12.02.18

¿Por qué consagrar el sacerdocio en manos de María?

Comienzo a desglosar la oración de consagración que compartí en la anterior entrada, con la certeza de que algunas ideas e intuiciones pueden ayudar a otros hermanos en la fe y quizá en el sacerdocio
 

 
I.   Oh Señora Mía, Reina del Santísimo Rosario, oh Madre Mía.
 
Señora, Reina, Madre…
 
Inspirado en una clásica y bella oración, que aprendí siendo niño en la escuela primaria, elegí poner mi sacerdocio tus manos, María en tu advocación del Rosario.
 
¿Por qué? ¿Por qué en tus manos, y por qué bajo esta advocación?
 
Lo primero, porque el Hijo de Dios, al iniciar su sacerdocio -en el mismo instante de la Encarnación, al hacerse hombre- lo hizo EN TÍ, María. De hecho, fuiste Tú la que, al darle al Verbo un Cuerpo como el nuestro, al incluirlo en la naturaleza humana, le permitió ser sacerdote, mediador, puente… ¿Cómo no seguir el mismo camino, cómo no elegir el mismo ámbito, como no refugiarme en el mismo seno virginal y en las mismas manos que Aquel cuya misión debería continuar?
 
Lo segundo, porque a travès de esa advocación fue como tu Misterio, María se me manifestó en cada etapa de mi vida. Siendo niño, a través de las Apariciones de Fátima y esa especial vinculación de los tres pastorcitos niños con la Madre. Como adolescente, en el colegio salesiano de mis 13 años, aprendiendo y comenzando a experimentar allí el valor del Santo Rosario. Más adelante, al tenerla a ella como patrona de mi grupo misionero, y poder consagrarme por primera vez a los 15 años. Ya en el Seminario de Paraná, descubriéndola aún más hondamente como “nuestra Señora del Evangelio, de la Redención y de la Gracia".
 
Mi sacerdocio quiere estar en ese Corazón inmaculado que “guardaba y meditaba las cosas de Jesús", porque son ellas de las que debo vivir, las que debo asimilar, las que debo imitar y anunciar a los demás.
 
En fin, porque la vida sacerdotal -como la de Jesùs- está hecha tambièn de misterios de Gozo, de Luz, de Dolor y de Gloria… Porque en ella se alternan los días soleados y las noches tormentosas, los momentos de trabajo sereno y las épocas de exigencias intensas. Y en cada momento, en cada etapa, es necesario que estés Tú, María, como Madre.
 
 
Esa es, en el fondo, la más importante palabra, más incluso que Reina y más que Señora.
 
“Ahí tienes a tu Madre” me dijo Jesús tantas veces, junto al Monte Calvario que es cada Altar y cada Sagrario… y en cada momento de Cruz. 
 
“Ahí tienes a tu Madre” me dijo cuando estuve allí, en el suelo de la Catedral, arropado por la oración de la tierra y del Cielo. 
 
“Ahí tienes a tu Madre” me dice cada vez que me despierto, o cuando aparecen las nubes en el cielo de mi vida interior y pastoral…
 
Cada mañana, en cada Misa, en cada Rosario, quisiera yo también, como Juan, poder volver a “recibirte en mi casa".
 
Madre, mamá, ma… es la palabra que una y otra vez me devuelve la paz y la confianza, la armonía y el gozo.
 

7.02.18

Consagración de mi sacerdocio

Primera Misa

A partir de hoy, comenzaré a compartir una serie de meditaciones sobre el sacerdocio, tomando como hilo conductor el texto de la consagración que, por gracia de Dios, pude hacer el día de mi primera misa solemne.

Hoy comparto sólo el texto de la oración, dejando para próximas entregas las meditaciones. Me encomiendo a sus oraciones para poder ser fiel a todo aquello que vislumbré como meta personal y espiritual.


Oh Señora Mía, Reina del Santísimo Rosario, oh Madre Mía.


Yo, Leandro Daniel Bonnin, sacerdote para siempre por misericordia del Padre y de tu Hijo Jesucristo, me ofrezco totalmente a vos.

Oh Madre, educadora del Verbo encarnado, formadora de santos, hoy renuevo mi alianza eterna de amor contigo.


Y en prueba de mi filial afecto, y en respuesta a tu ternura maternal, te consagro en este día:


Mis ojos, pidiéndote tener siempre la mirada misericordiosa del Padre;


Mis oídos y mi lengua, para que como vos sepa escuchar y comprender la Palabra, y la proclame con valentía y coherencia en toda circunstancia;


Mis manos ungidas, para que las preserves de la rutina, para que celebrando cada día los sacramentos de tu Hijo con espíritu renovado, sea capaz de imitar lo que conmemoro, y conforme mi vida al misterio de la Cruz;


Te consagro sobre todo mi corazón; este corazón frágil y pecador, pero que quiere arder en el fuego del Espíritu, para tener los mismos sentimientos del Buen Pastor.


En una palabra te consagro todo mi ser. Quiero marianizar totalmente mi sacerdocio. Quiero en tus manos ser, con toda mi vida, fuente de agua viva, regazo materno para el afligido, puente entre el Cielo y la tierra, hostia viva que se ofrece para gloria del Padre, y se da como alimento al mundo.


Oh Madre de bondad, Reina del apostolado fecundo, guárdame del orgullo, de la mediocridad y de la tristeza, y dame un corazón humilde y magnánimo, casto y alegre.


Defiéndeme de las asechanzas del enemigo, de la ambición y de la pereza, y haz que me consuma la sed de almas, y el deseo de atraer a todos hacia tu Hijo.

Utilízame como cosa, posesión e instrumento tuyo. En tus manos tengo la certeza de cumplir la voluntad del Padre, de gastar mi vida para gloria suya, extensión del Reino de Cristo, y para tu regocijo.


Madre, todo lo mío es tuyo, y todo lo tuyo es mío.


Totus tuus ego sum, et omnia mea tua sunt, in saecula saeculorum. Amen.

26.01.18

La Pasión del Cura Brochero

brochero jovenLa figura de José Gabriel del Rosario Brochero, como la de tantos santos y santas, es enormemente rica en matices. No sólo porque ellos llevan en sí la complejidad de la existencia humana, sino también porque en ellos se manifiesta –con transparencia- el Misterio de Jesucristo.

En mi reciente visita a la Villa del Tránsito, en la nave de la Iglesia donde él tantas veces celebró y predicó, les hacía a los 60 peregrinos con los que llegamos hasta su tumba como una síntesis rapidita y de memoria de lo que más me impresionaba.

1. En primer lugar –comenzando por lo exterior- les destacaba su celo apostólico y su preocupación por salvar almas para Cristo, por encima de todo. Esa preocupación –que era en él como un “fuego devorador”- lo llevó a emprender innumerables obras y sobre todo lo impulsó a realizar su más grande proeza apostólica: la Casa de Ejercicios, donde -de a centenares- gauchos de toda la región se encontraban con Dios y cambiaban de vida. 

Él podía decir como Pablo “llevo en mi carne las llagas de Cristo”, sobre todo en sus asentaderas, lastimadas por las continuas andanzas a lomo del Malacara.


2. En segundo lugar, su vida intensa vida de oración y su amor a Jesucristo y a la Purísima, que le llevaba a no descuidar nunca sus momentos de intimidad con el Señor. Esa vida de intimidad con Jesús se volvió mucho más intensa con la llegada de la lepra, como consecuencia de visitar y compartir el mate con un enfermo que vivía abandonado en la sierra. A partir de entonces, su ministerio sacerdotal se “redujo” (¿o se amplió?) al ofrecimiento como víctima, a la celebración del Santo Sacrificio, al rezo continuo del Santo Rosario.


3. Y lo más impactante para mí, lo que más me ayuda en muchos momentos de mi vida sacerdotal, es el hecho de que Brochero, como Cristo, antes de entrar en la Gloria, tuvo que padecer no sólo en el cuerpo, sino también en el alma. Él, que se había “gastado y desgastado” por servir a sus hermanos, fue abandonado y dejado de lado por casi todos.

Las multitudes que lo acompañaban en sus obras, la gente que iba y venía sin cesar hacia su iglesia, los muchos admiradores que conocieron su figura a través de los diarios de la época… todos –o casi todos- se apartaron de él con temor, al descubrirse la cruel enfermedad, que desfiguró su rostro y fue carcomiendo su cuerpo, pero embelleció, purificó y enalteció su alma. Brochero tuvo muchos “Domingos de Ramos”, pero también, antes de ingresar en la Pascua Eterna, pasó por Getsemaní y su personal Calvario.

Y me animo a decir -sin dudar- que Brochero leproso en su casa, ciego, sin sensibilidad en las manos, celebrando la Misa de memoria, abandonado de todos… fue más sacerdote que nunca.

Maravillosa experiencia de total cristificación, que hizo de su sacerdocio una ofrenda aún más perfecta.

leproso

Nos viene muy bien en tiempos donde la búsqueda de los aplausos de los demás, el reconocimiento, la aprobación del mundo y de los fieles, pueden convertirse imperceptiblemente en nuestra meta como sacerdotes… desvirtuando nuestra misión y conduciéndonos, peligrosamente, al terreno de la vanidosa y narcisista autoexaltación.

Brochero construyó muchos caminos y muchos puentes, pero entre todos ellos, él fue sobre todo un camino y un puente… Se dejó usar, se dejó “pisar”, para que los otros alcanzaran la otra orilla. Y desapareció.

Pero no desaparece su memoria, y su intercesión, y su rostro fiero –ñato y orejón- nos hablan todavía hoy de una belleza y de un sentido escondido a los ojos del mundo.

Gracias Brochero!

2.01.18

Certezas del 2018

Tengo la absoluta certeza de que será un año maravilloso, no porque sepa lo que va a ocurrir, sino porque sé con QUIÉN lo voy a vivir.

 

Y sé que “todo lo puedo, en Cristo que me conforta” (Flp 4, 13)

 

Y estoy seguro de que “si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?” (Rom 8, 31)

 

Y de que “aunque acampe contra mí un ejército, mi corazón no tiembla” (Sal 27, 3)

 

Tengo la absoluta, la inconmovible, la indestructible certeza de que ÉL cumple sus promesas. Y ha dicho “yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo” (Mt 28, 28)

 

Y ha dicho también “el que permanece en mí y yo en él da mucho fruto” (Jn 15, 5)

 

Y “yo les doy vida eterna, y no perecerán jamás, y nadie las arrebatará de mis manos”

 

La vida es bella, la vida es apasionante con Él.

 

La decisión más vital, la determinante, la que es capaz de transfigurar cada segundo de tu existencia, es decirle, como los de Emaús: “quédate con nosotros” (Lc 24, 9) y hacer lo mismo que los primeros discípulos: “fueron y vieron donde vivía, y se quedaron con Él” (Jn 1, 29)

 

O como dice la bella canción:

“es tan inmenso el mar,
pero yo voy con vos
no temo navegar
si está MI DIOS”

 

No temo navegar, si está también María.

 

¡Feliz Año!

28.12.17

Ante el misterio de la Huida a Egipto

Una familia, pequeñita, sencilla, pobre, perseguida por un soberano cruel, soberbio, hedonista…

María y José, con una enorme confianza en Dios que no logra apagar del todo la inquietud, apresuran el paso.

Mil ideas vienen a su mente, especialmente a la de José: “¿Cuál es el sentido de todo esto… por qué tuvo que nacer en Belén, si aquí nos amenazaba la muerte? ¿Y los magos, no se transformarán, finalmente, en nuestra perdición, al advertir a Herodes de Su Nacimiento?” Cada pregunta que iba surgiendo era concluida, inequívocamente, por la oración que María le enseñó desde el día en que se conocieron, la única capaz de devolverle la paz: “Adonai… yo soy tu esclavo, hágase en nosotros tu Palabra".

María, quizá, seguía guardando en su corazón cada suceso. Observaba todo, y a cada paso descubría algún signo de la Providencia. María oía nuevamente, como si estuviera en el Templo: “este Niño será signo de contradicción… una espada atravesará tu alma". Aún así, en medio de la noche exterior y de la noche interior, María iba diciendo: “Mi alma canta la grandeza del Señor… su misericordia se extiende de generación en generación… él derriba a los poderosos y eleva a los humildes”

Y miraba al niño, y le parecía intuir ya algo de su futura misión. “Signo de contradicción… signo de contradicción… será el pastor que reunirá a Israel, pero también el Cordero que ha de inmolarse… será el grano de trigo que muriendo da vida…” Y le susurraba al oído: “no tengas miedo Hijo, yo estaré siempre a tu lado, siempre”

Cuando te sientas perseguido…
Cuando tu vida física o espiritual corra riesgo…
Cuando no entiendas por qué Dios permite algo aparentemente injusto…
Cuando la noche sea muy oscura, fuera, pero sobre todo adentro…

Miralos a ellos, abrazate a María, a José y al Niño.

Y seguí caminando.