La pastorela de Braojos
En los pequeños pueblos es inútil pretender organizar la vida parroquial con esquemas trasplantados de la ciudad. Aquí una persona es respuesta, dos éxito y tres multitud. Nuestra vida parroquial se nutre de la misa diaria, dos días en cada pueblo, la misa dominical, y los recursos que nos ofrecen la religiosidad popular y las tradiciones propias de cada lugar, con origen netamente católico y siempre necesitadas de evangelización y purificación para que sean lo que deben ser. Junto a esto, la atención a los niños –escasísimos-, la cercanía a algún joven, visita a enfermos, pasear por el pueblo… En fin, esas cosas.

La lucha contra el enemigo externo es sencilla y evidente. Hay ataques frontales a la Navidad que uno pesca a nada que se fije un poco. Que haya personas, las patéticas “femen” que intenten secuestrar al niño Jesús en el Vaticano al grito de “Dios es mujer” es un ataque que como tal entiende el más lerdo.
Qué antiguo te estás volviendo. Hay que actualizarse. Eso me dijo una antigua feligresa al conocer la parroquia de la Beata Mogas. Los tres principales signos de carcundia que ella observaba eran la adoración perpetua, los confesionarios y los reclinatorios para facilitar la comunión de rodillas a los que desearan recibirla de ese modo.
Mis pueblos no son Madrid, ni las tres parroquias la Beata Mogas. Lo primero a lo que he tenido que acostumbrarme es a olvidarme de iglesias llenas, gente a cualquier hora y amplia respuesta de los fieles ante cualquier iniciativa.
Hay un fenómeno, bien es verdad que afortunadamente escaso, que siempre me ha causado un cierto estupor. Me refiero a esos maridajes de sacerdote y grupo –comunidad pueden llamarlo- que unen los destinos de ambos con más fidelidad y estabilidad que en un matrimonio de los de antes. De dos formas se da este fenómeno.