¿Es responsable creer?
¿El hombre actúa responsablemente cuando cree? ¿Resulta sensato ir más allá de lo que nuestros ojos ven, y confiar la propia vida a un horizonte de sentido, que se acepta en virtud de la fe?
Los actos humanos son aquellos que se realizan libremente, tras un juicio de conciencia. Creer es uno de estos actos. En realidad, si lo pensamos un poco a fondo, el creer siempre precede al saber. Para poder hacernos cargo de las cosas, para apropiarnos del lenguaje, para comprender aquello que vamos conociendo, necesitamos, primero, confiar. Confiamos en nuestra madre cuando nos enseña a pronunciar las palabras “casa” o “coche”. Confiamos en el profesor que nos enseña a sumar. Confiamos en el médico que nos diagnostica una enfermedad y nos receta unas medicinas.
Sin esta fe o confianza básica la vida humana resultaría imposible. No podemos verificarlo todo, sin dar algo por supuesto. El mismo desarrollo de la ciencia presupone, de un modo o de otro, una cierta confianza en la inteligibilidad de lo real y en las capacidades del ser humano para poder elaborar conceptos y teorías.
Una duda sistemática, una desconfianza persistente, una sospecha continua, haría imposible también las relaciones entre los seres humanos. No podemos, seguramente, creer a cualquiera, pero nos resulta imprescindible creer a alguien. Si acudimos a la peluquería, por ejemplo, confiamos, y parece que es razonable hacerlo, en que el peluquero, en lugar de agredirnos con cuchillas o tijeras, cumplirá su cometido de cortarnos el cabello.