26.01.13

Jesús en la sinagoga

Homilía III Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C.

Jesús se presenta en la sinagoga de Nazaret como el Evangelio de Dios: “Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír” (Lc 4,21); se cumple la profecía que anunciaba la llegada del Señor para librar al pueblo de sus aflicciones. Jesús es el Ungido por el Espíritu Santo para evangelizar a los pobres, para anunciar la redención, para devolver la vista, para liberar a los oprimidos.

La palabra “evangelio” la empleaban los emperadores romanos, que se consideraban salvadores del mundo. Las proclamas que procedían del
emperador se llamaban “evangelios”, mensajes de salvación que transformaban el mundo hacia el bien. Con Jesús acontece realmente lo que los emperadores, en vano, pretendían. Con Él Dios – el Dios verdadero – se hace presente en el mundo para salvarlo y transformarlo: “No son los emperadores los que pueden salvar al mundo, sino Dios” (Benedicto XVI).

Mediante las palabras y los hechos, Jesús hace presente al Padre entre los hombres. Con frecuencia, nuestras palabras y nuestros hechos se sitúan en coordenadas diferentes. Podemos decir una cosa y hacer otra, porque nuestra coherencia no es perfecta. En Jesús no encontramos esta ruptura, esta disociación. En Él hay plena unidad, plena identidad, entre el decir, el actuar y el ser. Jesús habla las palabras de Dios y obra las acciones de Dios porque Él es Dios, el Hijo de Dios hecho hombre.

Jesús no es simplemente un mensajero que se hace portador de una noticia que viene de otro. Él es, en persona, el mensajero y el
mensaje, el Maestro y la enseñanza
; la Buena Noticia que irrumpe en el mundo y en nuestra vida para renovarlos, para salvarlos. Así fue anunciado su nacimiento por el ángel a los pastores: “Mirad que vengo a anunciaros una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: hoy os ha nacido, en la ciudad de David, el Salvador, que es el Cristo, el Señor” (Lc 210-11).

Aprender su doctrina es conocerlo a Él, contemplarlo a Él. “Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en Él”, anota San Lucas (4,20). Ésta debe ser también nuestra actitud: fijar los ojos en Jesús. Para aceptar ese anuncio de alegría, para abrirnos a la realidad de Jesucristo, necesitamos mirarlo y así maravillarnos de su compasión. Mirarlo mientras proclama: “Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios” (Lc 6,20). Sorprendernos de cómo acoge a los más
pequeños: “El que reciba a este niño en mi nombre, a mí me recibe” (Lc 9,48). Alegrarnos de su oferta de misericordia cuando dice: “habrá en el cielo más alegría por un pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no tienen necesidad de conversión” (Lc 15,7).

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24.01.13

Clausura del Año Jubilar de San Pelayo

EL OBISPO CLAUSURA EN ALVEOS EL AÑO JUBILAR DE SAN PELAYO

El próximo sábado día 26 de enero, a las 17.30 de la tarde, el Obispo de la Diócesis de Tui-Vigo, D. Luis Quinteiro Fiuza, oficiará la misa de clausura del Año Jubilar de San Pelayo, que se ha venido celebrando en la parroquia natal del santo (conocido allí como O Neno), con ocasión del 1.100 aniversario de su nacimiento en la parroquia de San Juan Bautista de Alveos.

Antes de la celebración eucarística, la Asociación Cultural “San Paio” que preside José Ramón Rodríguez Álvarez, ha organizado diversos actos para dar realce a la clausura. Así a las cuatro de la tarde, en el Centro Cultural se proyectará un documental sobre la vida del Santo, una vez finalizada la cual el canónigo archivero de la Catedral tudense, D. Avelino Bouzón Gallego, pronunciará una conferencia titulada “Fuentes documentales del Archivo de la S.I. Catedral de Tui para una biografía de San Pelayo”.

A lo largo del año jubilar que se clausura, y que se inició el 14 de febrero del pasado año, han peregrinado a la parroquia muy distintos grupos entre los que cabe destacar los de aquellas parroquias que tienen al santo por titular: San Pelayo de Navia y Sampaio de Lavadores ambas de nuestra diócesis; San Paio de Ribadavia en la de Ourense y San Pelayo de Olivares de Duero, en la diócesis de Valladolid. También acudieron peregrinaciones organizadas por los anteriores párrocos de Alveos, Juan Benito Rodríguez Guerreiro y José Antonio García Acuña.

Se ha constatado en la parroquia y en la zona un aumento considerable de la devoción a San Pelayo. Un acontecimiento digno de reseñar también ha sido la incorporación de la imagen que se venera en la parroquia natal de san Pelayo, a las muchas que desfilan en la solemne procesión del día de San Telmo en Tui, de donde el tío del santo, San Hermoigio, fue obispo residencial.

A partir de la Clausura del año Jubilar de su nacimiento la parroquia se encomienda a su protección fijos los ojos en la preparación de una próxima gran celebración cuando se cumplan los 1.100 aniversario de su martirio (su “dies natilis”) , sufrido en Córdoba el 26 de junio de 925.

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22.01.13

¿Cómo se habla de los sacerdotes? Si los católicos los desprecian... ¿qué cabe esperar?

Yo creo que, con excesiva frecuencia, de los sacerdotes se tiende a hablar mal; muy mal. Y por diferentes razones. Es obvio que es muy difícil que un sacerdote esté plenamente a la altura de su misión. Por el sacramento del Orden el sacerdote queda configurado como signo e instrumento de Cristo, Cabeza de la Iglesia. Una enorme responsabilidad. Pero, a la vez, una responsabilidad que Cristo ha querido que algunos de los suyos tuvieran. No es una tarea que haya confiado a los ángeles, sino a los hombres.

Realmente, a todos los cristianos Cristo nos configura a Sí por el Bautismo. El cristiano es, y debe ser, otro Cristo. Aunque entre el indicativo y el imperativo medie una mayor o menor distancia. Una distancia casi infinita. El hecho de estar bautizados nos impele a vivir como bautizados. A tratar de ser no otra cosa que santos: “si el Bautismo es una verdadera entrada en la santidad de Dios por medio de la inserción en Cristo y la inhabitación de su Espíritu, sería un contrasentido contentarse con una vida mediocre, vivida según una ética minimalista y una religiosidad superficial. Preguntar a un catecúmeno, «¿quieres recibir el Bautismo?», significa al mismo tiempo preguntarle, «¿quieres ser santo?»” (Beato Juan Pablo II, “Novo Millennio Ineunte”, 31).

Un sacerdote es un hombre y un cristiano. Su vocación a la santidad es, en principio, similar a la de los otros cristianos – en el fondo, a la de todo hombre - ; pero es verdad que “son llamados no solo en cuanto bautizados, sino también y específicamente en cuanto presbíteros, es decir, con un nuevo título y con modalidades originales que derivan del sacramento del Orden” (Beato Juan Pablo II, “Pastores dabo vobis”, 19).

Desde la lógica de la fe esta llamada insistente es comprensible. Entre el “ser” y el “parecer” se impone la coherencia, la armonía. Cristo aparece ante en mundo como lo que es: en la Adoración de los Magos, en su Bautismo, en Caná. En cada momento de su vida terrena. Él es, y aparece, como el Salvador del mundo, como el Hijo de Dios, como el Mesías de Israel que manifiesta su gloria.

Un cristiano, y un sacerdote – que también es, ante todo, un cristiano-, debe “ser” y “parecer”. Debe ser cristiano y aparecer como tal. No solo pensando en su propia salvación, sino también en la salvación de los otros. Cualquier gesto, cualquier palabra, cualquier actitud puede tener consecuencias de cara a otros. Y los “otros” pueden ser los no cristianos, los aún no cristianos, o los cristianos que vacilan en su fe.

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18.01.13

Caná

Homilía para el II Domingo del Tiempo Ordinario (Ciclo C)

El Evangelio de San Juan nos dice que “en Caná de Galilea Jesús comenzó sus signos, manifestó su gloria y creció la fe de sus discípulos en él”. Nos encontramos con el misterio multiforme de la “epifanía”, de la manifestación de Nuestro Señor Jesucristo: Él aparece, en la escena de la adoración de los Magos, como el Mesías de Israel revelado a los pueblos paganos; en la de su Bautismo, como el Unigénito del Padre y el Ungido por el Espíritu Santo; en Caná, como el Mesías que muestra su gloria.

Jesús es el Esposo que, con su presencia, llena de alegría a su pueblo: “Como un joven se casa con su novia, así se desposa el que te construyó; la alegría que encuentra el marido con su esposa, la encontrará tu Dios contigo”, leemos en el texto de Isaías (cf 62,1-5). El amor que une al esposo y a la esposa es imagen del amor de Dios por su pueblo. Este amor de Dios se revela en Jesucristo, el Esposo de la nueva alianza. En Caná, Jesús anticipa su “hora”, la hora de su glorificación en la Cruz. Cristo crucificado, el Cordero inmolado, sella con su sangre esta alianza que salva y santifica a su Esposa, la Iglesia.

La Iglesia, como una nueva Eva, sale del costado de Cristo, de donde brotan el agua y la sangre, símbolos del Bautismo y de la Eucaristía. San Pablo no duda en proponer como modelo para el matrimonio cristiano al Crucificado: “Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella para santificarla, purificándola mediante el baño del agua por la palabra, para mostrar ante sí mismo a la Iglesia resplandeciente, sin mancha, arruga o cosa parecida, sino para que sea santa e inmaculada. Así deben los maridos amar a sus mujeres, como a su propio cuerpo” (Ef 5,25-28).

Al igual que Cristo, a petición de su Madre, atiende las necesidades del banquete de bodas en Caná, convirtiendo el agua el en vino, así el Señor continúa proporcionando a su Iglesia el alimento de su Cuerpo y de su Sangre. En la Eucaristía, como en Caná, el Señor se manifiesta, revelando y al mismo tiempo ocultando su gloria. Su don es sobreabundante: más de quinientos litros de vino, signo de la riqueza de los dones sobrenaturales que Él nos alcanza.

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12.01.13

Creo que está a punto de salir un nuevo libro: "El camino de la fe"

Me dicen de la editorial que saldrá a finales de este mes o a comienzos de febrero un nuevo libro mío. Como estos libros se han ido gestando en el blog, me parece oportuno dar cuenta de ello.

Adelanto algo:

En la Carta apostólica Porta fidei el papa Benedicto XVI escribe: “«La puerta de la fe» (cf. Hch 14, 27), que introduce en la vida de comunión con Dios y permite la entrada en su Iglesia, está siempre abierta para nosotros. Se cruza ese umbral cuando la Palabra de Dios se anuncia y el corazón se deja plasmar por la gracia que transforma. Atravesar esa puerta supone emprender un camino que dura toda la vida” (Porta fidei, 1).

En este libro, que constituye la continuación del recientemente publicado en esta misma colección (La cercanía de Dios. Reflexiones al hilo del año litúrgico, Colección Emaús 97, Centre de Pastoral Litúrgica, Barcelona 2011), se proponen algunos elementos de este camino. En la celebración litúrgica la Palabra de Dios es escuchada religiosamente y proclamada confiadamente para suscitar “la obediencia de la fe” (cf Concilio Vaticano II, Dei Verbum, 1.5).

En el origen y en el centro de la fe cristiana está el encuentro con el Señor resucitado, la comunión con Él mediante el conocimiento y el amor. Jesús, el Emmanuel, permanece con nosotros todos los días hasta el fin del mundo (cf Mt 28,16-20). El Espíritu Santo ha sido enviado para purificar nuestros corazones mediante la fe, para unirnos a Cristo y para hacernos, en Él, hijos adoptivos del Padre.

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