9.08.09

En recuerdo de Mosén Marino

Cuando llegué al tanatorio solamente estaban dos sobrinos lejanos y mi madre. No había lágrimas o condolencias por el difunto, la vida se había llevado antes a la gran mayoría de las personas con las que había compartido su tiempo.

Hay personas que sientes cercanas y sin embargo, apenas les has llegado a conocer completamente. Quizás porque forman parte de anécdotas y recuerdos familiares que has escuchado una y otra vez los haces parte de tu identidad. Con Mosén Marino creo que me pasa algo así. Era muy amigo de mi abuelo y fue parte de la familia muchos años antes de que yo naciera.

Mosén Marino siempre me pellizcaba los mofletes con fuerza hasta hacerme apartar la cara, como si todavía fuese un niño pequeño. Quizás para él nunca dejé de serlo. Era su forma de saludar con cariño, como si fingiese que el tiempo no había pasado.

Recuerdo a Mosén Marino con una faria en la boca y una boina negra cruzada en la cabeza. Sí, “Mósen” era un cura de los de antes. Dedicó su vida a dos pueblecillos de Huesca tan pequeños como uno puede imaginar.

Se había ganado fama de gruñón, y probablemente con razón. Quizás esa primera impresión que causaba a la gente, me ha hecho apreciar más los detalles de cariño que vi en él. En el fondo era un nostálgico bonachón. Una persona que se entregó a Cristo hasta el final, y que hasta el momento de su muerte hizo el sacrificio de seguir atendiendo esos dos pueblos, pese a las taras físicas de la edad.

Me preocupé cuando murió porque sentí muy profundamente una deuda con aquello que me ha hecho como persona, mi familia. Con mi abuelo, al que le habría gustado que fuésemos la familia que Marino no tenía en el momento de despedirle.

Llevé en el hombro hasta el altar a quién me bautizó, a un hombre sencillo que pasará desapercibido por los libros de historia, pero que dejó para siempre mucho más de lo que nunca él podría haberse imaginado. Para mí Marino forma parte de mi infancia, de la vida de personas a las que debo todo. Así que allá donde estás Mosen, en la gloria de Dios, espero que te llegue mi más sincera muestra de cariño.

Javier Tebas
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6.08.09

Misión y Tradición

Volví de Mozambique hace unos días. Circunstancias que más adelante podré contar nos hicieron adelantar la vuelta. De todas formas, creo que el tiempo del viaje ha sido suficiente para empezar a conocer de un modo más completo la realidad de un país genuinamente africano.

Pasamos unos días en la capital, acogidos en el convento de las Hermanas Misioneras de Jesús y María. Mientras en el campo -donde estaba la primera Misión que visitamos- los huertos y las casas de adobe y paja tenían su encanto, la pobreza urbana es extremadamente deprimente. Las bolsas de población masificada en torno a vertederos, el tráfico asfixiante… La vida en una gran ciudad de África es verdaderamente gris. Me he dado cuenta de que si fuese un mozambiqueño sin recursos, preferiría sin duda vivir en el medio rural.

En mitad de la dificultad, la fe se desarrolla en un entorno dificil. Por una parte la situación es muy propensa a la proliferación de sectas. Las promesas absurdas de milagros inmediatos, y de remedios mágicos a los problemas habituales de la gente, han hecho que las misiones católicas encuentren una competencia desleal en “iglesias” de parlanchines que se aprovechan de las enfermedades, los problemas, y cada dificultad para terminar sacando algo de dinero a esa pobre gente.

La realidad es que gran parte de la población sobrevive -aunque sea bajo mínimos- gracias a la numerosa presencia de órdenes religiosas de la Iglesia Católica, y es por eso que el gobierno pseudocomunista no pone demasiadas restricciones. Pero no se puede pasar por alto la autocrítica en una situación que se puede considerar bastante estancada.

Estoy totalmente convencido de que la regeneración de África pasa por Cristo, por fundamentar los principios de la sociedad sobre el amor y la fe cristiana. África necesita entender el sentido del dolor, del esfuerzo, de la caridad para con los que están a su alrededor, dar un sentido a la vida. Acercarles a la conciencia de los sacramentos, a la presencia del mismo Cristo en el altar, al aspecto más espiritual de la fe es la premisa necesaria para consolidar de una forma total la obra que la Iglesia realiza allí.

Con esto quiero criticar la idea de que la Misión es una cuestión meramente filantrópica, dedicada a los sectores más progresistas de la Iglesia. Mientras no nos demos cuenta de que la evangelización para regenerar África pasa claramente por la tradición, a toda esta obra le seguirá faltando el principal fundamento.

Javier Tebas
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18.07.09

¿Te dan pena? Pues son más felices

Inhamizúa es un pueblo a las afueras de Beira, la segunda ciudad de Mozambique. Y cuando digo “pueblo a las afueras” no hablo del prototipo de urbe periférica a la que estamos acostumbrados. Inhamizúa es una acumulación de casas de barro y madera, que se distribuyen desordenadas entre cultivos y caminos estrechos. Aquí la luz llega a unos pocos afortunados, y la televisión se ve como cuentan nuestros mayores que era antaño, en comunidad, todos juntos, previo pago de un Meticai.

La casa para huérfanos en la que estamos pasando nuestros primeros días se encuentra en este lugar, rodeada por la cara más genuina de África. Aquí cuando salimos a pasear, nuestra piel pálida causa la misma expectación que una estrella de rock.

Si la sociedad mozambiqueña se caracteriza ya por la miseria, los niños de un orfanato vienen a ser los más miserables entre los miserables. Abandonos, maltratos, SIDA, niños que a veces ni siquiera conocen su fecha de cumpleaños… Cualquiera podría pensar, que ante una precariedad tan difícil de imaginar, solo cabe la desolación. Si en España -que se supone una sociedad desarrollada- ante la más mínima complicación de cualquier índole -que aquí sería envidiable- el Estado ampara el aborto. Supongo que frente a las situaciones de estos pobres niños del orfanato de Inhamizúa, los ideólogos de nuestra sociedad no tardarían en pedir una “interrupción voluntaria de la precariedad” o algún eufemismo del estilo.

Pero me atrevo a decir con convencimiento, que cada uno de los niños de este orfanato, es cien veces más feliz que los ideólogos de esa mentalidad cada vez más macabra que se extiende en nombre del “bienestar”. Porque estos niños han recibido poco, pero han sabido valorar el mejor regalo que podían darles, amor. La vida les ha enseñado el valor del amor, y a saber entregarlo con generosidad. Sus sonrisas inocentes nos dan la lección que necesitamos escuchar. La felicidad, no la encontraremos en los aspectos materiales que nos proporcionan el bienestar, en una videoconsola, un ordenador, un coche. Somos felices cuando sabemos valorar el amor que recibimos, y sabemos entregarlo a los demás.


Desde Beira, Mozambique
Javier Tebas

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15.07.09

Mozambique

Los colores en las calles de Mozambique contrastan los tonos vivos de la forma de vestir de sus gentes, con los carteles de Coca-cola que invaden cada esquina. El olor a tierra mojada, se mezcla con el humo de los coches destartalados que circulan por la ciudad.

Cuando uno llega a África no tarda en darse cuenta de que está inmerso en una realidad totalmente distinta. Basta con el trayecto en el coche desde el aeropuerto, para darte cuenta de que te rodea una forma de vida muy diferente a la que conocemos, una cultura y un modo de afrontar el día a día, que por lo que diste del nuestro, nos resulta muy peculiar.

Quizás tan solo en unos días es difícil asimilar todos los contrastes de fondo que presenta un país como Mozambique. Si el Santo Padre en su última Encíclica nos ha hablado de la necesidad de un modelo diferente para los países que padecen de miseria y analfabetismo, Mozambique –como tantos otros países en África- es un ejemplo muy claro tanto de esta necesidad, así como del descalabro de un modelo hacia el desarrollo que olvida el bien común, y que hace de los sistemas una búsqueda desproporcionada del beneficio egoísta.

La homogeneización de la cultura, en la pérdida de la tradición y las peculiaridades de los pueblos -a la que hace mucha referencia Caritas in Veritate- desnaturaliza el curso de las sociedades, en la que se amputa la idea íntegra del hombre y de su dimensión social.

La sociedad del consumo ha creado un ideal de vida que quiere imponer a todo el mundo. Unos cánones obligatorios a los que parece que todos debieran aspirar, en los que no caben las peculiaridades de unas gentes con una idiosincrasia y una tradición que les conforma también en su dimensión social.

Desde Beira, Mozambique
Javier Tebas

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11.07.09

¿Tiene sentido irme de Misión a África?


Entiendo a quienes se preguntan si tiene sentido irse lejos de Misión. En un occidente descristianizado, lleno de necesidades y de estragos que por sí solos ocuparían cientos de artículos… ¿Es un acto responsable irse a lugares remotos para ayudar a sus gentes y mostrarles a Cristo? Mientras escribo, me atañe totalmente esta pregunta. En unas horas parto hacia Mozambique de Misión.

A los días que nos resultan importantes suele anteceder una noche en vela, llena de inquietudes, pensamientos y reflexiones que nos roban el sueño. Es éste momento, quizás el más idóneo para compartir con el lector, el análisis y las razones de mi convencimiento en la necesidad y la utilidad de viajar a otros lugares, por lejanos o ajenos que nos resulten, como mensajeros (en el sentido profundo de la Misión)del Evangelio.

Creo que para fundamentar la cuestión, hay que comprender primero las caracteríticas del mal que padece nuestra sociedad occidental. Los que conocemos como “países desarrollados” sufren una miseria que aqueja especialmente al espíritu y no tanto a los problemas materiales, que -crisis aparte- parecen más o menos cubiertos en comparación con la horrible miseria que existe en otros lugares. Occidete vive un abandono total del sentido de la vida y de nuestra condición humana, y se pierde en el individualismo egocéntrico, que nos hace cada vez más autómatas y menos personas. En una sociedad apoltronada en el materialismo y la comodidad, la gran batalla que tenemos los cristianos es la del ejemplo. Un ejemplo que reavive la caridad, la conciencia de todas aquellas instancias en nuestro entorno que superan el individualismo feroz, nuestra comunidad, la familia, la Patria (si, la Patria, porqué no). En definitiva el valor de la virtud en el esfuerzo como verdadero camino a la felicidad.

Las diferencias sustanciales entre la Misión que aquí urge, y la que prima en los países subdesarrollados, hace que estas no resulten contradictorias, sino totalmente complementarias.

África, Asia o gran parte de Hispanoamérica se ven también perjudicadas y necesitadas en el aspecto espiritual. Pero no precisamente desde la apatía y la anestesia social frente a lo trascendente, que tanto caracteriza a occidente. Sino por la proliferación de sectas engañosas en el caso de Hispanoamérica, y la falta de una tradición y unos medios que asienten con firmeza el mensaje de Cristo en África o Asia. Continentes que han sufrido colonizaciones racistas y segregacionistas, las cuales han causado que haya muchísimas personas que ni siquiera han tenido todavía la valiosa oportunidad de conocer a Cristo, por la que tanto se preocuparon los primeros misioneros como San Francisco Javier.

Y a este sentido espiritual de la Misión se une la necesidad física, material, de ayudar a quienes viven en unas condiciones tan difíciles, sin medios materiales tan siquiera dignos en tantísimas ocasiones. En unos Estados casi ficticios incapaces de dar la más mínima esperanza, en sociedades desestructuradas y desnaturalizadas. Allí nuestra ayuda, donde la situación de miseria es tan generalizada, tiene todo el sentido, y constituye también un testimonio práctico de fe en aquello que Jesús nos enseñó con su ejemplo.

En cuanto envío esta entrada al blog, estoy cerrando maletas y saliendo hacia el aeropuerto. Intentaré escribir desde Mozambique tantas veces como pueda.

Javier Tebas
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