15.10.10

Oración, fe, palabra

Homilía para el XXIX Domingo del Tiempo Ordinario (Ciclo C)

Uno de los rasgos que han de caracterizar a la oración es la perseverancia. Debemos orar siempre y sin desanimarnos (cf Lc 18.1-8). Como escribía Evagrio Póntico: “No nos ha sido prescrito trabajar, vigilar y ayunar constantemente; pero sí tenemos una ley que nos manda orar sin cesar”.

¿De dónde brota la oración perseverante? Surge del amor humilde y confiado. El Catecismo nos recuerda, al respecto, tres evidencias de fe “luminosas y vivificantes” (cf Catecismo 2742-2745): Orar siempre es posible, es una necesidad vital y resulta inseparable de la vida cristiana.

Siempre podemos orar, porque Cristo está con nosotros “todos los días” (Mt 28,20). Da igual lo que nos toque vivir, bien sea la bonanza o la tempestad. En cualquier situación, podemos elevar nuestra alma a Dios y pedirle los bienes convenientes. En cualquier tiempo se hace posible el encuentro personal de cada uno de nosotros con Dios.

Orar es una necesidad vital, a fin de no caer en la esclavitud del pecado. Sin Dios, separados de Él, al margen de Él, no hay vida verdadera. Dios no nos creó para la muerte, sino con la finalidad de hacernos partícipes de su vida. La gracia consiste en esa participación en la vida de Dios que nos introduce la comunión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

La oración resulta, en consecuencia, inseparable de la vida cristiana, pues no se puede establecer una disociación entre la plegaria y las obras. Cada acontecimiento, cada instante, cada situación, ordinaria o extraordinaria, se convierte en ocasión propicia para implorar la venida del Reino de Dios.

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14.10.10

Aborto: No cabe transigir

El Diccionario de la Real Academia Española define “transigir” como “consentir en parte con lo que no se cree justo, razonable o verdadero, a fin de acabar con una diferencia”. La disputa y el enfrentamiento resultan agotadores y, “pro bono pacis”, transigimos cada día en muchas cosas: Pagamos una multa de tráfico, aunque nos parezca desproporcionada, sin presentar en contra un recurso; soportamos que parte del dinero que proviene de nuestros impuestos se destine a fines que, a nuestro juicio, no son los mejores; cedemos, incluso, parte de lo que nos corresponde en puro derecho para facilitar la convivencia.

Pero hay temas en los que no es posible transigir. No podemos consentir, ni siquiera en una mínima parte, que se insulte a nuestra madre. Nadie diría: “Bueno, que se le insulte en público, no, pero en privado sí”. Ya plantear esa alternativa nos parece, con buen sentido, algo ridículo. Un hijo no acepta que insulten a su madre, ni en público ni en privado ni en ninguna otra ocasión.

Con el aborto no cabe transigir. No hay que consentir en nada. No hay que rebajar en lo más mínimo la reivindicación de lo que reconocemos como justo, razonable y verdadero. Y no es posible hacerlo porque aquí topamos con un absoluto moral, que no admite excepciones: “Todo ser humano inocente tiene derecho a la vida”. Es un derecho inviolable, inalienable, que pertenece a la naturaleza humana y es inherente a la persona. No es una concesión del Estado o de un hipotético “consenso social”, sino que es algo previo e indisponible. Las leyes humanas pueden ser justas o injustas. Nuestras acciones pueden ser buenas o malas. Pero carecería hasta de sentido hablar de lo bueno y de lo malo sin la referencia a una norma moral, anterior a las preferencias de cada uno y a lo positivamente establecido por una ley del Estado.

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13.10.10

Ubicumque et semper

Con el Motu Proprio “Ubicumque et semper”, el Papa Benedicto XVI ha instituido el Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización.

El presidente del nuevo dicasterio es el Arzobispo Rino Fisichella, quien, entre otras cosas, ha declarado: El Catecismo “recoge de modo orgánico el entero patrimonio del desarrollo del dogma y representa el instrumento más completo para transmitir la fe de siempre frente a los constantes cambios e interrogantes que el mundo plantea a los creyentes”.

Si este Pontificio Consejo logra promover el uso del “Catecismo", sólo con eso habrá justificado, de sobra, su existencia.

El “Catecismo” marca ya una adecuada interpretación del Concilio Vaticano II y de la tradición anterior.

Supone un punto de referencia inequívoco para la formación de los fieles, para la predicación de los pastores y para el estudio de la teología.

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12.10.10

¿Qué es y qué no es un sacerdote?

Una de las causas – a mi modo de ver – de que no surjan, o de que no cuajen, en algunas zonas de la Iglesia, las suficientes vocaciones al sacerdocio ministerial puede estar relacionada con la pérdida, en la conciencia de los fieles, de la clara identidad del sacerdote ministerial.

Digamos qué no es el sacerdote ministerial – es decir, el obispo y el presbítero, ya que el diácono no es ordenado para ejercer el sacerdocio -:

1. No es un delegado “de” la comunidad.
2. No es “uno más”.
3. No es un “súper-laico”, ni un “súper-cristiano”.
4. No es un mero “oficiante” de ritos.
5. No es un “súper-hombre”, ni el “más listo de la clase” (aunque, eventualmente, pueda serlo), ni un ser impecable.
6. No es el señor de la grey.
7. No es alguien que haya ganado unas oposiciones.

¿Y qué es el sacerdote ministerial? Pues, en una síntesis incompleta, podríamos indicar:

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10.10.10

Seminarios: No sólo es cuestión de número

A veces, leyendo determinadas noticias o informaciones, uno se siente perplejo. Parecería que, cuando se habla de los Seminarios, la clave, la piedra de toque, estaría casi exclusivamente en la cantidad de seminaristas con la que cuenta cada uno de estos centros. Es un error que se repite con demasiada frecuencia y que se aplica, con parecidos criterios, a conventos, órdenes o a cualquier tipo de entidad eclesiástica.

No estoy de acuerdo con ese baremo. La cantidad no equivale, por arte de magia, a la calidad. Ni a mayor cantidad, mayor calidad, ni viceversa. Un Seminario no es mejor sólo por tener más alumnos ni lo es, tampoco, sólo por tener menos. Cuantos más alumnos, mejor. Pero no a cualquier coste.

No deberíamos extrañarnos de que los Seminarios no estén repletos de candidatos al sacerdocio. En buena lógica, no pueden estarlo. Basta acudir a una iglesia el domingo para comprobar que hay, por regla general, muy pocos jóvenes que asistan a la celebración litúrgica. No hay crisis de vocaciones al ministerio presbiteral. Hay, sí, crisis de fe y de vivencia de la misma.

No pueden abundar los aspirantes al sacerdocio si no hay muchos niños que asistan a la catequesis, muchos jóvenes que se preparen para la confirmación, muchos universitarios que frecuenten las iglesias. No puede haber vocaciones si los confesonarios están desiertos, sea por falta de confesores o de penitentes. De donde no hay no se puede sacar.

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