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12.11.16

De la más martirial de las misiones martiriales

Todo en la vida de Cristo es épico, empezando por la misma Encarnación. Es Dios que se hace hombre para hacer una misión épica, que encima es la más épica de las misiones épicas, esto es, la Redención del mundo. Y no sólo es una misión de heroísmo impar sino que es una misión martirial pues viene a morir.

De facto, no se encarna para vivir, sino que ¡se encarna para morir! Es el paradigma insuperable de la Misión Martirial. Aun, si por un imposible, alguien decidiese nacer para morir, el Verbo Eterno hace algo más augusto aún: siendo Dios se hace hombre y no se hace hombre sino para morir. He aquí que podemos decir que el martirio es la causa final de la Encarnación y, por tanto, de la toda la vida de Cristo. Al martirio apunta; vive Su vida buscando la muerte.

En las antípodas del morbo decadente del masoquismo, no es errado entonces decir que Cristo es el enamorado de la muerte y, en palabras de Chesterton, se desposa con la muerte. Fue el Santo de Montfort quien presentaba al Señor como un varón que literalmente suspiraba por la Cruz.

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