en aristotélicos-fascistas.
¿Cómo terminó la cosa? Con un par de trucos de magia que me pidieron que hiciera a la gente (es un viejo hobby que tengo).
Todo bastante bien, aunque un par de días después nos enteramos de que los lamas comenzaron a decirles a los habitantes de la aldea, que no nos recibiesen en sus casas…; unos decían que era porque querríamos convertirlos al cristianismo (cosa que es cierta) y otros que temían mis “hechizos". Sí; creer o reventar… pero una de las principales actividades de los monjes budistas es hacer “trabajos” con los ídolos, de allí el temor que la gente les tiene por su contacto con lo oculto.
En fin,
Que no te la cuenten…
P. Javier Olivera Ravasi
[1] Es por esto que, en el Areópago de Atenas, todos asintieron cuando San Pablo explicó la doble naturaleza de Cristo, aunque no Su resurrección.