5.03.13

Hugo Chávez, RIP

Me acabo de enterar del fallecimiento del mandatario venezolano Hugo Chávez. Un personaje curioso, original, que, al menos públicamente, ha apostado siempre por el “socialismo” sin renegar del “cristianismo”.

Supongo que habría que profundizar en lo que Hugo Chávez entendía por “socialismo” y por “cristianismo”. En cualquier caso, de su fe – si la tenía – no es fácil juzgar desde fuera. Yo creo que sí tenía fe, a su modo. Y también deduzco que nunca renegó del Padre ni del Hijo ni del Espíritu Santo. No faltaban, especialmente durante su convalecencia, sus oraciones a Cristo.

A mí nadie tiene que convencerme de los bienes – o males - de su política. No entro en ese tema, porque no viene a cuento en este blog. Todos sabemos quién era, desde esa perspectiva. Y, obviamente, no me podría contar entre sus partidarios.

Pero…, a pesar de los pesares, creo que era un cristiano, muy “sui generis”, pero cristiano. Que el Señor le perdone. Y que conceda al pueblo de Venezuela un futuro en armonía y en paz.

Guillermo Juan Morado.

2.03.13

El médico que acabó siendo Cardenal: Willem Jacobus Eijk

Nacido el 22 de junio 1953 en Duivendrecht en la diócesis de Haarlem-Amsterdam (Holanda), Willem estudió Medicina en la Universidad de Amsterdam, donde se graduó en 1978. En 1980, después de un año y medio de prácticas en un hospital, entró en el seminario y continuó sus estudios de Bioética Médica en la Universidad de Leiden.

Tras ser ordenado sacerdote en 1985, obtuvo su doctorado en bioética médica en 1987, con una tesis sobre la eutanasia. Luego, en 1989, obtuvo un doctorado en Filosofía en la Universidad Pontificia de Santo Tomás de Aquino en Roma (Angelicum), con una tesis sobre los problemas éticos de la ingeniería genética, y en 1990 se licenció en Teología.

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1.03.13

Cristo no se conforma con poco

III Domingo de Cuaresma

El Señor recuerda en el evangelio la necesidad de la conversión: “Si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera” (Lc 13,3). Los distintos acontecimientos, también las desgracias, pueden ser interpretados como una llamada a cambiar de dirección en el camino de la vida, para dejar el pecado y la superficialidad y abrirnos a lo que verdaderamente cuenta: Dios y su reino.

Para todos los cristianos, la conversión es una tarea ininterrumpida, porque nunca respondemos completamente al amor misericordioso de Dios. Dentro de nosotros mismos pueden quedar parcelas de egoísmo, de resistencia a la gracia. Queremos seguir a Cristo, quizá, pero no queremos seguirle con todas las consecuencias. Tenemos la tentación de conformarnos con la mediocridad, con un cristianismo que no suponga un excesivo esfuerzo, con un no ser malos del todo, sin aspirar tampoco a ser buenos del todo.

Cristo no se conforma con poco. Él, que nos ha amado hasta el extremo, espera nuestra correspondencia a su amor, porque en esta correspondencia está nuestro bien: Con la conversión “se apunta a la medida alta de la vida cristiana, se nos confía al Evangelio vivo y personal, que es Cristo Jesús. Su persona es la meta final y el sentido profundo de la conversión, él es el camino sobre el que estamos llamados a caminar en la vida, dejándonos iluminar por su luz y sostener por su fuerza que mueve nuestros pasos”, enseña Benedicto XVI.

Apuntar a la “medida alta de la vida cristiana”. La Cuaresma fija nuestros ojos en esa “medida alta”, que es la Persona de Cristo, para que nos configuremos con Él mediante “el agua y las lágrimas”, de las que hablaba San Ambrosio de Milán: el agua del Bautismo y las lágrimas de la Penitencia. El Bautismo nos hace criaturas nuevas, pero no elimina la fragilidad y la debilidad de nuestra naturaleza, que puede llevarnos a pecar. Necesitamos, por ello, “la segunda tabla de salvación”, que es el sacramento de la Penitencia.

Si acudimos debidamente preparados al sacramento de la Penitencia, Dios nos reconcilia consigo y nos une con Él en profunda amistad, otorgándonos “la paz y la tranquilidad de la conciencia, a las que acompaña un profundo consuelo espiritual”, como enseña el Concilio de Trento. Pueden condenarnos los demás, a veces inmisericordemente, o puede condenarnos, incluso, el juicio de nuestra conciencia, pero Dios, más que a condenar, está inclinado a absolver. Él es “compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia” (Sal 102).

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28.02.13

¿Éxito, fracaso o responsabilidad?

Yo no sé si las palabras “éxito” o “fracaso” son los términos adecuados a la hora de hacer balance de un pontificado. Me temo que no es así. ¿Todo en la vida depende del resultado feliz de nuestras acciones o de la buena aceptación de nuestras propuestas?

Diría que no. La vida humana no es tan simple. ¿Qué significa “triunfar” o “fracasar” en la vida? ¿Qué significa “triunfar” o “fracasar” en el desempeño del ministerio sacerdotal? ¿Qué significa “triunfar” o “fracasar” en el ejercicio del ministerio petrino?

No podemos dejar que la lógica de la mera eficiencia nos invada. El teólogo Joseph Raztinger contraponía, ya en la “Introducción al Cristianismo”, el binomio “saber-hacer” al binomio “estar-comprender”; es decir, el pensamiento “pragmático” al pensamiento “razonable”, que parte, este último, de una confianza inicial que abre, y no cierra, el camino a la comprensión.

Se dice que Joseph Ratzinger-Benedicto XVI ha fracasado en un triple frente: En relación a la Modernidad, apostando por una razón abierta al misterio, en lugar de resignarse a los confines de una razón cerrada a los límites de la experiencia sensible. En relación al enfriamiento de la fe que vive gran parte de Occidente, apostando por la “nueva evangelización”. Y, por si fuera poco, en tercer lugar, en lo que atiene a una reforma interna de la Iglesia – y, cuando se habla de “reforma”, se habla un poco de todo: desde la búsqueda de una mayor credibilidad de los cristianos hasta cuestiones más puntuales como la renovación de la Curia o del IOR, el llamado “Banco Vaticano”-.

Si Benedicto XVI hubiese “fracasado” en su intento de diálogo con la Modernidad, el fracaso no sería, primeramente, del papa, sino también de la Modernidad y, en suma, de la causa del hombre. En cierto modo, este diagnóstico lo ha dejado entrever, entre otros, Mario Vargas Llosa. La renuncia del papa, a juicio de este escritor agnóstico, pone de relieve “lo reñida que está nuestra época con todo lo que representa vida espiritual”, la preocupación por los valores éticos y la vocación por la cultura y las ideas.

El enfriamiento de la fe es un problema grave, que sí puede hacer pensar en las imágenes que Benedicto XVI ha empleado, hablando de una barca que hace aguas por todas partes, a punto de hundirse…, etc. Pero también ha recordado que, aunque el Señor parezca dormido, sigue estando en la barca. La fe es don de Dios. Es, además, un bien para el hombre. Y el hombre ha sido creado para la fe, para entrar en la Iglesia; en definitiva, para salvarse. No podemos pensar que una estación sea todo el año y donde, aparentemente, la fe muere puede también resurgir.

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26.02.13

¿Seguir siendo católico?: perplejidades y certezas

Si durante estos días uno se asoma a “los medios” nacerá en su corazón – o se reforzará, en el caso de que ya haya nacido antes – una pregunta esencial: ¿Por qué permanezco en la Iglesia?

Si nos fiásemos de todo lo que se dice, de todo lo que se publica, dejaríamos de ser católicos. Nadie, salvo que se tratase de un ser pervertido, desearía ser cómplice del mal. Casi con solo pronunciar la palabra “Iglesia” surge, de golpe, una constelación tétrica de términos: Corrupción, intrigas, intereses ocultos, falsedad, hipocresía, intolerancia, abusos….

Es la hora de la fe y de la razón. De escrutar, racionalmente, a la luz de la fe, por qué, a pesar de los pesares, seguimos siendo católicos. Una pregunta que, en su día, se planteaba el cardenal Ratzinger. Comentaba él: “El primer y más elemental principio que hemos de establecer es que cualquiera que sea o haya sido el grado de infidelidad de la Iglesia, así como es verdad que esta tiene continuadamente necesidad de confrontarse con Cristo, también es cierto que entre Cristo y la iglesia no hay ningún contraste decisivo. Por medio de la Iglesia Él, superando las distancias de la historia, se hace vivo, nos habla y permanece en medio de nosotros como maestro y Señor, como hermano que nos reúne en fraternidad. Dándonos a Jesucristo, haciéndolo vivo y presente en medio de nosotros, regenerándolo continuamente en la fe y en la oración de los hombres, la Iglesia da a la humanidad una luz, un apoyo y una norma sin los que no podríamos entender el mundo”.

A mí me parece que esto es literalmente así. Sin la Iglesia, no sabríamos nada de Cristo. La Iglesia es, por voluntad del Señor, “el canal a través del cual pasa y se difunde la ola de gracia que fluye del Corazón traspasado del Redentor” (Juan Pablo II).

En momentos de zozobra hay que rezar y hacer memoria. Antes de su Pasión, Cristo dejó ver a Pedro, a Santiago y a Juan el resplandor de su gloria, para que no sucumbiesen ante el escándalo de su muerte en la Cruz. Es el misterio de la Transfiguración, que la Iglesia pone ante nosotros en el II Domingo de la Cuaresma. La memoria de lo que Dios ha hecho en nuestro favor puede despertar la plegaria, una oración que se alimenta, también, de lo que Dios ha hecho ya en favor de nosotros.

Algunas personas se sienten como sacudidas por la renuncia del papa. ¿Cuáles son los motivos de esa renuncia? Yo creo que, únicamente, son los que el papa Benedicto ha revelado como tales: “Después de haber examinado ante Dios reiteradamente mi conciencia, he llegado a la certeza de que, por la edad avanzada, ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino”.

Añadir a “la” causa “otras” causas equivale a estar ciegos. Los que hoy se presentan como los graves problemas desencadenantes de esta decisión no son ni tan nuevos ni tan graves. Benedicto XVI no era, cuando se hizo cargo del ministerio de Sucesor de Pedro, un recién llegado a la Curia romana. Sabía de sobra cómo era la Curia; conocía perfectamente, eso creo, sus virtudes y sus defectos.

Llegado a este punto, me atrevo a romper una lanza a favor de la Curia. La Curia romana, los organismos que ayudan al papa a la hora de desempeñar su misión, están formados por personas que, como todas las personas humanas, tendrán virtudes y defectos. Pero, ni por una apuesta, cedería yo a la idea, completamente irreal, de que esa corporación sea una especie de nido de víboras.

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