Trescientos mil madrileños en misa un día de diario
No se lo creían. Tocaron a misa como cada tarde con el convencimiento de que irían los de siempre: tres o cuatro ancianas y quién sabe si algún que otro despistado. Pero fue comenzar la misa y de repente las puertas de los templos se abrieron para dar cabida a una riada de fieles como jamás hubieran podido imaginar ni siquiera en un domingo especial. Y era jueves, jueves corriente, jueves sin más, jueves ordinario.