La providencia cristiana frente al helenismo.

Ya Platón decía que no es adecuado sostener que los dioses existen y que no se ocupan de los negocios humanos.[1] Para Platón los dioses están atentos de las cosas humanas tanto en las cosas grandes como en las pequeñas.[2] Pero además Platón nos dice que hay una ley en el hombre de la que no puede escapar y que regula las reencarnaciones que ha de sufrir y que se resume en que si somos buenos viviremos con los buenos y seremos tratados con bondad, pero si somos malos, viviremos con los malos causando el mal y soportando el mal de los otros.[3] Sin embargo, la visión cristiana es muy diferente porque en el cristianismo, Dios ha creado el universo y por tanto todo le pertenece.[4] Como sus obras, todos sus caminos son perfectos y ha previsto todo lo pasado, lo presente y lo que ha de venir. A diferencia de Platón, el cristiano no depende de una ley impersonal, sino de una persona de la cual depende su ser y su destino. Y es que el elemento clave judeo-cristiano es que hay una providencia porque el universo es creado libremente por Dios. Se trata de una relación personal entre la creatura y el creador. Por eso para el cristiano lo único que importa es buscar el reino de Dios y su justicia. Con el cristianismo terminó el universo mecánico de un pensamiento puro como era el universo aristotélico[5].

En Aristóteles el pensamiento puro coeterno del universo no ha sido creado por ese pensamiento y por lo mismo lo ignora. Esa visión fue superada por la de Dios Padre que se ocupa de todo hasta de lo más pequeño e insignificante del universo. Dios crea a los entes de la nada y los incorpora a su propia gloria. Dios provee todo lo necesario a cada ente y lo conduce hacia su fin particular. Dios ha creado todo por su Verbo.[6] La diferencia con la visión de las ideas de Platón subsistentes en un mundo inteligible independiente del Demiurgo, es que esas ideas se ven ahora en Dios como formas iniciales que se encuentran en el comienzo de las cosas sometidas a las reglas de la creación. Lejos de la ciega fatalidad griega, en el cristianismo el universo es obra de la sabiduría de Dios, que todo lo sabe. Todo es semejanza de Dios en algún grado.[7] Con todo esto se confirma la acción de la providencia Divina en que interactúan el crear y el regir. Todo lo contingente recibe la forma de Dios y existe y se mantiene en la existencia gracias a su providencia. Porque si Dios no le participara el ser, dejaría de existir. En el cristianismo, Dios ha hecho las cosas por su sabiduría soberana y las conserva en el ser por su suprema bondad. De Dios viene el ser, la belleza, la bondad y el orden de tal suerte que, para Dios, es una sola y misma cosa crear, formar y gobernar. Nada es azaroso en el universo cristiano en cuanto es creado por Dios.[8] Las ideas son en Dios las formas o esencias a semejanza de las cuales han sido creadas. Esas formas están en Dios y no fuera Dios como lo pensaba Platón.[9] Y si están en Dios son idénticas a Él. Se trata de la esencia de Dios en cuanto es conocida bajo una relación. La esencia divina es el principio de creación de todo lo creado y, en este caso, la idea aparece sólo como Dios conoce su esencia en cuanto principio de las creaturas a las que puede participar el ser.[10] De modo que, en el cristianismo, aun cuando la esencia de Dios es una y conocida por Dios como una sola, tiene tantas ideas como creaturas. Dios conoce perfectamente su propia esencia en lo que es en sí y en cuanto es participable. Cada creatura es un modo de participación y de semejanza a la esencia divina. La multiplicidad de ideas en la unidad de Dios es el arte de Dios que es uno, puesto que Dios es uno e incausado, pero causa de todas las cosas que no son Él.[11] Dios sabe todas las cosas, y sabe cómo son porque las cosas son como él las sabe. He aquí la diferencia del cristianismo respecto a Platón. Porque no sólo se trata de percatarnos que las ideas en Platón subsisten independientemente del Demiurgo, sino que en el cristianismo las ideas están en Dios creador. El pensamiento de Dios es el lugar de las ideas que son en Dios aun cuando Dios no hubiera creado nada, porque esas esencias inteligibles sólo se relacionan consigo mismas y son su propio fin. Esta es la base metafísica de la providencia cristiana.

En Santo Tomás, la idea es esencialmente el conocimiento que Dios tiene de su esencia en cuanto participable. Se trata de una emanación de la esencia divina que incluye la relación de todos los entes posibles con Dios.[12] Las ideas son eternamente en Dios, son la expresión de una creación posible. Las ideas son el conocimiento que Dios tiene de su esencia. De algún modo son las creaturas mismas en cuanto creables por Dios. Dios concibe las ideas porque piensa las creaturas, aun cuando no las piensa sino en relación a Él mismo. Por todo esto, en el cristianismo, Dios creador no puede ser concebido sino como una providencia. Dios posee la ciencia de todos los existentes a los que conoce en su singularidad. En Platón los Dioses se desprenden de una ley general, mientras en Aristóteles los motores inmóviles pueden desinteresarse de lo que sucede en el universo. Y esto se entiende porque en la concepción platónica y aristotélica no hay creación de la materia por parte de los dioses ni de los motores inmóviles y por eso éstos no tienen por qué conocerla. Desconocen la materia y a los entes que la materia individualiza. En cambio en el cristianismo, el universo creado queda siempre bajo la acción del entendimiento divino.[13] La providencia cristiana tiene como objeto lo singular[14], y por eso lo conoce, prevé y quiere hasta en sus más mínimos detalles. El Dios de los filósofos cristianos es el Dios de la Biblia, el Ser, Creador y Señor que ordena libremente todo. Dios dispensa el ser a todo cuanto existe y lo rige sin que nada se sustraiga a su gobierno de un modo perfecto.[15] Dios ha creado y ordenado todas las cosas en vista de un fin que es Él mismo. Por eso cuando decimos que Dios rige al mundo por su providencia, afirmamos que ordena todas las cosas en vista de sí mismo por su ciencia y por su voluntad.[16] Dios conoce todo y lo dirige a él porque tiene poder infinito y porque su voluntad perfecta no puede querer otra cosa que el bien total.[17] Dios dirige todas las cosas hacia él sin que ellas le puedan conferir ninguna perfección y lo hace para imprimir su perfección en ellas comunicándoselas en la medida que cada una es capaz de recibirla.[18] Pero además, en el hombre que está dotado de actos libres  por su naturaleza y su fin, como puede servirse de las demás cosas en cuanto estás están ordenadas a él, ha de dirigir el resto del universo hacia su fin que es la bienaventuranza de la que todo participará en los hombres como seres racionales.[19] El universo alcanzará a Dios por medio de la humanidad. Aun con esto hay que recalcar que nada escapa a la providencia divina, aunque en el caso del hombre por su racionalidad y su libertad queda la responsabilidad de alcanzar su fin noble. El hombre creado inteligente y libre, ha de ordenar los medios para alcanzar a Dios con sabiduría y con prudencia. Dios asocia al hombre a su providencia de modo que es gobernado por esa providencia y se gobierna a sí mismo y gobierna todo lo demás como coadjutor de Dios. Por todo esto es tan distinta la concepción griega de la cristiana, porque además de todo lo visto, cada hombre colabora con Dios para que en el cumplimento de la ley todo alcance su Fin.



[1] Cfr. Platón. Leyes, X, 899 d-901.

[2] Cfr. Platón. Leyes, X, 899 d-901 c.

[3] Cfr. Platón. Leyes, X, 905.

[4] Salmos, XLIX, 9-10.

[5] Cfr. Aristóteles. Metafísica, XII, 9 (1074 b, 15 ss).

[6] Hebreos, I,3.

[7] Cfr. San Agustín. De civ Dei, XII, 2.

[8] Cfr. San Agustín. De div. quaest. 82, XXIV.

[9] Cfr. Aquino, Tomás de. S.Th., I, q.15, a.1, ad.1.

[10] Cfr. Aquino, Tomás de. S.Th., I, q.15, a.1, ad.2.

[11] Cfr. Aquino, Tomás de. S.Th., I, q.15, a.2.

[12] Cfr. Aquino, Tomás de. De Veritate III, 2, Resp.

[13] Cfr. Aquino, Tomás de. S.Th., I, q.13, a.2.

[14] Cfr. Aquino, Tomás de. De veritate III, 8, Sed contra, y ad 2.

[15] Cfr. Aquino, Tomás de. C.G., III, 1.

[16] Cfr. Aquino, Tomás de. C.G., III, 64.

[17] Cfr. Aquino, Tomás de. C.G., III, 75.

[18] Cfr. Aquino, Tomás de. C.G., III, 97.

[19] Cfr. Aquino, Tomás de. C.G., III, 112.

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