23.06.10

La Natividad de San Juan Bautista

La Natividad de San Juan Bautista

La Iglesia sólo celebra lo santo. En realidad, celebra al Santo de los santos, a Dios nuestro Señor. Celebra su grandeza, su majestad, su gloria, que se manifiesta en las obras de la creación y de la salvación. Los santos son, igualmente, obras de Dios, signos luminosos de su presencia en lo que, sin ellos, sería la plena oscuridad de la historia.

Por esta razón sólo figuran tres natividades en el calendario litúrgico. La primera, la que causa mayor admiración y maravilla, es la de Jesucristo, el Verbo encarnado, el Hijo de Dios hecho hombre, el Emmanuel, el Dios con nosotros nacido de la Virgen.

Figura también la festividad de la Natividad de la Virgen María; la criatura que siempre fue santa. En Ella, por el misterio de su Concepción Inmaculada, no se pueden separar la santidad y el ser. Muestra así que no sólo el origen, sino también la plenitud del ser es Dios. María es, desde el comienzo, toda de Dios y para Dios.

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22.06.10

El adorable conocimiento de Cristo

La segunda lectura del Oficio de lectura del martes de la XII semana del tiempo ordinario está tomada de un tratado de San Gregorio de Nisa “sobre el perfecto modelo del cristiano”. Es un autor del siglo IV, Gregorio de Nisa - hermano de San Basilio y contemporáneo de otro de los grandes capadocios, San Gregorio Nacianceno – , de gran interés. W. Jaeger le dedica unas luminosas reflexiones en su breve, pero profundo ensayo, “Cristianismo primitivo y paideia griega”.

También Benedicto XVI ha hablado de San Gregorio de Nisa; en concreto, en la “Audiencia” del 29 de agosto de 2007. El Papa lo describía como un “hombre de carácter meditativo, con gran capacidad de reflexión y una inteligencia despierta, abierta a la cultura de su tiempo. Se convirtió así en un pensador original y profundo de la historia del cristianismo”.

Su vida fue la de un intelectual, un asceta y un pastor de la Iglesia. Apasionado por la filosofía y por la retórica, se dedicó a la enseñanza y contrajo matrimonio. Luego, se concentró en la vida ascética y, finalmente, fue elegido Obispo de Nisa. No se le ahorraron problemas en esa sede. En plena disputa con los herejes que negaban la divinidad del Espíritu Santo, fue acusado de malversación de fondos y tuvo, temporalmente, que abandonar su obispado.

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21.06.10

Hijos

He vivido dos experiencias que tienen que ver con el sentimiento de los padres hacia sus hijos. Una de ellas, alegre; la otra, a la vez triste y esperanzada.

La primera es la noticia del nacimiento de un niño. Sus padres son muy jóvenes, un matrimonio al que, en parte en broma, le dije alguna vez que, con su sola presencia en Misa, hacían bajar la media de edad de los 90 años a los 89.

La noticia me la ha dado el abuelo: “Mi hijo ya es padre”. Luego, he podido felicitar al hijo convertido en padre. Estaba radiante y venía ya, a los dos o tres días del nacimiento de su bebé, a concertar el día y la hora del Bautismo. Algo que me alegra, porque últimamente tienden, no sé por qué, a dilatar indebidamente la recepción de este sacramento. Ya han escogido el nombre, quiénes serán los padrinos… Todo. A la reciente madre no la he visto, pero sé que está bien.

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20.06.10

Una Primera Comunión

En mi parroquia, hemos celebrado hoy la primera comunión de un niño que, por razones que no vienen al caso, no había podido hacerla, junto con sus compañeros, en la fecha prevista.

Es una gran responsabilidad para la parroquia “gestionar” todo lo que tiene que ver con la iniciación cristiana. Pero es una responsabilidad subsidiaria, de suplencia, de ayuda a una responsabilidad principal.

Ante todo, de los padres, que son los “procreadores” de sus hijos y sus primeros educadores, también en el ámbito religioso. Y, de algún modo, subsidiaria con relación a la totalidad de la Iglesia.

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19.06.10

El Primogénito traspasado

Homilía para el XII Domingo del Tiempo Ordinario (ciclo C)

“Me mirarán a mí, a quien traspasaron”, dice el profeta Zacarías. Jesús, en la Cruz, es la fuente de la gracia y de la clemencia (cf Za 12,10-11;13,1). Esta imagen del Mesías, traspasado por la lanza que abrió su costado, nos habla de la misericordia de Dios, de su clemencia con Israel, con todos los hombres y, particularmente, con los pecadores.

La misión y la identidad de Jesús no pueden ser comprendidas prescindiendo de su pasión y de su muerte. Él no es sólo un profeta, alguien que habla de parte de Dios: “El Hijo del Hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutado y resucitar al tercer día” (Lc 9,22). Su misión pasa por la cruz. Quien quiera seguirle no puede esperar algo muy diferente a la cruz: “la Cruz solitaria está pidiendo unas espaldas que carguen con ella” (Camino 277).

El Señor consuma en la cruz su sacrificio, el amor hasta el extremo (cf Jn 13, 1). Sólo Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, podía cargar sobre sí los pecados de todos y ofrecerse en sacrificio por todos. Pero nosotros no quedamos al margen de esta ofrenda. Él se ha unido, por su Encarnación, a cada uno de nosotros. Y, en consecuencia, también nosotros podemos, tomando nuestras propias cruces, “seguirle”, uniendo nuestros pequeños sacrificios al suyo, ofreciendo nuestras espaldas para cargar con el peso infinito del desamor y de la rebeldía y, de este modo, transformarlo, porque Él lo transforma, en entrega y obediencia.

“Jesús reemplaza nuestra desobediencia con su obediencia”, dice el Catecismo (n. 615). El Siervo doliente se dio a sí mismo en expiación, satisfaciendo al Padre por nuestros pecados. No es el Padre quien se “complace” con nuestra sangre. Al Padre le basta – porque en eso consiste nuestro bien - la obediencia, el reconocimiento justo de su paternidad y de nuestra filiación. Somos nosotros, en la medida en que edificamos nuestra vida sobre la desobediencia a Dios, los responsables de que la obediencia cueste sangre.

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