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3.01.23

Matrimonios de plata

Hoy día que se intenta, a toda costa, sustituir la palabra “matrimonio” por la de “pareja”, y que las estadísticas dicen que cada cinco minutos se produce un divorcio en España, tengo que decir que vivo rodeado de matrimonios que, como lo más natural, celebran sus Bodas de plata y de oro.

De hecho, escribo este post porque mañana uno de estos matrimonios amigos, Vicente y Lidia, celebran sus bodas de plata. Y en breve será otro, el de Carlos José e Inma, los que le sigan.

Alguno pensará que soy un tipo con suerte o una rara avis en proceso de extinción y, seguramente, no les falte razón, pero yo prefiero decir que lo que soy es un tipo con amigos que son cristianos auténticos.

«¿Cristianos auténticos?; querrás decir… practicantes», pensará más de uno.
Pues no. No digo practicantes. Lo que digo es «auténticos».

Y justifico lo de añadir este adjetivo al de cristianos (debería ser innecesario) porque lo contrapongo a otra categoría que desgraciadamente abunda hoy entre los bautizados: el de semicristiano.

Algunos achacarán como causa de las rupturas matrimoniales aspectos como la secularización de la sociedad, la crisis de valores, la pérdida del sentido del pecado o la influencia nefasta y el bombardeo continuo de los medios, y no les falta razón. Pero yo, insisto, viendo estos casos de éxito, y repasando sus vidas, prefiero afirmar que estos matrimonios que conozco tienen algo que hoy no abunda: un cristianismo auténtico.

En alguna ocasión, alguien me explicó muy gráficamente la diferencia entre un «auténtico» y un «semi». Puedes tener en tu copa ―me dijo― un rioja, un ribera, un valdepeñas o un vino peleón y en todos estos casos tendrás vino. Pero si le echas agua, sea el tipo de vino que sea, ya lo que tendrás no será vino en tu copa, sino una mezcla…  un «semivino».

No es el objeto de este post describir ahora los rasgos de ese semicristianismo imperante, pero sí destacar que lo que yo he visto en esos matrimonios durante estos veinticinco años, y que estoy convencido que es la clave de su éxito, ha sido una cosa: la ilusión y el esfuerzo perseverante por alcanzar JUNTOS los dos deseos que Dios tiene para el ser humano:

  • Que le amemos con toda el alma y logremos ser santos
  • Que amemos al prójimo por Él y, por ello, construyamos un mundo (matrimonio, familia, entorno, sociedad…) ideal  

En realidad, no son más que los dos «viejos» mandamientos fundamentales.
Esos, que (siguiendo con el símil), son nuestra auténtica denominación de origen: la de cristianos.

Esto es lo que yo he visto en ellos estos veinticinco años, y por eso, lo cuento.

Feliz aniversario, amigos, por vuestras bodas de plata. 
¡Y a por el oro!