13.10.12

La vida es siempre una opción

XXVIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO B.

El papa Benedicto XVI, en una de sus homilías, recuerda que “la vida es siempre una opción: entre honradez e injusticia, entre fidelidad e infidelidad, entre egoísmo y altruismo, entre bien y mal” (23-9-2007). El hombre rico y observante de la Ley que, con urgencia, se postra de rodillas ante el Señor para preguntarle “¿qué haré para heredar la vida eterna?” (Mc 10,17) se sitúa ante una disyuntiva: depositar su confianza en la seguridad engañosa ofrecida por sus riquezas o, por el contrario, confiar exclusivamente en la generosidad de Dios.

La mirada de Jesús, cargada de afecto paternal, detecta el obstáculo que impide una respuesta afirmativa a la llamada al seguimiento: “Una cosa te falta” (Mc 10,21). El hombre que parece tenerlo todo carece, no obstante, de algo necesario: de la libertad para seguir al Señor sin reservas. Está encadenado por su dinero. Jesús le ofrece una terapia liberadora: “Vende lo que tienes, da el dinero a los pobres – así tendrás un tesoro en el cielo - , y luego sígueme”.

El rechazo a la invitación de Cristo provoca en esta persona un cambio radical: pasa del entusiasmo a la tristeza. Ha elegido, pero ha elegido mal, prefiriendo conservar sus riquezas antes que escoger la recompensa máxima, un tesoro en el cielo. Cada uno de nosotros debe examinarse ante Dios para indagar qué esclavitudes nos impiden seguir de verdad al Señor.

Optar por algo implica necesariamente renunciar a otras cosas. Querer ser cristiano supone no anteponer nada al amor a Cristo: “Si amar a Cristo y a los hermanos no se considera algo accesorio y superficial, sino más bien la finalidad verdadera y última de toda nuestra vida, es necesario saber hacer opciones fundamentales, estar dispuestos a renuncias radicales, si es preciso hasta el martirio”, sigue diciendo el papa.

Leer más... »

12.10.12

Una brújula segura

El Concilio Vaticano II fue inaugurado por el papa Juan XXIII el 11 de octubre de 1962 con la presencia de 2.540 padres conciliares - obispos y superiores generales de los institutos religiosos masculinos - y de observadores de otras confesiones cristianas. Posteriormente, en 1963 y 1964, serían invitados como oyentes diferentes personas, hombres y mujeres.

Benedicto XVI ha querido celebrar el cincuenta aniversario de esta inauguración convocando un “Año de la Fe", en la certeza de que los textos dejados por el Vaticano II no pierden su valor ni su esplendor, pues el último concilio - como dijo en su día Juan Pablo II - se nos ofrece como una “brújula segura” para orientarnos en el siglo XXI.

¿Por qué y para qué se convocó el concilio? A diferencia de lo que había sucedido en concilios anteriores, no se vivían en la Iglesia cuando fue anunciado el Vaticano II problemas graves de fe, de comunión o de disciplina. La voluntad de Juan XXIII era impulsar un “aggiornamento” de la Iglesia, una puesta al día, una renovación, con el propósito de que la doctrina de siempre fuese presentada “según las exigencias de nuestro tiempo".

La Iglesia quería así tomar conciencia del presente para de este modo contribuir a forjar el futuro. En definitiva, se buscaba discernir cuál había de ser la relación correcta entre cristianismo y modernidad. En esta clave se puede comprender la trascendencia de la “Declaración sobre la libertad religiosa” en la que el concilio propone la libertad religiosa como un derecho de la persona humana y como principio fundamental de las relaciones entre la Iglesia y el Estado. Asimismo, en la “Declaración sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas” el concilio intentó mostrar, con una finalidad práctica, lo que los hombres de las distintas religiones tienen en común para promover el diálogo y la colaboración entre todos.

Leer más... »

5.10.12

Un amor definitivo

XXVII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B

Cuando los novios acuden a la parroquia para iniciar el expediente matrimonial, se le formula a cada uno de ellos, entre otras, la siguiente pregunta: “¿Tiene intención de contraer matrimonio como es presentado por la ley y doctrina de la Iglesia: uno e indisoluble, ordenado al bien de los cónyuges y a la generación y educación de los hijos?”. Si el contrayente careciese de esa intención, el matrimonio no se podría celebrar y, de hacerlo, sería en sí mismo nulo; una pura apariencia de matrimonio, sin realidad.

La Iglesia no ha “inventado” el matrimonio, ni ha dispuesto, por su propio capricho, que éste sea “uno e indisoluble”. La Iglesia ha recibido esta doctrina de Jesús: “Al principio de la creación Dios los creó hombre y mujer. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne. De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre” (Mc 10, 6-9).

El Señor se remite “al principio”; es decir, a la acción creadora de Dios, y lo hace con palabras tomadas del libro del Génesis (2, 24). El matrimonio es creación de Dios; Él mismo es el autor del matrimonio: “La vocación al matrimonio se inscribe en la naturaleza misma del hombre y de la mujer, según salieron de la mano del Creador. El matrimonio no es una institución puramente humana”, nos recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica (n. 1603).

Dios es amor; amor fiel. El amor de los esposos, en virtud del sacramento del matrimonio, está llamado a testimoniar esa fidelidad. El esposo y la esposa no serían “una sola carne” si no se entregasen totalmente el uno al otro; exclusivamente el uno al otro; únicamente el uno al otro. Y esta entrega no es total si no abarca también el futuro; si no es una donación definitiva, en lugar de ser un compromiso pasajero. Cuando los novios contraen matrimonio se dicen el uno al otro: “Yo te quiero a ti, como esposo (o como esposa) y me entrego a ti, y prometo serte fiel en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, todos los días de mi vida”. “Me entrego a ti”, definitivamente. El matrimonio no es un contrato de alquiler, ni una cesión por un tiempo; es una mutua donación irreversible.

Jesús, en el Evangelio, habla también de la “dureza del corazón”. Si Moisés permitió el repudio fue “por la dureza de vuestro corazón”, por vuestra “terquedad”; por la resistencia a aceptar y a cumplir el proyecto de Dios. El corazón deja de ser un corazón duro cuando se abre al amor irrevocable de Dios. Para los esposos puede resultar difícil unirse para toda la vida. Pero lo que parece casi imposible para los hombres no lo es para Dios. Los esposos, si corresponden a la gracia del matrimonio, experimentarán que su amor es engrandecido por Dios, su fidelidad fortalecida por la fidelidad de Aquel que no quebranta su alianza, su entrega mutua elevada a signo eficaz de la entrega de Cristo a su Iglesia.

Leer más... »

29.09.12

Las exigencias del seguimiento

Homilía para el Domingo XXVI del Tiempo Ordinario (B)

El Señor advierte sobre la inconveniencia de juicios prematuros que pudiesen llevarnos a una actitud exclusivista: “El que no está contra nosotros está a favor nuestro” (Mc 9,40). Los cristianos, ayer y hoy, vivimos inmersos en una sociedad en la que no todos sus miembros forman parte de la Iglesia.

Muchas de estas personas, aun no profesando la fe católica, miran con simpatía a Jesús y con benevolencia a sus discípulos. Esta disposición favorable debe ser valorada y puede convertirse en un camino que conduzca a muchos a acercarse cada vez más al Señor y a integrarse en la unidad de la Iglesia.

No podemos oponernos al bien de cualquier parte que venga, sino que, por el contrario, debemos procurarlo cuando no exista, decía San Beda. Y el Concilio Vaticano II afirma que “la Iglesia percibe con agradecimiento que, tanto en su comunidad como en cada uno de sus hijos, recibe distintas ayudas de hombres de toda clase o condición” (GS 44). La defensa de la familia y de la vida, la promoción de la justicia y de la paz, la ayuda a los más pobres y tantas otras iniciativas buenas han de ser bien recibidas por un cristiano aunque procedan de no cristianos.

El Señor tendrá en cuenta el trato que los hombres dispensen a sus discípulos: “El que os dé a beber un vaso de agua, porque seguís al Mesías, os aseguro que no quedará sin recompensa” (Mc 9,41). E igualmente señala la relevancia que, en el último juicio, tendrá la actitud contraria, la de escandalizar, la de hacer que se quiebre la fe de los creyentes más débiles (cf Mc 9,42).

Jesucristo no disimula las exigencias del seguimiento. La fe tiene ojos y manos y pies; es decir, nos compromete totalmente y excluye todo aquello que nos pueda apartar de Dios. Lo que para nosotros sea ocasión de pecado debemos evitarlo radicalmente. Los ojos no pueden emplearse para atisbar las tentaciones, ni los pies para caminar hacia el mal ni las manos para realizar acciones contrarias a los mandamientos de la Ley de Dios.

Leer más... »

22.09.12

Coraje y optimismo

Ante los desafíos de la secularización de la sociedad se ha de buscar una respuesta “con coraje y optimismo” proponiendo con audacia la novedad permanente del Evangelio. Coraje, optimismo, audacia. Palabras presentes en el interesantísimo discurso del papa a los obispos de Francia pronunciado el 21 de septiembre de 2012.

Con frecuencia se respira en determinados medios un ambiente totalmente distinto: miedo, pesimismo e inhibición. La secularización asusta porque se extiende como un ciclón que arrasa cuanto toca. Muchos de nuestros conciudadanos viven como si Dios no existiese y como si, al menos aparentemente, no sintiesen nostalgia de Él.

El mayor riesgo es que esa onda expansiva nos afecte y nos venza. Solo se puede resistir enraizando nuestra vida en Dios, sabiendo por experiencia que abrirnos a Él nos hace más grandes, infundiéndonos alegría, esperanza y motivos para ser mejores y para intentar construir, en lo que podamos, un mundo más habitable, más amplio, más humano.

La primacía de Dios ha de guiar la acción de la Iglesia a fin de no caer en una especie de “burocratización de la pastoral”, reduciendo todo esfuerzo a reformar y cambiar estructuras, olvidando que el drama de la salvación tiene como protagonistas a Dios y a los hombres y nunca los planes, los proyectos y las programaciones. Los medios no son fines y si los medios se convirtiesen en fines iríamos, muy organizadamente, eso sí, camino del desastre.

Una señal de la principalidad de Dios es el sacerdocio ministerial. El sacerdote visibiliza sacramentalmente – de modo a la vez simbólico y real – que “lo primero” nos viene de arriba; que no podemos dárnoslo a nosotros mismos, sino solo recibirlo con agradecimiento. ¿Qué es “lo primero”? Es Dios mismo. Dios que nos habla en su Palabra, que sale a nuestro encuentro en los sacramentos, que conduce a su Iglesia a través de la peregrinación de este mundo a la meta del cielo.

Valorar el sacerdocio ministerial en nada disminuye la dignidad del sacerdocio de todos los bautizados. Al contrario, la refuerza. Para que podamos ofrecer a Dios la oblación de nuestras vidas necesitamos que Él nos dé la fuerza para lograrlo. Y esa energía nos viene a través de los sacramentos; en particular, del sacramento de la Penitencia – en el que Dios nos perdona – y de la Eucaristía – en el que Dios se hace continuamente presente -.

Leer más... »