2.07.11

La revelación del Corazón

Homilía para el XIV Domingo del tiempo ordinario (ciclo A)

Jesús ha venido a nosotros como un rey “justo y victorioso, modesto y cabalgando en un asno, en un pollino de borrica” (cf Za 9,910). En su humildad, Jesucristo es el Revelador y la Revelación del Padre; el Hijo que conoce al Padre y que nos lo da a conocer (cf Mt 11,25-30). El concilio Vaticano II enseña que Cristo es, a la vez, “mediador y plenitud de toda la Revelación” (Dei Verbum 3); es decir, Dios se manifiesta y se comunica a sí mismo a los hombres por medio de Jesucristo y en la misma persona de Jesucristo, el Verbo encarnado.

Si queremos saber cómo es Dios debemos escuchar lo que Dios nos dice a través de su Hijo; más aún, debemos contemplar a su Hijo, a Jesucristo. Él es la Verdad, la Verdad completa, que se ha aproximado a cada uno de nosotros para que, por la gracia, cada uno de nosotros participe del diálogo que, en la intimidad divina, sostienen, en el Espíritu Santo, el Padre y el Hijo. En la celebración de la Iglesia ese diálogo, que es alabanza y acción de gracias, se hace presente y actual. Junto a Cristo, toda la Iglesia, especialmente en la Santa Misa, se dirige al Padre para darle gracias “porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a la gente sencilla”.

¿Quiénes son “los sencillos”? Son aquellos que no ponen su confianza en sí mismos, o en sus saberes, sino en Dios. Los sencillos son los creyentes, aquellos que con docilidad a la gracia escuchan y se someten libremente a la revelación. Sin la humildad la fe resulta imposible. María, que “realiza de la manera más perfecta la obediencia de la fe” (Catecismo 148), se presenta, acogiendo el anuncio del ángel, como “la esclava del Señor”, dispuesta a que en ella se cumpla lo que la palabra del ángel manifiesta (cf Lc 1,38).

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30.06.11

¿Qué es la teología?

El papa nos sorprende cada día. Sus palabras, sus homilías y discursos, son admirables. Sabe compaginar de un modo particularmente logrado la forma y el fondo, la profundidad y la sencillez, la claridad y la belleza.

La homilía pronunciada en la Santa Misa de la solemnidad de San Pedro y de San Pablo, en la que alude a su sexagésimo aniversario de ordenación presbiteral, es un texto que, pienso yo, se leerá en el futuro con una veneración parecida a la que sentimos por los grandes escritos de los autores cristianos.

Pero también hoy, en su discurso con ocasión de la concesión del “Premio Ratzinger”, ha estado brillante. Ha reflexionado sobre la naturaleza de la teología y sobre la relación entre la fe y la razón. Se trata de un texto que debemos situar en continuidad con los discursos de Ratisbona, del Colegio de los Bernardinos de París y de la Universidad de Roma (aunque en este último lugar no llegó a pronunciarlo).

Tras un primer párrafo de reconocimiento a los tres teólogos premiados -Olegario González de Cardedal, M. Simonetti y M. Heim-, en el que incide en la importancia de hacer que la palabra de la fe no quede restringida al pasado, sino que sea para nosotros una palabra contemporánea, el papa entra en el nudo de su discurso: ¿Qué es verdaderamente la teología?

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27.06.11

Una bella imagen de la Iglesia

No soy yo muy devoto de procesiones. Las respeto, las aprecio, pero… no es ese ir ordenadamente, de un lugar a otro, muchas personas con un fin religioso lo que de un modo más espontáneo me puede salir del alma. Ya sé que es cosa mía, pero la devoción tiene también un componente subjetivo, que depende de la propia experiencia, formación, ambiente cultural, etc.

Sin embargo, sí me gusta la procesión del Corpus Christi. Me gusta tanto que me esfuerzo en no dejar de participar ningún año. Caminar en pos de Cristo, presente de modo verdadero y sustancial en el Santísimo Sacramento, refleja muy bien en qué consiste la vocación cristiana. La fe, la pura fe es, creo, más que otra cosa, lo que convoca a quienes van en la procesión. Cristo presente y oculto, Cristo cercano y lejano, con toda la majestad de Dios y con la humilde apariencia de un trocito de pan.

En la ciudad donde vivo la procesión del Corpus es modesta y piadosa. En otros lugares es triunfal y solemnísima, como corresponde al paso del Rey con mayúsculas por las calles habitadas por los hombres. Nada puedo objetar a ese esplendor grandioso. Ciertamente, Cristo se lo merece todo y el tributo que le dediquemos no lo hace a Él más noble, pero sí nos ennoblece a nosotros.

Pero no es este el caso. En donde vivo, la procesión del Corpus es la de los cristianos de la Misa diaria. Y no creo exagerar nada. No éramos pocos, no, éramos bastantes, sin poder hablar de una muchedumbre inmensa. Pero he visto, y no solo este año, mucho recogimiento y mucho amor a Cristo. He visto a personas de todas las edades guardando silencio, respondiendo a las oraciones de alabanza y aclamando al Señor con cánticos.

Al término del recorrido, que apenas perturbó la vida de la ciudad, y que fue observado por quienes no participaban en él sin muestras externas de desprecio, pude vivir en la concatedral un momento de gran emoción: La custodia con el Santísimo fue colocada sobre el altar y el obispo, los sacerdotes y los demás fieles, laicos y religiosos, concentraron su mirada en la Sagrada Hostia. Él, Cristo, era el centro. Su Corazón sigue latiendo de modo vivo. Él sigue infundiendo en nuestro espíritu la fuerza y la alegría.

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26.06.11

No es una cuestión de tiempo

¿Sacerdocio para las mujeres, sí o no? Si pensásemos en términos de “derechos” la respuesta no podría ser más que una: “Sacerdocio sí”. Las mujeres no son menos dignas que los hombres, ni menos inteligentes, ni menos hijas de Dios.

¿Pero el sacerdocio es un “derecho”? Obviamente, no lo es. Nadie tiene “derecho” a ser ordenado diácono, presbítero u obispo. Nadie. Ni un hombre ni una mujer. El sacerdocio es una llamada que procede de Cristo y que la Iglesia ha de verificar.

En la Antigüedad las mujeres eran, con frecuencia, sacerdotisas de los cultos paganos. Sin embargo, Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, no eligió a las mujeres para ser, en el sentido pleno del término, “apóstoles” suyos. No consta que lo haya hecho. ¿Podría haberlo hecho? Sin duda, pero no se sabe que lo haya hecho nunca.

El problema es que la Iglesia se siente vinculada a la voluntad de Cristo. No es menos digna la cerveza que el vino, pero Él escogió el vino como materia de la Eucaristía. Ni es menos digno el queso que el pan, pero Él escogió el pan…

Hay una remisión constante a “lo recibido”, a lo que no depende de nosotros, a lo que Dios, en su libre voluntad, ha dispuesto. ¿Cuál es la lógica de la fe? ¿Pedirle a Dios cuentas por haber actuado como ha actuado o tratar de atenerse a su actuación?

Dios es Dios. Y el sacerdocio es lo que es: un signo de la grandeza de Dios, de su “excedencia”, de la gratuidad de sus dones. El Hijo de Dios se hizo “hombre”, no “ser humano” genéricamente hablando, sino “hombre”, varón. ¿Por qué? No lo sé. Y Cristo no es la más perfecta criatura, porque Cristo es el Creador y no la criatura. La más perfecta criatura es una mujer: María, la madre de Cristo.

San Pablo, hablando de la Eucaristía, se remite a lo que él ha recibido; a lo que ha recibido procedente del Señor. ¿Podemos acaso anticipar “a priori” la voluntad divina? ¿Dios debe acomodarse a lo que nosotros queremos? ¿O, por el contario, Dios es Dios?

Me merece mucho respeto una Iglesia servidora del querer de Dios, cuidadosa con lo que Dios ha dicho, “secundaria” con respecto a la revelación. Una Iglesia que llegase a pensar que es ella la que decide, la que tiene la última palabra, la que no se sintiese vinculada a la Palabra, me daría motivos fundados para la desconfianza.

Se diga o no, en el fondo de los debates sobre el sacerdocio femenino late una interrogación: “¿Por qué el Hijo de Dios se hizo hombre?”. Y si digo “hombre” digo también “varón”. ¿Por qué? Yo no lo sé, pero así sí ha sido. Solo puedo pensar una cosa: No es lo más importante ser varón o mujer, ser sacerdote o no serlo: Lo más importante es ser santos.

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24.06.11

El pan de la vida

Homilía para la solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo (Ciclo A)

La Iglesia se admira ante el Sacramento en el que Cristo nos dejó el memorial de su pasión y le pide al Señor que nos conceda venerar de tal modo los sagrados misterios de su Cuerpo y de su Sangre, que experimentemos constantemente en nosotros el fruto de su redención.

La solemnidad del Corpus Christi tiene como finalidad esta veneración; es decir, el sumo respeto y el culto reverente al Santísimo Sacramento del Altar, no solo durante la celebración de la Santa Misa sino también en la reserva eucarística en el sagrario, en la exposición solemne o en la bendición y en las procesiones eucarísticas.

El motivo de esta veneración es la presencia de Cristo bajo las especies eucarísticas: En el Santísimo Sacramento de la Eucaristía están “contenidos verdadera, real y substancialmente el Cuerpo y la Sangre junto con el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo y, por consiguiente, Cristo entero”, enseña el Concilio de Trento.

La presencia de Cristo en la Eucaristía es una presencia real por excelencia, por ser substancial: “por la consagración del pan y del vino se opera el cambio de toda la substancia del pan en la substancia del Cuerpo de Cristo nuestro Señor y de toda la substancia del vino en la substancia de su Sangre”, dice también el Concilio de Trento.

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