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23.09.13

Fe de pacotilla

Hay gente bravísima cuando se le toca el tema de la fe. Son cristianísimos y creen en la Virgen y basta, y así frecuentemente, su fe se reduce a la ignorancia, a algunas fórmulas casi supersticiosas, a alguna visita a los santuarios, aparte de participar en, quién sabe, qué procesión.

Esa es fe de pacotilla, pura mentira. ¿En qué se distingue la verdadera fe? En editar estas cuatro caricaturas de la fe.

1ª. La fe es igual a conjunto de conocimientos religiosos. No. Los conocimientos religiosos son muy útiles y pueden ser necesarios, siempre constituyen una valiosa ayuda para ilustrar la fe cristiana, pero por sí mismos no. La fe no consiste en saber, sino en vivir.

«La fe es ante todo una adhesión personal del hombre a Dios; es al mismo tiempo, e inseparablemente el asentimiento libre a toda la verdad que Dios ha revelado» (Catecismo, 150), es un don de Dios, «creer es un acto del entendimiento que asiente a la verdad divina por imperio de la voluntad movida por Dios mediante la gracia» (Santo Tomás de Aquino), gracia que «abre los ojos del corazón» (Ef 1, 18), «creo para comprender y comprendo para creer mejor» (San Agustín).

El hombre, aunque esté hecho para lo infinito, no puede conocer a Dios sólo a través de las propias fuerzas o capacidades. La fe cristiana es sobre todo un don de Dios que lo ayuda a adherirse a esta revelación. (Para vivir el año de la fe, Pont. Consejo para la Nueva evangelización).

2ª falsa opinión. Una fe desconectada de la vida. Hay quien dice tener fe, pero ésta a veces, no es más que un simple sentimiento religioso, una tradición heredada, un barniz superficial de religiosidad.

Es una fe-creencia, más que una fe-vivencia. Fe-sabida, más que una fe-vivida, una fe desconectada de la fe vida es una fe no profundizada, ni asumida, ni testimoniada. No representa ningún estilo de vida, ni tiene ninguna incidencia ética en la existencia diaria.

Puede ayudarnos una expresión de san Pablo, cuando afirma: «Con el corazón se cree» (Rm 10,10). En la Biblia el corazón es el centro del hombre, donde se entrelazan todas sus dimensiones: el cuerpo y el espíritu, la interioridad de la persona y su apertura al mundo y a los otros, el entendimiento, la voluntad, la afectividad. Pues bien, si el corazón es capaz de mantener unidas estas dimensiones es porque en él es donde nos abrimos a la verdad y al amor, y dejamos que nos toquen y nos transformen en lo más hondo. La fe transforma toda la persona, precisamente porque la fe se abre al amor. Esta interacción de la fe con el amor nos permite comprender el tipo de conocimiento propio de la fe, su fuerza de convicción, su capacidad de iluminar nuestros pasos. La fe conoce por estar vinculada al amor, en cuanto el mismo amor trae una luz. La comprensión de la fe es la que nace cuando recibimos el gran amor de Dios que nos transforma interiormente y nos da ojos nuevos para ver la realidad (Lumen fidei, 26).

3ª falsa fórmula. Una fe que es sinónimo de compromiso cívico, sin proyección trascendente. Hay quien reduce su fe a una esforzada acción humana en favor de los demás. La genuina fe implica sin duda el compromiso social, pero no se agota en él. Para trabajar en favor del hombre y de la transformación de la sociedad no es necesario ser creyente. La fe además de comprometernos en la construcción de una sociedad más justa, humana y fraterna, debe abrirnos un camino de esperanza trascendente, debe proyectarnos hacia Dios como principio y fin de todo lo creado.

Las manos de la fe se alzan al cielo, pero a la vez edifican, en la caridad, una ciudad construida sobre relaciones, que tienen como fundamento el amor de Dios (Lumen fidei, 51).

Y 4ª falsa fórmula de la fe. Una fe hipócrita, en contradicción con la vida. Alguien a veces ha utilizado la fe como tapadera farisaica para ocultar una vida injusta y mentirosa. Una actuación de esas características es un desprestigio flagrante para la comunidad cristiana y rompe violentamente la comunión eclesial.

Quien confiesa la fe, se ve implicado en la verdad que confiesa. No puede pronunciar con verdad las palabras del Credo sin ser transformado, sin inserirse en la historia de amor que lo abraza, que dilata su ser haciéndolo parte de una comunión grande, del sujeto último que pronuncia el Credo, que es la Iglesia. Todas las verdades que se creen proclaman el misterio de la vida nueva de la fe como camino de comunión con el Dios vivo (Lumen fidei, 45).

Nadie debe parapetarse en la fe para ocultar una vida de pecado, o para no perder privilegios, injustamente adquiridos.

Son, no cuatro retratos, sino cuatro caricaturas de la fe, bastante corrientes, y con las que muchos quisieran engañar sin fuera posible al mismo Dios, y con la que en la mayoría de los casos se engañan a sí mismos. La fe verdadera es rectitud, conducta fiel, alejamiento de todo pecado. Todo lo demás es puro humo.