13.07.12

HABÍA ESTADO XIX

(Escrito por Norberto)

Las ceremonias del Šhabāt habían concluido para los asistentes a la sinagoga del barrio suroeste de Antioquía, sin embargo, algunos, les siguieron dirigiéndose a casa de Ana y Ambrósyos, el observaba pensando que la cena sería más concurrida de lo que pensó. Los viandantes entraron al salón donde el anfitrión, que no había estado en la sinagoga, acomodaba a todos los invitados, entonces Ana exclamó:

- Šāʼûl, cuando regresamos de Yerushaláyim tras aquel Shavuot, lo hicimos bautizados en el nombre del Adonay Yehoshúa, y así estuvimos un tiempo, hasta que vino, hace unos años, Shlomo Bar Mohsé, se presentó en mi casa preguntando por tres antioquenos que se bautizaron por mano de Shimon Bar Ionah, cuando le dije que éramos nosotros rompió en sollozos dando gracias a YHWH. Mostró una tablilla con una inscripción presbyteros y una cruz como sello.

- Sí, respondió tras examinar la tablilla, es auténtica, esa cruz es el símbolo de Kefa, como le renombró el Adonay Yehoshúa, pues él es el soporte de la nueva kahal (ekklēsía).

- Shlomo, había salido de allí perseguido cuando el martirio de Stephanos, ahora está muy enfermo y no puede moverse de la cama, le atiende Loukás; quería pasar el resto de sus días junto a los suyos, es originario de aquí, y recibió el encargo de predicar y bautizar. Él, tras el Šhabāt, cuando ya era yom rishón (domingo) celebraba la fracción del pan, nosotros asistíamos a ella pero no podíamos comulgar porque no habíamos sido bautizados en Ruaj Ha Kodesh (Espíritu Santo), nos dijo que no tenía autoridad para ello, ¿la tienes tu?.

- Sí, Kefa me la reconoció.

- ¿Podrías, entonces…?.

- Sí, vuestro deseo es deseo de YHWH, que os invita a incorporaros plenamente al Cuerpo Místico del Krystós, huios tou Theou (Hijo de Dios).

- Primero os impondré las manos para que Ruaj Ha Kodesh (Espíritu Santo) venga a vosotros y os colme de sus dones, ¡arrodillaos!.

Fue, así, imponiéndoles las manos y ungiéndolos con aceite. A continuación mandó colocar matzá (pan ácimo) en una bandeja y vino en una copa y dijo:

- Porque yo recibí del Señor lo que os he transmitido: que el Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó pan, y después de dar gracias, lo partió y dijo: «Este es mi cuerpo que se da por vosotros; haced esto en recuerdo mío.» Asimismo también la copa después de cenar diciendo: «Esta copa es la Nueva Alianza en mi sangre. Cuantas veces la bebiereis, hacedlo en recuerdo mío.» Pues cada vez que coméis este pan y bebéis de esta copa, anunciáis la muerte del Señor, hasta que venga.

Cuando hubieron terminado la comunión y la acción de gracias, el celebrante busco una cesta o caja donde guardar el matzá sobrante, la encontró y solemnemente la depositó en un lugar de honor en el salón.

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12.07.12

La Virgen del Carmen y los hombres del mar

La devoción a Nuestra Señora del Carmen está muy afianzada en el pueblo cristiano, especialmente entre los hombres del mar. En 1982, en su primera visita a Santiago de Compostela, Juan Pablo II hacía referencia a esta veneración: “Que la Virgen del Carmen, cuyas imágenes se asoman a las rías que hacen la belleza de esta tierra gallega, os acompañe siempre”.

María es saludada desde muy antiguo como “Estrella del mar” y “Flor del Carmelo”. Se dice que en el monte Carmelo, una montaña de Palestina - al Norte de Israel - que se asoma al Mediterráneo, los profetas Elías y Eliseo establecieron, con sus discípulos, una comunidad de vida eremítica. Por su parte, el título de “Estrella del mar” – “Stella maris” – se basa en una comparación: así como las estrellas dirigen a los navegantes, análogamente los cristianos se dirigen a la gloria, al cielo, orientados por la Virgen.

Es muy interesante el significado simbólico del mar en la Biblia. Representa, por una parte, una fuerza de desorden, una amenaza, una suerte de abismo. Pero, según el Apocalipsis, en la nueva creación renovada por Dios, el mar es signo de una paz luminosa. En ese libro de la Escritura el trono de la gloria divina es descrito como “una especie de mar transparente como el cristal”.

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9.07.12

Soportarse a sí mismo

La paciencia no es una virtud que tenga que ver solo con los demás, sino que también está relacionada con uno mismo.

Debemos ser pacientes con las imperfecciones y fallos de los otros. En la convivencia cotidiana nos enervan muchas veces pequeñas cosas: una puerta mal cerrada, algo que se ha dejado descuidadamente fuera de su sitio o, simplemente, lo que los demás hacen siempre que lo que hagan no lo hagan exactamente como nosotros querríamos que lo hiciesen.

A veces se toleran mejor las grandes contrariedades que las pequeñas: “las pequeñas contrariedades suelen molestar más que las grandes, porque son muchas e inoportunas; y las domésticas más que las de fuera”.

Refiriéndose a la paciencia con uno mismo, escribe san Francisco de Sales: “Contando con nuestras debilidades, hemos de aprender a aceptarnos a nosotros mismos, de forma que – sin renunciar a la lucha por alcanzar la perfección - , sepamos aguantarnos y tolerar nuestras propias miserias, conscientes de nuestra pobreza humana”.

Dos verdades se exponen a la vez en este texto: La primera es que no podemos renunciar a la búsqueda de la perfección, de la santidad. La segunda - importante, aunque subordinada a la primera - , es que en ese combate hemos de contar con nuestras limitaciones.

Hay que dar tiempo al tiempo. Ninguna herida cicatriza en un día. No hay que amar las propias imperfecciones, pero sí sufrirlas porque – sigue diciendo el santo doctor – “la humildad se nutre de este sufrimiento”.

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7.07.12

Cuando la cercanía se convierte en obstáculo

Homilía para el Domingo XIV del Tiempo Ordinario (ciclo B)

La testarudez y la obstinación de los israelitas experimentada por los profetas (cf Ez 2,2-5) es, igualmente, vivida por Jesús. No es la primera vez que el Señor se ve rechazado. Ya se habían opuesto a Él los endemoniados – “¿Qué tenemos que ver contigo, Jesús Nazareno?” (Mc 1,24) - y las autoridades religiosas – “¿Por qué habla este así? Blasfema” (Mc 2,7) - . Incluso los habitantes de una ciudad no judía le rogaron “que se alejase de su región” (Mc 5,17). Pero nunca, hasta el momento, había sido rechazado en su ciudad natal, en Nazaret, en su tierra, entre sus parientes y en su casa (cf Mc 6,1-6).

Los más próximos deberían ser, en principio, quienes se mostrasen más propicios a la hora de acoger su mensaje. Máxime si, al oírlo hablar en la sinagoga, se asombraban de su sabiduría y de los milagros que brotaban de sus manos. Sin embargo, “desconfiaban de él”, a pesar de que lo habían visto nacer y de que conocían a su madre y a sus familiares cercanos.

¿Cuál es la causa de esta hostilidad? Explicando las parábolas el Señor había advertido que “los que están fuera”, los incrédulos, miran y no ven; oyen y no entienden (cf Mc 4,11-12). Miran las obras de Jesús, sus milagros, pero no llegan a la fe, sino que las atribuyen al poder de Satanás y no a la fuerza de Dios. Oyen la predicación, pero no la entienden y confunden con una blasfemia la proclamación de la misericordia de Dios.

Lo que escandaliza de Jesús es su cercanía; la proximidad inaudita de Dios. Lo que escandaliza es la realidad de la Encarnación por la que el Hijo de Dios, sin dejar de ser Dios, se hizo hombre. Resulta más soportable, para quien quiere obstinarse en no creer, un Dios lejano que renuncia a hacerse presente en nuestras vidas con la novedad de su palabra y con la eficacia de sus acciones. Ante Jesús no se cohíbe “el sarcasmo de los satisfechos” y el “desprecio de los orgullosos” (cf Sal 122).

Jesús se extrañó de la falta de fe de sus convecinos y no pudo hacer allí ningún milagro. Pese a todo, curó a algunos enfermos imponiéndoles las manos. Incluso en medio de un ambiente contrario, de resistencia a creer, Jesús sigue desplegando la potencia de su misericordia.

La actitud de los habitantes de Nazaret puede ser la nuestra. Resulta sorprendente comprobar como muchos, incluso personas que se dicen cristianas, no tienen reparo a la hora de acudir a supuestas vías de salvación que llaman la atención por su exotismo: la astrología, el esoterismo, el ocultismo o el chamanismo. Sin embargo, esas mismas personas se muestran indiferentes ante la humildad de los medios de salvación que Dios nos ofrece: la lectura de la Palabra de Dios, la oración cristiana y los sacramentos instituidos por Jesucristo. Se busca así fuera de la Iglesia lo que en realidad solo se puede encontrar en ella.

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6.07.12

Felicidades, Don José Rico

A medio día de hoy se hacía público el nombramiento de D. José Rico Pavés como auxiliar del obispo de Getafe. Me parece una excelente noticia. No del todo inesperada porque, de un modo o de otro, D. José Rico venía siendo “preconizado” desde hace ya algún tiempo. De hecho, y esto constituye un indicio a tener en cuenta, sus inmediatos predecesores en la Secretaría de la Comisión Episcopal para la Doctrina de la Fe, de la Conferencia Episcopal Española, son obispos: Mons. Martínez Camino y el cardenal Cañizares.

Aunque la sorpresa sea pequeña, la alegría es grande. D. José Rico es un sacerdote muy inteligente, muy bien preparado, trabajador, humilde, piadoso, y, sobre todo, muy buena persona. De su capacitación teológica dan fe los varios libros y numerosísimos artículos que ha publicado. Asimismo, ha recorrido muchas de las diócesis de España pronunciando conferencias. En la mía, en Tui-Vigo, ha estado al menos en dos ocasiones invitado por el Secretariado Bíblico. Sus conferencias son claras, didácticas y siempre profundas.

También he podido constatar el impulso que, como director del Instituto Teológico “San Ildefonso” de Toledo, ha dado a ese Centro que, hoy, es ya una extensión de la Facultad de Teología de San Dámaso, de Madrid. Podría dar, además, pero esto no viene a cuento en el blog, testimonio de la amabilidad con la que siempre me ha tratado en las ocasiones en que he visitado “San Ildefonso”.

¿Para qué un obispo auxiliar? La última razón de la existencia de este ministerio es una sola: “el bien de la grey del Señor”. Así lo enseña el decreto “Christus Dominus” del Concilio Vaticano II. Puede darse el caso de que “el Obispo diocesano, o por la excesiva amplitud de la diócesis, o por el subido número de habitantes, o por circunstancias especiales del apostolado, o por otras causas de distinta índole no puede satisfacer por sí mismo todos los deberes episcopales, como lo exige el bien de las almas”.

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