5.04.12

Jueves Santo

La entrega de Jesús


La Semana Santa tiene su centro en el Triduo Pascual. Tres días: el Viernes Santo, el Sábado Santo y el Domingo de Pascua, en los que la Iglesia conmemora y actualiza el paso o tránsito de Jesucristo “de este mundo al Padre” (cf Jn 13,1-15) a través de su Muerte y Resurrección. La introducción o el pórtico de este Triduo es la celebración de la Misa vespertina de la Cena del Señor.

Jesús, en la última Cena con sus Apóstoles, dio su sentido definitivo a la pascua judía – de la que nos habla el libro del Éxodo (12,1-8.11-14) - . La conmemoración de la salida apresurada y liberadora de Egipto, se convierte en prefiguración de otra salida y de otro éxodo: el paso de Jesús a su Padre por su Muerte y su Resurrección.

La Eucaristía es la celebración de este éxodo, de esta Pascua Nueva, “del `éxodo hacia Dios´ de la resurrección del Hijo encarnado, en el que la muerte ha sido engullida por la victoria” (Bruno Forte).

Recordando y haciendo presente la Pascua del Señor, la Iglesia anticipa su pascua final en la gloria del Reino (cf Catecismo 1340). “Cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva”, nos dice San Pablo (1 Cor 11,23-26). Sí, la Eucaristía se celebra en la “provisionalidad” de la fe y en la expectación esperanzada de que la Pascua de Cristo será también nuestra pascua, nuestro paso definitivo al Padre, nuestra entrada en el Reino, en la verdadera tierra de promisión.

Mientras aguardamos la gloriosa venida de Nuestro Salvador Jesucristo, cumplimos su mandato: “Haced esto en memoria mía”. Hacemos memoria de su Cuerpo entregado y de su Sangre derramada. Una memoria que actualiza, en el signo sacramental de la Eucaristía, el sacrificio que Cristo ofreció de una vez para siempre en la Cruz.

“Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”, anota San Juan. La Pascua de Cristo nos sitúa en el extremo del amor de Dios: de un Dios que sale de sí mismo hasta el abajamiento supremo de la Cruz; de un Dios que se convierte en esclavo, lavando los pies de sus discípulos; de un Dios que expresa de forma máxima la ofrenda libre de sí mismo en una cena en la que su Cuerpo, que va a ser entregado, es el alimento y su Sangre, que va a ser derramada, es la bebida.

El Papa Benedicto XVI escribe que “la Eucaristía nos adentra en el acto oblativo de Jesús”, pues nos implica en la dinámica de su entrega (cf Deus caritas est, 13). El amor de Dios se nos da como alimento en la Eucaristía, y nos capacita para amar como Cristo ama, con un amor que da la vida.

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2.04.12

HABÍA ESTADO XV (de Norberto)

La luz se filtraba por las cortinas de esparto, que, semibajadas, proporcionaban una leve claridad, que permitía ver, sin riesgo de tropiezo, y, al mismo tiempo una penumbra que invitaba al descanso y al sosiego; Saúl Paulus Tarsiensis, contemplaba, recostado - siguiendo la indicación del médico - el rayo de sol a media altura de la pared, que se desplazaba adoptando una forma rectangular que modificaba sus medidas, e iluminaba los escasos motivos ornamentales de la estancia sanatorio.

Reparó en un cuadro que mostraba un manantial brotando de una roca, el agua caía en un receptáculo en el que podía leerse: ¿Preguntas qué es la libertad?: No ser esclavo de nada, de ninguna necesidad, de ningún accidente y conservar la fortuna al alcance de la mano. Lucius Annæus Seneca.

- Le vendría muy bien un baño, dijo el médico al paciente, después continúe reposando, parece que se le va corrigiendo la inflamación, siguió mientras palpaba la zona causante del malestar.

El judío, no acostumbrado a los baños romanos, aunque los conoció durante sus primeros años en Tarso, se incorporó siguiendo los pasos del médico sintiendo cierto pudor, pero el sanador conocedor del escrúpulo propio de los de su raza le condujo a un baño privado, donde una bañera de agua templada, tras una puerta de madera maciza, le esperaba.

- Quiero que se frote bien con el jabón de Alepo, cuando se acerque al vientre hágalo con suavidad y al salir dígame qué sintió, estaré cerca por si me necesitase, llame.

Se introdujo en la bañera, haciendo caso de la prescripción, y, tras muchos días duros, plagados de adversidad y contratiempos, sonrió al ver formarse pompas de jabón, que salían despedidas flotando en el aire y que estallaban al instante; incluso agitó el agua para provocar el suceso, al mismo tiempo que notaba bienestar al abrirse los poros de la epidermis por efecto del jabón de Alepo.

Sobre la jamba de la puerta una corta frase llamó su atención, decía así: En la adversidad conviene muchas veces tomar un camino atrevido. “Vaya, se dijo, este hombre es más de lo que parece, ¿tendrá fe, pese a todo?, tengo que preguntárselo”. Consideró que había cumplido lo prescrito, se sentía muchísimo mejor, tanto de salud física como anímica, saliendo del baño secó su cuerpo y se dispuso a vestirse; junto a sus ropas había ropas limpias, no verdaderamente judías, pero le permitiría cierto mimetismo, no sabía lo que esperaría en Tarso, ¿más persecución?.

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31.03.12

Al morir, destruyó nuestra culpa

El Domingo de Ramos en la Pasión del Señor abre la Semana Santa, la celebración de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo. En la Liturgia se unen la memoria de la entrada de Cristo en Jerusalén, donde fue aclamado como Rey y como Mesías, y el anuncio del misterio de su Pasión.

Cristo es el Hijo de David, saludado como el Mesías esperado que habría de purificar a Jerusalén de su impiedad, inaugurando así el reinado de Dios sobre la tierra (cf Mc 11,1-10). Pero Él, a la vez, el siervo doliente, profetizado por Isaías, aquel que no ocultó “el rostro a insultos y salivazos” (cf Is 50,4-7).

Las aclamaciones de la muchedumbre están tomadas del Salmo 118: “Hosanna”, que significa “Sálvanos, por piedad”, y “Bendito el que viene en nombre del Señor”. Este salmo imagina a Jerusalén rodeada por sus enemigos paganos, pero salvada por la mano del Señor. También el oráculo de 2 Sam 7 vincula el futuro reinado del hijo de David con la derrota militar de los enemigos de Israel.

Sin embargo, la realeza de Jesucristo no se impone por medio de la fuerza, sino desde la entrega del amor. Su Reino pasa por la Cruz y, así, abarca a todo el mundo: “no es la soberanía de un poder político, sino que se basa únicamente en la libre adhesión del amor; un amor que responde al amor de Jesucristo, que se ha entregado por todos” (Benedicto XVI, 5-4-2009).

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30.03.12

Teología y fe

La teología es la ciencia de la fe. Como saber, la teología parte de unos principios, de unas bases y fundamentos: la revelación divina – atestiguada en la Escritura unida a la Tradición – y la fe eclesial. A la hora de pensar la fe es preciso verificar continuamente que el objeto de estudio no se desdibuja y no pierde, en consecuencia, sus perfiles propios.

Solo la permanente atención a la objetividad de lo revelado por Dios y de lo creído por la Iglesia libera al teólogo de sucumbir a las cautividades del subjetivismo y al imperio, efímero, de lo que cada cultura o época de la historia señala como normativo o como admisible.

El cristianismo, que tiene en su centro la Encarnación, está intrínsecamente vinculado a la historia, pero la universalidad de lo divino agranda hasta el infinito los límites de lo meramente humano. Un tiempo y una cultura, una geografía y un lenguaje, pueden ser asumidos por Dios como cauces para comunicarse con los hombres, aunque esta asunción no carezca de consecuencias: lo que hasta entonces era solo un fragmento – uno más - pasa a ser símbolo y expresión del Todo – ya no “uno más” - .

No es tan sencillo separar en lo cristiano el “núcleo duro” del “cinturón protector”. No es tan simple señalar algo así como la “esencia” del cristianismo, ni creer que la esencia, lo permanente e invariable, puede separarse de modo fácil de la realidad concreta en la que la esencia se muestra. Lejos de la carne, lejos de la historia, lejos de la sangre y de las lágrimas, es difícil encontrar la sabiduría de Dios que no desdeña la necedad paradójica de la Cruz.

Un cristianismo completamente razonable, perfectamente acomodado a los confines de nuestra razón, es un ideal apetecible. Grandes genios han recorrido esa ruta. Pero un cristianismo así sería, en suma, un producto del hombre; privado de la novedad de Dios.

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27.03.12

XIV estación: El cuerpo de Jesús es puesto en el sepulcro

Todo ha concluido en apariencia.
Muerto estás. Tus discípulos,
confundidos, no saben
qué pensar. Si eras el Mesías,
cómo logrará la salvación
del mundo así.
Callan,
y con la máxima dignidad
te amortajan y cierran
la losa de tu sepulcro.

No hay salida al parecer.
Muerto quedas.
Asustados, huérfanos,
inermes,
se enfrentan a la duda
y esperan sin saber qué esperar.

Mientras, tú, Señor, completarás
la peregrinación del alma humana.
Pero ellos, como nosotros,
sin saber o ya sabiendo,
te esperamos.

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Eduardo Jariod.

Nota: Agradezco a D. Eduardo Jariod que me haya permitido publicar en el blog este “Via Crucis". Me parecen unos textos bellos en la forma y muy profundos en el fondo. Espero que les hayan gustado y que les hayan servido para meditar sobre la Pasión de Cristo. Guillermo Juan Morado.