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22.02.10

Preparación al matrimonio

La aspiración de llegar juntos hasta el altar para casarse sigue siendo el sueño de hombres y mujeres, aunque el creciente número de parejas en cohabitación parece probar lo contrario. La cohabitación no ha sustituido al matrimonio y un porcentaje muy elevado de los que viven en esta situación desearían casarse.

La crisis y fracasos matrimoniales tienen, a mi juicio, su origen en dos circunstancias: la primera es que estamos viendo que el amor también está en crisis y la segunda es la débil o nula preparación de los aspirantes a cónyuges.

Crisis del amor. Los cónyuges no se han sabido querer, construyendo su proyecto en el sentimiento, es decir, en el “te quiero porque me siento a gusto”, en vez de “te quiero porque me he propuesto hacerte feliz”.

Sobre la preparación, Juan Pablo II en su encíclica “Familiaris consortio” afirmó que la preparación al matrimonio, en nuestros días, es más necesaria que nunca y abarca tres momentos principales: una preparación remota, una próxima y otra inmediata

La preparación remota concierne a los niños, los adolescentes y los jóvenes. Esta preparación implica a la familia, la parroquia y la escuela, lugares en los que se educa a comprender la vida como vocación al amor. En esta etapa deberá salir a la luz , progresivamente el significado de la sexualidad como capacidad de relación que debe integrarse en el amor auténtico.

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17.02.10

Carta abierta a Monseñor Omella

Por desgracia empezamos a estar cada vez más acostumbrados a leer todo tipo de críticas a obispos, cardenales, sacerdotes y hasta a algunos Papas en todo tipo de medios de comunicación, ya sean católicos o no.

Debo decir que en un tiempo me parecía incluso constructivo que desde algunos medios católicos se sacara los colores de aquellos que, debiendo defender la Fe del rebaño que deben pastorear, equivocan aparentemente la doctrina, la liturgia, las tradiciones de la Iglesia provocando en ocasiones la confusión del pueblo fiel.

Sin embargo, poco a poco, iba descubriendo que, cuanto más leía críticas y más me forjaba opiniones sobre tal o cual miembro de la jerarquía, más se me iba nutriendo en el corazón una sensación de tristeza, de hastío, de sinsentido. Esa sensación de sabor amargo que tan bien conoce mi alma. El gusto del corazón entristecido por la carga del pecado.

No voy a ser yo quien diga que no se debe opinar o que los medios de comunicación no están legitimados para hacerlo. No voy a ser yo quien diga que se debe ser un borrego clerical, que los curas y sacerdotes siempre tienen razón, que no hay que enseñar al que no sabe ni señalar el error. Lo que pasa es que he ido descubriendo que en el tiempo en el que participaba asiduamente de blogs y foros el espíritu de la soberbia crecía en mí, que la sana crítica que leía y hacía cada vez era más crítica y menos sana. Y sobre todo, que cada día que pasaba, la imagen que se formaba en mi cabeza de cómo debería ser la Iglesia se alejaba más y más de cómo es la Iglesia. Iglesia formada por hombres pero querida y defendida por Dios. Depositaria de la Sabiduría. Único camino de salvación.

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