18.02.17

Misión en el Tibet.(continuación)

 

Misión e ignorancia invencible: ¿es mejor que se queden paganos?

Javier Olivera Ravasi, el 18.01.17 a las 9:17 AM

Aprovechando una inteligente consulta dirigida al blog por una joven, comparto aquí la respuesta acerca de la necesidad o no de las misiones.

Que no te la cuenten…

P. Javier Olivera Ravasi


 

“Siempre he tenido una duda y especialmente este último tiempo leyendo sus publicaciones. Sé que usted podrá aclarármelo.

Es una pregunta llena de ignorancia y no de mala intención pues realmente admiro todo lo que usted y su amigo, el P. Federico, hacen allá.

Yo tenía entendido que si uno no conocía a Dios porque no había llegado a él la predicación de la Palabra entonces no se condenaba (pero como opinión personal creo que tampoco podría ir al Cielo). Pues entonces cuando se misiona en lugares dónde jamás se ha escuchado sobre el Dios verdadero puede hacerse tanto un bien como un mal… Un bien si las personas responden al llamado de la salvación y un mal si no lo hacen; entonces en este último caso ¿no hubiese sido mejor que jamás hubiesen recibido la Buena Nueva ya que se podrían haber salvado por ignorancia? Al mismo tiempo, sé que es deber de todo cristiano hacer apostolado. Mis oraciones lo acompañan siempre”.


 

Va entonces la respuesta.

El tema es tan serio y tan importante que –incluso– está, lamentablemente, muy de moda hoy en día por una mala teología que se equivoca enormemente en esto. Antes que nada y como complemento (o prólogo), podrías leer este magnífico post del padre Iraburupublicado hace un buen tiempo.

La cosa podría plantearse así: si ser ignorante del Salvador podría hacer merecedor de la salvación, entonces los católicos en realidad le haríamos un gran daño a los pagamos al predicarles a Jesucristo y, por ende, el mismo Hijo de Dios, San Pablo, San Francisco Javier, San Francisco Solano y muchísimos más habrían sufrido increíbles penurias al predicar el Evangelio, volviéndolos personas más culpables y más pecaminosas delante de Dios. Pues es claro que no todos se convirtieron con la predicación.

Entonces, si esto fuera así, no sólo el mismo Cristo hubiese venido en vano, sino que se equivocó enormemente al decir que la vida eterna consistía en que todos conociésemos al Dios verdadero y a Su enviado (“esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo”; Jn 17, 3).

Y lo mismo cuando nos dejó su “testamento espiritual”:

Jesús les dijo: “Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará” (Mc 16,15-16).

Pues no; la cosa ha sido clara siempre: hace falta predicar; y predicar “oportuna e inoportunamente” (2 Tim 4,2) para que Dios sea glorificado y para ayudar a nuestros hermanos a que se salven. 

Para no ser extensos, veamos sólo un par de textos del Magisterio auténtico:

-S.S. Pío IX, Carta Encíclica “Quanto confiamur moerore”, 10 de agosto de 1863: 

“es necesario recordar y reprender nuevamente el gravísimo error en que míseramente se hallan algunos católicos, al opinar que hombres que viven en el error y ajenos a la verdadera fe y a la unidad católica pueden llegar a la eterna salvación. Lo que ciertamente se opone en sumo grado a la doctrina católica. Notoria cosa es a Nos y a vosotros que aquellos que sufren IGNORANCIA INVENCIBLE acerca de nuestra santísima religión, que cuidadosamente guardan la ley natural y sus preceptos, esculpidos por Dios en los corazones de todos y están dispuestos a obedecer a Dios y llevan vida honesta y recta, pueden conseguir la vida eterna, por la operación de la virtud de la luz divina y de la gracia; pues Dios, que manifiestamente ve, escudriña y sabe la mente, ánimo, pensamientos y costumbres de todos, no consiente en modo alguno, según su suma bondad y clemencia, que nadie sea castigado con eternos suplicios, si no es reo de culpa voluntaria. Pero bien conocido es también el DOGMA CATÓLICO, a saber, que NADIE PUEDE SALVARSE FUERA DE LA IGLESIA CATÓLICA”

Y también el catecismo de San Pío X:

170.- ¿Puede alguien salvarse fuera de la Iglesia Católica, Apostólica, Romana? - No, señor; fuera de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana, nadie puede salvarse, como nadie pudo salvarse del diluvio fuera del Arca de Noé, que era figura de esta Iglesia.

172.- ¿Podría salvarse quien sin culpa se hallase fuera de la Iglesia? - Quién sin culpa, es decir, de buena fe, se hallase fuera de la Iglesia y hubiese recibido el bautismo o, a lo menos, tuviese el deseo implícito de recibirlo y buscase, además, sinceramente la verdad y cumpliese la voluntad de Dios lo mejor que pudiese, este tal, aunque separado del cuerpo de la Iglesia, estaría unido al ALMA de ella y, por consiguiente, en camino de salvación".

 

Y más cerca nuestro, Juan Pablo II, viendo estos errores, lo afirmaba con pena en la Redemptoris missio:

«la misión específica ad gentes parece que se va parando, no ciertamente en sintonía con las indicaciones del concilio y del magisterio posterior… En la historia de la Iglesia, el impulso misionero ha sido siempre signo de vitalidad, así como su disminución es signo de crisis de fe» (2). «El número de los que aún no conocen a Cristo ni forman parte de la Iglesia aumenta constantemente; más aún, desde el final del concilio, casi se ha duplicado» (3).

Ahora, luego de todo esto, vamos a la pregunta. ¿Conviene predicarles a los paganos? ¿Se podrían salvar sin la predicación o conviene dejarles así nomás?

La doctrina es clara: si alguien que nunca oyó hablar de Cristo ni tuvo posibilidad de convertirse, sigue la ley natural (no robar, no mentir, amar a Dios, etc…) y tiene “ignorancia invencible” (es decir, sin culpa propia se encuentra en el paganismo, pues nadie jamás le predicó, etc.), entonces podría salvarse, por un camino extraordinario que Dios trazase para él, e incluso llegar al Cielo por los mismos méritos de la Iglesia.

Ahora: el camino ordinario al que Dios nos llama es: “predicación-conversión”, pues el hombre, luego del pecado original, se encuentra dañado, de allí que sea necesario “re-ligarlo” con Dios por medio de la enseñanza revelada.

Ya lo decía Santo Tomás de Aquino en el primer artículo de la Suma Teológica:

“El fin tiene que ser conocido por el hombre para que hacia Él pueda dirigir su pensar y su obrar. Por eso fue necesario que el hombre, para su salvación, conociera por revelación divina lo que no podía alcanzar por su exclusiva razón humana. Más aún, lo que de Dios puede comprender la sola razón humana, también precisa la revelación divina, ya que, con la sola razón humana, la verdad de Dios sería conocida por pocos, después de mucho análisis y con resultados plagados de errores. Y, sin embargo, del exacto conocimiento de la verdad de Dios depende la total salvación del hombre, pues en Dios está la salvación” (Suma teológica, I pars, q. 1, a.1).

 

El tema es: si a nosotros, que tenemos la gracia del bautismo, que intentamos confesarnos y comulgar, que tenemos todos los auxilios divinos para salvarnos, etc., etc., etc., nos cuesta cumplir con la ley de Dios inscrita en nuestros corazones (que, al final de cuentas, son los mandamientos), ¿cuánto más le va a costar a un indio azteca, a un idólatra hinduista, o a budista nihilista?

Es más: muchos de ellos (si no la mayoría) adoran a dioses falsos, es decir, no han llegado, con la sola razón natural, a alcanzar la verdad de Dios, volviéndose –si le creemos a San Pablo- inexcusables para Dios:

Lo invisible de Dios, desde la creación del mundo, se deja ver a la inteligencia a través de sus obras: su poder eterno y su divinidad, de forma que son inexcusables, porque, habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios ni le dieron gracias, antes bien se ofuscaron  en sus razonamientos y su insensato corazón  se entenebreció” (Rm 1,20).

 

Si entonces, muchos de los paganos son “inexcusables”, ¿no es una enorme obra de caridad -la primera de todas- el ayudarles para que salgan urgentemente de esa situación? ¿No es eso lo que han intentado hacer miles de santos misioneros a lo largo de la historia de la Iglesia?

Si no hubiese sido necesaria la misión, entonces el Hijo del Padre jamás hubiese sido “misionado”, es decir, “enviado” al mundo a morir por nosotros para salvarnos; mejor era dejarnos en “ignorancia invencible” y así que cayésemos en el hoyo de… los fariseos o de los idólatras.

Es ésta y no otra la necesidad y la urgencia de la misión; y es por esto que los enemigos de la Iglesia la combaten intentando “oenegeizarla”.

Espero que sirva esta respuesta dada medio a las corridas. Material debe haber de sobra para profundizar y, quizás, algún lector del blog pueda sugerirla.

Con mi bendición y anhelo de que, alguno de los que lea estas crónicas, reciba algún día la gracia de la vocación misionera para que Cristo Rey, reine verdaderamente en todas las almas, y venzamos toda ignorancia que nos aleja de Él.

Que no te la cuenten…

P. Javier Olivera Ravasi

Misión en el Tibet.(continuación)

“Conviértete y cree en el Evangelio”: sobre una predicación a monjes budistas

Javier Olivera Ravasi, el 15.01.17 a las 7:21 PM

 Como contábamos más arriba, fin de año debimos pasarlo con el P. Federico entre budistas, vacas y protestantes a raíz de la dolorosa pérdida de una joven y su hijito que no pudieron sortear el parto.

Pocos días después, por pura necesidad material (no teníamos qué comer y necesitábamos comprar algo de combustible natural para el cuerpo) nos dirigimos a “la” aldea comercial de la zona (no imaginen uds. un shopping o algo así: apenas unos cientos de metros con unos cuántos negocios elementales).

Intentamos cambiar dinero y, por la crisis que hay ahora en la zona, nos fue imposible, así que nos conformamos con un par de cosas elementales. Estábamos por emprender el regreso cuando, en la parada del colectivo, nos encontramos con esos típicos y rojizos personajes que uno puede hallar a diario en estos remotos pagos, en pleno Himalaya oriental: los lamas o monjes budistas.

Ya habíamos narrado antes, en “Budismo ‘for dummies’”, nuestra experiencia cercana de tercer tipo, pero aquélla había sido en terreno visitante: un monasterio. Ahora era terreno neutral; el areópago era la calle, la tribuna, los peatones y el tema, como siempre, la religión.

Cabe recordar que los monjes budistas no son amigos de conversar con ajenos; menos que menos con extranjeros. Al ser una doctrina (porque no es religión, al no “religar” con nada) absolutamente “clericalista”, los monjes se encuentran como apartados, en un pedestal santificado. No hemos visto que hablen con la gente, ni que jueguen con los niños, ni que sonrían amablemente…; no. Son seres “separados”, “sacros” y casi intocables incluso cuando se los ve por las calles.

Hasta los hay al estilo de nuestros “seminaristas menores” que, según nos dijo uno de ellos, al menos muchos, ingresan al monasterio por mandato de sus padres y para poder tener un buen pasar económico (todos los monjes que hemos visto, a pesar de andar con sandalias, tienen unos enormes smartphones que serían la envidia de más de uno en occidente).

Pues bien; allí había tres monjes budistas y el diálogo, surgió más o menos de la siguiente manera: 

-          ¡Buenos días!

-          ¡Buenos días! –respondieron ellos un tanto asombrados.

-          Somos sacerdotes católicos (…). Estamos en una aldea vecina.

Luego de las presentaciones de estilo, preguntamos:

       -       ¿En qué creen Uds?

-          El budismo cree básicamente lo mismo que el cristianismo –replicaron, siguiendo en esto uno de los lugares comunes de la zona.

Nuestra respuesta fue directa:

-          No, no es así, nuestras creencias son extremadamente distintas, son opuestas entre sí. Hay una enorme diferencia. Para uds. lo más importante es el Buda, pero para nosotros lo más importante es Dios, el único Dios. Para uds. Buda es dios, pero nosotros negamos que lo sea. Nosotros alabamos a Dios, que ha creado todas las cosas, pero Uds. no creen en un Dios Creador. Es más, para uds. no hay creación ya que el budismo tibetano simplemente niega la realidad ¿no es así? Para el budismo, todo es una ilusión. Para el budismo, uds. no existen, uds. son un sueño. 

-          Sí… -dijo tímidamente uno de ellos. El mundo es una ilusión.

-          ¿Así que somos una ilusión? –preguntó el Padre Federico.

-          Sí –respondió el lama.

-          ¡Ajá! –respondió el cura, con brazos en jarra al estilo Don Camilo- ¿y si te tirase hacia abajo desde este pozo?¿dirías lo mismo? –le preguntó desafiante mientras lo agarraba desde los hombros y hacía ademán de lanzarlo hacia abajo mientras lo tomaba de la mochila moviéndolo à piacere, para enfatizarle, de modo chocante, que ambos existían, que eran reales, que no eran parte de un sueño, que no vivimos en una Matrix.

Los monjes no sabían qué responder…

-          Pues sepan que no: ud. es tan real como yo y esa doctrina budista no es lo mismo que Dios mismo nos vino a revelar y que la Iglesia Católica Apostólica y Romana nos enseña.

Los monjes se quedaron pensativos y sin saber qué decir. Entonces, recordamos enseguida aquello que el gran filósofo francés, Étienne Gilson decía en su primer párrafo del “Vademecum del realista principiante

“El primer paso en el camino del realismo es darse cuenta de que siempre se ha sido realista; el segundo, comprender que, por más que se haga para pensar de otro modo, jamás se conseguirá; el tercero, comprobar que los que pretenden pensar de otra manera piensan como realistas tan pronto como se olvidan de que están desempeñando un papel. Si entonces se preguntan por qué, la conversión está casi terminada”.

Y aquello de San Pablo:

“Proclama la Palabra, insiste oportuna e inoportunamente, reprende, amenaza, exhorta con toda paciencia y doctrina” (2 Tim 4,2).

Lejos de lo que algún “experto en diálogo religioso” de escritorio pensaría, la conversación continuó lo más afablemente; nos sacamos unas fotos juntos, intercambiamos sinceras sonrisas y números telefónicos y concretamos vernos en otra ocasión.

La misión “ad gentes” es urgente.

Y es un desafío y una aventura.

Quien quiera venirse, al menos unas semanas para experimentarlo, ya sabe dónde debe buscar los datos: aquí.

 

Que no te la cuenten…

P. Javier Olivera Ravasi

Misionero temporario en la meseta tibetana

 

Misión en el Tibet.(continuación)

 

Arco y flecha en la misión tibetana

Javier Olivera Ravasi, el 12.01.17 a las 5:49 PM

Una de las aldeas remotas del norte de la meseta tibetana se llama Mannpatan: un hermoso y remoto paraje donde los vehículos no llegan y al cual se accede sólo después de una hora de caminata en medio de montañas dignas de un paisaje tolkineano.

Mannpatan tiene apenas trescientos habitantes que viven como aislados del mundo moderno. Allí no hay plasmas ni microondas, ni semáforo (porque no hay siquiera calles); digamos que si nuestra amiga Natalia Sanmartin lo conociera, seguro que situaría la segunda parte de su Srta. Prim.

Pues, allí fuimos, no a encontrar al hombre del sillón, sino a pro-se-li-tizar.

El padre Federico había concretado desde hacía algunos meses, un torneo de arco y flecha; sí, como se lee: de arco y flecha. ¿Por qué? Porque simplemente conversando con los nativos les había preguntado si seguían con la tradición de sus antepasados (unos famosos y expertos cazadores).

Les había tocado el orgullo; y respondieron que, aunque habían abandonado la práctica, aún llevaban la puntería en las venas; y ahí nomás surgió entonces la idea de organizar un torneo. Los curas llevaríamos los premios (obviamente, ni saben lo que es un cura; para ellos solo somos extranjeros) y los niños y los jóvenes participarían. Evidentemente, todo se trataba de una amical oportunidad para acercarnos a la legendaria tribu los “Ronnkh” que, desde siglos inmemoriales poseen una tradición religiosa muy distinta a la de los budistas tibetanos invasores (sí señor: los budistas no son pacifistas, al menos en estas lejanas regiones).

¿Y en qué habían creído los “ronnkh”? En un solo Dios, creador, conservador y remunerador (cosa que no es poco para un lugar idolátrico y politeísta como este).

Con la excusa del concurso del tiro al blanco (del que participamos, obviamente con pésimo resultado para nosotros…), pudimos conversar con la gente (casi nadie hablaba inglés, por lo que nos manejamos con intérpretes) y hacer los primeros contactos para predicar a Jesucristo en un futuro cercano.

Jamás había llegado hasta allí un misionero católico pues, los sacerdotes de estas tierras dicen que no vienen porque… ¡“no hay católicos que atender”! ¡Y es justamente por eso que hay que venir!

Pasamos un día inolvidable y, al regresar, conversábamos acerca de la táctica evangelizadora. No lo dudamos: comenzar recordándoles la religión de sus antepasados (mucho más importante y cierta que la budista que hoy profesan) y decirles que esa religión primordial que sus padres habían recibido, con elementos espurios sin duda, luego fue completada y superada por medio del Dios verdadero, que envió a Su Hijo, Nuestro Señor Jesucristo.

Se trata de toda una obra de inculturación, trabajada con paciencia y fervor, para lo cual serán necesarias muchas oraciones y varios misioneros que, Dios mediante, puedan venir por aquí.

Y entonces será el principio de la evangelización en esta perdida aldea de la Meseta Tibetana.

 

Que no te la cuenten…

P. Javier Olivera Ravasi

Misionero temporario en el Himalaya Oriental

Misión en el Tibet.(continuación)

 

“No oenegearás”. Una experiencia india

Javier Olivera Ravasi, el 7.01.17 a las 3:18 AM

Entre los tantos viajes que debimos hacer durante este tiempo misional con el padre Federico narraré sólo una experiencia puntual para que cada uno saque sus propias conclusiones.

El fin de las misiones “ad gentes” en la Iglesia es casi un hecho; ya casi nadie misiona en el mundo gentil y, si lo hace, es para resguardar a los pocos fieles católicos que se encuentran viviendo en ese ambiente; y no me refiero simplemente a ese “apostolado de la presencia” sino la explicación lisa y llana del Evangelio ad gentes ante millones de almas que no conocen a Jesucristo. “Id por todo el mundo enseñando…”, decía el Señor antes de Su gloriosa ascensión.

Si no, veamos la siguiente conversación que mantuvimos en uno de los transportes con una joven pareja recién casada.

-          Buenas tardes –les dije. ¿De viaje por aquí?

En un perfecto inglés, contestaron

-          Sí, estamos de luna de miel. ¿Y ud.?

-          Yo, misionando por un tiempo aquí, en el norte de la India. Soy un sacerdote católico. ¿ saben uds. lo que significa?

-          Ahhhh…, sí, dijo la joven esposa. ¿Uds. no se casan, no?

-          Correcto. A ejemplo de Jesucristo, que es Dios hecho hombre queremos imitarle en su castidad. Es un sacrificio, claro. ¿Y uds. saben quién es Jesucristo? (la mayoría por aquí sabe más o menos lo mismo que un occidental de cultura media, puede conocer de Buda o de Confucio…).

-          Eh…, sí, dijo ella. Yo algo sé, pues fui a un colegio católico y a una universidad católica.

-          ¡Ahhh! ¿Y qué sabes de Él? ¿Te habrán dicho que vino a salvarnos, no?

-          No…, no sé mucho. Sólo sé que, a uds. los llaman “father” pero nada más…

-          Pues bien, les dije. Jesucristo es Dios verdadero; Dios y hombre a la vez, que vino a salvarnos de nuestros pecados.

-          ¡Ahhh…; ¡gracias! (el indio es habitualmente muy cortés). Y…, una pregunta:

-          ¿Y uds. en qué creen?

-          Somos hindúes –respondieron (es decir, creen en dioses monstruosos con cabezas de elefantes y esas mitologías incluso aceptadas como tales por muchos de ellos).

-          Pero –insistió ella– ¿uds. los cristianos están divididos, no?

Mmmm… (tenía ganas de decirle que, cada vez más quieren que nos igualemos con los protestantes), pero mejor omití un poco la respuesta y respondí a lo jesuita, con otra pregunta:

-          ¿Por qué lo dices?

-          Porque están los musulmanes y los cristianos; ¿o no son lo mismo?

Ahí comprobé una vez más la ignorancia enorme que, una persona que fue a una organización católica desde su más tierna edad, tenía acerca de la verdadera. ¿Por qué? Porque habitualmente por estos lares, no-se-predica-a-Jesucristo a los infieles. Esto lo hemos comprobado en más de una oportunidad. En más de una oportunidad lo hemos comprobado.

La Iglesia tiene un gran prestigio en el ámbito educativo, pero en sus establecimientos, hace décadas (quizás desde el aterrador invierno posconciliarse ha dejado de lado, absolutamente, la predicación directa del Evangelio por “respetar todas las religiones”.

Sobre los protestantes, a la joven parejita de tortolitos les expliqué que no; que los católicos no somos lo mismo que lo musulmanes (ellos son una herejía judeo-cristiana, estrictamente); y que la división, en realidad, es con los protestantes (bah… hasta que lo canonicen a Lutero, según viene la mano).

-          ¿Ah, sí? – me dijo la joven. ¿Y qué diferencia hay entre los católicos y los protestantes?

-          Muy bien, les dije. Es simple: ellos son una secta que se separó de la verdadera Fe para seguir sus propias inclinaciones personales, por eso hay tantas sectas protestantes como pastores existen…

-          ¡Ah! ¡Muchas gracias! –me dijeron.

El viaje iba terminando y ellos estaban en su luna de miel, así que hasta ahí duró la conversación.

Me quedé pensando y pensando y me dije: ¿por qué cada vez es menor el avance de la Iglesia en estos países de infieles? Pues simple: porque han convertid a la Iglesia en una ONG de desarrollo social.

Entonces pensé: hoy que se dictan tantos “nuevos mandamientos”, propondré uno para que vayamos contra la corriente:

“No o-ene-gearás”

 

Amén y que viva ¡Cristo Rey!

Que no te la cuenten…

P. Javier Olivera Ravasi

Misionero itinerante en la meseta tibetana

 

Misión en el Tibet.(continuación)

 

Un fin de año entre budistas, vacas y protestantes

Javier Olivera Ravasi, el 1.01.17 a las 4:00 PM

Cuentan que, en Argentina, una vez que el general Perón intentó bajar el precio de la carne en una de sus presidencias, dijo:

-          “Si hiciésemos el sacrificio de comer carne sólo una vez por semana, en breve se solucionaría el problema”.

Y nadie le hizo caso…, porque en mi país no somos vegetarianos pero sí comemos animales que lo son.

Pues bien; aquí en el pleno Himalaya oriental, al norte de la India, la vaca es un animal sagrado; ¿por qué? Porque dicen que es como nuestra madre, que nos amamanta dando leche.

Cuando pregunté el por qué comen carne de cabra entonces (pues también nos da leche la pobre), nunca supieron responderme…

La cosa es que con el Padre Federico nos habíamos preparado y, en una de nuestras expediciones a las aldeas vecinas, medio de contrabando, habíamos comprado dos kilos de carne vacuna a un musulmán que pensábamos comer el 31 de diciembre en la noche.

Pasó el día, arreglamos las cosas con dos familias de neo-conversos al catolicismo y todo estaba casi listo: comeríamos un poco de carne vacuna con… ¡arroz! ¡Pero con carne al fin!

Como aquí todo se maneja en base al calendario solar (a pesar de tener luces y todo), la cena estaba programada a eso de las 18.30; luego nos quedaríamos conversando y disfrutando tranquilos hasta donde aguantásemos. Los más valientes, esperarían las 12 de la noche. Yo no…

Habíamos celebrado la Misa el sábado a la tarde (los dos solos pues aquí apenas si los domingos vienen unos poquitos paganos y unos tres o cuatro ex–protestantes a misa), nos disponíamos a ir a esa pequeña casa familiar cuando, como de repente, nos llamaron por teléfono para darnos la mala nueva: una joven esposa protestante, madre de dos niñas pequeñas (y hermana de dos monjes budistas) que estaba por dar a luz a su primer hijo varón, acababa de morir con él en el hospital (la muerte por parto es bastante usual aquí, según nos dijeron).

¿Qué hacer? En medio de la montaña, sin vehículo y con caminos destrozados; tardaríamos unas cuatro horas en llegar al hospital. Pues bien: decidimos pasar un 31 haciendo una obra de misericordia. El esposo de la joven, un buen hombre protestante también, pocos días atrás se había negado a que catequizásemos a unos parias hinduistas diciéndonos que eso podía traerles problemas a ellos, los herejes.

No había nada que pensar; avisamos que la carne de vaca podía esperar a otro 31 y, luego de pagarle a un vecino para que nos arrendase el vehículo, nos largamos en medio del frío a recorrer las cuatro horas por la montaña, a ver si llegábamos al hospital, al menos para dar nuestras sacerdotales condolencias. Sería un modo silencioso de predicar.

El viaje fue durísimo. Curvas y contra-curvas, sumado a los festejos de la gente que, en cada aldea, al ver llegar un auto, daba gritos de alegría festejando el fin de año…, sin saber que nuestro sentimiento era otro.

En el medio, el rezo de las Vísperas, las Completas y… se hicieron casi las doce. Llegamos al pueblo cuyo paupérrimo “hospital” dejaba mucho que desear. La madre y su hijito ya estaban en el ataúd y dentro de una camioneta dispuesta a regresar a nuestra aldea. Ni siquiera pudimos bajarnos del vehículo…; apenas llegamos, arrancó la comitiva fúnebre, ¡otra vez! (la camioneta, nosotros y el vehículo que llevaba al esposo). Cuatro horas de regreso…

Pasó la medianoche y, a eso de la 1.30, la comitiva se detuvo en una aldea aún a una hora de la nuestra; había un templo. Parecía más bien una parroquia; pero no: ¡acá no hay parroquias! ¿qué era? Un templo protestante; lo reconocimos rápidamente a pesar de la noche: hacía una semana habíamos estado allí, intentando hablar con el pastor quien, literalmente, nos había echado cuando quisimos proselitizarlo diciéndole amablemente que su religión y su Biblia eran incompletas y que debía hacerse católico por el bien de su alma y del rebaño que decía guiar.

Nos dijimos: “ahora nos echarán por segunda vez de este lugar”. Pero no. No había pastor; ni uno de los dos que habitan la aldea. Tampoco los hermanos budistas de la pobrecita ¡Claro! ¡Era 31 de diciembre y todos estaban de festejo!

Nos bajamos del vehículo y, el cuadro que se presentó me trajo a la memoria el entierro del Conde de Orgaz; no hubo nada de milagroso; no se apareció San Agustín como en el cuadro del Greco, pero dos curas, a las dos de la mañana, ensotanados, muertos de frío y de sueño, fueron de los encargados de ingresar el cuerpo de la joven madre y su hijito en el templo…; el padre miraba; ¿y la gente? No entendía nada.

Dimos un responso en voz baja, rezamos por esas almas para que Dios tuviese piedad de ellas, nos quedamos un rato más y finalmente regresamos al vehículo. Era tarde, aún nos quedaba una hora más de viaje hasta llegar a nuestra pequeña casita.

Al llegar a la casa, medios molidos y mareados por varias horas de viaje (ya ni siquiera recuerdo la hora), nos dijimos:

-          ¡Qué fin de año distinto! ¡Pero qué hermoso! Pudimos dar testimonio de Cristo.

¿Y la carne de vaca?

¡Que se la coman los budistas como también este testimonio!

¡Que viva Cristo Rey!

P. Javier Olivera Ravasi