14.11.11

La eclesialidad de la fe (II)

1. Recibir y transmitir

La revelación divina llega a cada generación de creyentes a través de un proceso de transmisión viva (cf DV 7). Por la Tradición, la Iglesia conserva y transmite a todas las edades “lo que es y lo que cree” (DV 8). “Nadie se ha dado la fe a sí mismo, como nadie se ha dado la vida a sí mismo”, explica el Catecismo .

La analogía con el don de la vida, un bien que, ante todo, se recibe, puede ayudarnos a comprender la precedencia de la fe eclesial sobre la fe personal. De algún modo, la lógica del recibir configura la existencia humana y, por consiguiente, la existencia cristiana, en la que la confianza, la aceptación de lo que nos es regalado, la esperanza en los dones del Otro, tienen la primacía con respecto a la lógica opuesta de la sospecha y de la competición, del aferrar y del actuar exclusivamente por cuenta propia .

Una reflexión análoga resulta pertinente en el ámbito epistemológico. La pretensión idealista de controlar toda la realidad a través del concepto ha sido, en buena medida, contestada. Gadamer afirma que “cuando comprendemos, estamos implicados en un proceso de verdad y llegamos demasiado tarde siempre que pretendemos saber lo que deberíamos creer” . Antes de realizar cualquier juicio científico o antes de llevar a cabo cualquier tarea transformadora de la realidad, el ser humano recibe de su entorno, de su cultura, de su tradición, la estructura básica que permitirá todo el resto .

En este sentido, San Pablo, a propósito de la resurrección de Jesucristo, antepone la fidelidad a lo recibido, pues lo que transmite es el don inicial que viene del Señor: “Os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí” (1 Co 15,3) .

La Tradición, afirma Benedicto XVI, “es el río de la vida nueva, que viene desde los orígenes, desde Cristo, hasta nosotros, y nos inserta en la historia de Dios con la humanidad” . La distancia de los siglos se supera y el Resucitado se presenta, en el hoy de la Iglesia y del mundo, vivo y operante: “En el río vivo de la Tradición Cristo no está distante dos mil años, sino que está realmente presente entre nosotros y nos da la Verdad” .

Aunque la fe es un encuentro entre Dios y el hombre, este encuentro no se realiza al margen de la historia, sino en y por medio de la historia. La fe experimenta al Absoluto como Aquel que actúa en la historia, como el Dios que es dueño de la historia. En el cuerpo místico, constituido por la comunidad de los creyentes, Cristo, atestiguado y comunicado por la Iglesia, “es contemporáneo de cada uno de sus miembros” . La fe incluye, pues, una continuidad temporal, constituida por la tradición viva.

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12.11.11

La eclesialidad de la fe (I)

Algunos lectores de este blog me han hecho saber su interés por conocer el texto de mi contribución al volumen Amore e veritá. Ofreceré en este y en sucesivos posts una versión un poco más divulgativa de ese trabajo, sin notas a pie de página.

Introducción

A propósito del valor eclesial del acto de fe, el Catecismo de la Iglesia Católica emplea una expresión que nos servirá de hilo conductor en este artículo: “Cada creyente es como un eslabón en la gran cadena de los creyentes” . La cadena está formada por una serie de muchos eslabones enlazados entre sí, de modo que unos se sustentan en otros y, a su vez, ayudan a sustentar a otros.

La imagen nos parece adecuada para reflexionar sobre la eclesialidad de la fe. Siendo un acto humano y profundamente personal, suscitado y hecho posible por la acción de la gracia, el creer es simultáneamente, y de modo intrínseco, un acto eclesial. De manera análoga, no hay cadena sin eslabones, pero tampoco eslabones sin cadena. Esta dimensión eclesial es coherente con la economía de la revelación, que incluye la acogida de la revelación en la fe de la Iglesia, y con la propia estructura antropológica del ser humano, que no puede ser explicado al margen de la relación con los otros.

La exposición se articula en cinco apartados. En un primer momento, explicaremos, siguiendo el binomio “recibir-transmitir”, la precedencia del momento receptivo. La cadena de los creyentes no es una máquina inerte, sino un organismo vivo, que se apoya en una permanente actualización de la memoria. Al igual que el hombre, desprovisto de la historia, no puede llegar a ser plenamente lo que está llamado a ser, así también el acto de fe está posibilitado por la transmisión de la revelación divina en virtud de la mediación histórica de la Iglesia.

En un segundo momento, atenderemos al carácter comunional de la fe, que se expresa en la simultaneidad del “creo” y del “creemos”. La pertenencia a la cadena no hace desaparecer el eslabón; siendo eslabón es cadena. El creyente, en conformidad con su condición de ser social, acepta la revelación de un Dios que, en sí mismo, en su realidad trinitaria, es comunión. El Objeto de la fe exige un sujeto proporcionado, que sea capaz de integrar las diferencias en la unidad. Y ese sujeto, como veremos, es la Iglesia.

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8.11.11

Los talentos

Homilía para el Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario (Ciclo A)

La parábola de los talentos (cf Mt 25,14-30) nos invita a aprovechar el tiempo que nos queda antes de la segunda venida del Señor y, en todo caso, antes de nuestro definitivo encuentro con Él en la muerte. Si pensamos que la llegada del Señor está muy lejos podemos sucumbir a la tentación de la indolencia, de la pereza. Pero, a su vuelta, el Señor va a pedirnos cuenta de nuestra vida, de lo que hemos hecho con ella. Los dos siervos que han obrado con responsabilidad son llamados a participar del gozo con su señor. En cambio, el siervo inútil debe permanecer afuera.

Una importante tarea que se nos ha confiado es el trabajo: “La Iglesia halla ya en las primeras páginas del libro del Génesis la fuente de su convicción según la cual el trabajo constituye una dimensión fundamental de la existencia humana sobre la tierra”, recordaba el beato Juan Pablo II en la encíclica Laborem exercens (n. 4). El trabajo tiene su origen en el orden creador de Dios y, aunque por el pecado original se convirtió en fatiga y dolor, ha sido asumido por Cristo para redimirlo. Citando a San Josemaría Escrivá, Benedicto XVI enseña que “al haber sido asumido por Cristo, el trabajo se nos presenta como realidad redimida y redentora: no solo es el ámbito en el que el hombre vive, sino medio y camino de santidad, realidad santificable y santificadora” (31.3.2007).

Toda actividad humana ha de ser, pues, ocasión para desarrollar los talentos personales poniéndolos al servicio del bien común en espíritu de justicia y de solidaridad. Servimos a Dios en medio de la actividad cotidiana y no al margen de ella. No puede existir para un cristiano una disociación entre el trabajo, la vida de familia, las relaciones sociales y el cultivo de la vida espiritual. Todo está unido, porque somos, en la globalidad de nuestro ser personal, destinatarios de la llamada divina a ser santos, a hacer fructificar en nuestra existencia los dones de la gracia.

Naturalmente, la parábola de los talentos no avala una burda “teología de la prosperidad” que identifique sin más éxito mundano con bendición divina. La riqueza es, en sí misma, un bien; pero un bien secundario. La riqueza se convertiría en un obstáculo si se antepusiese a Dios y al servicio del prójimo, erigiéndose en una especie de ídolo capaz de impulsar todas las energías de nuestro egoísmo. La codicia no solo nos hará perder el alma sino que, a largo plazo, como podemos constatar tantas veces, supone una auténtica amenaza para el verdadero desarrollo económico (cf Benedicto XVI, Caritas in veritate, 32).

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5.11.11

G. PASQUALE – C. DOTOLO (EDD.), “Amore e verità. Sintesi prospettica di Teologia Fondamentale. Studi in onore di Rino Fisichella”

G. PASQUALE – C. DOTOLO (EDD.), “Amore e verità. Sintesi prospettica di Teologia Fondamentale. Studi in onore di Rino Fisichella”, Lateran University Press, Città del Vaticano 2011, ISBN 9788846507495, 902 páginas, 70 euros.

El texto que presentamos es una obra de varios autores – 40 en total- de diversos lugares del mundo, pero con un punto en común: la dedicación o el interés por la Teología fundamental. Entre los colaboradores procedentes de España figuran José Luis Illanes y César Izquierdo, ambos de la Universidad de Navarra; Adolfo González Montes, obispo de Almería; Salvador Pié Ninot, de la Facultad de Teología de Cataluña; y el que suscribe esta recensión, profesor en el Instituto Teológico de Vigo y de Santiago de Compostela. Sin que quepa por mi parte argumentar mayor mérito que haber tenido el honor de elaborar mi tesis doctoral bajo la dirección del prof. Rino Fisichella.

El prefacio del prof. G. Pasquale y la introducción a cargo del mismo G. Pasquale y de C. Dotolo nos orientan a la hora de comprender el sentido y el alcance de este libro. En primer lugar, se dice, los que han conseguido el título el Doctorado en Teología con el prof. Fisichella deseaban expresar su gratitud al maestro, un maestro que nos ha facilitado compaginar el afán de pensar la fe con la adhesión al magisterio de la Iglesia. En segundo lugar, se ha querido dejar constancia de la incorporación de Mons. Fisichella a los servicios que la Iglesia le ha pedido; últimamente, la Presidencia del Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización.

El título de la obra, “Amore e verità”, levanta acta no solo de la producción teológica de R. Fisichella – recogida en la “Biografia e bibliografía”, pp. 17-52 - , sino también “del laboratorio teológico creado en torno a él” (p.11). El libro, con un total de 40 capítulos, uno por colaborador, está estructurado en cuatro secciones: “La Teología fundamental disciplina de frontera”; “La Revelación cristiana y el sentido del vivir actual”; “El valor eclesial del acto de fe” y “Ética y libertad, raíces de la civilización cristiana”.

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4.11.11

La última venida de Cristo

Homilía para el Domingo XXXII del Tiempo Ordinario (Ciclo A)

En el Credo profesamos que nuestro Señor Jesucristo “de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos”. Nuestra mirada, que brota de la fe, se dirige hacia el futuro, pero no hacia un futuro que podamos construir los hombres, sino hacia un futuro nuevo que es obra de Dios. El Señor vendrá para triunfar definitivamente sobre el mal y hacer resplandecer la verdad y la justicia.

Como los plazos de Dios no son los nuestros corremos el riesgo de dormirnos, considerando que el Señor tarda (cf Mt 25,5). Sin embargo, no faltan los signos que invitan a mantenernos alerta: la maldad se muestra tantas veces en nuestro mundo sin disimulos, las pruebas y las persecuciones hacen difícil la perseverancia en la fe y la apostasía de la verdad no por silenciosa resulta menos evidente.

En cualquier caso, no sabemos ni “el día ni la hora” (Mt 25,13). El Señor puede llegar “a media noche”, en un momento imprevisto. Lo más importante no es saber a qué hora vendrá, sino estar adecuadamente preparados, dispuestos a esperar durante el tiempo que Él quiera. A las vírgenes necias de la parábola se les reprocha justamente eso: no estar preparadas (cf Mt 25,1-13). A diferencia de las sensatas no habían hecho acopio de aceite para mantener encendidas las lámparas.

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