La eclesialidad de la fe (II)
1. Recibir y transmitir
La revelación divina llega a cada generación de creyentes a través de un proceso de transmisión viva (cf DV 7). Por la Tradición, la Iglesia conserva y transmite a todas las edades “lo que es y lo que cree” (DV 8). “Nadie se ha dado la fe a sí mismo, como nadie se ha dado la vida a sí mismo”, explica el Catecismo .
La analogía con el don de la vida, un bien que, ante todo, se recibe, puede ayudarnos a comprender la precedencia de la fe eclesial sobre la fe personal. De algún modo, la lógica del recibir configura la existencia humana y, por consiguiente, la existencia cristiana, en la que la confianza, la aceptación de lo que nos es regalado, la esperanza en los dones del Otro, tienen la primacía con respecto a la lógica opuesta de la sospecha y de la competición, del aferrar y del actuar exclusivamente por cuenta propia .
Una reflexión análoga resulta pertinente en el ámbito epistemológico. La pretensión idealista de controlar toda la realidad a través del concepto ha sido, en buena medida, contestada. Gadamer afirma que “cuando comprendemos, estamos implicados en un proceso de verdad y llegamos demasiado tarde siempre que pretendemos saber lo que deberíamos creer” . Antes de realizar cualquier juicio científico o antes de llevar a cabo cualquier tarea transformadora de la realidad, el ser humano recibe de su entorno, de su cultura, de su tradición, la estructura básica que permitirá todo el resto .
En este sentido, San Pablo, a propósito de la resurrección de Jesucristo, antepone la fidelidad a lo recibido, pues lo que transmite es el don inicial que viene del Señor: “Os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí” (1 Co 15,3) .
La Tradición, afirma Benedicto XVI, “es el río de la vida nueva, que viene desde los orígenes, desde Cristo, hasta nosotros, y nos inserta en la historia de Dios con la humanidad” . La distancia de los siglos se supera y el Resucitado se presenta, en el hoy de la Iglesia y del mundo, vivo y operante: “En el río vivo de la Tradición Cristo no está distante dos mil años, sino que está realmente presente entre nosotros y nos da la Verdad” .
Aunque la fe es un encuentro entre Dios y el hombre, este encuentro no se realiza al margen de la historia, sino en y por medio de la historia. La fe experimenta al Absoluto como Aquel que actúa en la historia, como el Dios que es dueño de la historia. En el cuerpo místico, constituido por la comunidad de los creyentes, Cristo, atestiguado y comunicado por la Iglesia, “es contemporáneo de cada uno de sus miembros” . La fe incluye, pues, una continuidad temporal, constituida por la tradición viva.