Don Fernando Sebastian ha estado en su diócesis de Pamplona (*) y nos ha hablado de la transmisión de la Fe en la familia. Como siempre, desde que lo conocí, ha estado lúcido, elocuente y contundente. Tanto que, por momentos, me imaginaba a mí mismo diciendo lo que estaba escuchando y, al instante, sintiéndome recriminado por diversos laicos y clérigos. Pero la autoridad con la que habla D. Fernando no tiene parangón. Es bueno y necesario que saquemos conclusiones y obremos en consecuencia.
Vivimos en una sociedad de misión. La familia no lo tiene fácil hoy día para transmitir la Fe, porque no tiene nada fácil ejercer su responsabilidad educadora. Y la Fe, si se contempla, es un aspecto más que los padres deben observar en la educación de los hijos. Cada vez más, la educación se les va de las manos a los padres. Cualquier elemento ajeno a la familia ejerce sobre los hijos una incidencia tan poderosa o más que la de los padres. Una incidencia configuradora de su personalidad, hábitos, formas de pensar y de entender la vida. Esto ocurre, incluso, en el mismo seno de la intimidad del hogar familiar (televisión, redes sociales, internet, whatsapp). Los padres, en su propia vida, tampoco lo tienen fácil. D. Fernando hizo una descripción muy elocuente de la realidad familiar española. Muchas de las parejas que hoy día viven juntos, son parejas de hecho, que no están casados de ninguna manera. De los que se casan, un número cada vez mayor lo hacen civilmente, al margen de la Iglesia. Muchos de los que se casan por la Iglesia, es decir, celebran el sacramento del matrimonio, terminan divorciados. Y, prácticamente todos, o casi todos, han cohabitado antes de celebrar su compromiso; en todo caso “temporal”. En ocasiones es precisamente éste el detonante para iniciar los trámites de divorcio. Esto ocurre entre familias católicas de toda la vida, que se han formado y han formado a sus hijos en colegios católicos. Bueno, mejor diremos que se han instruido.
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