1.03.19

La compasión y la cólera de Dios

La compasión y la cólera, la misericordia y la ira, están atestiguadas en la Sagrada Escritura. Ayer mismo, 28 de febrero de 2019, se proclamó en la primera lectura de la Santa Misa un texto del Eclesiástico: “Y no digas: ‘Es grande su compasión, me perdonará mis muchos pecados’, porque él tiene compasión y cólera, y su ira recae sobre los malvados” (Eclo 5,6).

Se trata de una advertencia pedagógica, admonitoria, no muy diferente de las que hace Jesús, en el texto Marcos 9,41-50: La mano, el pie, el ojo… No cabe buscar pretextos para retrasar la conversión y la enmienda de la propia vida, “porque de repente la ira del Señor se enciende” (Eclo 5,7).

Dios es condescendiente con el hombre, se aproxima a la debilidad humana. Muestra de esta condescendencia es también la atribución a Dios de trazos antropomórficos, como la capacidad de compadecerse o de dejarse afectar por la cólera. Siempre está presente la analogía del lenguaje, pero esta ley no implica que las afirmaciones sobre Dios no sean verdaderas.

San Agustín se distancia del ideal estoico de la “apatheia”, de la liberación de las alteraciones del ánimo. No se trata de prescindir de los sentimientos o de las pasiones, sino de que estén ordenados. La pasión clave es el amor, del que nacen el gozo, el dolor, el deseo y el temor. De la voluntad depende, en buena medida, que estos movimientos afectivos – que vemos reflejados también en Jesucristo - sean buenos o malos:

“Lisa y llanamente turbe al ánimo cristiano no la miseria, sino la misericordia; tema que los hombres se le pierdan a Cristo, contrístese cuando alguien se le pierde a Cristo; ansíe que los hombres sean adquiridos para Cristo, alégrese cuando los hombres son adquiridos para Cristo; tema también perdérsele él a Cristo, contrístese de estar desterrado de Cristo; ansíe reinar con Cristo, alégrese mientras espera que va él a reinar con Cristo. Las que llaman cuatro perturbaciones son ciertamente éstas: temor, tristeza, amor y alegría. Por causas justas ténganlas los ánimos cristianos y no se consienta con el error de los filósofos estoicos ni de cualesquiera similares” (Tratado sobre el Evangelio de San Juan 60,3).

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18.02.19

Eugenesia y aborto: “Que venga sanito”

La “eugenesia” es el estudio y la aplicación de las leyes biológicas de la herencia orientados al perfeccionamiento de la especie humana. En principio, nada que objetar, siempre y cuando sea respetado, en su dignidad, cada ser humano.

No solo importa la especie humana, sino que importa cada ser humano, cada persona humana, que, como decía Kant, es fin en sí misma y no medio; tiene dignidad y no precio.

La razón humana es un instrumento muy potente. Nos permite conocer, comprender, planificar, calcular… Para que este grandioso medio no se ponga al servicio de lo peor, necesita partir de bases adecuadas, de buenos principios. Sin ese fundamento estable, cualquier cosa – hasta la más disparata – puede ser ejecutada según los dictados de la razón. La historia y la experiencia de cada día lo atestiguan más que de sobra.

Si la eugenesia se vuelve loca, si en aras del supuesto perfeccionamiento de la especie humana, vale todo o casi todo, estamos ya perdidos. Si vale “todo”, ese todo incluirá el sacrificio de “un” individuo, o de dos, o de los que sean necesarios, siempre y cuando salga – supuestamente - beneficiada la especie.

Y, por otra parte, ese perfeccionamiento que “todo” lo justifica queda al dictado, o al capricho, de los pocos que mandan en el mundo y que pueden – con el poder que da el dinero - hacer valer sus criterios.

Apliquemos esta cuestión al problema del aborto. Si el principio del que partimos es el de que el embrión humano es algo y no alguien, una cosa y no una persona, una realidad que puede ser tratada como un objeto y no como un sujeto… empezamos muy mal. De ese principio se puede seguir una aprobación completa del aborto, únicamente sometido al albur del que manda.

Si el concebido aún no nacido es solamente algo, un bien, que no tiene derecho a ser tratado como alguien, resulta difícil, a mi modo de entender, oponer cualquier razón al argumento de muchas feministas: “Nosotras parimos, nosotras decidimos”. Argumento que las feministas usan a discreción, ya que ese mismo motivo no parece convencerlas cuando se trata de los llamados “vientres de alquiler” (también paren las “madres de alquiler”, también podrían decidir…).

Si el concebido aún no nacido es solamente algo, un bien, que no tiene derecho a ser tratado como alguien, resulta difícil, a mi modo de entender, oponer razones de peso a los argumentos proclives al mal llamado “aborto eugenésiso” – abortando a un individuo no veo cómo se mejora la especie - . La ley de aborto vigente en España dice que se podrá abortar cuando “no se superen las veintidós semanas de gestación y siempre que exista riesgo de graves anomalías en el feto y así conste en un dictamen emitido con anterioridad a la intervención por dos médicos especialistas distintos del que la practique o dirija”.

Si el concebido aún no nacido es solamente algo, un bien, que no tiene derecho a ser tratado como alguien, resulta difícil oponerse a que, sin límite temporal, se pueda abortar cuando “se detecte en el feto una enfermedad extremadamente grave e incurable en el momento del diagnóstico y así lo confirme un comité clínico”.

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15.02.19

Justicia, sí; linchamiento, no

Una sociedad civilizada ha de apostar por la justicia: por el derecho, por la razón, por la equidad. Una sociedad menos civilizada se conformará con el linchamiento, con ejecutar sin proceso y tumultuariamente a un sospechoso o a un reo.

Hoy parecen coexistir los dos sistemas: el judicial, que no es infalible, pero que observa unos procedimientos, y el simple “linchamiento”, que pasa por encima de esas “reservas”, que la prudencia pide.

El respeto a las víctimas exige, para que no se pierda ese respeto, un mínimo de garantías de que las víctimas son realmente tales. Las garantías de que, en efecto, han padecido las consecuencias de un delito.

Nada sería más injusto con las verdaderas víctimas de algo que esa condición se adjudicase simplemente, sin mayor rigor, a cualquiera que se quejase buscando, sin motivos, la compasión.

Para evitar el linchamiento, las sociedades civilizadas han elaborado códigos y procedimientos. Han establecido, incluso, períodos de “prescripción” de los presuntos delitos.

Estoy completamente convencido de que, si alguien ha cometido un delito, debe pagarlo. Debe ser juzgado y condenado, si es el caso. Pero no debe ser linchado. Y, ante todo, estoy convencido de que los primeros que tienen derecho a este juicio y a esta condena son las víctimas que han padecido los daños ocasionados por ese delito. Siempre quedará, hasta en el mejor de los supuestos, un cierto margen de incertidumbre. Debemos intentar que ese margen sea residual; cercano al cero.

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26.01.19

Fe y Modernidad

Me impresiona mucho pensar en la relación que existe entre Dios y el tiempo. El “Catecismo” indica: “Para Dios todos los momentos del tiempo están presentes en su actualidad”. Dios no tiene ayer, ni hoy ni mañana, aunque en Él estén presentes, de modo misterioso – divino – el ayer, el hoy y el mañana. Dios es eterno.

Hay un texto muy interesante, y muy realista, de san Agustín que sale al paso de aquellos que piensan - “a nuestro parecer” - , que “cualquiera tiempo pasado fue mejor”: “Los mismos sufrimientos que soportamos nosotros tuvieron que soportarlos también nuestros padres; en esto no hay diferencia. Y, con todo, la gente murmura de su tiempo, como si hubieran sido mejores los tiempos de nuestros padres. Y si pudieran retornar al tiempo de sus padres, murmurarían igualmente. El tiempo pasado lo juzgamos mejor, sencillamente porque no es el nuestro”.

No tiene mucho sentido situarse en un tiempo que ya no es el nuestro. La nostalgia del paraíso no debe ser un recuerdo de lo que ya no puede ser, sino un deseo del cielo. La Iglesia y la sociedad, la fe y el mundo, la fe y la razón, la fe y el tiempo… son realidades que están llamadas a entenderse.

San Agustín, el gran teólogo de la historia, vio la marcha del mundo como un drama, como un combate entre dos ciudades: “Dos amores fundaron dos ciudades, a saber: la terrena el amor propio hasta llegar a menospreciar a Dios, la celestial el amor a Dios hasta llegar al desprecio del sí propio”.

Estas dos “ciudades” constituyen una clave para interpretar la historia de los hombres. La ciudad terrena no es, sin más, el mundo. Ni la ciudad celeste es, sin más, la Iglesia. Las cosas no suelen ser tan químicamente puras. Las cosas son humana y mundanamente complejas.

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23.01.19

Lecturas: José Tolentino Mendonça, “Elogio de la sed”

José Tolentino Mendonça, “Elogio de la sed”, Sal Terrae, Maliaño (Cantabria) 2018, 164 páginas.

 

José Tolentino Mendonça es un arzobispo portugués (Madeira 1965), responsable del Archivo y de la Biblioteca del Vaticano. Es especialista en Sagrada Escritura y Doctor en Teología, además de escritor y poeta.

“Elogio de la sed”, el libro que presentamos, recoge las meditaciones que su autor, como predicador de los Ejercicios Espirituales, pronunció ante el Papa y la Curia en la Cuaresma de 2018. Por este motivo el prólogo y el “saludo final” son del propio papa Francisco.

A modo de frontispicio, Tolentino cita un bello texto de Saint-Exupéry: “Si quieres construir un barco, no empieces por enviar a los hombres a buscar madera, distribuir el trabajo y dar órdenes. En vez de eso, enséñales a anhelar el vasto e inmenso mar. Cuando se haya avivado esa sed, entonces hay que ponerse a trabajar para construir el barco”.

“Avivar la sed”. La sed es una experiencia humana y, por ello, asumida por Jesús - el Verbo encarnado –, que le pide a la Samaritana: “Dame de beber” (Jn 4,7). Una expresión asombrosa que manifiesta el deseo de Dios (el deseo que el hombre tiene y, sobre todo, el deseo de salvarnos del mismo Dios).

“Hablar de la sed es hablar de la existencia real”, nos dice mons. Tolentino. Y su libro, que es una profunda meditación sobre la Escritura, transmite esta sensación de realidad. Y no solo la Sagrada Escritura, sino que la misma creación, si supiéramos contemplar el mundo con amor, “es un libro de imágenes sobre la sed de Dios” (p.57).

La Escritura nos habla, nos toca el corazón, sacia y aviva a la vez nuestra sed. Y las palabras de José Tolentino cumplen una función de mediación muy valiosa, contribuyendo a que la Palabra resuene en nuestras vidas, iluminando nuestra existencia.

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