Mons. Athanasius Schneider espera que la Congregación para el Culto Divino emita normas que garanticen a los fieles el derecho a recibir la Comunión en la boca
Monseñor Athanasius Schneider, obispo auxiliar de Astaná, en Kazajistán ha tenido la amabilidad de atendernos para reflexionar a la luz de la fe y de la Tradición de la Iglesia sobre esta pandemia y las consecuencias prácticas que tendrá en la vida de los católicos.
-Gran parte de la humanidad ha perdido el sentido de pecado, por lo tanto, es difícil que la gente se plantee las pandemias y demás calamidades como un castigo.
Creo que no solo la gran parte de la humanidad ha perdido el sentido del pecado, sino también una gran parte del clero y los fieles en la Iglesia. La existencia del pecado y el castigo divino están intrínsecamente relacionados entre sí. Esto nos dice la Revelación Divina ya en las primeras páginas de la Sagrada Escritura. Después de que Adán y Eva cometieron el pecado, Dios inmediatamente expresó su rechazo a este mal, infligiendo el castigo a Adán y Eva. El castigo fue la muerte temporal del cuerpo y el castigo más grande y terrible fue la expulsión del paraíso, la expulsión de la comunión de la vida eterna con Dios, es decir, el castigo de la muerte en la condena eterna del alma y del cuerpo. Dios también infligió otros castigos temporales: Adán debe trabajar con fatiga en el sudor de su frente, la tierra misma, la naturaleza producirá cosas dañinas. Eva, la mujer, tendrá dolores de parto al dar a luz a sus hijos.
La existencia del castigo divino muestra que el pecado es algo grave en los ojos de Dios. El pecado contradice la voluntad infinitamente santa y sabia de Dios. Si Dios no hubiera infligido el castigo por el pecado de Adán y por los pecados de todos los hombres, Dios habría ocultado el pecado y declarado que el pecado es algo insignificante. Al no infligir castigo, Dios se habría contradicho a sí mismo, porque dejaría la contradicción contra su voluntad, sin hacer nada contra la mayor injusticia. Porque cuando la criatura con libre albedrío y pleno conocimiento contradice la voluntad manifiesta de Dios, se produce la mayor injusticia y el mayor mal. Si Dios no infligiera castigo, aceptaría la legitimidad de esta mayor injusticia y de este mayor mal. Con la imposición del castigo, Dios expresa su rechazo categórico del mal y de la injusticia. Así dice la Sagrada Escritura: “Será acaso injusto Dios al manifestar su cólera?” (Rom. 3, 5).