2.11.23

Frases sobre El Cielo

El día de Todos los Santos leo frases sobre el Cielo.

Tengo la suerte de contar con las que el padre Miguel de Bernabé dejó escritas y les aseguro que releerlas un día como este es una auténtica delicia.

Ahí va la primera para abrir boca, o mejor dicho, para abrir mente:

¿Qué imaginación, por ilimitada que sea; que fantasía, por exagerada que sueñe; que inteligencia, por profunda que indague, será capaz de comprender esta simple frase: “Veré a Dios, y Él me verá a mi”

o, recurriendo a un “experto”, afirmar

El Cielo, según San Agustín, es “El fin pero sin fin”. Y también: “Toda la felicidad no cabrá en todos, pero todos serán colmados de felicidad”

Aunque, para experto, Nuestro Señor…

¿Podemos creer que Cristo exagera? Pues fue Él mismo quien dijo: “Alegraos… porque es muy grande la recompensa que os espera”
 ¡Y lo dijo quien conocía bien lo que anunciaba!


Y ¿que les parece para abrir horizontes esta otra?:

Si eres tan santo que al morir no tienes que pasar por el Purgatorio, en el instante de tu muerte no irás al Cielo sino que serás del Cielo

Termino con esta deliciosa secuencia final:

¿Qué te ocurrirá cuando veas a San Agustín avanzar hacia ti con los brazos abiertos; a San Pablo mirándote con los ojos llenos de afecto; a San Fernando apretándote con cariño; a Santa Teresa riéndose de felicidad al verte con ella…?

¿Y cuando veas aproximarse a la Virgen?… ¿Y cuando el que te mire sea Dios?

Y sin embargo, lo mejor, queda por decir: que Dios, que Cristo estará allí: contigo.

29.10.23

Necesito un grupo

Hace unos días me reencontré con un amigo después de muchos años. Y me dio una enorme alegría pues, a pesar de ser cristiano desde siempre, no dudó en reconocerse como recién convertido. Y de esa maravillosa tarde que pasé con este amigo “converso” quiero destacar una anécdota que creo especialmente relevante.

Según me contaba, después de una larga travesía del desierto que había durado ¡más de treinta años! un buen amigo común le recomendó hacer una Semana Santa unos ejercicios espirituales. La sugerencia no pudo ser más oportuna. Y dio sus frutos.

Me contaba (y esto es lo que me quiero destacar en este post) que nada más terminar los ejercicios se levantó y delante de todos los que le acompañaban dijo:

“Señores… ¡necesito un grupo! … ¿alguien me puede recomendar alguno?”

No me negarán que el comentario no es audaz. Podría en ese momento haber hecho cientos de consideraciones espirituales o de propósitos para su nueva vida, podía haber pedido oraciones de los demás (que seguro que las pidió) o haberse quedado en una emotiva despedida, pero lo que pidió fue un grupo de cristianos.

“… y es que necesito trato, amigos, costumbres, entorno de cristianos… ¿entiendes?” – me decía.

Y claro que le entendía ¡por supuesto que le entendía! Lo que no es fácil de entender es cómo puede haber cristianos que no se asocien para serlo, y que (como hipócritamente se excusan) te suelten eso de que “no me gustan los grupos" para después no dudar en apuntarse a un club de pádel o a una peña de amigos de la cerveza.

El deseo de Cristo es que estemos asociados: 

“…pues donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo, en medio de ellos” (Mt, 18,20)

y tanto es así que nos lo dejó como mandato (mandamiento) nuevo. Y por si esto no fuera suficiente también nos dio como señal para que los demás nos reconozcan como cristianos el que nos amemos (entre los cristianos) los unos a los otros:

“En esto conocerán que sois mis discípulos”.

Y yo me pregunto, si no estás en un grupo ¿cómo piensas amar a los demás cristianos? ¿de forma etérea? … ¿y cómo vas a perfeccionarte?, ¿y a instruirte?…  ¿tu solo contigo mismo?… ¿o solo con tu familia?

Claro que en el fondo ésta no es solo una cuestión de cristianismo: También lo es de inteligencia.

Y mi amigo, hoy más amigo que nunca, ha demostrado tener lo uno y lo otro.

22.07.23

Alegre, como un cristiano

En un retiro de verano me he topado con esta frase con pregunta incorporada:

El primer milagro de Cristo, con intervención de Nuestra Señora, no fue para curar a un enfermo, sino para tener más vino y seguir la fiesta en casa de unos amigos…

¿Qué te dice esto?

Afortunadamente la interpelante pregunta venía previamente ilustrada con un extracto de la obra “El Evangelio olvidado”, del padre Miguel de Bernabé que no me resisto a reproducir pues seguro les ayudará para la respuesta… 

Creo que nada nos acerca más a Jesucristo que verlo tan semejante a nosotros. Y, en este aspecto, podemos señalar otro rasgo suyo, tan singular, como es el de su interés por el ac­to social por excelencia: las comidas.

Y aunque el trasfondo de esta inclinación sea el apos­tolado, la ocasión de enseñar… esto no invalida aquello.

¿Lo concebimos disfrutando de una comida… de una ale­gre reunión…? Y, deliberadamente, empleo la palabra disfrutar, porque hay que vencer una tenaz resistencia íntima a creer seme­jante cosa; incluso sólo la soportamos enmascarándola en una asistencia de Cristo a la comida hierático y solemne. Naturalmente que así no pudo ser. Cristo es demasiado di­vino para necesitar de esos aditamentos.

Pero tampoco hemos de caer en el extremo opuesto que reflejan esas películas de última hora, que nos presentan al Señor tan «humano» que ronda con lo chabacano y desde luego con lo irreal.

Es lógico; la mayoría de la gente sólo conoce estas dos formas de comportamiento en una comida: la llena de dig­nidad y distante (para no comprometer un «status» adqui­rido con gran esfuerzo) y que resulta falsa y chocante, o la familiaridad vulgar y muchas veces chocarrera de los que prefieren «pasarlo bien» aun a costa de su propia estima.

Y es que no han tenido la oportunidad de conocer esa sencillez que une una natural distinción con la alegría más divertida, en el ambiente más grato y feliz.

Algo de esto podremos comprender (guardando la de­bida distancia, que en este caso es nada menos que infini­ta) con un ejemplo histórico narrado por don Juan Valera, el novelista español que escribía desde Rusia en 1857, y que hablando de los bailes a los que asistía el Zar Alejandro II en el San Petersburgo imperial, dice, muy admirado de lo que presenció en ellos:

«Se mezcla (el Zar) con todos y habla con las personas que más le agradan, sin ceremonia alguna, y co­mo si fuera un particular».

«La dignidad señoril de su persona, el rostro blando al par que sereno, y la misma idea elevadísima que tienen todos de Su Majestad, valen más que todas las pompas, etiquetas y ceremoniales de Palacio, para infundir respeto».

Algo así es lo que nos puede servir de referencia para «visualizar» un Cristo alegre en una comida de amigos, en una atmósfera tan especial y dichosa que sólo los que han experimentado algo remotamente parecido pueden comprenderlo.

Pero para aquellos que no han tenido esa suerte, no de­be ser obstáculo comprender que Cristo es (y no digo era) el más sociable de los seres humanos. Tanto es así que el Señor tuvo que quejarse porque:

«Vino Juan, y como no comía pan ni bebía vino dijis­teis: Tiene demonio». Yo como y bebo… y decís: «Es un comilón y un borracho, amigo de publicanos y pe­cadores…» (Lc 7,33-34).

Sólo le faltó añadir: «¿En qué quedamos?»

Y, naturalmente, sería poco lógico pensar que Él sólo comía y bebía para poner en un brete a los fariseos. No; Él, por ejemplo, no tenía reparo en asistir a unas fiestas de bo­da. Y lo menos que se puede suponer es que lo hacía con rostro amable y sonriente.

Se celebraba una boda en Caná de Galilea y estaba allí la madre de Jesús. Fue invitado también a la bo­da Jesús con sus discípulos (Jn 2,3-9).

Y ahora, nueva sorpresa en este aspecto de lo humano que es Cristo. ¿Quién podría sospechar que el Señor iba a hacer nada menos que un milagro, para que continuase el jolgorio (empleo deliberadamente la palabra) en aquella boda? Pues lo hizo.

Y como faltaba vino, le dice a Jesús su madre: «No tienen vino». Jesús le responde: «¿Qué tengo yo con­tigo, mujer?, todavía no ha llegado mi hora». Dice su madre a los sirvientes: «Haced lo que Él os diga». Había allí seis tinajas de piedra, puestas para las purificaciones de los judíos, de dos o tres medidas cada una. Les dice Jesús: «Llenad las tinajas de agua» (Jn 2,3-9).

Hay que imaginarse una mirada divertida en el Señor viendo los visajes desconfiados de los sirvientes mientras llenaban los odres, y la muda pero elocuente interrogación de sus rostros sobre «¿Qué irá a hacer éste…? ¿Para qué nos hace llenar las tinajas…?”.

Y las llenaron hasta arriba. «Sacadlo ahorales dicey llevadlo al maestresala» (Jn 2,3-9).

Los sirvientes, mudos de asombro, contemplaron aquel vino salido del agua, y no hay que ser muy perspicaces pa­ra adivinar el íntimo regocijo con que dieron a probar el agua al maestresala y esperaron su reacción.

Ellos lo llevaron. Cuando el maestresala probó el agua convertida en vino, como ignoraba de dónde era (los sirvientes, los que habían sacado el agua, sí que lo sa­bían), llama el maestresala al novio y le dice: «Todo el mundo sirve primero el vino bueno y cuando ya es­tán bebidos, el inferior. Pero tú has guardado el vino bueno hasta ahora» (Jn 2, 9-10).

Así que Cristo no sólo fue a la fiesta, sino que les regaló vino para que continuara; y eso que los convidados debían es­tar ya un poquito «alegres» …

 (El Evangelio olvidado, páginas 21 a 24)

24.05.23

El tenis es católico; el golf, protestante

Hablando de la confesión, hace años leí (*) una metáfora sugerente extraída de una obra de un dramaturgo norteamericano, que desde entonces no dejo de comentar por lo clarificadora que me parece.

El título lo dice todo: El tenis es católico; el golf, protestante

Sin embargo, requiere una explicación sobre todo para aquellos que no están especialmente familiarizados con la distinta dinámica de estos dos deportes

En el tenis se disputa cada tanto ganando (o perdiendo) sucesivamente  juegos (el mejor de 4 tantos), sets (el mejor de seis juegos) y partido (el mejor de tres o cinco sets).

Ganado o perdido el tanto, se disputa otro tanto. Igualmente, ganado o perdido un juego se inicia el siguientey por último, ganado o perdido un set, se comienza uno nuevo, siempre desde cero.

Esto ha dado lugar en la historia del tenis a remontadas como, por ejemplo, la final de Roland Garros de 1984 donde el checo Ivan Lendl después de haber perdido los dos primeros sets con John McEnroe por 6-3 y 6-2 terminó ganando el partido en los tres restantes por un épico 6-3, 6-2, 4-6, 5-7 y 5-7. ¿La razón? Cada vez que finaliza un juego o un set, la competición vuelve a empezar desde cero y, por ello, a pesar de haber perdido las dos primeras mangas, al ganar las restantes, conseguía dar la vuelta al resultado remontando todo lo perdido.

En el golf, sin embargo, la dinámica es distinta. Juegas 18 hoyos, cada uno de los cuales debe hacerse en un determinado número de golpes, Si en alguno de los hoyos te va mal y superas ese número de golpes arrastras ese retraso hasta el final del partido haciendo muy difícil remontar una mala racha pues esta te acompaña acumulativamente hasta el final del recorrido. Nunca consigues empezar de cero.

No se si para los que no conocen el juego esta explicación les ha orientado, pero para los que lo conocen, seguro que ya han entendido el sentido de la afirmación de la que partimos.

Uno de los personajes de la obra teatral en cuestión (precisamente un pastor episcopaliano) lo resume sintéticamente en la siguiente frase “En el tenis, cada juego, cada punto, permite una nueva oportunidad. Todo lo contrario que en el golf, donde arrastras un error en el primer hoyo hasta el final del recorrido”

El perdón de los pecados que los católicos ─por la Gracia de Dios y a través del sacerdote─ obtenemos, nos permite empezar de cero, confiados en la misericordia y esperanza que Dios nos promete. Dice el Catecismo de la Iglesia Católica:

982.- No hay ninguna falta por grave que sea que la Iglesia no pueda perdonar. No hay nadie, tan perverso y tan culpable, que no deba esperar con confianza su perdón siempre que su arrepentimiento sea sincero. Cristo, que ha muerto por todos los hombres, quiere que, en su Iglesia, estén siempre abiertas las puertas del perdón a cualquiera que vuelva del pecado (cf. Mt 18, 21-22).

En el caso de los protestantes no es así. Agudamente el dramaturgo norteamericano pone en boca del pastor esta ilustrativa frase: “Lutero lo hizo mucho más difícil cuando nos puso a cargo de nuestra propia salvación”

En definitiva: en el “católico” tenis la posibilidad de remisión de los pecados y esperanza en Dios está siempre presente, en el golf “protestante” impera la predestinación y el pesimismo luterano.

(*) Artículo de Carmelo López Arias, en Religión en libertad, sobre la obra de teatro “The old boy”, de A.R. Gurney, 

 

19.05.23

Anécdotas de un gran día

Este próximo domingo hace nuestra hija pequeña la Primera Comunión. Con este motivo leímos juntos unos días antes algunas anécdotas relacionadas con la Sagrada Eucaristía. Son éstas:

Napoleón, cautivo en Santa Elena, preguntó un día a los generales que le rodeaban cual creían que había sido el día más grande de su vida. Recordaron ellos el día de su elevación al trono, el de sus principales victorias alcanzadas… Pero Napoleón al final les dijo conmovido “El día más hermoso de mi vida fue el de mi Primera Comunión”.  Mientras que algunos generales mostraban su extrañeza ante esta declaración, al general Drouot – impresionado − se le saltaron las lágrimas. Napoleón entonces le puso la mano en el hombro y le dijo: “¡Bravo Drouot! sois el único que me habéis comprendido”.

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El célebre músico Gounod fue un día a visitar a un amigo cuyo hijo había recibido la primera comunión. Aprovechó la ocasión el padre para decir al niño:” Hijo mío, este amigo nuestro ha compuesto ese precioso canto a la Virgen que has escuchado cuando te acercabas a comulgar (se refería al conocidísimo Ave María). Ahora que te ha bendecido Dios y el señor cura, pídele a él que también te de su bendición”. Iba el niño a arrodillarse ante Gounod, pero el maestro, con voz vibrante, le dijo: “No, hijo, no. No eres tú quien se ha de arrodillar sino más bien yo. Tú que llevas en tu pecho a Dios eres el que me ha de bendecir a mí”.
Y el gran maestro en medio de la calle se descubrió la cabeza, se arrodillo a los pies del chico y tomándole la manecita se la levantó como para bendecirse con ella. El pobre niño quedó sorprendido, miró a su padre y vio que a éste le brillaban los ojos de emoción. 

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Marceau, comandante de marina, era un hombre terrible ante quien todos temblaban. Y comulgaba diariamente, por eso murmuraban de él muchos de sus subordinados. Un día que llegaron a sus oídos estas murmuraciones reunió a todos sus hombres sobre el puente y les dijo: “Sé lo que pensáis y decís de mí. Ya sé que soy rudo y a veces hasta brutal. Y pensáis que un hombre que comulga como yo debería ser de otro modo. Pero sabed que yo me porto como me porto precisamente por la Comunión porque si no comulgase con frecuencia el primer día sería capaz de echaros a todos por la borda sin vacilar”.    

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El Papa Pio X recibió un día en audiencia a una señora que llevaba consigo a una niña de cuatro años. El papa acariciándole le preguntó “¿Cuántos años tienes?”, “Cuatro −respondió la madre− dentro de dos o tres hará la primera Comunión”.
El Papa preguntó a la niña con cariño “¿A quién se recibe en la Sagrada Comunión?”.  “A Jesucristo”, dijo prontamente.

“¿Y quién es Jesucristo?”. “¡Jesucristo es Dios!”, dijo la niña con igual presteza. Entonces el Papa, volviéndose a la madre, le dijo: “Traédmela mañana y yo mismo le daré la primera Comunión”.

Cuatro encantadoras anécdotas que retratan mejor que cualquier catequesis el valor, el misterio, las consecuencias y la maravillosa verdad que encierra el Santísimo Sacramento que Cristo nos dejó.

Para grandes… y pequeños.

Nota: Estas anécdotas están extraídas de la obra “Verdad y Vida” del P. Ramón de Muñana S.J. y han sido seleccionadas por un buen amigo mío en un precioso y breve folleto dedicado a la Sagrada Comunión.