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A raíz del post que publiqué hace unos días sobre las dificultades en Caritas, un comentarista de forma pública, y otros a través del correo, me sugieren que dé públicamente el número de cuenta de Cáritas de mi parroquia por si alguien quiere echarnos una mano.
Antes de nada quiero decir que Cáritas existe en cada parroquia, en cada diócesis. Y que cada euro que recibe lo sabe emplear de la mejor forma posible.
Nosotros somos tan solo una parroquia más, que hacemos lo que podemos como tantas otras. Una labor callada pero eficaz que está haciendo que mucha gente salga adelante.
Como Cáritas de esta parroquia de un servidor, puedo contaros con orgullo que son más de cuarenta los voluntarios que están trabajando aquí a favor de los más débiles a través de cuatro proyectos que cuento brevemente:

Posiblemente, si exceptuamos el Quijote, nada hay más citado y menos leído que los documentos del concilio Vaticano II. Y resulta que como nunca se leyeron, o en caso de hacerlo ha pasado tantísimo tiempo, al final mucha gente ha acabado citando cosas que el concilio jamás dijo.
La situación es complicada. El jueves tuvimos reunión de lo que llamamos la “mesa de Cáritas del arciprestazgo”, a la que asisten representantes de Cáritas de las diez parroquias de la zona junto con trabajadores sociales de la institución y que preside un servidor como coordinador de la zona.
1. Don Tomás Gómez es fuente inagotable de inspiración no para un católico, sino para cualquier persona con eso tan raro hoy como son dos dedos de frente. Pues este señor, diputado de la asamblea de Madrid por el partido socialista, ayer tuvo la desfachatez de acusar a la oposición de ser los nietos de aquellos que le robaron la infancia.
Estoy enamorado de don Camilo, el peculiar cura de pueblo italiano creado por Guareschi, y que me parece un cura de una vez. Porque don Camilo es más tierno de lo que parece, hombre de oración profunda, un cura muy cura, que celebra, enseña, se preocupa por los pobres, sabe cuidar de su iglesia, de la fe y de la gente, y sabe hacer que le respeten y se respeten las cosas de Dios.