Los cuentos de Perrault

                             «La bella durmiente». Obra de Heinrich Lefler (1863-1919).


 

      

«Es necesario que la lectura se haga escuchando, y que las páginas impresas sean voz sin nombre».

Charles Perrault





Hace unos días, hojeando una revista especializada en literatura infantil y juvenil, leí una frase que me impactó y que rezaba así: «un ejemplo de reproducción de discursos patriarcales es la recopilación de cuentos de Charles Perrault». Reconozco que esa breve cadena de caracteres gráficos fue lo que me impulsó a escribir esta entrada (que, cierto, estaba ya en la recamara, esperando su turno). La afirmación, por si sola, no tendría nada de grave, si no fuera por el deje de manifiesto desprecio que encierra, en consonancia con el tonillo general que, de un tiempo a esta parte, emana desde las altas esferas imperantes de la política y de la cultura, descalificando todo aquello que no encaja en la corrección política del «feminismo», la «multiculturalidad» y la «diversidad».

Una vez leí la frase sentí a Perrault revolviéndose en su tumba, e imaginé a su errabundo espíritu paseándose inquieto por entre las bibliotecas, a la espera de que alguien se atreviese a reivindicar su legado. También recordé los buenos momentos pasados en mi infancia en su compañía y los que recientemente pasé con él en compañía de mis hijas. Sé que el académico francés habría querido para su defensa a un paladín de más solera y peso especifico, pero es lo que hay. Además, puede que tras estas breves líneas alguien de esas características se anime a ello.

El que venga siguiendo esta bitácora sabe con certeza que si los cuentos de Perrault encajaran en «una reproducción de discursos patriarcales» tal y como es entendida por el discurso público imperante, no encontrarían muchas objeciones aquí, pero independientemente de ello, de lo que no le cabe duda a cualquier lector atento y libre de prejuicios modernos, es que esos cuentos serían, en todo caso, mucho más. Y es que esas fijaciones igualitarias de los adalides de la modernidad, lo único que ponen de manifiesto es la grave miopía que les impide ver el verdadero mensaje y provecho que se encierran en las páginas de tales cuentos.

Los eruditos están de acuerdo en que muchos motivos de los cuentos literarios europeos proceden de la mina inagotable de las epopeyas medievales, de las leyendas hagiográficas y de las exempla, de los cuentos renacentistas y de la predicación barroca. Sin embargo, parece ser que hemos leído muy poco de esa enorme masa de literatura que recoge con seguridad un tesoro oculto de proporciones tan maravillosas como maravillas encierra. Y en la Francia del siglo XVII, donde florecieron los cuentistas alrededor de las cortes regias, Charles Perrault fue, entre otros muchos, quizá el mas conocido de los que abrevaron en tan inmenso e inagotable granero.

La forma típica de estos cuentos franceses fue la traslación al medio escrito del modo tradicional en que venían transmitiéndose de generación en generación: el relato en voz alta de los ancianos a la luz del fuego del hogar. La elección de esta formula (la mamá oca, esto es, el aya o la abuela que cuenta oralmente cuentos a los niños) podría ser no solo un homenaje a la tradición oral, sino que, además, reuniría tres funciones diferentes:

• Moralizar el contenido narrativo, pues la autoridad de la figura de la abuela responde por la rectitud de las historias.
• Pasar por alto a la persona del autor, ya que Perrault y los demás escritores franceses de cuentos de la época no reivindicaban el estatus de inventores, sino simplemente el de escritores.
• Infantilizar a los lectores u oyentes, ya que si bien, en el caso de Perrault, sus destinatarios fueron originalmente niños (sus propios hijos), estaban sobre todo dirigidos al publico cortesano, quien está así invitado a identificarse con el niño que fue en el pasado como también lo fue el propio escritor que se dirige a él.

Pero, vayamos a los cuentos.



CUENTOS DE ANTAÑO (Contes de ma Mère l’Oye o Contes du temps passé, avec des moralités), de Charles Perrault 1695.

 Portadas ilustradas por Rafael de Penagos (1924-2010), Emilio Freixas (1899-1976) y Federico Ribas (1890-1952).

La ilustración con que se adornaba el frontispicio del manuscrito original de la colección de Perrault conducía al lector a la chimenea como lugar propicio para la lectura familiar en voz alta. Como el sitio más cálido de la casa, el fuego del hogar era el lugar perfecto para contar cuentos en grupo. Sin embargo, este no era el escenario en el que Perrault quería que fueran leídos sus cuentos, pues, en principio, su intención era hacerlo en los elegantes salones de la corte de Versalles y a una audiencia de aristócratas y cortesanos.

Cuando Perrault escribió sus Contes, había perdido su puesto en la corte y se encontraba dedicado a sus hijos. Escribir cuentos de hadas era una forma de entretenerlos, aunque también una manera de intentar volver a la corte siguiendo la moda imperante en los salones ––les contes de fées, los cuentos de hadas–– y de defender la moral a través de relatos divertidos, aunque siempre guardando ese deje doméstico original que sería el que le traería la inmortalidad.

A pesar de este origen e intención, sin duda son los niños los que mantienen vivo en la memoria a Perrault. Fama esta en la que muy probablemente ni pensaba el autor francés, quien, si alguna vez pensó en una celebridad póstuma, seguramente creyó que se la daría su basto tratado Parallèle des Anciens et des Modernes (4 vols. 1688-96), sobre la controversia de moda de la época entre clásicos y contemporáneos. Pero el destino es caprichoso y se portó caprichosamente con el escritor francés, y el nombre de Perrault estará vinculado para siempre a los cuentos de hadas y a los niños.

Bajo el título de Contes du temps passé, también llamados Contes de ma mère l’Oye, Perrault escribió doce cuentos en total. Tres en verso: La paciente Griselda (se trata de un préstamo de Boccaccio admitido por el propio Perrault), Los deseos ridículos y Piel de asno. Y ocho en prosa: La pequeña Caperucita Roja, La bella durmiente del bosque, El gato con botas, Cenicienta, Barba Azul, Pulgarcito, Las hadas y Riquete el del copete.

Los cuentos se convierten así, en manos del cortesano galo, en una bella estilización de los relatos tradicionales de transmisión oral. Perrault confirió, sin embargo, a estos cuentos su estilo propio y peculiar, relatándolos con una concisión y sencillez magistrales, sin una palabra superflua —característica común, por lo demás, a todos los buenos cuentos populares—. Algunos críticos contemporáneos afirman que Perrault tuvo miedo de que sus cuentos pudieran ser tachados de triviales por su público cortesano, y que por ello se incluyó en el linaje literario de los moralistas instructivos, añadiendo a las narraciones sabias moralejas destinadas a la educación de niños y adultos. Sin embargo, otros, que me confortan más, dicen que Perrault, como buen y ferviente católico que era, y consciente de que parte de su público sería infantil, anudó a cada uno de sus cuentos en prosa una moraleja muy católica, lo cual agradecemos. El propio autor, en su introducción parece referirse a ello diciendo: «estas bagatelas no son simples bagatelas, pues encierran una enseñanza útil, y que la forma festiva del relato sólo fue elegida para que penetrasen más agradablemente en la imaginación y de una manera que instruyese y deleitase al mismo tiempo». Y continua diciendo como sus cuentos muestran la manera en que «la virtud es recompensada» y «el vicio es siempre castigado». Aunque, es verdad que alguno de sus cuentos tiene una, digamos, discutible oportunidad (me refiero a Piel de asno ––más sobre un tema tabú, la tentación del incesto, que sobre su desenlace y moraleja, perfectamente moralizante–– y a El gato con botas ––sobre el tema del progreso social y económico a base de mentiras y engaños––). Pero la mayoría de ellos son ejemplarizantes y, en todo caso, todos contienen una trama que es, en la frase del historiador Robert Darnton, «buena para pensar».

                   Portadas de algunas ediciones en español de los cuentos de Perrault.

Dado que sus cuentos tenían un doble destinatario, por un lado los cortesanos de Versalles y por otro lado los niños, algunos contienen dos moralejas, una para cada público, didácticas para los niños y más irónicas para los adultos.

Este es, por ejemplo, el caso del cuento de Cenicienta. La historia finaliza con una primera moraleja destinada al público infantil en la que se habla de la bondad y la gentileza como valores a alcanzar en la vida, utilizando un lenguaje sencillo y de fácil comprensión, y mencionando además a las hadas y sus enseñanzas y lecciones. Y, a su vez, contiene una segunda destinada al público adulto, con un lenguaje más complejo, irónico y cínico, dejando clara la idea de que para conseguir destacar en la vida es necesario tener un padrino o madrina.

La moraleja final de La pequeña Caperucita Roja, válida para ambos públicos, pone de manifiesto que un ‘lobo’ puede ser cualquier hombre que intente aprovecharse de las chicas jóvenes que deambulan solas en el bosque o por las calles (fíjense aquí que el símbolo se ajusta a lo simbolizado), y que su forma de hacerlo puede ser a través de suaves palabras y ademanes (lobos con piel de cordero). Por lo tanto, nos dice Perrault, la moraleja es que las niñas no deben hablar ni fiarse de extraños.

En el caso de La bella durmiente del bosque, Perrault alecciona que en las cosas del matrimonio no hay que precipitarse y que no pasa nada por esperar (aunque quizá los cien años que pasa dormida la bella a la espera de su príncipe, sean algo excesivos), concluyendo así:

«Como el casarse es asunto
de muchísima importancia,
pues sólo la muerte rompe
los lazos que entonces se atan,
más vale esperar un año
y traer la dicha a casa,
que no anticiparse un día
y traerse la desgracia».

En Barba Azul el autor se fija en los problemas que puede causarnos la curiosidad.

«Oh, curiosidad, ¡debilucha mortal!
A pesar de tus encantos, a menudo causas dolor
Y un gran arrepentimiento».

Y en Pulgarcito, Perrault ensalza a los pequeños y débiles, diciendo así:

«Pero si por casualidad un vástago resulta ser débil,
Lo vilipendian, se ríen de él, lo defraudan y lo engañan.
Tal es el camino maldito del miserable mundo; y sin embargo
A veces, en este erizo que veíamos despreciable,
A través de acontecimientos imprevistos, el honor se hace presente,
Y la fortuna trae a toda su familia».

Los cuentos tuvieron un éxito inmediato. Los imitadores surgieron pronto por docenas, y todavía persisten; pero ninguno de ellos ha rivalizado jamás, y mucho menos superado, los inimitables originales que se continúan imprimiendo y publicando en todo el mundo, y que seguirán haciéndolo, y ello aun cuando hoy unos cuantos censores pretendan borrarlos como tantas otras cosas buenas, bellas y verdaderas.

Hay multitud de ediciones de estos cuentos, pero si quieren huir de adaptaciones edulcoradas y falsificaciones sin cuento ––valga la redundancia––, hay una, quizá la mejor, que es la editada en su día por Anaya en su ya histórica colección Laurin, con las magníficas ilustraciones del compatriota de Perrault, Gustave Doré, y que, por cierto, ha sido reeditada recientemente. También son recomendables las ediciones de la editorial The Planet con ilustraciones de Walter Crane y las de La Bella durmiente y Cenicienta de la editorial Zorro Rojo, ya que si bien estas últimas fueron escritas por Charles S. Evans (1883-1944), este tomó como referencia las historias de Perrault, siendo lo más destacable de las mismas sus maravillosas ilustraciones en sombras chinescas del gran Arthur Rackham.

G. K. Chesterton comentaba que había dejado los cuentos de hadas tirados en el suelo de la guardería y que desde entonces no había encontrado ningún libro tan sensato. Espero que así sean las historias de Perrault para sus hijos.

3 comentarios

  
Scintilla
...y de la mina inagotable también de la imaginación oriental, que aquí trajimos tempranamente (Panchatantra), antes que La Fontaine se fijara en ellas, mediante la traducción del árabe del Calila e Dimna. Con simpáticas ilustraciones en sus primeras ediciones impresas (Hurus, a finales del XV).
Supongo que lo ha leído, pero la tesis me recuerda a la de Lesskov en Der Erzähler, el narrador, que tan mal interpretó Benjamin. Es alrededor del fuego donde se concitan sabiduría y arte de narrar. Y así nos lo enseñó también Cervantes, unos cuantos siglos antes, en la segunda parte del Quijote, en la aventura del Rebuzno, donde convierte a los oyentes en "senado".
07/04/21 9:15 AM
  
Haddock.
Efectivamente.
Andersen fue un genio que escribió sus propios cuentos, pero Perrault como los Grimm lo que hicieron fue dar forma a ese humus formado durante siglos que daba sus frutos al fuego de la chimenea o en la cama de los niños antes de dormirse. Así como los cuentos de Madame d´Aulnoy, de Afanásiev o todos los cuentos populares editados por Siruela con su habitual buen gusto.
Entiendo perfectamente a Chesterton -que dijo que el mejor producto literario de Alemania fueron los cuentos de Grimm- cuando de vez en cuando leo algo de lo editado por Laurín y a mis 56 años siento que el tiempo se ha abolido; que vuelvo a ser un niño atónito maravillado por lo que tengo enfrente y que esta disposición es la que olvidamos los tontos de los adultos.

08/04/21 10:44 PM
  
Carsten Peter Thiede
Cuando era chico tenía la bella durmiente ilustrada por Rackham.
Le agradezco que haya puesto la foto de la portada, porque me ha evocado muy buenos recuerdos.
10/04/21 5:21 PM

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