24.11.18

Sobre San José y la crisis actual

Ayer por la mañana, cuando miré con más cuidado y detalle la hermosa imagen de San José abrazando al Niño en uno de nuestros colegios, lo entendí.

Entendí que gran parte de la crisis que vive Argentina y el mundo es por la ausencia de más hombres como José.

Entendí que esa imagen contenía y expresaba a la vez la dignidad del trabajo humano y el lugar insustituible del varón en la educación de los hijos.

Entendí que muchas niñas crecen sin tener cerca suyo un José en el cual puedan aprender a amar al varón virtuoso, casto, protector, amable y fiel, y soñar y proyectar compartir la vida con alguien parecido a él. 

Entendí que necesitamos más hombres como José para sanar y restaurar la imagen del varón lujurioso, egoísta y violento que subyace -con fundamento en la realidad o no- en el corazón de tantas de nuestras adolescentes, impulsándolas a dudar o desconfiar del valor del matrimonio.

Entendí también que muchos niños crecen sin tener cerca un José en el cual puedan aprender a valorar su virilidad. Un José fuerte pero no agresivo, sólido pero no insensible, íntegro y honesto, seguro de sí mismo pero no arrogante. 

Entendí que necesitamos más hombres como José para sanar y restaurar la imagen del varón que se está desdibujando y que genera cada vez más niños con una identidad confusa, con una varonilidad inconsistente, con tanto sufrimiento ya incipiente.

Miremos a José, dejemos que esa imagen de trabajador, esposo y padre nos inspire.

Confiemos a su ejemplo y a su intercesión la vida de las familias actuales y futuras.

P, Leandro Bonnin.

16.11.18

La luminosa presencia de Dios

Es cierto: existen días en los cuales la mente está a oscuras, y el corazón frío… donde todo se traba, donde la intuición nos abandona, los sentidos fallan y las certezas se vuelven tan tenues que sólo con gran esfuerzo podés verlas…

Existen días así: todos los tenemos.

En esos días, no te olvides que esta tierra es real, pero sólo una sombra en comparación con la Vida para la cual fuiste creado… Que cada obstáculo, frustración o tristeza se haga “nostalgia del Cielo…“, y esperanza.

Pero también hay días -¡Bendito Dios!- en que todo, todo, TODO se hace claro, no ya como el agua, sino como el mismo Sol.

A veces tanta claridad encandila y enceguece por momentos… Tanto calor, tanta vida, tanta fuerza se manifiestan juntas, que existe el riesgo de ser avasallado por ellas…

Es Dios, ¡sí!, ¡DIOS!, que, saliendo de su discreta habitual manera de estar, se te “planta", indudable, casi tangible, en el centro del corazón… Y desde ahí, todo lo demás tiene su nombre y su huella… todo es vestigio de su paso y de su mano creadora, reflejo de la infinita belleza de su Rostro…

Existen días así: pletóricos de vida y de poesía, donde todo fluye y armoniza, donde las cosas se dan con la sincronización perfecta de una “onda verde” divina y exacta…

Existen días así, preludio del Día sin ocaso del Cielo, anticipo y pregustación de la alegría que Cristo nos ganó con su Pascua…

¡DIOS! ¡PADRE MÍO! ¡GRACIAS!

Que en los días parecidos a los primeros, no me olvide de tantos como los segundos.

P. Leandro Bonnin, Julio de 2015

15.11.18

Sobre la Educación sexual en la Escuela y la Familia

Comparto con ustedes el video de una charla que por estos días estoy dando en diversas localidades de Entre Ríos, Argentina.

Los temas de la misma son estos:

1. El laberinto y su salida
2. El plan de Dios sobre la familia y la sexualidad
3. La revolución anticristiana y la revolución sexual.
4. La ideología de género como punto final de la rebelión contra el plan de Dios.
5. Cómo educar en la sexualidad en la familia hoy
6. Familia y Escuela, una alianza posible
7. Un mensaje de amor y de esperanza.

Si a alguien le interesa el powerpoint de la charla, puede solicitarlo por whatsapp al +54 343 4721962

16.10.18

Día 14: La autorevelación de Jesús en las bodas de Caná

LA AUTOREVELACIÓN DE JESÚS EN LAS BODAS DE CANÁ

Contemplar

“Se celebraban unas bodas en Caná de Galilea, y la Madre de Jesús estaba allí…”

Cuentan algunos que los novios querían a María como si fuera su propia madre; que ella los había ayudado mucho en el vecino pueblo de Nazareth. María celebraba con ellos sentada en un lugar de honor, con su natural sobrenaturalidad, compartiendo no sólo el rito religioso sino la Fiesta posterior.

Estaba allí atenta, desde temprano, siempre tan sonriente como serena, tan femenina y tan digna, tan discreta como expresiva. Con cada invitado tenía palabras dulces y oportunas, recordando relatos de encuentros anteriores, interesándose por cada historia, animando y consolando si era necesario.
Y de pronto ingresó Jesús, su Jesús. Hacía unas semanas que no lo veía, y su corazón latió fuertemente. Era el mismo de siempre y sin embargo, un brillo especial, una firmeza nueva brillaban en su mirada.

No venía solo: un pequeño grupo de hombres –algunos de su edad, un par mayores, otro bastante menor que parecía especialmente perspicaz- lo acompañaban. La mayoría eran pescadores, discípulos del Bautista que ahora –especialmente luego de su encarcelamiento- seguían a Jesús a todas partes.

Sus miradas se cruzaron en silencio: no necesitaban palabras para estar el uno en el otro. María intuyó la inminencia de algo nuevo y grande, sin saber aún qué. Y decidió esperar, intentando leer con atención la sucesión de los hechos.

La boda transcurrió como tantas otras. María oía relatar las primeras repercusiones de la predicación de su Hijo: qué la gente estaba asombrada, que usaba un lenguaje nuevo, que hablaba con claridad y autoridad. Se regocijaba y alababa a Dios en su interior. Y esperaba.

De pronto percibió entre los sirvientes gestos preocupados y diálogos nerviosos. Parecía que algo fallaba. Agudizó aún más su oído y logró captar el núcleo del suceso: el vino se había acabado, y esto sólo amenazaba arruinarlo todo. El encargado del banquete y el novio aún no lo sabían, pero los sirvientes ya se resignaban al estrepitoso fracaso y al fin de la alegría.

Y María supo entonces que había llegado el momento. Una fuerza irresistible la hizo ponerse de pie y acercarse a Jesús. De nuevo se cruzaron las miradas, y María le dijo sólo tres palabras: “no tienen vino”. María sostenía fijamente sus ojos en los de Jesús, esbozando una sugerente y discreta sonrisa, apenas una mueca que mostraba su inquebrantable confianza.

“No ha llegado mi hora” escuchó, y se preguntó si tal vez ella se había equivocado, y no estaba entendiendo bien los acontecimientos. Pero escuchó también ser llamada “Mujer”, y sólo por eso supo que debía insistir. Sin dejar de mirar a Jesús a los ojos, hizo un ademán a los servidores que estaban cerca, y les dijo sencillamente: “Hagan todo lo que Él les diga”. Y se sentó, satisfecha y serena. El corazón le latía ahora aún más fuertemente.

Los sirvientes estaban ya cansados y muy nerviosos por la situación, pero se acercaron a este misterioso invitado, de palabra suave y persuasiva. ¿Qué podía decirles, qué solución ofrecerles? Jesús fue con ellos a una habitación contigua, donde preparaban todo. Les dijo simplemente: “Llenen de agua estas tinajas… y lleven al encargado del banquete”, para luego volver a su lugar, y seguir dialogando con los suyos.

Se miraron unos a otros, con gesto incrédulo, algunos incluso con indisimulable enojo. ¿Acaso les estaba tomando el pelo? ¿Era ese momento de bromas? Pero recordaron su mirada y ese algo de su Rostro, y ya no pudieron desobedecer.

El trabajo era exigente y agotador. Las tinajas se llenaban lentamente, y cada tanto algún invitado se acercaba y les preguntaba por lo que hacían… Por momentos se sentían ridículos, se escuchaba alguna queja, e incluso alguno dejó la tarea inconclusa. Sin embargo, en poco más de media hora finalizaron, exhaustos y aún sin comprender. Los llamaron entonces para servir otros manjares y todos se retiraron. Sólo uno de ellos se quedó para concluir la orden de Jesús. Tomó una copa cualquiera con desgano, murmurando en su interior, la sumergió y la llenó…

Y no pudo creer lo que sintió, y vio. Con la copa rebosante, caminó sin poder contener las lágrimas y ofreció la copa al encargado que lo miraba extrañado. Fue degustarlo y comprobar que no era un vino cualquiera: era el mejor que había probado en su vida. ¿A quién se le había ocurrido dejarlo para el final?

Y la fiesta siguió, y trajeron nuevos platos, y hubo danzas, y las mesas se llenaron de jarras con abundante vino de la mejor calidad, de cepas escogidas. Nadie parecía haberse dado cuenta de lo cerca que estuvo aquella fiesta de acabar antes de tiempo. La alegría fue completa.

Pero algo había cambiado. Porque el discípulo más joven, el de mirada penetrante y rostro reflexivo, había captado cada detalle. Y vio, y creyó, para no dudar nunca más.

“Se celebraban unas bodas en Caná de Galilea”, escribió décadas más tarde. No nos dijo el nombre de los novios, porque él había llegado a comprender que era el inicio de las Bodas de la Humanidad con Dios.

Y la Madre de Jesús… estaba allí.

Reflexionar

María lee los acontecimientos en su profundidad, yendo más allá de las apariencias, buscando reconocer en el interior de las cosas la presencia de Dios y las necesidades de los demás. ¿Trato de vivir atento a los detalles de la vida en que Dios me habla?

María expresa en breve fórmula la síntesis de toda la espiritualidad bíblica: hacer lo que Dios dice. ¿Trato de escuchar y obedecer los mandatos del Señor?

Jesús ordena a los sirvientes “llenen de agua estas tinajas”. Pudiendo hacer el milagro sin intervención humana, elige requerir la colaboración de estos desconocidos trabajadores. ¿Qué significa para mí, hoy, concretamente, esta palabra? ¿Qué tinaja me pide el Señor que comience o acabe de llenar?


Pedir

María, tú conoces cuáles son mis carencias y mis necesidades… no dejes de presentarle a Jesús con tu intercesión poderosa todo aquello que hoy me hace falta.

María, enséñame a confiar en la Providencia de Dios incluso cuando las apariencias parezcan desmentirla… ayúdame a no desanimarme frente a los tiempos y procesos que Él me pide.

Jesús, transforma mi vida como transformaste el agua de Caná en el mejor vino… lleva a plenitud en mí lo que tú mismo has comenzado. Amén.

15.10.18

Día 13: El Bautismo de Jesús en el Río Jordán

EL BAUTISMO DE JESÚS EN EL RÍO JORDÁN

Contemplar

Esta vez, el abrazo duró más que de costumbre.

María siempre conservaba intacta esa mezcla de adoración y cariño, de temor reverencial y ternura materna con la que –allé lejos y hace tiempo- había tomado por primera vez en brazos al Niño, luego de darlo a luz.

José ya no estaba desde hacía década y media, y la vida en Nazareth transcurría tranquila e intensa. Jesús era cada vez más fuerte sin dejar de ser todo bondad. María lo conocía como nadie y sin embargo era consciente de que lo más profundo del corazón de su Hijo siempre se le escapaba.

Su Niño se había convertido primero en un apuesto muchacho, de mirada penetrante y palabra certera, de silencios elocuentes y gestos llenos de dignidad. Pero esa imponente presencia era, a la vez, humilde. Nada había en Él que pareciera arrogante.

Llegado a la madurez, era el hombre más respetado en su pueblo, sin hacer, en apariencia, nada extraordinario. Sus trabajos en el taller eran perfectos; su manera de tratar a las personas, inigualable; el amor con que acogía a los niños y a los pobres y a los sufrientes, conmovedor. La manera con que miraba a María y hablaba de Ella, una perfecta conjunción de delicadeza y reverencia. La manera en que escuchaba la Palabra en la sinagoga y en que oraba, algo jamás antes visto.

Esta vez, el abrazo duró más que de costumbre.

Porque Jesús le había dicho a su Madre que había llegado el momento de partir. De ocuparse “de los asuntos de su Padre”. Que debía ir más allá del Jordán donde su primo Juan, para iniciar su misión.

María recordó entonces, una vez más, las palabras del anciano en el Templo: “una espada…”. Jesús amaba toda la Escritura y la conocía como nadie, pero tenía una especial predilección por Isaías y, en él, por los cánticos del Siervo. María intuía algo grande y terrible, pero callaba y confiaba.

Jesús se alejó en soledad y así caminó hacia el Jordán, llevando el abrazo y la mirada de María, y todos los años de vida oculta en su interior. Caminaba con paso decidido, y al llegar, se mezcló, uno más, entre la gente. No eran precisamente los más santos: había allí soldados de vida inmoral y porte intimidante, mujeres de mala vida con sus rostros marcados por el pecado, publicanos con la ambición grabada en sus ojos, bandidos y malhechores salidos de sus refugios, atraídos por la recia predicación del Bautista.

Todos ellos estaban allí con un deseo: confesar sus pecados y comenzar una vida nueva, distinta, pura. Querían que el agua de este río penetrara en sus corazones y les devolviera, de alguna manera, la inocencia.

Jesús caminó en silencio entre todos ellos. Los conocía y amaba a cada uno. Había venido al mundo con una única misión: tomar sobre sí sus faltas y hacerlos sus hermanos.

Al llegar ante Juan, éste se sorprendió. De pronto, supo que toda su existencia había tenido sentido para ese momento. Su humanidad, sin embargo, se resistía a lo inaudito. ¿Cómo él, Juan, podía bautizar en ese mismo río, junto a todos esos pecadores, al Sol que nacía de lo alto, al Señor? Pero Juan era obediente, y obedeció. Entendió que ese gesto era necesario, como preludio de la obra redentora.

Jesús entró en silencio al río, sumergiéndose por completo, como todos, sin que nadie pudiera percibir nada distinto. Pero al salir, de pronto, una haz potente de luz se abrió paso en el cielo encapotado… una inmaculada paloma descendió y permaneció sobre Él, aleteando suavemente… y una voz, la misma del Paraíso, la misma del Sinaí, la misma que Jesús oía en su interior desde toda la eternidad, se oyó inconfundible en aquel paraje: “Tú eres mi hijo muy querido…”

Juan temblaba y con gesto decidido se postró ante Jesús, que emergía del agua refulgente de belleza y majestad, con los brazos sobre su cuerpo y los ojos cerrados. Algunos escucharon que el Bautista musitaba, emocionado: “Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros… que tú crezcas, y yo disminuya”. Otros oyeron a Jesús decir: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”


Reflexionar

Jesús santificó su vida oculta trabajando con esmero y alegría y amando a todos, especialmente a los más débiles. ¿Sabes tú santificar tu trabajo?

Juan el Bautista cumple su misión con decisión y humildad, sabiendo reconocer y aceptar el tiempo establecido por Dios, dando un paso al costado al comprender su final. ¿Sabes tú obrar con humildad, con discreción y con prudencia?

Jesús vive movido por el Espíritu Santo y obediente a los planes del Padre. Su identidad es ser hijo. ¿Sabes tú agradecer el don de la filiación divina, recibido en el Bautismo? ¿Intentas descubrir qué quiere el Padre de ti en este momento preciso?


Pedir

Jesús, gracias por haber purificado mis pecados al hacerte uno de nosotros. Dame la gracia de vivir en la pureza y la santidad.

Jesús, ayúdame a ser como Juan el Bautista, y ayudar a otros a descubrirte presente en medio del mundo.

Jesús, dame tu Espíritu Santo para que ya no sea la carne sino Él el motor y el sentido de mi vida entera. Amén.

P. Leandro Bonnin