De fronteras, llaveros, Rafaela y Joaquina
En una ocasión ya hablaron de esto nada menos que Rafaela y Joaquina. Hay gente buena, como Joaquina, qué digo buena, buenísima, solidarísima, caritativísima, constructora de puentes y acueductos, en salida y misericodiosísima. Gente que ve una patera y se deshace en llanto y golpes de pecho.
Como son más solidarios, buenos y abiertos más que nadie, gritan cada día clamando por la supresión de las fronteras, la desaparición de los centros de internamiento de extranjeros y el absoluto respeto a costumbres de los que vienen.

Como confesor y como penitente me sé muy bien eso de que “siempre caigo en lo mismo”, cada cual en lo suyo. Es lo que suelo llamar la “chinita en el zapato” que tenemos cada cual. 
No es para nada sencillo comprender el laberíntico lenguaje clerical – eclesial, compuesto de diplomacia, gestos, gesticulaciones, sonrisas, miradas y hasta de palabras en ocasiones. El común de los mortales se pierde, los fieles más o menos, los más avezados pescan algo, y el fondo queda para una élite de iluminados o muy bien informados a través de conexiones con lo alto en minúscula.