Aquel viejo estilo pastoral.



Echo de menos aquel viejo estilo pastoral que ejercían algunos sacerdotes de antes del Concilio Vaticano II. No dejaron de ejercerlo a causa del Concilio. Dejaron de ejercerlo porque les llegó la hora. Después de ellos, nadie ha continuado con aquel estilo pastoral.

Podría decirse que los nuevos estilos pastorales trajeron aires de informalidad. Muchos presbíteros dejaron de llevar sotana y traje talar para llevar vaqueros y camiseta o traje y corbata. El hábito no hace al monje, decían. Así, con los nuevos hábitos, el confesionario dio paso a la palmadita en la espalda o el apretón de manos, el sermón escatológico al sociológico y la comunión de rodillas en la boca pasó a realizarse de pie en la mano.

Pero no voy a hablar de esos nuevos estilos pastorales sino de uno de los rasgos que más añoro de aquel viejo estilo pastoral: la sabiduría. Extraída unas veces del Eclesiastés, los Proverbios o los Salmos y otras veces de la experiencia pastoral y personal, era destilada en forma de consejos morales o personales, pero siempre intensamente sacerdotales, impartidos en el momento y en el lugar adecuado: el confesionario.

Recuerdo aquellos confesionarios oscuros de madera blanda, que se podía arañar con las uñas. Aquellas sotanas de puños ligeramente deshilachados, brillantes en los codos y las rodillas. Recuerdo aquellas estolas raídas, las revistas Aguiluchos amontonadas en un rincón y los caramelos pegajosos bajo su envoltorio por vivir en el bolsillo de una sotana en el mes de mayo.

Recuerdo aquellas narices grandes, llenas de pelos que entonces me parecían enormes, aquellos tremendos cañones de barba que crecían escondidos en el pliegue del cuello. Aquellas pieles arrugadas, aquellas carnes caídas que formaban profundos rictus o surcos impresionantes en las mejillas. Recuerdo aquellos pocos cabellos largos y blancos peinados hacia atrás. Aquellas cabezas que escuchaban con respeto la voz del muchacho. Recuerdo aquellas primeras confesiones con mucho cariño.

Pasaron los años. Yo me fui y ellos se quedaron. Pasaron más años. Yo volví y ellos aún seguían allí, esperando en el confesionario. Llegaron otros sacerdotes. Eran más jóvenes pero, por más que hablaban y hablaban, organizaban y me invitaban, no me interesaba nada de lo que decían o hacían. Me volví a acercar a aquellos viejos sacerdotes que seguían al pie del confesionario. Rezando el breviario y esperando. Rezando el rosario y esperando.

Ya sólo salían de la residencia sacerdotal los domingos para ocupar por unas horas unos confesionarios que nadie les disputaba en la que había sido su última parroquia. Temblorosos, arrastrando los pies, dando la impresión de que sus cuerpos, encorbados bajo las sotanas y los años, se iban a desplomar en un momento u otro, seguían acudiendo a confesar antes, durante y después de las misas de la mañana del domingo.

En aquellos confesionarios, después de la absolución, su mano amiga daba unos golpecitos de ánimo en el antebrazo antes de que los viejos ojos volvieran a las páginas del breviario o a las cuentas del Rosario. Todavía recuerdo el tono, el fondo y la forma de sus consejos.

Lo más parecido a aquel tono, a aquel fondo y a aquella forma, lo he encontrado en algunos artículos de una página judía de fe y política. Aunque tiene apartados de análisis político de gran calidad, lo que más me interesa es su forma de explicar algunos asuntos espirituales, con ese aroma a libro sapiencial que tanto añoro.

Aquellos días pasaron. Aquellos sacerdotes murieron. Aunque parezca increíble, nunca me pregunté cuáles eran sus nombres. Ahora tengo que rezarle a Dios pidiéndole de forma genérica que premie a aquellos viejos sacerdotes que tanto cuidaron de mí porque no Le puedo decir sus nombres.

Precisamente, ésa es ahora la gloria de aquellos viejos sacerdotes, ser alter Christus junto Cristo en el Cielo.

Cada domingo, durante la Misa, miro con nostalgia el confesionario vacío. Ningún anciano sacerdote abandona ya su residencia para confesar los domingos por la mañana.

22 comentarios

  
Javier Tebas
Genial artículo, y gran verdad la falta de presencia en el confesionario por parte del sacerdocio durante o antes de las Misas.
25/11/08 2:40 AM
  
Laínez
De acuerdo. cien por cien.
25/11/08 1:45 PM
  
converso
Precioso artículo.

Conozco sacerdotes así, y son auténticos santos.

Quedan pocos, pero la hornada de jóvenes promete
25/11/08 2:02 PM
  
alexis
Varias cosas: es perfectamente legítimo que Ud. alimente la nostalgia de un tiempo y unas formas definitivamente periclitadas, nos guste o no. Ya no me parece tan legítimo que pretenda Ud. hacernos creer que los confesonarios eran siempre y sólo oasis de sabiduría. Lamentablemente, allí había también otras muchas cosas y no todas edificantes. Mi experiencia no es mala, pero la de muchos -damasiados- es atroz; y también debe ser respetada y hemos de aprender a su luz ¿O no? Por último, creo que Ud. confunde estilo (algo, pues, formal aunque importante) con sabiduría (algo de fondo compatible con diversidad de estilos) En vaqueros se pueden decir cosas muy sabias (también sandeces) y en sotana se pueden decir muchas sandeces (y también cosas muy sabias). Así lo veo. Uno agradecería más equilibrio. Saludos.
25/11/08 2:20 PM
  
Eduardo
Miguel: comparto tu nota completamente. Ahora tenemos que pedir para que los sacerdotes jóvenes se den cuenta de la responsabilidad que tienen entre manos y la asuman con generosidad.

mil gracias por tus reflexiones.
25/11/08 2:29 PM
  
Fleming
Yo también "hecho mucho de menos" aquel viejo estilo de enseñar ortografía.
Por lo demás qué qiere que le diga: son tiempos pasados que ya no volverán.
Y que la nostalgia es un error.
25/11/08 2:51 PM
  
Bruno
Creo que lo fundamental que señala Miguel, "seguían al pie del confesionario. Rezando el breviario y esperando. Rezando el rosario y esperando" es algo que sí puede y debe volver.

Es más, mi experiencia es que conseguir que vuelva sólo depende de los sacerdotes. Hay parroquias en las que no se confiesa nadie porque el sacerdote nunca está en el confesionario, pero, cuando cambia el párroco y el nuevo se sienta a confesar, al cabo de unos meses las colas llegan hasta la puerta.

El simple hecho de que el sacerdote esté rezando mientras espera en el confesionario, cambia totalmente lo que luego le dirá al penitente.
25/11/08 4:22 PM
  
Bruno
Miguel:

Por cierto, no sé si has visto que el blog de La Cigueña de la Torre recomienda hoy el tuyo.
25/11/08 4:29 PM
  
Towanda
Yo conozco a alguien que siempre dice que los fieles pueden encargarse de muchas de las tareas de la parroquia, pero sólo los sacerdotes pueden confesar...
(eso sin tener en cuenta la importancia para cualquier fiel de la confesión).
Si los sacerdotes ya no ejercen de sacerdotes, ni los profesores de profesores, ni desde luego los políticos de representantes de los ciudadanos a la búsqueda del interés general...
Felicidades por buscar la verdad allí donde esté, aunque algunos (como comentan en La Cigüena de la Torre) vean fuera de lugar la referencia a la página judía. Seguramente ni siquiera a accedido a esa página ni lo hará. Hay algunos que parece que tienen el tétano con el tema de la fé, y no son capaces de mover las extremidades...
25/11/08 6:55 PM
  
Miguel Serrano Cabeza
_Javier Tebas_

Gracias por tu apoyo.

Cada vez que entro en una iglesia miro los confesionarios. No puedo evitarlo. Fue en ellos donde primero me acogió la Iglesia. Ahora casi siempre están vacíos. En las iglesias se acoge de otra forma, supongo.


_Laínez_

Gracias por tu apoyo.

A muchas personas se les llena la boca hablando de Virginia Woolf. Ciertamente, Al faro tiene una descripción bellísima del paso del tiempo (reflejado en las imágenes dejadas por los días en el espejo de un armario ropero entreabierto). Ciertamente, Orlando es una obra maestra.

Sin embargo, Manuel Mújica Laínez, aún no siendo tan conocido, es un escritor de calidad comparable. Ciertamente también, Bomarzo es una obra maestra, igualmente preciosista.

Bonito nick.


_converso_

Gracias por tu apoyo.

Aquellos sacerdotes fueron para mí todo un aviso: Esta es la Iglesia de Cristo. Aquí se vive así. Si quieres, ven. Te esperamos.

Dado que Cristo había muerto en la cruz y aquellos sacerdotes santos daban su vida apurándola hasta los posos, no me hizo falta mucha imaginación para saber lo que me esperaba a lo largo del camino. Lo que no me imaginaba es que Dios pudiera proporcionar tanta alegría, tanta paz, tanta felicidad.

Es verdad, ya casi no quedan sacerdotes así. También es verdad que ya casi ha llegado una nueva hornada de sacerdotes cantando alabanzas a Dios y esperándonos a todos los fieles en el confesionario.


_alexis_

Gracias por tomarse la molestia de compartir conmigo sus opiniones.

Sólo describo mi nostalgia por un estilo pastoral.

Tiene razón. El tiempo pasado, pasado está. Asumir que cualquier tiempo pasado es mejor que el presente supone rechazar el Plan Salvífico de Dios que, a través de la Divina Providencia, ha decidido que el curso de la Historia siga su camino. No tengo la más mínima intención de contradecir Su Santa Voluntad.

No sé a qué se refiere cuando habla de "unas formas definitivamente periclitadas". Sólo he hablado de la indumentaria sacerdotal, de la confesión y de la comunión de rodillas en la boca (la comunión de pie en la mano es una licencia de la Santa Sede a algunas Conferencias Episcopales). Aunque no me he referido al Sacrificio Eucarístico según el Rito Extraordinario, es verdad que también me podría haber referido a él. Ninguno de esos cuatro tesoros de la Iglesia ha sido derogado por el Código de Derecho Canónico.

Tiene razón. Los confesionarios a veces se han usado mal. Pero no se han usado mal porque la naturaleza misma de la confesión en el confesionario sea mala sino porque los pastores, como seres humanos que son, no siempre han estado a la altura de las circunstancias. Y más de una vez no han estado a la altura de las circunstancias porque los mismos fieles tampoco hemos estado a la altura de las circunstancias.

Recuerdo una confesión con un padre que debía de estar muy enfadado por algo. Como no era capaz de confesarme con él porque las cosas que me decía me estaban enfadando de lo lindo, le rogué que me disculpara, me levanté de la confesión antes de terminarla, me fui a otra iglesia, volvía a hacer el examen de conciencia y me confesé informando al sacerdote de lo acontecido en la confesión fallida.

Recuerdo otra confesión en la que me acusaba de, pongamos por caso, no ser capaz de dejar de fumar farias a pesar de lo que le molestan a mi mujer. El sacerdote me puso como penitencia dejar de fumar farias. A lo que yo le repliqué que, en conciencia, no podía garantizar el cumplimiento de la penitencia. Si volvía a fumar otra faria no sólo cometería un nuevo pecado sino que invalidaría mi confesión previa. Por eso le pedí, por favor, que me cambiara la penitencia. Cosa que, finalmente, hizo.

Efectivamente, las malas experiencias en las confesiones deben ser respetadas y se debe aprender de ellas. Tanto el presbítero como el fiel. De la misma forma que uno no se compra el primer coche que descubre que puede pagar, tampoco debería confesarse con el primer sacerdote que se cruce en su camino. Y eso es tanto más así cuantas más dificultades personales o espirituales experimente el fiel. Cuanto más delicado está un paciente, más especializado es el médico que necesita.

Aunque es cierto que, teóricamente, el fondo y la forma, o la forma y la sustancia (como prefiera), no tienen por qué estar relacionados, la verdad es que, prácticamente, sí lo están. Las formas y las sustancias puras son meras entelequias. Toda forma está relacionada con una función, y esa función está relacionada con una sustancia. En la práctica, a causa de la función de las cosas, toda forma es sustancial y toda sustancia en formal.

Por ejemplo, todo sistema fonológico es, en última instancia, un sistema opositivo de formas puras. Pero esas formas están ineludiblemente relacionadas con la sustancia fónica que las limita. Ninguna lengua tiene sílabas con tres oclusivas sordas simplemente porque la laringe humana es fisiológicamente incapaz de articularlas.

Igualmente, es verdad que teóricamente un presbítero motero tatuado y vestido de cuero puede ser mucho más santo que otro vestido con un impecable traje talar. Pero no es menos cierto que, en la práctica, no suele ser así. El presbítero vestido de traje talar hace generalmente donación de su identidad personal en nombre de Cristo. El presbítero motero tatuado y vestido de cuero no hace donación de su identidad personal.

En el caso de que un presbítero vaya va vestido civilmente sin identificar puede hacer donación de su identidad personal, pero no lo hará en nombre de Cristo en tanto que en cuanto no se identifique visiblemente como presbítero.

Supongo que estaremos de acuerdo en que, de esas actitudes diversas, tienden a derivarse comportamientos diversos. Aunque existen excepciones a lo dicho ("en vaqueros se pueden decir cosas muy sabias y en sotana se pueden decir muchas sandeces"), no por eso constituyen la regla. Del mismo modo, del hecho de que existan tantos calvos no se deduce que el ser humano sea calvo por naturaleza.

He intentado ser razonablemente equilibrado. No he acusado a nadie. He hablado de mis recuerdos. No he redactado ni he dado a entender que se tratara de un texto de sociología pastoral. Su petición me recuerda un chiste de John Cox y Allen Forkum que vi hace años.



_Eduardo_

Tienes toda la razón del mundo.

Que Dios ilumine y ayude a todos los presbíteros de la Santa Iglesia Católica Apostólica en todas las tareas de su responsabilidad.


_Fleming_

La nostalgia es un error si impide vivir el presenta y planificar el futuro. La nostalgia es un error si se es marxista porque es necesario sacrificar el pasado y el presente de las masas para lograr un futuro... que nunca llegará. La nostalgia es un error si se es un robot o un ciudadano alienado al que manipular. En los demás casos no veo por qué tiene que ser un error.

No termino de ver por qué la literatura o la poesía en particular, o el arte en general, en cuanto que elegías de un pasado que no volverá, son errores. Si fueran errores, toda la cultura occidental sería un tremendo y gran error. Vd. y yo, hablando de estos asuntos, no seríamos otra cosa que errores.

Ciertamente, los tiempos pasados no volverán. Sin embargo, yo no pienso renunciar a aquello que me gusta y es bueno. Vd. puede hacer lo que estime más oportuno, faltaría más.

Por un lado, si los maestros y profesores deciden ser asistentes educativos durante todo el proceso curricular de enseñanza-aprendizaje, son muy libres de hacerlo así. Igualmente, yo soy muy libre, dentro del más estricto respeto a la legalidad vigente y a la igualdad de oportunidades, de enseñar a mis hijos ortografía a la antigua manera.

Por otro lado, si los presbíteros siguen sin dar consejos sapienciales, yo seguiré acudiendo a las enseñanzas rabínicas para meditar sobre el valor moral de los pequeños actos cotidianos. Sin que eso suponga ningún grado de intención activa o pasiva de desobediencia al sagrado Magisterio de la Santa Iglesia Católica Apostólica, por supuesto.

Ni la enseñanza a la antigua manera ni los consejos sapienciales son para mí o mi familia algo del pasado. Son cosas que pertenecen al presente.


_Bruno_

No sé si se le habrá ocurrido a alguien cuál puede ser el impacto de una acción pastoral que consista, simplemente, en que todo presbítero dedique media hora al día a estar sentado en el confesionario y un cuarto de hora a la adoración eucarística.

Creo que tienes razón en las dos cosas que dices. Si hay sacerdotes confesando, hay más fieles que se confiesan, esos fieles se confiesan con más frecuencia y, gracias a la práctica, se confiesan mejor. Y si el sacerdote está rezando mientras espera al penitente, no sólo es un ejemplo para el penitente sino que ambos, sacerdote y penitente, se acercan mejor dispuestos al sacramento.


_Towanda_

Gracias por tu apoyo.

Ciertamente, si los presbíteros no imparten los sacramentos, nadie lo puede hacer por ellos. El caso de la administración del sacramento de la Penitencia es, sin duda, el más llamativo y el más sangrante.

Si echo ;) de menos en las nuevas pastorales el tono moral sapiencial ¿por qué no puedo acudir allí donde esté, siempre y cuando me mantenga fiel al sagrado Magisterio de la Santa Iglesia Católica Apostólica?

Simplemente, he adoptado como lema de mi vida el consejo paulino: "examínenlo todo y quédense con lo bueno" (1Tes.5:21).

El primer vínculo a la página judía explica por qué cuando una persona menciona al Estado de Israel se convierte automáticamente en un paria, un apestado social. El segundo explica por qué cuando alguien se equivoca de forma notoria hay que corregirle para no dejarle hacer el ridículo.


_A todos_

Si a los perros les está permitido lamer las llagas de Lázaro (Lc.16:21) y a los cachorros comer las migas que caen de la mesa de los hijos de Israel (Mt.15:27), permítaseme por caridad (1Co.13:1-7) pedir disculpas por el ciertamente desagradable "Hecho de menos".

"si ellos callan, gritarán las piedras" (Lc.19:40).

Un saludo.
25/11/08 9:24 PM
  
solodoctrina
Muy buen artículo, Miguel, cargado de nostalgia, a la cual hay que estimar profundamente. Julián Marías afirma que la España como nación es hija de la añoranza de haber perdido la Hispania visigótica, ante el avance musulmán. Es decir, la aflicción que genera un pasado perdido es libreto, argumento de grandes y valiosas construcciones histórico sociales. Y ni que hablar que Israel se mueve en la historia con el recuerdo y deseo de recuperar la tierra prometida, signo material del paraíso perdido; es lo que explica la identidad judía. Paralelamente, en una faz teológica, qué es sino el plan nostálgico de restaurar al hombre primigenio en amistad y obediencia perfecta con Dios, Adán antes de la caída, el objeto de la venida al mundo del Señor, el Hijo encarnado. Sabemos por la fe que su segunda venida será el tiempo en que todas las cosas serán restauradas, por tanto, sin nostalgia es imposible creer. Por eso, se entiende a Miguel en esta actitud de recuerdo grato y añoranza de regreso de un pasado mejor que los tiempos presentes. No olvidemos los católicos que dentro de las conclusiones del Sinodo del año 2005, se manifiesta la preocupación por el estado de abandono del restaurador sacramento de la confesión, síntoma claro de la pérdida del sentido del pecado entre la gente, lo cual algunos eclesiásticos festejan como un signo positivo de modernidad. Te felicito Miguel y agradezco éste, tu artículo, en aquel estilo intimista agustiniano, tan bien logrado aquí, que es cuando te entiendo mejor.
25/11/08 10:40 PM
  
Hermenegildo
Gracias, Miguel. Mientras leía tu artículo he recordado a venerables sacerdotes, algunos ya nonagenarios, que he tenido la suerte de conocer. Alguno de ello todavía se sienta en el confesionario. El pueblo fiel los tiene por santos, lo que prueba que su "estilo pastoral" no estaba tan equivocado.
25/11/08 11:18 PM
  
Miguel Serrano Cabeza
_solodoctrina_

Gracias por tu apoyo.

Así es. Has desnudado mi alma.

Siervo inútil soy (Lc.17:10): "alabado sea el nombre del Señor" (Sal.113:3b).

Un saludo.


_Hermenegildo_

Gracias por tu apoyo.

Tienes toda la razón del mundo.

El sacramento de la Penitencia es un don inconmensurable. Su rechazo es, en el fondo, un pecado contra el Espíritu Santo (Mt.12:32; Mc.3:29; Lc.12:10).

Un saludo.
26/11/08 5:12 PM
  
Camino
Completamente de acuerdo en casi todo. Confío en que el estilo pastoral que añoramos o que deseamos tener cerca no haya de ir necesariamente unido a su descripción sobre ciertos aspectos de aseo personal y de la vestimenta de los sacerdotes. Ni calvo ni con tres pelucas, confesonarios, sacerdotes y penitentes limpios creo que ayudan a todos. Para eso estemos dispuestas algunas a coser esos deshilachados, planchar la sotana o pantalón, recordar con benevolencia al sacerdote familiar o amigo que llegó el tiempo de ir al peluquero... y quitar el polvo a los bancos. Otra cosa, estando las cosas como están, me conformo conque el sacerdote que me confiesa no pretenda confesarse conmigo; mis únicas experiencias de marcharme sin terminar la confesión van por ahí. Para ello, hemos de pedir y procurar que los sacerdotes tengan formación muy completa y acompañamiento espiritual y personal que necesiten. Las delegaciones del clero tienen una gran labor en este campo. Y los sacerdotes todos, como hermanos entre sí.
26/11/08 9:48 PM
  
E.Osodemo
La realidad es, que si nos atenemos al dicho evangelico, por suis frutos los conocereis, los resultados de los"nuevos estilos pastorales" postconciliares no han podido ser mas catastroficos, cerca de 80.000 sacerdotes colgaron sus habitos, las iglesias se vaciaron de fieles, la Santa Misa y la liturgia se "protestantizo", invadida de una mentalidad modernista que junto con la infiltracion marxista- comunista ha hecho estragos en nuestros sacerdotes, el mundo de las ordenes religiosas se ha venido abajo, los teologos y los exegetas, han decidido que cada uno se hace su religion particular convirtiendose en pequeños anticristos que dictan ley, la obediencia al Santo Padre practicamente inexistente, en muchos paises especialmente europeos, las conferencias episcopales se han convertido en rocas fuertes contra Roma.La autoridad y la llamada al orden ha desaparecido.La recta doctrina ha dejado de enseñarse en las universidades y escuelas catolicas.Muchisimos de nuestros seminarios son centros de adoctrinamiento de todo menos de la religion catolica apostolica romana.No se ve un sacerdote dentro de un confesionario.Los abusos liturgicos, incontables. La profanacion del Santisimo sacramento a la orden del dia.Nuestras iglesias se han convertido en plazas publicas donde se entra y se esta sin el menor respeto, vestido o semi- desnudo como convenga.Lo dejo porque no termino. Y porque tengo la firme esperanza segun SU promesa, de que, a pesar de todo, este humo de satanas difundido fuera y por desgracia en abundancia, dentro de la Iglesia, no prevalecera.
27/11/08 12:33 AM
  
Mikiroony
Osodemo, quiero rebatirte porque no me parece Católico que nos falte la esperanza. Ya sabes que es lo último que se pierde.

Sin negar nada de lo que dices, pues es cierto, bien se puede decir que, lentamente, las cosas cambian. Los altares "benedictinos" con crucifijo y 6 candelabros son un pequeño aporte, cada vez más extendido y que deberíamos ir pidiendo a nuestras parroquias. Los sacerdotes confensando. Hace tiempo, no se veía tanto en las iglesias... Son pequeños pasos. Y es fácil seguir desesperándose porque las cosas no están de orden, pero es nuestro deber no perder la esperanza y empujar cariñosamente a nuestros párrocos para que restablezcan las cosas en su orden... O cambiar de parroquia.

A los Católicos del Siglo XX se les exigió una prueba de sangre en España. A los del Siglo XXI nos toca una prueba de Fe y de confianza en Dios y en su Iglesia.
27/11/08 3:27 PM
  
rojobilbao
Yo he pasado de confesarme de ciento en viento a hacerlo mensualmente. He encontrado una parroquia en la que sobran confesores y he descubierto el que me guía por el buen camino, y es de los que el blogger echa en falta. Que el señor le conserve mucho tiempo entre nosotros.
27/11/08 8:00 PM
  
Miguel Serrano Cabeza
_Camino_

Los sacerdotes de los que hablo habían nacido con el siglo XX. Viveron la Segunda República y la Guerra Civil Española como sacerdotes. A mediados de los años ochenta estaban retirados y en una situación financiera muy precaria.

Siempre iban limpios y aseados. Sus sotanas y pantalones siempre estaban bien lavados, aunque algo raídos a causa del uso. No se compraban otros porque ni tenían dinero para hacerlo ni les quedaba vida para amortizarlos, como ellos sabían perfectamente. Olían a jabón LAGARTO. Sus cabellos ralos estaban escrupulosamente lavados y peinados hacia atrás. Los peluqueros tienden a dejar los cabellos de parte superior de la cabeza un poco más largos a las personas que se peinan hacia atrás.

Los pelos sin afeitar de la barba eran fallos técnicos de la cuchilla, que no siempre era capaz de rasurar entre los pliegues del cuello. Ciertamente, no todos estaban dispuestos a arriesgar la integridad de sus narices y orejas cortando los filamentos más descarados. Por lo demás, iban escrupulosamente afeitados y limpios.

Gracias a Dios, la encargada de la limpieza del templo cumplía su tarea con gran empeño.

Aquellos sacerdotes eran personas templadas por la persecución y la edad. Habían sido testigos del martirio de familiares, parientes, amigos, conocidos y de otros sacerdotes durante la Guerra Civil. El gobierno de la Esquerra Republicana de Catalunya de Lluís Companys i Jover ejecutó en menos de tres años al doble de personas que el franquismo en Cataluña durante cuarenta.

Todos aquellos sacerdotes se habían tenido que esconder pasando de un escodrijo a otro huyendo de los delatores y de los pelotones de fusilamiento. Todos habían sentido el aliento de la muerte en sus cogotes durante aquellos años en los que la nave principal de la iglesia en la que ahora confesaban era usada como carbonera custodiada por los pistoleros de Esquerra Republicana.

Su carácter se había forjado durante aquellos años en los que había quedado prohibido todo culto en Barcelona bajo pena de muerte, durante los que se fundieron las campanas de las iglesias. Se siguió forjando gracias al trato recibido de parte del clero post-Consilium. Y terminó de ser forjado gracias al trato recibido a partes iguales del clero antifranquista después del franquismo, del clero nacionalista con Jorge Pujol Soley ya en la Generalidad, del clero see-nothing, hear-nothing, say-nothing en plena democracia y del clero más bisoño que, falto de la formación necesaria, todavía no había sido capaz de evaluar los signos de los tiempos que le estaba tocando vivir.

El problema de la formación sacerdotal parece que quizá podría tener algo que ver con la admisión y formación de las vocaciones en los seminarios. El sacerdocio no es un derecho universal. No todo el que lo desea debería tener acceso a él.

Por otra parte, es deber del obispo conocer la situación personal, doctrinal y pastoral de los seminaristas y presbíteros a su cargo, y tomar las medidas más adecuadas para su bien y el de los fieles.


_E.Osodemo_

Poco puedo añadir a lo que ya ha dicho. Por desgracia todo ello es cierto. Algo pasó después del Concilio Vaticano II. Post hoc, non propter hoc: después suyo, no a causa suyo.

Ciertamente, la Santa Misa y la liturgia se "protestantizaron", tal y como los mismos protestantes reconocieron en su día, y los abusos litúrgicos desde entonces no constituyen ninguna rareza.

Efectivamente, teólogos y exegetas parecen a veces un tanto iluminados. Es como si creyeran que su deber consiste en enfrentarse a modo de antítesis a la jerarquía para lograr una síntesis dialéctica que logre el progreso del ser eclesial a través de su devenir histórico. O algo así.

Sería interesante saber qué es lo que se está enseñando en las escuelas, universidades y seminarios católicos. Parece como sí últimamente hubieran dejado un tanto de lado la retórica marxista en favor de un cierto buenismo ecoindigenista que, a pesar de tener una vocación claramente mundialista, es contrario a la globalización.

Con los abusos litúrgicos y la diversidad de interpretaciones y opiniones publicadas y enseñadas no es maravilla que las vocaciones de tantos sacerdotes y religiosos se hayan hundido. Y con ellas las de sus fieles, que han dejado de ver qué hay de particular en ese trocito redondo de pan sin levadura. Por eso, tampoco ven qué hay de particular en los templos. Y, claro, los abandonan. Con no demasiado respeto, por cierto.

Por algún motivo no se exige a los sacerdotes, ni a los teólogos y exégetas, ni a los obispos, ni a las conferencias episcopales, que guarden la debida obediencia. Y si se les exige, no se les obliga. Y si se les obliga, la obligación no surte efecto. Y si no surte efecto, no pasa nada.

Por eso seguimos esperando la debida traducción de pro multis como por muchos y no como por todos. Por eso seguimos esperando la recta aplicación del motu proprio Summorum Pontificum para la celebración del rito extraordinario.

Por eso la cristiandad parece hacer oídos sordos a los deseos del Santo Padre para que toda la asamblea de los fieles se oriente hacia Dios, tal y como explicaba Klaus Gamber, y para que la comunión, cuando sea posible, se realice de rodillas en la boca. Veremos qué pasa con el cambio de ubicación del rito de la dar la Paz en la Misa.


_Mikiroony_

Es verdad. Gracias a Dios las cosas están mejorando poco a poco. La liturgia vuelve a recobrar su dignidad, los sacerdotes son cada vez más conscientes de la importancia del sacramento de la Penitencia, y los fieles por fín se van dando cuenta que su deber no consiste única y exclusivamente en callar y no hacer nada.

A los católicos del s. XX se les pidió que dieran razón su fe. Durante la primera mitad del siglo lo hicieron. Desde San Pío V (1566-1572), Papa de la Contrarreforma, hasta hoy el único Papa canonizado es San Pío X (1835-1914), primer Papa del s. XX.

Lástima que ninguna de las dos ediciones del Catecismo de la Iglesia Católica haya considerado oportuno incluir alguna referencia a cualquiera de sus encíclicas, cartas apostólicas, alocuciones o discursos. A ver si en la tercera edición hay más suerte.

Aunque las circunstancias sean hoy en día muy distintas a las de inicios del s.XX.


_rojobilbao_

Así sea.

Un buen confesor es un auténtico don de Dios. Se puede ver gracias a él a la Iglesia funcionando con las calderas a pleno rendimiento.


_A todos_

Gracias por vuestros comentarios.

Un saludo.
28/11/08 12:10 AM
  
Camino Iriarte
Miguel: te entendí medio-mal en lo del aseo, parece. Perdona. Aunque no me negarás que el gel de baño marca Sanex es mejor que el jabón lagarto para el aseo; y que las planchas de ahora con suela de teflón son mejores para no cejar cercos y brillos en rodillas y codos.

Completamente de acuerdo en que "el problema de la formación sacerdotal" tiene "algo que ver con la admisión y formación de las vocaciones en los seminarios. El sacerdocio no es un derecho universal. No todo el que lo desea debería tener acceso a él". En teoría, está claro el asunto. Pero quiénes están en la "recepción y admisión" o "acogida" de los candidatos a los seminarios. Formación de los formadores, algo prioritario. Quiera Dios que nuestros obispos estén cada vez mejor formados para saber que no basta la buena voluntad y la buena intención para tener sacerdotes santos.
28/11/08 1:39 PM
  
Miguel Serrano Cabeza
_Camino Iriarte_

Parte de la generación sacerdotal que sufrió la Segunda República, la Guerra Civil, la posguerra y la autarquía estaba tan curtida que le parecía lo más normal del mundo usar una vieja plancha sin vapor, con el cable eléctrico de doble cordón trenzado y un pequeño enchufe de vaquelita negra con los polos de latón. Le parecía lo más normal del mundo que la tabla de planchar fuera la mesa del comedor protegida por una manta y una sábana viejas. Le parecía los más normal del mundo usar el mismo jabón para toda la ropa.

No les parecía nada particular que el tendido eléctrico de la casa parroquial fuera del mismo tipo que los cables de la plancha y que no estuviera empotrado en las paredes. Así lo podían arreglar ellos mismos cuando se rompía. Nunca se les ocurrió tirar la vieja lavadora Otsein de turbina que todavía funcionaba.

Aunque algunos usaban la loción Floyd para después del afeitado, no solían ser adictos al suavizante en la ropa. Sí solían serlo a las cuchillas Gillette, entonces con fábrica en Barcelona. Usaban sábanas de hilo de algodón. De esas que están tan frías en invierno. Y bolsas de goma que se llenaban con agua caliente para calentar la cama.

Cuando en 1980 falleció el padre rector de la parroquia de la que hablo, el nuevo rector se dio cuenta con horror que en la casa parroquial no había instalación de agua caliente y que la calefacción consistía en una estufa de resistencias con una pantalla que parecía una pequeña antena parabólica. No había más estufas, ni televisión. Sólo una pequeña nevera y una cocina de gas butano Corberó, una cafetera italiana Oroley, una tabla de lavar, una escoba, una fregona, dos cubos de cinc, un barreño de plástico, un transistor Vanguard, un escritorio con un crucifijo, una cama de medio cuerpo presidida por otro crucifijo, papeles y algunos libros. Había más cosas, pero las que he mencionado te permitirán hacerte una idea de cómo vivían.

No eran mejores por ser así. Pero siendo así, quien los conocía sabía perfectamente que no iban a cambiar. Lo sabía su arcipreste y lo supieron sus sucesivos cardenales arzobispos. Y también lo sabíamos los fieles. Cinco años después de su muerte el templo y la casa parroquial estaban totalmente reformados, ya había misas en catalán, había disminuido en un tercio la asistencia a misa y se había desplomado la frecuencia de las confesiones.

En los seminarios de calidad siempre se ha criticado a los curas-chorizo, aquellos que cuando recibían la cesta de Navidad con viandas enviadas por la familia se encerraban en su celda para dar buena cuenta de ellas en compañía de sus amigotes del seminario. El comportamiento correcto consiste en poner la cesta a disposición del superior para que haga con ella lo que estime más oportuno. Supongo que lo que digo puede ser, para más de uno, escandaloso. Sin embargo, lo escandaloso es que alguien que quiera dedicar su vida a Dios considere escandaloso tan pobre desprendimiento.

Como ese detalle, cientos. A veces lo que delata la falta de vocación, o de calidad humana para la vocación, es la falta de diligencia a la hora de levantarse o la falta de disciplina a la hora de acostarse. En fin, mil cosas que los buenos sacerdotes saben reconocer inmediatamente en un seminarista.

Un saludo.
28/11/08 4:06 PM
  
Camino
Miguel:
Yo he planchado muchos años -sí, muchos, unos 15- con plancha de esas, y he dormido en cama similar a esa, y lavado con esa lavadora y he conocido a varios sacerdotes muy santos como los que Vd. ha conocido. Ese estilo pastoral también, aunque en otro modo, es el que he conocido en esos sacerdotes, si bien en Andalucía no había el catolicismo que luego he conocido -las raices, no tanto las ramas y frutos- en Castilla, Cataluña o Navarra. Y coincido con Vd. en que hemos de rogar a Dios para que nos envíe de esos padres y pastores santos para que no se pierdan más ovejas... y para que nos conceda a los seglares ayudarles y sostenerles con nuestra oración y con el servicio que podamos prestar en sus parroquias.
01/12/08 12:49 AM
  
Miguel Serrano Cabeza
_Camino_

Al leer tu respuesta me he acordado -misterios de la mente- que la lavadora no era Otsein sino Tedi.

En 1989 asistí al besamanos de un jóven sacerdote. Hijo de familia acomodada, médico de trayectoria prometedora, novio fiel y entregado, nada hacía suponer que una vocación le iba a llevar a abandonarlo todo.

Pero abandonó todo, no sin antes haber tenido una delicadeza extraordinaria con la que había sido su novia. Ella decía que no entendía lo que había pasado, pero que le agradecía profundamente cómo había sabido encauzar la situación.

Se fue al seminario de Toledo, se ordenó sacerdote, pidió los cinco pueblos más pobres de la diócesis, vendió su Volkswagen Golf GTI 16 valves, se compró un Dyane 6 y donó el dinero que le sobró a una organización asistencial de la Iglesia en Toledo.

Para la casa parroquial contrató a una asistenta de algo más de sesenta años que no terminaba de explicarse cómo era posible que alguien tuviera tantos libros pero tan pocas cosas más. No tenía televisión. Apenas encendía la radio. Sin embargo, lo que más traía de cabeza a la mujer, y con razón, era la manía de aquel curita jóven pero decidido de no tener nada más que tres mudas. Una que sólo usaba para las solemnidades y para ir a ver a sus superiores y dos de quita y pon para uso diario. En fin, un infierno logístico.

Tienes razón. Dios sigue trabajando (Jn.5:17). Pidámosle sin descanso (1Tes.5:17) que envíe más trabajadores porque la mies es mucha y los trabajadores pocos (Lc.10:2).

Un saludo.
01/12/08 9:15 AM

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