Cuando escribí la primera parte de este artículo, nunca pensé que el título resultase tan profético. A los pocos minutos de publicarse en un portal tan creyente como éste, ya había cola de ateos dándose codazos a ver quién era el primero en coger el micrófono y lanzar sus diatribas antirreligosas. Eso sí que es madrugar como Dios manda.
La mayoría de los comentarios era de gente que se presentaba a sí mismo como ateos más felices que unas maracas que no piensan en Dios casi nunca. Bendito sea el Señor: el día que se escribe un artículo sobre ellos estaban todos leyendo InfoCatólica, que como todo el mundo sabe, aún no ha pedido la entrada en la asociación de Ateos del Mundo Uníos.
La idea del artículo era ésta: los ateos están preocupados por el más allá mucho más de los que ellos confiesan. Y lo escribo en un portal católico destinado a un público abrumadoramente católico, o al menos, de gente creyente. Si yo estoy equivocado, ¿cómo es que la mayoría de los comentarios son gente no creyente, absolutamente feliz en su condición, que han sido llamados a zafarrancho de combate cuando se les ha nombrado? Si no piensan en Dios, ¿qué hacen leyendo webs donde sólo se habla de Él? No me imagino en la misa de doce del domingo llena de ateos que interrumpen la homilía para cuestionar el sermón. O como si una asociación de vegetarianos se presentan cada día, a la hora del almuerzo, en un grill de carne de la pampa argentina para sabotear la carta de platos.
Se nos exige de los cristianos que seamos coherentes con nuestra fe, quizás vaya siendo hora de que los incrédulos nos prediquen, no con la blasfemia o el anatema, sino con el ejemplo. Y aquí entra en juego la tradicional y bien ganada fama de la progresía: respeta lo que yo opino, y yo te respetaré a ti siempre que pienses como yo.
Debo reconocer que algunos de los comentarios de los que no están de acuerdo es de gente sensata con el que se podría discutir serenamente sin que salten los plomos. El problema es cuando entra en escena el mítico copia y pega de los carecen de argumentos propios y recurren a las falacias que circulan por la red sobre la Iglesia y los consagrados, donde se hace sangre con ellos, casi siempre sin razón. Sobre este asunto sólo diré una cosa: Vamos haber si queda claro de una vez por todas: en España, de los impuestos sólo los que quieren pueden destinar parte de ellos a sufragar la obra de la Iglesia. Y yo con mi dinero hago lo que me da la gana. Por el contrario, a los católicos no nos preguntan si queremos financiar todos los chiringuitos anticatólicos que, con dos secretarias metidas en un cuarto trastero fundan cualquier asociación donde se denigre a los creyentes. Financiamos a sindicatos y partidos que nos tienen manía, los mataderos bebés del doctor Morín y otros cofrades, o ayudamos a pagar las bacanales del día del orgullo Gay. Y no me hablen de la cultura, que también con ella nos sentimos insultamos: a cualquier becario sin trabajo y sin talento se le sufraga una exposición fotográfica o de lo que sea si hay de por medio alguna imagen religiosa que sea ultrajada. A falta de santos que canonizar, el progresismo bienpensante ha elevado a los altares del éxito a cualquier mediopensionista anticlerical.
No os gusta la Iglesia, pero no dejáis de imitarla. Se pide certificados de apostasía, pero para rellanar el hueco se inventa el bautismo laico, la primera comunión laica, el entierro laico, y Dios nos libre de que algún haragán se le ocurra fundar la Iglesia Laica, porque ya me veo a Zerolo de cardenal primado.
Uno de los comentaristas escribió: “La religión prohíbe, restringe mi vida”. Estoy convencido que ésta es la clave para entender el ateísmo. El debate se debe centrar en qué creen los ateos, y mejor dicho, ¿el problema de los ateos es que no creen en Dios, o que no quieren creer en Él?, o más precisamente, ¿no será que necesitan que Él no exista? Si no te importa la moral de la Iglesia, si te da igual lo que diga, por qué te opones a ella. Y cuando habla la Iglesia, habla para los católicos.
Cuando el creyente se pone a enfrentar su fe con el que no cree, espera de éste que explique por qué es un descreído, cuáles son los pilares sobre los que asienta su posición. Pero ya vemos visto que casi toda su munición agnóstica se basa en prejuicios, en refritos volterianos, lugares comunes antirreligiosos, medias verdades y mentiras flagrantes; en pocas palabras, no en mostrar por qué piensan así sino más bien qué es lo me fastidia de Dios. Si se me aceptara el consejo, les pediría a los no han sido agraciados con el don de la fe, que no manchen el sagrado nombre de Dios con la blasfemia o el insulto a lo sagrado, porque ya habías quedado que no creías en Él. Y, por favor, daos cuenta de que cuando habláis de teología hacéis el ridículo. Sería bueno primero aprender, por lo menos, el padrenuestro.
No se me ha pasado nunca por la cabeza visitar foros de agnósticos o ateos. No necesito acudir a ellos para confrontar la resistencia y el músculo de mis convicciones. Mi fe en Jesús es tan sólida como para no tener la tentación de darme una vuelta por allí. El día que lo haga será porque mis creencias se sostienen sobre el delgadísimo hilo de un cabello.
Rosendo Melián