Antagonismo entre las dos ciudades de San Agustín

San Agustín nos presenta dos ciudades: la ciudad del mundo que busca el amor de sí y la ciudad de Dios que busca el amor de Dios. Estas dos ciudades producen una tensión que corresponde a los dos amores antagónicos. Por una parte, el amor santo que tiende a la comunión en Dios, que es émulo de Dios, que es tranquilo, pacífico… Y por otra parte el otro amor inmundo individual que busca el bien a partir de la dominación, que es violento, sedicioso… De suerte que al convivir los dos se genera una tensión en el mundo. Por eso dice San Agustín: “de aquí procedieron dos ciudades entre sí diferentes y contrarias, porque unos vivían según la carne y otros según el espíritu”.[1] Los que viven según la carne han sido producidos por la naturaleza corrompida por el pecado, mientras los ciudadanos de la ciudad celeste han sido engendrados por la gracia que libera a la naturaleza del pecado.[2] La lucha entre Caín y Abel pone de manifiesto esa enemistad entre las dos ciudades que son: la de Dios y la de los hombres.[3]

Sin embargo, los bienes y los males de los pueblos de las dos ciudades son comunes, de modo que es muy importante comprender que estos pueblos no se distinguen por la comunidad de bienes y males, sino más bien por el modo como consideran los bienes y los males comunes. Y aquí hay que hacer una precisión que consiste en saber que el mal también está ordenado a la glorificación de Dios y a la armonía del todo, puesto que Dios saca bienes de males. De modo que la distinción entre los dos pueblos no es causada por Dios sino por la voluntad libre de los hombres. Incluso la diferencia antagónica no reside en el mal, sino que este antagonismo es responsabilidad del libre albedrío del hombre.[4]

Por otra parte, los ciudadanos de las dos ciudades viven entremezclados extrínsecamente a tal punto que es imposible determinarlos, porque además su condición depende del misterio de la predestinación. Es imposible saber quién pertenece a qué ciudad, porque los cuerpos están mezclados unos con otros y lo que está separado son las voluntades. Las voluntades de unos quieren el Sumo Bien, mientras las voluntades de los otros rechazan el Sumo Bien volcándose sobre sí mismos.[5] Estos dos perfiles mezclados en el cuerpo pero separados en la voluntad, en la ciudad peregrina, caminan a través de los siglos hasta el fin del mundo en el que vendrá el juicio y entonces los cuerpos serán separados según la orientación de la voluntad.

Ese es el motivo por el que en esta vida hay ciudadanos de la ciudad de Dios que manejan negocios y toda clase de profesiones, actividades y oficios del orden terreno, mientras hay ciudadanos de la ciudad perversa realizando actividades del orden sobrenatural. Los hijos de la ciudad de Dios administran cosas seculares encaminando todo, desde lo más pequeño hasta lo más grande, a Dios que es a quién pertenece todo bien incluyendo el bien terreno. Por eso los dirigentes cristianos cuya voluntad está ordenada a Dios, sobrenaturalizan lo secular estando siempre en dependencia de la Voluntad divina. Mientras los hijos de la ciudad del mundo, cuando administran los bienes sobrenaturales y la predicación del Evangelio, ordenan todo al mundo: “aquéllos en las cosas terrenas levantarán su corazón al cielo, mientras, éstos, en el ministerio de la Palabra celestial, arrastrarán su corazón por la tierra.”[6]

Pero para entender un poco más, hay que añadir otra cosa: Sucede que los padecimientos de Cristo, centro de la historia, se continúan en sus miembros cumpliéndose totalmente la Pasión de Cristo al participar real y efectivamente de los padecimientos de Cristo que es su cabeza. Esto debido a que el Cuerpo Místico de Cristo es uno con una Cabeza de suerte que los sufrimientos de Cristo no sólo existen en Él sino en todos sus miembros. Por eso dice San Pablo: “Ahora me gozo en mis padecimientos sufridos por vosotros y cumplo, por mi parte, lo que faltaba de las fatigas de Cristo en mi carne por el bien de su cuerpo, que es la Iglesia.” (Col. I, 24.)

Es una sola pasión, pero cuando la iniquidad termine será una sola paz de la Cabeza y de todos los miembros del Cuerpo. Esa es la razón por la que los miembros del Cuerpo Místico de Cristo que son los miembros de la ciudad de Dios deben continuar y cumplir en ellos lo que falta de la Pasión de Cristo que es lo que les hacen padecer, grave o leve, aquellos que no son miembros vivos de Cristo. Y esos padecimientos no se limitan a lo corporal, sino a la opresión de la conciencia, a la supresión de la libertad, a la persecución y a la sugestión constante del mal. Por eso los miembros de la ciudad de Dios son, en cierto modo, co-redentores hasta la consumación de los tiempos. De la ciudad del mundo, proviene la fuerza que tortura a la ciudad de Dios, que es la misma fuerza que torturó a Cristo y lo mató. Y hay que comprender que ese misterio de iniquidad continuará hasta el último día. Y la principal y la última de todas estas persecuciones será la del Anticristo.

En suma, el antagonismo entre las dos ciudades de San Agustín se trata del enfrentamiento entre el bien el mal que constituye la historia universal. El enfrentamiento entre la sociedad santa y la sociedad perversa mezcladas hasta el último instante del último día.



[1] San Agustín. De Civ. Dei, 14,4,2, col. 407.

[2] Cfr. San Agustín. De. Civ. Dei. 15,2 col. 439.

[3] Cfr. San Agustín. De. Civ. Dei. 15,5 col. 441.

[4] Cfr. San Agustín. De. Civ Dei. 1,8,col. 20-21.

[5] Cfr. San Agustín. In Psal. 136,1,t.37, col.1761.

[6] In Psal. 51,6,t.36

1 comentario

  
carmelo
Gracias M.O.P. muy oportuno su post. oyendo (Devilidad y pecado?) lio y lio
Tendre que leer ese libro de S. Agustin
si me permite comento:
Los hijos del pecado sembrado por Adan. Los frutos no se detienen. El pecado de Adan y Eva no fue cualquier desobediencia, la maldad que no es debilidad, es que crece que se puede ser como Dios supone viviŕ sin Dios, trae consigo perder su autentica razon de ser, para entonces ser producto de la casualidad evolutiva, para vivir en lo incierto, para vivir destruyendo y dividiendo, usurpando y fingiendo, simulando en una farza sin rumbo. El ser que usurpa vive asi en la oscuridad de qie Dios no existe, no ve la luz no porque no esta sino porque la sobervia le supera y su desnudes lo delata sintiendo el calor que le agovia.
11/03/17 1:15 AM

Los comentarios están cerrados para esta publicación.