InfoCatólica / Joan Antoni Mateo García / Archivos para: Abril 2012

26.04.12

Pro Multis

Veo que se discute mucho sobre el tema, Recupero una respuesta que di en junio de 2010 en mi sección del Consultorio de Cataluña Cristiana

PRO MULTIS

He oído que van a cambiar algunas palabras de la Consagración, sustituyendo la expresión “por todos los hombres” por otra más restrictiva, “por muchos”. ¿Acaso Cristo no murió por todos los hombres?

¡Cuánta tinta ha hecho correr esta discusión! Cuando se consagraba utilizando la lengua latina siempre se decía “pro multis”, es decir, “por la multitud”, que en el sentido bíblico significa por la totalidad. A veces se desconocen estos semitismos latentes en el texto bíblico y esto llega a equívocos. En julio de 2005 la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, escribió a todos los presidentes de las Conferencias Episcopales para preguntar su opinión sobre la traducción a varias de las lenguas vernáculas de la expresión pro multis en la fórmula de la consagración de la Sangre de Cristo. La Congregación recordó posteriormente que es dogma de Fe que Cristo murió en la Cruz por todos los hombres y mujeres y también que hay, sin embargo, muchos argumentos en favor de una traducción más precisa de la fórmula tradicional pro multis. Se ha decidido que se vaya recuperando esta expresión “por muchos”. Y así se va haciendo en nuevas ediciones de los misales. Con todo, la misma carta de la Congregación deja claro que sería completamente posible que los Evangelios hubiesen dicho “por todos” (por ejemplo, cf. Lucas 12,41); pero, la formula de la narración de la institución dice ” por muchos", y estas palabras han sido fielmente traducidas por la mayoría de las versiones bíblicas modernas. “Por muchos” es una traducción fiel de “pro multis” en tanto que “por todos” es más bien una explicación más adecuada a la catequesis.

La expresión “por muchos", mientras permanece abierta a la inclusión de cada uno de los seres humanos, refleja, además el hecho de que esta salvación no es algo mecánico, sin el deseo o la participación voluntaria de cada uno; por el contrario, el creyente es invitado a aceptar por la fe el don que le es ofrecido y a recibir la vida sobrenatural que es dada a los que participan del misterio, viviéndolo en sus vidas de modo tal que sean parte del número de los “muchos” a los que se refiere el texto. Para una mejor comprensión hay que acudir a la distinción que se hace en teología entre la “redención objetiva” y la redención subjetiva". En la redención objetiva se destaca que Cristo hizo todo lo que era necesario para la salvación de los hombres. Su sacrificio nos reconcilió plenamente con Dios. Pero esto no significa automàticamente, como subraya cierta teología protestante, que ya estamos salvados automáticamente. No. La redención ha de ser recibida personalmente por la fe y la conversión. Una mala comprensión del “por todos” podría dar lugar a una comprensión equívoca de la salvación y, de hecho, esta comprensión está bastante extendida, pues son muchos los que piensan que es imposible condenarse. Finalmente la Congregación pedía una catequesis a los fieles para que entendieran estos cambios en su justo sentido. Espero que esta respuesta ayude a hacerlo. Un saludo.

12.04.12

La Cruz sobre el altar. La renovación litúrgica de Benedicto XVI

Constato que en muchos lugares, más en unos que en otros, empieza a verse la Cruz sobre el altar en la celebración de la Santa Misa, al estilo como lo hace habitualmente el Papa Benedicto XVI. No debería sorprender a nadie, pues las Normas Generales del Misal Romano prescriben que sobre el altar o cerca de él se sitúe la cruz. Durante muchos años y en muchas iglesias la cruz desapareció sobre o cerca el altar. No era ajeno a este gesto la pérdida de la concepción sacrificial de la Eucaristía que forma parte de la fe de la Iglesia. Dejando aparte esta cuestión, que no es secundaria precisamente, hoy quisiera reflexionar sobre la cruz como lugar de “orientación” de la oración eucarística. En un artículo magnífico, Eric Peterson ha relacionado la cruz y la costumbre, tal vez de tradición apostólica, de orar hacia oriente. Así podría testimoniarlo el uso de la cruz sobre el altar de la liturgia sirocaldea a mediados del siglo XV. Un buen amigo, ya fallecido, el Dr. Martí Aixalà, que fue presidente del Pontificio Instituto de Arqueología en Roma, analizaba este aspecto en un buen artículo publicado hace unos años. Si en occidente la cruz aparece como insignia litúrgica en las procesiones estacionales del siglo IX, y si, segín los Ordines Romani, en el siglo XII, el subdiacóno tomaba la cruz del altar al inicio y la retornaba al final de recorrido, esto da a entender que la cruz se toma como signo que nos hace caminar con la mirada puesta en Jesús (Heb 12, 2), el signo cósmico y escatológico que mirarán y verán todos los pueblos de la tierra, el signo de la venida del Hijo del Hombre en poder y majestad.

La Misa romana había conservada hasta hace muy poco la orientación de la oración hacia oriente. El sacerdote, nunca ha dicho la Misa “de espaldas al pueblo” (expresión que es una auténtica barbaridad), sino de cara al mismo punto hacia el que el pueblo también miraba, “conversi ad Dominum", girados hacia el Señor, como decía la antigua invocación. También es interesante constatar como la costumbre de orientar la oración hacia un punto geográfico determinado, el de la revelación y la luz divina, continúa siendo una práctica observada por judíos y musulmanes. ¿Por qué perderla los cristianos?

Algunos objetan que la costumbre de celebrar la Eucaristía mirando al pueblo hace imposible esta posibilidad. Cabrían dos soluciones. La primera consistiría en reservar la litúrgia estrictamente eucarística según la antigua costumbre, “conversi ad Dominum", todos, sacerdote y pueblo, orientados hacia el Señor. Otra posibilidad es la que viene utilizando el Papa al colocar en todas sus celebraciones la cruz entre el celebrante y el pueblo. Así todos tendríamos el mismo punto de orientación, miraríamos hacia el Señor y tal vez dejáramos de mirarnos tanto los unos a los otros. Martí Aixalà observaba que auqnue esto supondría una cierta “distracción", ésta sería muy beneficiosa, pues tal vez ayudaría a regular el papel de primer actor omnipresente en que se ha convertido tan a menudo el ministerio de la presidencia con el claro riesgo de clericalizar en exceso la celebración de la Santa Misa.

Estemos atentos. Los gestos celebrativos de Benedicto XVI no son casuales ni anecdóticos. Constituyen un magisterio no escrito de suma importancia para toda la Iglesia. Así lo interpretaba el Cardenal Cañizares cuando, en el prólogo a la conocida obra de Nicola Bux, decía que “las liturgias pntificias son ejemplares para todo el orbe católico".

Silenciosamente, con sabiduría y discreción, Benedicto XVI nos va conduciendo hacia la anhelada “renovación litúrgica", tan querida por el Concilio Vaticano II y, lamentablemente, tan poco lograda en muchas manifestaciones. De esta renovación quisiera ocuparme en un artículo algo más extenso que el presente. ¡Feliz Pascua!