La Nouvelle Théologie analizada en profundidad por César Félix Sánchez, doctor en Humanidades

César Félix Sánchez Martínez es doctor en Humanidades por la Universidad de Piura, Perú, así como bachiller y magíster en filosofía, bachiller y licenciado en literatura y lingüística y diplomado en historia. Es profesor en varios seminarios diocesanos y casas religiosas de formación. Es actualmente presidente de la filial en Arequipa, Perú, de la Sociedad Internacional Tomás de Aquino.

¿Qué entendemos por Nouvelle Théologie?

El término fue por primera vez empleado por S. S. Pío XII en dos alocuciones a las congregaciones generales de los jesuitas y de los dominicos, el 17 y el 22 de septiembre de 1946, respectivamente. Allí, el Pastor Angelicus criticaba una «nueva teología, que debe evolucionar como evolucionan todas las cosas, y estar en continuo progreso, sin fijarse jamás. Si tuviéramos que abrazar semejante opinión, ¿qué sería de los dogmas inmutables de la Iglesia católica? ¿Qué sería de la unidad y estabilidad de la fe?».

Poco tiempo después, el gran teólogo dominico Réginald Garrigou-Lagrange (1877-1964) en un artículo para el Angelicum se preguntaba ¿Hacia dónde va la nueva teología»? y señalaba algunas de sus principales características: rechaza la idea del jesuita Bouillard quien, basado en la llamada «filosofía de la acción» de Maurice Blondel, sostenía que las nociones teológicas debían evolucionar de acuerdo a la evolución del espíritu humano en la historia, pues una teología que no fuera actual no sería teología, porque no sería verdad, si se asume el apotegma blondeliano de que la verdad es la adecuación de la mente a la acción. Asimismo, considera falsa la tesis principal de Henri de Lubac en Surnaturel; a saber, que «nada deja ver en santo Tomás la distinción, que algunos teólogos tomistas forjaron más tarde, entre “Dios autor del orden natural” y “Dios autor del orden sobrenatural”». Para Garrigou-Lagrange esta afirmación no solo va contra muchos pasajes de santo Tomás de Aquino, sino desquicia la esencia del pensamiento tomista y puede poner entre paréntesis la necesidad de la Iglesia para la salvación y la obra misma de la redención. Ataca, además, la doctrina de Pierre Teilhard de Chardin, a la que considera una falsificación fantasiosa y sincrética de todala teología.

Garrigou-Lagrange concluía respondiendo a la pregunta que daba título a su artículo: «¿Y a dónde va la nueva teología, con estos nuevos maestros que la inspiran? ¿A dónde, sino al camino del escepticismo, la fantasía y la herejía? ¿A dónde, sino al modernismo?».

Finalmente, la encíclica Humani Generis (1950) de Pío XII, aunque sin mencionar nombres de individuos, condenó todas estas posiciones, junto con el existencialismo, el historicismo y, ya en el campo de lo pastoral y de lo para-doctrinario, la mentalidad irenista, que buscaba aggiornar la fe a cualquier costo.

¿Cómo reaccionaron los teólogos aludidos?

Muchos, en una actitud semejante a la de los viejos jansenistas en el famoso debate de las questions de fait y las questions de droit, no se reconocieron en las alusiones papales, como De Lubac, por ejemplo. Y otros, como Teilhard de Chardin, simplemente manifestaron un profundo desprecio hacia el documento. En el caso de la primera reacción, la general ambigüedad en el estilo de estos escritores, permitía que, dependiendo del auditorio, pudieran enfatizar determinados elementos de su pensamiento, menos contenciosos, y así generar la impresión de que la «ceguera» de Roma y sus teólogos escolásticos, a veces considerada de manera perdonavidas como «comprensible», no alcanzaba a entender posiciones perfectamente aceptables.

Pero hubo sanciones contra ellos….

Sí. Una serie de medidas internas –es decir, emitidas por sus superiores religiosos– cayeron sobre Henri de Lubac (prohibido de enseñar y limitado de publicar) y otros teólogos del escolasticado jesuita de Fourvière, en Lyon. Daniélou fue denunciado también. Teilhard de Chardin marchó a un exilio voluntario en Estados Unidos, no sin antes considerar en una carta privada a la encíclica papal como fruto de distintas perversiones psicosexuales (¡!). El dominico francés Yves Congar, por su parte, tuvo que dejar Francia y afincarse en Roma, donde vio algunos de sus libros puestos en el Índice, uniéndose así a la condena previa contra la obra Le Saulchoir. Un école de théologie, de su hermano de religión y colaborador Marie-Dominique Chenu, puesta en el Index en 1942. Además, la Santa Sede ordenó una visita a las casas francesas de la Compañía de Jesús y de la Orden de Predicadores, donde habían circulado algunas de estas ideas.

Estas medidas rigieron entre 1950 y 1958 de manera más o menos firme. Para 1960, sin embargo, serían casi todas levantadas. Curiosamente, Henri de Lubac, en agosto de ese año, estando de vacaciones en una villa del Delfinado, se enteró, mientras leía el diario La Croix, que había sido nombrado por Juan XXIII consultor de la comisión preparatoria del Concilio Vaticano II, junto con Yves Congar, otro damnatus. Estaba ocurriendo algo muy parecido a lo que sucede en todos los procesos revolucionarios: las cárceles son vaciadas y los presos se convierten en los nuevos jueces (y a veces en los verdugos).

¿Y cuáles fueron los principales postulados de esta nueva teología?

Aunque el artículo de Garrigou-Lagrange y la encíclica Humani Generis (1950), así como los estudios de los padres Journet y Labourdette definieron, a mi parecer muy exactamente, los principia et pronunciata maiora de la «nueva teología» (como hemos visto en la primera pregunta), conviene escuchar a los propios nouveaux théologiens para entender cómo se veían a sí mismos.

En este punto cabe recordar que las alocuciones de Pío XII y los estudios de los teólogos romanos de 1946 no cayeron simplemente del cielo. Aparecieron a raíz de un artículo del padre jesuita Jean Daniélou, publicado en abril de ese mismo año en Études, la revista de los jesuitas franceses. Allí sostenía que el modernismo había formulado preguntas y exigencias válidas, al margen de sus «excesos», pero que la respuesta de Roma había sido un «neo-tomismo» que no era más que un «racionalismo teológico» y una Comisión Bíblica que ponía bajo sospecha a investigadores que eran «la gloria de nuestra Iglesia». El resultado de esta «rigidez» (sic) habría sido una teología no solo «alejada» de la vida, sino en abierta ruptura con ella. La teología escolástica tradicional es incapaz de alcanzar la «historicidad» y «subjetividad» fundamentales de las realidades humanas y, por tanto, no sirve ya. Ignora «la historia, el mundo dramático de la persona, los universales concretos que trascienden toda esencia…». Sin embargo, «hoy en día, la teología ha comenzado a alinearse con estas tres dimensiones del pensamiento moderno».

Según Daniélou, las orientaciones presentes del pensamiento religioso, llamadas a renovarlo, debían incidir en tres aspectos: 1) vuelta a las fuentes de la teología (entendidas no como los lugares teológicos tradicionales, sino como un retorno a la patrística, no solo erudito, sino con la finalidad de contrastar y/o deconstruir la escolástica); 2) preocupación pastoral de la teología o contacto con la «vida misma» y 3) diálogo con la «cultura contemporánea». Demás está decir que estos dos últimos puntos, gaseosos y seudopoéticos, se prestan de forma inmejorable a la polisemia y a la manipulación ideológica. Sin embargo, creo que son una buena síntesis de la forma mentis de esta «nueva teología» en todas sus variedades.

¿Cuáles serían estas variedades?

Podemos distinguir en esta nueva teología de manera aproximada dos grandes corrientes. Una, de carácter historicista, estaría nucleada en torno a dos escuelas teológicas: Fourvière, de los jesuitas, y Le Saulchoir, de los dominicos. En torno a Fourvière tenemos a Henri de Lubac (1896-1991), el verdadero maitre à penser de todo el movimiento, a Henri Bouillard (1908-1981), al mencionado Jean Daniélou (1905-1974) e incluso a una figura en mucho insular, pero que consideró siempre a De Lubac como su «querido maestro», el suizo Hans Urs von Balthasar (1905-1988); en Le Saulchoir, a Marie-Dominique Chenu (1895-1990) e Yves Congar (1904-1995). Recordemos que De Lubac gustaba decir que no era un teólogo sino un historiador del dogma. Pero, como hemos visto, no todo era erudición patrística en Fourvière, sino también existía una pretensión epistemológica revolucionaria para la teología. Sin embargo, la apariencia de historiadores inocuos era en la década de 1940 y 1950 el dispositivo perfecto para camuflar un ariete doctrinal contra el aborrecido escolasticismo romano y sus supuestos «aparatos represivos».

La otra corriente era de carácter más especulativo y provenía del ámbito germánico. No buscaba un ressourcement en el mundo de la patrística, a diferencia de la corriente historicista, sino que sus a priori filosóficos correspondían al magisterio de pensadores modernos: en el caso de Karl Rahner se trata de Martin Heidegger; en el caso de Hans Küng, de Georg Friedrich Hegel. Comparten, eso sí, otras características mencionadas por Daniélou: un giro hacia la historicidad y la subjetividad y un deseo de dialogar con la «cultura contemporánea» y con la «vida misma», sea lo que esto signifique.

Pero hay un vínculo más profundo entre estas dos corrientes. Dejemos que el recientemente fallecido Hans Küng lo explique con sus propias palabras en su voluminoso libro Ser cristianos: «En Alemania, fue sobre todo Karl Rahner quien, con un coraje extraordinario, pese a sufrir al principio grandes persecuciones, abrió nuevos caminos a la teología de la posguerra con sus avances en los más diversos ámbitos teológicos. También él fue el primero que secundó las intenciones del francés De Lubac, su hermano en religión, criticando la teoría tradicional de las “dos plantas” e insistiendo en el único orden real de salvación, el orden sobrenatural, y en el único fin real para todos los hombres, la visión sobrenatural de Dios».

Tenemos, entonces, según Küng, a un verdadero pionero, que «arrojó la primera piedra»: Henri de Lubac, y luego al filosofante Rahner, «secundándolo», en torno a una verdad literalmente fundamental de toda la nueva teología: la confusión entre orden natural y orden sobrenatural.

Cabe señalar que, al comienzo, las cosas no fueron tan armoniosas como las presenta Küng. En un ensayo titulado «Relación entre naturaleza y gracia», parte de sus Ensayos sobre antropología sobrenatural, Rahner parece darle la razón a Humani Generis en este asunto. Sin embargo, el mismo De Lubac en su interesantísima Memoria en torno a mis escritos se apresuró a señalar que la crítica «suave» de Rahner era sobre un artículo que no pertenecía a De Lubac aparecido en lengua alemana. Dice al respecto De Lubac, «lo que el P. Rahner me oponía, o más bien creía oponerme, concordaba, por lo demás, casi casi con lo que yo mismo pensaba, dejando aparte una mezcla de vocabulario heideggeriano, que no me parecía necesario».

Esta «concordancia» se dará en el famoso «existencial sobrenatural» de Rahner, suerte de categoría a priori sobrenatural, que, a la larga, llevará a un antropocentrismo que diviniza al hombre para todos los efectos prácticos. De esta manera, Rahner no solo asume el dictum fundacional delubaciano, sino lo supera. Por otro lado, las «grandes persecuciones» contra Rahner se limitaron a algunos meses de 1962, en que se le anunció que estaba bajo vigilancia del Santo Oficio. Poquísimo tiempo después, esta medida fue levantada al anunciarse su inclusión entre los peritos del Concilio. El carácter abstruso de sus escritos, la guerra y la complicidad de algunos de sus superiores lo habían protegido durante las dos décadas anteriores.

Pero también ambas corrientes –la historicista francesa y la especulativa alemana– compartían un mismo objeto de odio: Roma, entendida como…

Antes de ahondar en este peculiar «objeto de odio», ¿podría explicarnos un poco más esta confusión entre orden natural y sobrenatural que, según usted, es la «verdad fundamental» de la Nouvelle Théologie…?

Conviene primeramente resumir, de manera burda, la doctrina católica al respecto: somos salvados por la gracia, que ordinariamente viene por los sacramentos instituidos por Cristo y administrados por su Iglesia; nuestra sola naturaleza humana no nos permite, bajo ningún caso, alcanzar la visión beatífica. La base escriturística de esta verdad es abundante y ha sido asumida, con diversos matices, por todos los teólogos ortodoxos. Ahora continuemos resumiendo, también de manera burda, el núcleo de la disputa.

Henri de Lubac, en su famoso Surnaturel (1946), «descubre» que santo Tomás sostiene que toda criatura intelectual desea por naturaleza ver a Dios (Contra Gentes, III, 57). El carácter de este deseo había sido interpretado por la escolástica tradicional como un deseo natural no innato sino elícito, condicional e ineficaz, de ver la esencia de Dios en cuanto autor de la naturaleza. De esta manera se salva el carácter gratuito de la gracia. De otro modo, se podría entender que si este deseo era un apetito natural innato, como desideria naturae nequit esse inane, es decir, un apetito natural no puede ser vano porque atentaría contra el principio de la rectitud de la naturaleza, estaría el contemplar a Dios (circunstancia sobrenatural) como exigido por nuestra propia naturaleza.

Ojo: acá no estamos hablando de un apetito elícito, es decir, que sigue al conocimiento, como podría ser el caso de un filósofo que haciendo uso de su razón natural descubre a Dios y alguna de sus perfecciones y en consecuencia lo desea; sino de un apetito natural innato, eso es previo a todo conocimiento, como, por ejemplo, el hambre. Por el solo hecho de tener hambre sabemos que corresponde a la naturaleza humana el encontrar alimento, sabemos que corresponde a la naturaleza humana comer. Pero si la visión de la substancia divina es un apetito natural innato, entonces nuestra naturaleza exige este objeto y por lo tanto ejerce una relación de necesidad respecto de Dios, lo que tendría una consecuencia absurda y contradictoria: la naturaleza humana sería sobrenatural y Dios estaría en cierto punto obligado por ella; por lo tanto, Dios no sería Dios. De ahí que la escolástica tradicional hablase de dos fines: el fin natural del hombre, que sería asimilable a la eudemonía aristotélica, la contemplación natural de Dios; y el fin sobrenatural, cuyo objeto es la visión beatífica de Dios y que es totalmente sobrenatural.

De Lubac rechazaba esta visión tradicional de la potencia obediencial y de los dos fines, porque hacía depender las relaciones entre lo natural y lo sobrenatural de, según él, un milagro. Las relaciones entre la gracia y la naturaleza, de acuerdo a la perspectiva tradicional, serían una caricatura «extrinsicista», como dos compartimentos estancos superpuestos. Además, esto haría del orden natural un orden cerrado en sí mismo y no abierto, por sí y de manera radical, al llamado de la gracia. Y, finalmente, su argumento fundamental –dado que teologizaba bajo el «chaleco antibalas» de historiador– era que santo Tomás nunca había hablado ni de dos fines ni de potencia obediencial, sino que estos conceptos habrían sido fabricados por teólogos posteriores de la escuela dominica y del periodo tridentino.

Ya desde el mismo momento de su aparición, Garrigou-Lagrange había refutado estos argumentos, particularmente el del carácter no tomasiano de la potentia obedientialis y de los dos fines. En nuestros días, Ralph McInerny, en su libro fundamental Praeambula fidei. Thomism and the God of the Philosophers, cita varios pasajes de santo Tomás donde se habla detalladamente de una «potencia de obediencia» de las criaturas intelectuales respecto de Dios (De Potentia, q. 1 a. 3 ad 1m), que está «ad illa quae supra naturam», «para aquello que está sobre la naturaleza», y que se distingue de la potencia natural (De Veritate, q. 8, a. 4, ad 13m). También habla de la potencia obediencial en otros pasajes de De Veritate y De Potentia, así como en la Summa Theologiae (IIIa, q. 1 a. 3, ad 3m). Respecto a los dos fines, santo Tomás habla claramente de la duplex felicitas homini, de la doble felicidad del hombre: la natural y la sobrenatural (S. Th., Ia q. 62 a. 1). Cabe recordar que para los aristotélicos felicidad, fin o bien son en cierto grado sinónimos.

Ahora volvamos a «Roma» como objeto de odio…

Para considerar este punto debemos hacer un ejercicio de evocación histórica que puede parecer difícil en los tristes tiempos que corren. Hasta antes de la década de 1960, la Santa Sede era vista como una suerte de capital mundial de la contrarrevolución, por decirlo de alguna manera. Los teólogos romanos eran un ejemplo proverbial de solidez doctrinal y de intransigencia. Todos aquellos que, luego de errar por los caminos del mundo, buscaban retornar al orden, volvían sus ojos a Roma, como en el poema de Oscar Wilde: «And here I set my face towards home, / for all my pilgrimage is done, /although, methinks, yon blood-red sun / marshals the way to Holy Rome» («Allí volví mi faz hacia mi Hogar / pues creí haber llegado al fin / de mi peregrinación, mas, ¡ay! el Sol sangrante/ señalaba el camino a la Santa Roma»).

La llamada escuela romana de teología no era más que la escolástica aristotélica de tradición dominica, que se remontaba a Tomás de Aquino y a Cayetano, el comentarista renacentista de la Summa cuya interpretación se había hecho oficiosa a raíz de su inclusión en la llamada edición leonina de la obra tomasiana. Sus representantes en el momento del estallido de la revolución de la nouvelle théologie eran Garrigou-Lagrange, Journet, Guérard des Lauriers y Ottaviani, entre otros. Había también una corriente paralela, estrechamente vinculada a la anterior, pero menos especulativa y más orientada a temas eclesiológicos y sacramentales: se remontaba a Bellarmino y había conocido un renacimiento gracias al cardenal Billot y a los grandes manualistas como Wernz y Vidal, Salaverri, etc. Cabe señalar que un «manualista» no era, como dice la caricatura, un esquematizador o un repetidor de eslóganes oficiales, sino un maestro universitario que debía hacer una labor ingente de erudición leyendo las más diversas fuentes y que, con las herramientas de la logica minor, sintetizaba distintas posiciones sobre puntos teológicos y las confrontaba con posibles objeciones. Todo esto en un latín que, para la década de 1950, había alcanzado una perfección inusitada como instrumento estilístico y como lengua científica: la breviloquentia renacentista se hermanaba con la profundidad escolástica. En este punto es interesante recordar lo que contaba el difunto profesor Robert Spaemann sobre la maravilla de aprender cibernética en latín en la universidad de Friburgo en Suiza (otrora reducto de la escolástica dominica tradicional) a fines de esa década.

La teología romana servía de guía al Santo Oficio, encomendado en aquellos tiempos al cardenal Pizzardo y luego al cardenal Ottaviani, que custodiaba la pureza de la fe por encarecida recomendación de Pío XII (cuya faceta como erudito clásico y profundo conocedor, por citar un ejemplo, de la revolución de la física cuántica, ha sido olvidada). Precisamente en medio de la tormenta, en 1953, el papa Pacelli escribió una carta a monseñor Antonio de Castro Mayer, obispo de Campos, Brasil: «El día que la Sagrada Congregación que vigila la Fe afloje la mano, entonces habrá llegado el momento del futuro ataque a la fortaleza de la Iglesia, perpetrado por aquellos elementos incrustados en su propio seno». Los últimos cincuenta años parecen darle completamente la razón.

Esa era la «Roma» aborrecida por todas las corrientes de la nouvelle théologie. Esos eran los bastiones que, en palabras de Hans Urs von Balthasar, había que derribar. El odio al Santo Oficio de los tiempos pacellianos llegó a extremos bastante intensos: Yves Congar, en sus mordaces Diarios, en una entrada del 16 de enero de 1955, llega a quejarse de que «dentro de poco habrá que pedir permiso al Santo Oficio hasta para ir a orinar». Y «como la boca habla de lo que el corazón rebosa» (Lc. 6, 45), Congar llegaría al extremo, según Leo Alting von Geusau, de orinar en los muros del Santo Oficio cuando era perito conciliar.

En ese librito melancólico titulado Diálogo sobre el Vaticano II (1985), en el que un anciano cardenal De Lubac manifiesta su perplejidad ante la gravedad de la disidencia en la Iglesia posconciliar, es decir, ante la gravedad de las consecuencias naturales de sus premisas, intenta realizar una defensa del cardenal Ratzinger, entonces prefecto para la Congregación para la Doctrina de la Fe, atacado generalizadamente por todos los «teólogos de avanzada» de la década de los 80. Y no encuentra mejor forma de elogiarlo que señalar que, como joven teólogo y perito conciliar, le cupo a Ratzinger un papel fundamental en el desmantelamiento del viejo Santo Oficio de Ottaviani. Ante tal elogio, el cardenal bávaro podría haber repetido como cierto cómico mexicano: «No me defiendas, compadre».

¿Eso quiere decir que todo era perfecto en la Roma de aquellos tiempos?

Para nada. Nada es absolutamente perfecto en nuestro estado viador, pero sí creo que es evidente que la teología romana nunca fue derrotada en el campo teórico por la nueva teología, fue simplemente desmantelada por las autoridades durante los años posconciliares. Es cierto que la aparición del hombre-masa en el siglo XX fue un gran reto para la Iglesia. Este es un arquetipo humano descrito por Ortega y Gasset como poseyendo la psicología de un niño mimado, signada por dos rasgos: «la libre expansión de sus deseos vitales –por tanto, de su persona– y la radical ingratitud hacia cuanto ha hecho posible la facilidad de su existencia», es decir, hacia la tradición. Ese arquetipo humano, evidentemente, vivía preso de su «historicidad» y «subjetividad», y una filosofía como la aristotélica, con su sereno rigor y jerarquía, no llamaría la atención de sus pasiones egolátricas y más bien le produciría cierto ennui. Sea lo que fuere, no había que empaparse de los goces y esperanzas de ese «nuevo bárbaro», sino elevarlo. Eso comenzaba a hacerse a mediados del siglo XX con resultados preliminares muy prometedores.

Cuenta John Senior que, para los años 50, en las grandes universidades romanas, los asistentes de cátedra de los viejos teólogos romanos tenían que sacar carteles de «risas», cada que estos maestros hacían un chiste, porque muchos de sus alumnos no sabían suficiente latín para distinguir una broma de una fórmula escolástica. Y que muchos estudiantes solo se memorizaban fórmulas sin entenderlas y regresaban a casa con títulos en derecho canónico y teología y a ocupar puestos jerárquicos. Aunque eso quizás fuera solo aplicable a muchos americanos del sur y del norte y a ciertos españoles y franceses –porque el liceo classico italiano de Gentile y el Gymnasium alemán seguían formando latinistas relativamente sólidos–, había una necesidad de, como propone el mismo Senior, reeducar facultades básicas como la inteligencia y la memoria de esa nueva clase media occidental que entraba en masa a los aparatos educativos, a través de una formación humanística, no solo en las lenguas clásicas sino en la literatura.

La encíclica Veterum Sapientiae (1962) de Juan XXIII era un buen comienzo. Luego vino el diluvio. Pero aun hoy, mucho tiempo después de la catástrofe, cuando se revisa uno de esos ránkings que la prensa secular trae sobre los filósofos más influyentes del mundo, se puede encontrar siempre a algunos católicos aristotélicos como David S. Oderberg, John Haldane o, hasta cierto punto, Alasdair McIntyre, mientras que los tan celebrados existencialistas o personalistas de esas épocas y sus discípulos y herederos han quedado relegados a lecturas de casas de retiro de sacerdotes ancianos o sacristías en ocasiones sectarias. Más aún, en el plano académico, cuando Henri Bergson, esa celebridad filosófica de las primeras décadas del siglo XX que ejercería tanta influencia sobre Teilhard de Chardin, ha quedado relegado a algunas monografías populares que circulan en los quioscos de Iberoamérica, el aristotélico del siglo XIX Franz Brentano todavía sigue siendo bastante influyente. Así que los muertos que la nueva teología mató gozan de buena salud, al menos fuera de los ámbitos católicos.

¿Qué podría decirnos de la polémica y heterodoxa figura de Teilhard de Chardin?

Lo mismo que me dijo personalmente, hace más de diecisiete años, el difunto padre Manuel Carreira S. J., astrofísico y hermano de orden suyo: «Teilhard ni científico ni teólogo: poeta». En Pierre Teilhard de Chardin (1881-1955) ya no solo estamos ante una confusión entre orden natural y orden sobrenatural (recordemos lo que le dijo personalmente a Dietrich von Hildebrand: «No me hablen de ese hombre nefasto –se refería a san Agustín–, echó a perder todo al inventar lo sobrenatural»), sino a una abolición de ambos órdenes en una suerte de totum revolutum cósmico, que no tiene ni siquiera consistencia lógica, porque está en perpetuo flujo. Ese totum revolutum, donde la materia se funde con el espíritu, evoluciona, por una fuerza inmanente, hacia el Punto Omega, el Cristo cósmico futuro. En conclusión: la «realidad» toda -por llamarla de alguna forma– se «cristifica», pero no por la gracia sacramental (que, como sabemos, solo puede ser recibida por seres humanos), sino por un impulso indefinible, que la va complejizando y espiritualizando evolutivamente.

Demás está decir que estas ideas centrales no son para nada coherentes con la doctrina católica ni con la recta filosofía y, más aún, son indemostrables desde el punto de vista de cualquier ciencia particular empírica.

Como paleontólogo solo se le recuerda por dos descubrimientos: en 1912, el muy conveniente descubrimiento del canino faltante del llamado «hombre de Piltdown», ese eslabón perdido entre el simio y el hombre, ulteriormente revelado como un fraude, perpetrado por un amigo de Teilhard, el paleontólogo aficionado Dawson; y su participación en los equipos en torno al descubrimiento del Sinantropus pekinensis.

Durante los años inmediatamente posteriores a su muerte, la figura de Teilhard sería recibida con benigna curiosidad en algunos ambientes intelectuales occidentales. Se le veía como un personaje curioso, con rasgos de aventurero y de «rebelde» contra la Roma periclitada, y como un poster boy o niño-símbolo del aggiornamento. Incluso inspiró a personajes literarios del periodo como el joven clérigo heterodoxo de Las sandalias del pescador, de Morris West, y el sacerdote arqueólogo Lancaster Merrin, de The Exorcist, de William P. Blatty (aunque, es menester señalar que este último personaje, a diferencia de Teilhard, creía en la existencia del diablo). Pero una vez producido el aggiornamento y el consecuente desmantelamiento del Ancien Régime preconciliar, estos mismos ambientes empezaron a evaluar críticamente los asertos teilhardianos. Muchos científicos llegaron a la conclusión de que era una especie de charlatán místico o chamán psicodélico de la Era de Acuario. Y ahora solo es reivindicado dentro del movimiento New Age. Eso sí, en los últimos años, ciertos jerarcas católicos así como algunos globalistas y transhumanistas lo suelen sacar del baúl de los recuerdos cuando necesitan alguna metáfora salvaje que suene poética y profunda para sus designios revolucionarios.

Pero lo más triste de todo fue el permanente insulto a la inteligencia de los fieles católicos y de la Iglesia toda que perpetró hasta el final de su vida Henri de Lubac. Desde La pensée religieuse du père Teilhard de Chardin (1962) hasta Diálogo sobre el Vaticano II (1985), se esmeró por constituirse en el «traductor» de Teilhard, intentando hacer de sus doctrinas algo aún más ambiguo y gaseoso pero digerible para las nuevas autoridades eclesiásticas de aquel periodo. ¿Deshonestidad intelectual y maquiavelismo? ¿Una «noble mentira» encargada por algún hombre de poder, destinada a convencer a una «opinión pública secular» imaginaria que la nueva Iglesia que emergía en esos años no era hostil a la «ciencia»? No lo sabemos. Lo cierto es que media una gran distancia entre el anciano cardenal De Lubac diciendo en 1985 que Teilhard era un «intérprete y defensor fiel de la fe cristiana, especialmente en su personalismo y su doctrina del amor (¡!)» y el Monitum del Santo Oficio de 1962, que califica su obra como «llena de ambigüedades o, más bien, de errores, que ofenden la doctrina católica».

Todas estas ideas influirían luego en la Teología de la Liberación…

Hay que recordar que Gustavo Gutiérrez, el clérigo limeño que, en 1974, bautizaría y sistematizaría la teología de la liberación en el libro del mismo nombre, cuando vivía en Lyon como seminarista en los 50 «estudió privadamente con el P. Henri de Lubac SJ, uno de los intelectuales prestigiosos en la Iglesia en esa época que no podían enseñar en público por sus ideas avanzadas», como señala el historiador jesuita Jeffrey Klaiber. Vemos, entonces, que De Lubac, considerado por algunos de sus seguidores neoconservadores como un «hijo fiel de la Iglesia» aun ante los castigos de Roma, siguió haciendo de las suyas a puerta cerrada.

Y, más allá de ese elemento biográfico, lo cierto es que la teología de la liberación es impensable sin la nouvelle théologie: toda la primera parte del libro de Gutiérrez, su marco teórico, podríamos decir, está preñado de citas de Blondel y de su maestro De Lubac. La confusión entre orden natural y sobrenatural de De Lubac y la noción dinámica de verdad de Blondel son el armazón de la nueva comprensión de la teología como «reflexión crítica sobre la praxis» que hace Gutiérrez, y a partir de la cual no solo surgirá la teología de la liberación, sino la teología del pueblo, la ecoteología, la teología feminista, la teología gay y demás aberraciones.

Avergüenza y entristece ver cómo algunos neoteólogos procuraban refutar a Gutiérrez y a la vez reivindicar las premisas delubacianas. Al final terminaban en un callejón sin salida teórico, del que solo pueden salir con argumenta ad hominem, como calificar al teólogo peruano de «izquierdista» o de incitador a la violencia guerrillera (lo que puede ser cierto, pero no es un argumento lo suficientemente válido para refutar una doctrina teológica), o a apelaciones meramente legales o de autoridad, como la especie falsa de que había «sido castigado por la Santa Sede» (¿y qué me dicen de De Lubac?).

¿En qué medida la la Nouvelle Théologie es incompatible con la doctrina católica y cuáles han sido sus efectos en la vida de la Iglesia?

Antonio Gramsci ponía como ejemplo de su famoso concepto de «bloque histórico» a la Iglesia católica de su tiempo: una viejecilla siciliana del campo creía, en esencia, lo mismo que un profesor del Angelicum o de la Universidad Gregoriana. Eso no puede decirse más ahora: la Babel doctrinal actual solo está unida por un cada vez más endeble lazo jurídico extrínseco.

Si se quiere ver cuáles han sido los frutos de la nueva teología basta observar la terrible ignorancia –y el aún más terrible ignorantismo- en el que han caído amplios sectores del clero. Me ha pasado en muchas ocasiones oír homilías absolutamente carentes de cualquier sentido pero repletas de metáforas y eslóganes vacíos, y luego descubrir que su perpetrador era doctor en alguna ciencia sagrada por alguna universidad pontificia europea. Y si por casualidad se le ocurriera a alguien pedirle una explicación por lo huero de su cháchara, diría algo así como: “Bueno, eso es lo que la gente puede entender y lo único que necesita, ¿te imaginas qué pasaría si les hablamos de teología?». Porque para ellos la teología es una especie de filología especializada (como estudiar el concepto de kairós en Ireneo de Lyon y Karl Barth, por citar un ejemplo imaginario) incapaz de ofrecer a nadie una definición doctrinal mínima, sino solo una especie de autoayuda disfrazada de «pastoral». Se ha llegado a lo que el padre Eduardo Vadillo denuncia como una reducción de la teología a una «teorretórica». En el mejor de los casos.

Observar a De Lubac y Daniélou, convertidos en cardenales, clamando contra el desmoronamiento de la fe durante los años del posconcilio, es como oír a los republicanos moderados clamando contra el Frente Popular en 1936: «¡No es esto, no es esto…!». Es el clamor permanente de todos los revolucionarios de primera hora, al ver que sus ideas, en desarrollo absolutamente coherente, acaban generando terrores. Como diría Donoso Cortés, elevan monumentos a las premisas y cadalsos a las consecuencias. Porque, si la «subjetividad» y la «historicidad» son convertidas casi en lugares teológicos, en condiciones sine qua non para la cientificidad y validez de la teología, como pretendía Daniélou, ¿dónde terminamos? Quizás la historicidad y la subjetividad de Daniélou –pensemos lo mejor de él– eran muy elevadas, pero a lo mejor la historicidad y subjetividad de la actual organización laical alemana que participa del Sínodo la lleva a considerar como nueva virtud cristiana y nuevo lugar teológico la «diversidad sexual» para así dialogar mejor con la «cultura contemporánea» y estar «abiertos a la vida misma», como decía literalmente este teólogo francés. El único problema es que la «cultura contemporánea» y la «vida misma» parecen llevarnos en nuestros días a un abismo sicopático donde todo deseo se convierte en un derecho.

Si la naturaleza humana exigiendo la gracia y la materia inerte cósmica evolucionando en conciencia y luego en Cristo son «interpretaciones fieles de la doctrina cristiana», como sostenía De Lubac, ¿para qué la misión y para qué los sacramentos? Querer periclitar el potencial dinámico de la nouvelle theologie en una «nueva ortodoxia» es como querer poner puertas al campo o, como decía Aristóteles en el actualísimo Libro IV de la Metafísica dedicado a refutar a otros defensores de la «historicidad» y «de la subjetividad» como eran los sofistas fenomenistas, «perseguir pájaros al vuelo» (1009 b).

Curiosamente, los neoteólogos y sus herederos han acabado generando una nueva Inquisición, pero muy distinta al anterior Santo Oficio. Como su propio estilo y métodos tienden al circiterismo, que Romano Amerio definía como «referirse a un término indistinto y confuso como si fuese algo sólido e incuestionable, y extraer o excluir de él el elemento que interesa extraer o excluir», la defensa de la Fe se convertirá ya no en un ejercicio de defender proposiciones doctrinales, sino de defender personas, personas de poder. Como buenos relativistas, han acabado por reconocer al Poder como única verdad indiscutible, al margen de toda historicidad y subjetividad. Así, mientras la Revelación está cubierta de misterio y problematicidad, el Código de Derecho Canónico, al inicio, y luego ni eso, sino solo las fobias y las filias del que manda, sea dentro o sea fuera de la Iglesia, acaban siendo el único criterio más o menos claro.

El viejo Santo Oficio condenaba proposiciones y, al margen de lo que se pudiese opinar al respecto, no cabía duda de que era todavía una posición lógica, en el sentido de que obedecía al logos. Ahora en cambio, la Inquisición líquida condena «mentalidades» o «tendencias» que ni siquiera es capaz de definir. En lugar de explicar sus nuevos anatemas, recurre tanto a las formas más burdas como a las más elaboradas del insulto. La falacia del argumentum ad hominem ha adquirido derecho de ciudad en la iglesia de hoy y las posiciones odiadas ya no son refutadas con argumentos sino clasificadas, con toda caridad, como patologías mentales o morales. Y el circiterismo se acaba peligrosamente pareciendo a la neolengua y al doblepensar del que hablaba Orwell en 1984. En ese sentido el pronóstico de Garrigou-Lagrange se quedó corto, la nouvelle théologie no solo conduce al escepticismo, a la fantasía, a la herejía o al modernismo, sino también al totalitarismo.

Como lecturas para profundizar en el tema y junto con los textos ya citados de Garrigou-Lagrange, Daniélou, De Lubac, Küng y McInerny, el entrevistado recomienda el interesante número 14 de la revista Communio, segunda época, correspondiente a septiembre-octubre de 1992, consagrado enteramente a homenajear al entonces recientemente fallecido Henri de Lubac, especialmente el artículo de Raúl Berzosa, hábil resumen de los principios de la nouvelle théologie. También el agudo y bellamente escrito ensayo Cien años de modernismo, del recientemente fallecido padre Dominique Bourmaud y el artículo del R. P. Albert Kallio O. P. The Last Battle of Lagrange. Finalmente, la lectura de la encíclica Humani Generis (1950) de Pío XII sigue siendo un deber permanente”.

Por Javier Navascués

57 comentarios

  
Néstor
"los universales concretos que trascienden toda esencia…»"

Ahí está el quid: nominalismo. Mientras no se salga de eso, no hay salida, simplemente.

De una vez por todas: vuelta a Santo Tomas y a la escolástica.

Saludos cordiales.
21/07/22 10:50 AM
  
Néstor
"vuelta a las fuentes de la teología (entendidas no como los lugares teológicos tradicionales, sino como un retorno a la patrística, no solo erudito, sino con la finalidad de contrastar y/o deconstruir la escolástica);"

Ésa fue la motivación de la publicación de la por otra parte muy valiosa sin duda colección "Sources Chrétiennes" de escritos de los Padres de la Iglesia.

Dejar a Santo Tomás para ir a resolver los problemas planteados por Descartes, Hume, Kant, Hegel, Marx, etc., en los escritos de algún Padre sirio del siglo III. Es decir, bajarse del Concorde y subirse a la avioneta de los hermanos Wright.

Lo malo del asunto es que luego no se trataba en realidad del Padre sirio, sino de una versión "católica" de Kant o de Heidegger.

Saludos cordiales.
21/07/22 10:56 AM
  
Néstor
Uno de los mejores artículos que he leído en este portal. Hay que difundirlo, esto es lo que ha originado todo el desastre de estas décadas.

Saludos cordiales.
21/07/22 11:14 AM
  
Néstor
El "link" entre De Lubac y Gustavo Gutiérrez lo dice todo. No más preguntas.

Saludos cordiales.
21/07/22 11:33 AM
  
JC
Muy bueno, completo y edificante.
21/07/22 12:54 PM
  
Urbel
Magnífica entrevista.

Alegra saber que un autor de doctrina ortodoxa tan sólida sea, según se nos cuenta, profesor en varios seminarios y casas religiosas del Perú.

Entre las lecturas que al final recomienda el entrevistado se encuentra "el agudo y bellamente escrito ensayo Cien años de modernismo, del recientemente fallecido padre Dominique Bourmaud", de la Hermandad Sacerdotal de San Pío X. Aunque lo compré hace años, no fue hasta el confinamiento covidiano cuando lo saqué de la librería y lo leí de cabo a rabo en pocos días: una excepcional obra de síntesis, llena de fuentes muy interesantes y reflexiones certeras, que se remonta al protestantismo y las filosofías idealistas y llega hasta la hecatombe posconciliar.
21/07/22 1:44 PM
  
Urbel
La supuesta vuelta a los Santos Padres, contraponiéndolos a la escolástica pretendidamente decadente, es una vieja artimaña heterodoxa. Muy manoseada en el siglo XVIII, como se demuestra en unos divertidos pasajes del padre Isla que ahora no puedo citar por no tener a mano su desternillante "Fray Gerundio de Campazas".

Como si las obras de Santo Tomás de Aquino y de sus mejores continuadores no estuviesen llenas de citas de San Agustín, San Juan Crisóstomo y demás.
21/07/22 1:52 PM
  
Alguno
Este hombre debería hacer clases de teología, ¡con qué claridad explica todo!! por favor, más artículos como este!!
21/07/22 2:17 PM
  
Curro Estévez
Verdaderamente extraordinarios los comentarios de César Félix Sánchez, que ponen los pelos de punta: De Lubac, Danielou y Congar creados cardenales. Von Balthasar casi. Y Ratzinger, no sólo cardenal, sino al frente de la Congregación para la doctrina de la fe, y luego papa con su hermenéutica de la continuidad a cuestas para darnos en el cogote a los que seguimos sin explicarnos cómo pudo Roma propiciar esta mutación radical y completa del ethos católico sobrevenida en los años 60.
21/07/22 6:10 PM
  
Josué
Excelente estudio. Se me terminaron de caer del pedestal De Lubac yTeilhard de Chardin. Los demás ya lo habían hecho.
21/07/22 8:55 PM
  
Néstor
A von Balthasar sí lo hicieron Cardenal, pero pocos días antes de su fallecimiento.

Saludos cordiales.
21/07/22 10:25 PM
  
hornero (Argentina)
La entrevista a César Félix Sánchez pone de manifiesto la trágica confusión operada en los últimos decenios en la teología.

La palabra se disgrega, se extingue, decía en mi comentario anterior, a la entrevista de Navascués a Monedero.

Se extingue porque el pensamiento del “hombre viejo del pecado” se extingue. No puede comunicar su vacío, pero puede arrastrar todo hacia él. Sus afirmaciones deshilachadas no constituyen sistemas, sólo opiniones personales, rejuntadas en un basurero por sus seguidores.

Anti-pensamiento, anti-logos, anti-civilización, anti-humanidad.

Peor que la anarquía: autodestrucción de la inteligencia, caos del pensamiento arrastrado por el derrumbre de la moderna Babilonia, causado por la apostasía, racionalismo y corrupción.

La filosofía aristotélico-tomista, y su proyección en la teología, tienen recursos aún inexplorados que permitirían reagrupar las fuerzas en un sistema filosófico-teológico que mitigue la catástrofe en desarrollo, y sobre todo, que permita establecer los fundamentos racionales de una nueva sabiduría.

“Sólo hay ciencia de lo universal” decía Aristóteles, y Santo Tomás de Aquino lo hace suyo con toda razón.

Pero podemos decir además, que la sabiduría inefable conoce también la inteligibilidad absoluta, suprasensible, de las cosas materiales singulares, particulares, concretas. Conoce el logos, la idea, la palabra que constituye la realidad ontológica última de una piedra, de un árbol, de una galaxia. Sabiduría de orden racional que establece la raíz supra-racional del ser material singular.

No contradice al tomismo, lo continúa.

La Aurora de María irradia la Luz de la Gloria de Cristo que se manifiesta de modo creciente, aún incipiente, en la Iglesia, la humanidad y el cosmos. La Señora Vestida de Sol lleva adelante su Misión de preparar el camino a la Venida de Su Hijo, conforme Ella lo afirma en sus reiterados Mensajes. Es bueno apelar a ella como fuente de salud de la inteligencia.

Fuente de la que mana la nueva sabiduría que, sin dejar de ser racional, prepara el camino hacia la inefable y sacra inteligibilidad de la Creación.

El tomismo tiene hoy la misión impostergable de responder al racionalismo moderno con la afirmación categórica de la inteligibilidad de los entes materiales, singulares, concretos. Puede alcanzar la última realidad que los constituye, inefable y sacra participación por el Verbo Creador del Logos o Discurso divino de la Creación y de su eminente y eterna Liturgia celebrada por el orden del universo.

El realismo aristotélico-tomista muestra la unidad inteligible e inefable de la Creación.

Ambito inconmensurable de lo real, inexplorado, que guarda la potencia estremecedora del ser; fuente inagotable de la verdad, y se proyecta hacia el Abismo del Creador.

Tiempo del Logos que se aproxima al horizonte de la Iglesia, de la humanidad y del universo todo.

“Días gloriosos os esperan, en Mí os regocijáis, amados hijos Míos” (Mens. de Jesús en San Nicolás (Argentina) del 17-11-1983).

El mundo, agotados los recursos de la ciencia, técnica y demás obras del "hombre viejo", espera espectante el "restablecimiento de la armonía primitiva" (Pío XII); la Civilización del Amor (Pablo VI); despues de "Cruzar el umbral de la Esperanza" (S.J.P. II):


22/07/22 1:37 AM
  
Federico Ma.
Muy buena entrevista.

Habría que aclarar al menos dos cosas.

1. La potencia obediencial no es "infundida sobrenaturalmente por Dios", sino que consiste, como dice el P. Garrigou-Lagrange, en la misma naturaleza creada en cuanto es capaz de recibir de Dios lo que Dios quiera (ie., lo que no repugna).

Santo Tomás, en efecto, dice:

"...in anima humana, sicut in qualibet creatura, consideratur duplex potentia passiva, una quidem per comparationem ad agens naturale; alia vero per comparationem ad agens primum, qui potest quamlibet creaturam reducere in actum aliquem altiorem, in quem non reducitur per agens naturale; et haec consuevit vocari potentia obedientiae in creatura" (S. Th., III, q. 11, a. 1, c.).

"...in tota creatura est quaedam obedientialis potentia, prout tota creatura obedit Deo ad suscipiendum in se quidquid Deus voluerit" (De virtutibus, q. 1, a. 10, ad 13).
22/07/22 2:00 AM
  
Federico Ma.
2. Respecto del deseo natural de ver a Dios, ni Santo Tomás ni los tomistas clásicos dicen que "nazca de la potencia obediencial", la cual es pasiva. (Más bien será Suárez, que no es tomista, quien entenderá la potencia obediencial como activa, noción errónea que criticó lúcidamente la escuela tomista).

Santo Tomás habla de un deseo natural elícito de la visión de Dios en su Summa Theologiae, el cual nace de la contemplación de los efectos naturales:

"Inest enim homini naturale desiderium cognoscendi causam, cum intuetur effectum; et ex hoc admiratio in hominibus consurgit. Si igitur intellectus rationalis creaturae pertingere non possit ad primam causam rerum, remanebit inane desiderium naturae. Unde simpliciter concedendum est quod beati Dei essentiam videant" (I, q. 12, a. 1, c.).

Y el P. Garrigou-Lagrange dice al respecto:

"Luego del Ferrariense y de Báñez [Cayetano en este punto, por oponerse por demás a Escoto, no acertó, como ya lo notó el Ferrariense] la mayoría de los tomistas (Juan de santo Tomás, Gonet, Salmanticenses, Gotti, Billuart, etc.) admiten que el hombre naturalmente desea con un deseo no innato sino elícito, condicional e ineficaz, ver la esencia de Dios en cuanto autor de la naturaleza. Añaden generalmente que se trata de un deseo también libre, ie., no necesario en cuanto a la especificación" (De Deo Uno, p. 263, [traducción mía]).

Fue ya Escoto quien sostuvo esa tesis de de Lubac, de un deseo natural innato ineficaz: posición ya criticada por el tomismo, desde Cayetano.

22/07/22 3:27 AM
  
Federico Ma.
Se trata, por tanto, de un deseo natural elícito condicional e ineficaz. Porque si el deseo natural elícito fuera eficaz, implicaría esos problemas de confusión entre el orden natural y el sobrenatural.
22/07/22 3:41 AM
  
Cristóbal
Me ha parecido un artículo magnífico, de los que merece la pena releer pues repasa una historia triste y de enormes y desastrosas consecuencias para la Iglesia. Cómo nos hemos dejado engañar ! Aunque fueran buenas las intenciones que movieran a estos teólogos
22/07/22 8:49 AM
  
hornero (Argentina)
Hay una premisa: asumir que vivimos tiempos escatológicos, últimos del “hombre viejo del pecado”, contemporáneos del derrumbe de la moderna Babilonia.

Mientras el mundo del racionalismo-materialista-nihilista-ateo debate los caminos a seguir por el despeñadero, el plan del Designio de Dios Creador y Salvador continúa en su cumplimiento.

El vacío que deja la extinción del pensamiento moderno debe ser ocupado por la nueva sabiduría que nos ofrece la Aurora de María. Luz de la Gloria de Cristo que colma a la Señora Vestida de Sol.

De Ella viene el despertar a los horizontes del Reino que agitan a la tierra y al universo en “la esperanza de participar en la libertad de la gloria de los hijos de Dios” (Rom 8).

Los parámetros que determinan el campo de la ciencia y técnica son incompatibles con las dimensiones de los feudos del Reino.

El tomismo permanece como instrumento apto para profundizar en la verdad ontológica de lo creado, por consiguiente, para alcanzar la sabiduría necesaria para el gobierno de las cosas. Debe retomar el camino, avanzar hacia el abismo ontológico inteligible que guardan en su última realidad los seres materiales, singulares, concretos.

El axioma aristotélico “sólo hay ciencia de lo universal”, admitido por Santo Tomás, no es válido en lo tocante al inteligible inefable del logos de los entes materiales singulares.

La situación de la Iglesia y del mundo apremia a teólogos y filósofos encarar la tarea colosal de determinar las vías para el esperado “restablecimiento de la armonía primitiva” (Pïo XII).

La Aurora de María nos ofrece los recursos de sabiduría, santidad y poder necesarios.



22/07/22 6:35 PM
  
Federico Ma.
Por cierto, lamentable la "Nouvelle Théologie".

Pero lamentable también en lo que terminaron Guérard des Lauriers y Castro Mayer...
22/07/22 9:10 PM
  
Moncada
Para Federico Ma.

Creo que son dos grados de "lamentabilidad", si puede hablarse de eso. Uno mucho más grave que el otro. La "lamentabilidad" de la Nouvelle Théologie lleva, como dice el citado Garrigou, a la herejía, a la herejía de las herejías que es el modernismo. Por otro lado, la "lamentabilidad" de Guerard des Lauriers fue tener una posición errónea en el problema, hasta donde sé canónico, de la sede-vacante. Me parece que se llamaba sedeprivacionista esa posición. No negó ningún dogma. Por tanto no fue hereje. Mons. De Castro Mayer ni eso. Solo desobedeció en una decisión específica: la consagración de obispos sin mandato pontificio en 1988. Según él en conciencia y justificadamente. Y el derecho canónico exhime de pena a quien actúa en conciencia, aún si está equivocado. Sea lo que fuere, tampoco hay herejía ahí. Además, estas dos figuras estuvieron aisladas. No se les dio poder, a diferencia de De Lubac, Daniélou, Congar y compañía....cuya capacidad corruptora fue infinitamente mayor, por la condición doctrinal de sus errores y por su alto puesto, así como el mayor apoyo e influencia del que gozaron. Salvo mejor opinión claro está
22/07/22 9:36 PM
  
Moncada
Por otro lado, tengo una pregunta tanto al entrevistado, como a Federico Ma. y a quien guste responderme: ¿dónde, sea en que instituciones o libros, puede un laico con algún conocimiento de filosofía básico aprender la escolástica tradicional de la escuela dominica?
22/07/22 9:39 PM
  
Urbel
El entrevistado no dice nada sobre "en lo que terminaron Guérard des Lauriers y Castro Mayer".

Pero, como ya he comentado, sí elogia y recomienda el libro "Cien años de modernismo" del padre Dominique Bourmaud, sacerdote de la Hermandad de San Pío X.
22/07/22 10:42 PM
  
Federico Ma.
Bueno, no me metí a medir "grados de lamentabilidad".

En todo caso, ser excomulgado y morir excomulgado por justa causa es lo suficientemente lamentable como para lamentarlo no poco (respecto del excomulgado, claro, porque en sí mismo, siendo justo, es algo bueno y laudable).

Respecto de la conciencia en esos casos, creo recordar que el P. Iraburu lo trató en alguno de sus posts sobre filolefebvrianismo. En todo caso, el cisma va muy cercano de la herejía, y no parece tan fácil que se quede en solo cisma luego del CVI.

En cuanto a lo último, salvo meliori iudicio, me parece que lo mejor es ir a los comentarios clásicos de la Summa Theologiae. Los últimos grandes escolásticos de la escuela tomista (y que reúnen y comentan algo de los anteriores tomistas clásicos), al menos de los más conocidos, entiendo que son Billuart (Summa Sancti Thomae, en varios volúmenes) y Garrigou-Lagrange (Comentarios a la Summa, al menos en 7 volúmenes), ambos dominicos. Están en la web, claro que en latín. Si no los encuentra, me dice y se los paso. Si quiere una Filosofía más sistemática, están los tres volúmenes del Card. Zigliara. Del Prado comenta el tratado "De gratia" (también está todo en la web o se lo puedo pasar). Esto en cuanto a libros. En cuanto a "instituciones"..., bueno, quizá allí la "Nouvelle Théologie" hizo de las suyas, desgraciadamente...: si las hay, no creo que abunden.
22/07/22 10:42 PM
  
hornero (Argentina)
Ése es el Mundo Nuevo que viene traído por la Aurora de María. hecho manifiesto por su Mediación, guardado inexplorado hasta hoy, contenido en los abismos ontológicos de la Creación.

Mundo Nuevo que prolonga el mundo conocido hasta las magnitudes inconmensurables del inteligible inefable.

Mundo Nuevo que nos permite entrar en la Nueva Edad del Reino, la que prepara el camino a la Venida del Señor, según palabras de María.

La Creación espera contribuir a la edificación del Reino, “participar en la libertad de la gloria de los hijos de Dios” (Rom 8). La Evangelización de los ocho mil millones de hermanos requiere de la ayuda de las creaturas: que proclamen el logos sacro de su ser ante los hombres, a fin de que su testimonio abra la mente y el corazón de éstos, y los lleve a la Conversión. “Los cielos pregonan la gloria de Dios”, si alentaron a los pastores, y movieron a los Magos de Oriente, harán otro tanto en nuestro tiempo, convocados por nuestras oraciones puestas en las Manos de María.

A falta de misioneros, “hablarán las piedras” (Luc 19, 40).

Tiempo del logos de la Creación que se manifiesta bajo la potente Luz de la Aurora de María. La voz del universo silenciará el estrépito de las blasfemias. Y la humanidad se convertirá. Si los operarios son pocos “Yo les digo que de estas piedras Dios puede hacer surgir hijos de Abraham” (Mat 3, 9).

“No estáis en el ocaso, sino en el renacer de la Aurora” (Mens. de la Virgen en San Nicolás, Argentina).


22/07/22 11:54 PM
  
Moncada
Bueno, hasta donde sé, si bien la ley natural no puede ser dispensada por la conciencia, la ley positiva (incluso la eclesiástica) sí puede serlo. Por ejemplo, consagrar obispos sin mandato pontificio no es una prohibición de derecho natural, no es algo intrínsecamente malo. Más aún, antes de Pío XII, que lo hizo pensando en los chinos, ni siquiera implicaba excomunión latae sententiae, sino solo suspensión. Por otro lado, al, en conciencia, tener motivos urgentes como la Iglesia perseguida, etc,, hizo que muchos obispos en Oriente consagrasen sin mandato pontificio. Ahora, podría ser que a diferencia de los obispos en los lugares de persecución estuvieran en lo cierto y Castro Mayer y Lefebvre erraron. Aun si erraron pero estaban convencidos el CIC los dispensa, véase el canon 1323 .7. Salvo mejor opinión.
23/07/22 12:49 AM
  
Moncada
Estimado Federico Ma.: Muchas gracias por sus recomendaciones!!! Las buscaré en Google y si no las encuentro le aviso por aquí. Una otra consulta: ¿y cómo hacer para aprender el latín necesario para leer esos textos? ¿dónde y cómo lo aprendió usted? He visto algunos manuales en línea y en tiendas físicas como el "Salve. Aprender latín desde la tradición cristiana". ¿Son suficientes para comprender el latín de esos libros? Nuevamente gracias.
23/07/22 12:53 AM
  
Cristián Yáñez Durán
Sr. Moncada

Aunque escribió casi todo en latín, incluso en griego clásico, el RP Santiago Ramírez OP, ha sido una de las máximas eminencias del tomismo. Su Opera Omnia fue editada por el convento de San Esteban.
Aunque no fue dominico, el RP Cornelio Fabro, está en la mejor línea tomista. También, el RP Osvaldo Lira SSCC, especializado en estética y teología política.
23/07/22 5:45 AM
  
Federico Ma.
Pero no habiendo dispensa, aun cuando la materia no sea de derecho natural, desobedecer a la legítima autoridad cuando justamente manda sí parece intrínsecamente malo: pues el derecho natural prescribe obedecer a quien, cuando y en lo que se debe.

Cierto que el P. Ramírez fue otro gran tomista y muy recomendable (pasa que cité escolásticos cuyas obras se pueden encontrar en internet). Que Fabro, al menos el último, esté en todo "en la mejor línea tomista"..., es por lo menos discutible. En todo caso, no es escolástico ni dominico.

En cuanto al latín, pues claro que hay que empezar por allí. Suponía que lo manejaba. Ese manual "Salve...", si es el que he hojeado hace un tiempo (de Eunsa), me pareció bastante complicado. El latín de santo Tomás y el de los escolásticos no es tan difícil. El método clásico de ir estudiando la gramática y la sintaxis (como las de Valentín Fiol), que es el que seguí cuando estudiaba, me parece que funciona. Hay un Curso de latín bastante sencillo, editado por G. del Toro (Soc. Francisco Torrent), para segundo curso (de antes...) del Bachillerato, que es muy didáctico (viene con ejercicios para cada unidad) y creo que es más que suficiente.

"El entrevistado no dice nada sobre "en lo que terminaron Guérard des Lauriers y Castro Mayer"". Sí, es bastante obvio. Y precisamente por eso hice la aclaración. Claro que a un (filo)lefebvriano no le caerá del todo bien. El problema es que, como decían san Juan Pablo II, Benedicto XVI y comentaba el P. Iraburu, hay cuestiones doctrinales por las que un lefebvriano no está en plena comunión con la Iglesia Católica (por más que se crea más católico que todos los católicos), y el que está errado en ellas, como es claro, no es sino el lefebvriano (aun cuando, hay que decirlo, en muchas cosas esté más cercano a la plena comunión que otros que, si bien aparentan ser católicos, están cerca de tributar culto a la "madre tierra").
23/07/22 10:26 PM
  
Federico Ma.
"Aun si erraron pero estaban convencidos el CIC los dispensa, véase el canon 1323 .7. Salvo mejor opinión".

"Sin embargo no se puede dudar razonablemente de la validez de las excomuniones de los obispos declaradas en el Motu proprio y en el Decreto. En particular, no parece que pueda encontrarse ninguna circunstancia eximente o atenuante en cuanto a la imputabilidad de la pena (cf. CIC, cann. 1323-1324). En cuanto al estado de necesidad en que se creía monseñor Lefebvre, hay que tener en cuenta que este estado debe darse objetivamente, y que nunca hay necesidad de ordenar obispos contra la voluntad del Romano Pontífice, Jefe del Colegio de obispos".

Pontificio Consejo para la interpretación de los Textos Legislativos, "Sobre la excomunión por cisma en que incurren los adherentes al movimiento del obispo Marcel Lefebvre" (24 de agosto de 1996), n. 4.

vatican.va/roman_curia/pontifical_councils/intrptxt/documents/rc_pc_intrptxt_doc_19960824_vescovo-lefebvre_it.html
24/07/22 1:01 AM
  
Cristián Yáñez Durán
Federico Ma

Lo de "plena comunión" es ya una novedad no ya sin fundamento alguno en la tradición, sino sin sentido. A la Iglesia se pertenece o no, no hay punto medio.
Y es la prinera vez que escucho de "errores doctrinales" lefebvrianos. Quienes los "han denunciado" no han hecho sino dar opiniones personales, tan retorcidas como el lenguaje posconciliar, y en abierta contradicción con el Magisterio y la Tradición.
Por lo demás, los lefebvrianos no existen. Al menos no en el sentido con que lo entienden los aggiornados o novadores. Pero seguramente es una proyección del tan común culto desordenado a los papas y fundadores de movimientos de espíritu conciliar y afines.
24/07/22 6:13 AM
  
Urbel
Bastante obvio, es cierto, que el entrevistado nada dice sobre en lo que terminaron Guérard des Lauriers y Castro Mayer.

Igual de obvio que el entrevistado elogia y recomienda el libro "Cien años de modernismo" del padre Dominique Bourmaud, sacerdote de la Hermandad de San Pío X fundada por el arzobispo Marcel Lefebvre. Por eso he reiterado la observación.
24/07/22 8:53 AM
  
Federico Ma.
Cualquier cismático o hereje puede escribir cosas buenas. Incluso puede hacerlo un ateo. Repetir obviedades no tiene mucho sentido. Pero el comentario aclaratorio sobre esos dos (y se puede añadir a ese tercero, que igualmente fue justamente excomulgado [y así murió...]), sigue valiendo.

Es el Magisterio mismo quien alude a los errores doctrinales:

"La raíz de este acto cismático se puede individuar en una imperfecta y contradictoria noción de Tradición: imperfecta porque no tiene suficientemente en cuenta el carácter vivo de la Tradición, que —como enseña claramente el Concilio Vaticano II— arranca originariamente de los Apóstolos, "va progresando en la Iglesia bajo la asistencia del Espíritu Santo; es decir, crece con la comprensión de las cosas y de las palabras transmitidas, cuando los fieles las contemplan y estudian repasándolas en su corazón, cuando comprenden internamente los misterios que viven, cuando las proclaman los obispos, sucesores de los Apóstoles en el carisma de la verdad". Pero es sobre todo contradictoria una noción de Tradición que se oponga al Magisterio universal de la Iglesia, el cual corresponde al Obispo de Roma y al Colegio de los Obispos. Nadie pude permanecer fiel a la Tradición si rompe los lazos y vínculos con aquél a quien el mismo Cristo, en la persona del Apóstol Pedro, confió el ministerio de la unidad en su Iglesia" (Ecclesia Dei, n. 4).

"...las cuestiones doctrinales, obviamente, persisten y, mientras no se aclaren, la Fraternidad no tiene un estatuto canónico en la Iglesia y sus ministros no pueden ejercer legítimamente ningún ministerio.
Precisamente porque los problemas que se deben tratar actualmente con la Fraternidad son de naturaleza esencialmente doctrinal..." (Ecclesiae unitatem, nn. 4-5).

Y a mayor abundamiento, véanse los siete posts del P. Iraburu sobre filolefebvrianismo.

En esa Carta de Benedicto XVI (Ecclesiae unitatem) se dice por tres veces que los lefebvrianos no están en "plena comunión" con la Iglesia. No se habla de pertenencia o no a la Iglesia. Y eso de la más o menos plena comunión con la Iglesia Católica (la única Iglesia de Cristo), se puede entender en el sentido material. Por ese lado es claro que el caso de un lefebvriano, si bien no está en plena comunión, difiere del caso de un protestante. En todo caso, la idea parece clara. Mejor no marear la perdiz... (cf. infocatolica.com/blog/espadadedoblefilo.php/1103100914-de-perdices-mareadas-cismas-y).
24/07/22 7:17 PM
  
Federico Ma.
Ya san Agustín hablaba de "hermanos separados". Si "hermanos", se puede suponer que algo tienen en común, como es el bautismo.

En todo caso, el Catecismo lo explica (nn. 816 y ss.) y hay un documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe al respecto: "Carta... sobre algunos aspectos de la Iglesia considerada como comunión".

No sé a qué alude con que "los lefebvrianos no existen". Contra facta non valet argumentum. Si los quiere llamar miembros de la "Hermandad (o Fraternidad) sacerdotal S. Pío X" ("FSSPX"), da igual: de nominibus non est disputandum. De lo que se trata es de la realidad. De nuevo me viene a la memoria lo de marear la perdiz...
24/07/22 7:49 PM
  
Urbel
Es to es lo que escribe Bourmaud sobre la Tradición viva:

“La Tradición viva lubaciana, sacada de Blondel, recuerda la ley de la vida de Loisy, según la cual la Iglesia se deforma y transforma en la más perfecta contradicción. Sus sucesores, Ratzinger y Juan Pablo II, se adaptan a ella de maravilla. Una vez que el modernismo haya triunfado sobre la cúpula de San Pedro, la Tradición viva se identificará con la Iglesia conciliar, sin ningún nexo lógico necesario con la transmisión de la Revelación pasada. La Tradición viva considera falso hoy lo que ayer era verdadero, y verdadero lo que era falso. Tiene anchas las espaldas. Permite eliminar veinte siglos de Magisterio constante y tachar de “disposiciones provisionales” a la enseñanza infalible que condena la libertad religiosa, el modernismo y las desviaciones bíblicas. Permite excomulgar a los pocos obispos fieles a la verdadera Tradición . Realmente, los neomodernistas pueden felicitarse por este invento genial que mata dos pájaros de un tiro: protege el modernismo y descuartiza la Tradición apostólica en nombre de ¡la Tradición viva!”

(Dominique Bourmaud, "Cien años de modernismo", ed. Fundación San Pío X, Buenos Aires, 2006, p. 265)
24/07/22 9:48 PM
  
Federico Ma.
Como decía san Agustín (en su Carta sobre los donatistas, dicho sea de paso):

"Hay muchos en comunión de sacramentos con la Iglesia y, sin embargo, ya no están en la Iglesia".

"Et multi tales sunt in sacramentorum communione cum Ecclesia et tamen iam non sunt in Ecclesia".

(Epistula ad Catholicos de secta Donatistarum, 25, 74).

Ergo, cabe una comunión (de los sacramentos) no siendo de la Iglesia. Pero no es esta, como está claro, una comunión plena con la Iglesia. Ergo, se puede hablar de que dichos tales no están en "plena comunión" con la Iglesia. Así los lefebvrianos no están en plena comunión con la Iglesia.

Y así los sacramentos de los lefebvrianos (excepto, en principio, el matrimonio y la penitencia), es decir, la confección de los sacramentos por parte de lefebvrianos, es válida pero ilícita, como ha dicho la misma Iglesia.
24/07/22 9:49 PM
  
Néstor
Buenas las precisiones de Federico respecto de la potencia obediencial y el deseo natural de ver a Dios en Santo Tomás.

Sin duda que Dios tiene conocimiento intelectual de los individuos como tales, más aún, lo tienen los mismos ángeles, pero no el ser humano, porque la inteligencia humana conoce mediante conceptos abstractos que tienen por objeto lo común a varios individuos.

La tesis del conocimiento intelectual humano del individuo como tal en esta vida es en todo caso escotista, no tomista. Digo en todo caso, porque parece que hasta hay discusión entre los historiadores de Escoto sobre ese punto.

Al individuo en su singularidad lo alcanzamos por los sentidos, y si se trata de nosotros mismos, por una intuición intelectual de nuestra propia existencia, no de nuestra esencia o naturaleza, que debemos conocerla mediante conceptos abstractos.

Y la prueba es que sin datos sensibles no podemos referirnos inequívocamente a un individuo determinado. Por eso en el documento de identidad viene la foto. Toda lista de características expresadas mediante palabras con la cual queramos designar a nuestro amigo Pedro y solamente a él, fallará en el intento, porque siempre habrá una infinidad de individuos posibles que tendrán esas mismas características.

Saludos cordiales.
24/07/22 11:50 PM
  
Néstor
En cuanto negar la posibilidad de una comunión imperfecta con la Iglesia, parece que lleva a identificar la comunión con la Iglesia con la pertenencia visible a la Iglesia propia de los católicos, y eso parece que lleva a las tesis de que fuera de esa comunión visible con la Iglesia no hay salvación posible, tesis que fue condenada por la Iglesia en el caso del P. Feeney, el cual fue llevado por su tesis a negar la existencia del bautismo de deseo, propio de los catecúmenos que mueren antes de recibir el Sacramento, y del bautismo de sangre, propio de los mártires que mueren sin bautizarse sacramentalmente. No parece impropio decir que la comunión en estos dos últimos casos, en los que falta el Bautismo sacramental, es imperfecta.

Saludos cordiales.
25/07/22 12:00 AM
  
Federico Ma.
Muy bueno el ejemplo en el que se manifiesta esa noción imperfecta y contradictoria de la Tradición, que san Juan Pablo II decía estaba en la raíz del acto cismático de Lefebvre. Asimismo parecen aflorar en dicho pasaje algunos de los errores del lefebvrismo denunciados con lucidez por el P. Iraburu. Excelente, entonces, el texto: allí se expresan, por tanto, los errores doctrinales en que incurre ese grupo, conforme enseña la Iglesia. Y así "ayuda" a confirmar a los que, por gracia de Dios, estamos y permanecemos en la Santa Iglesia Católica, en plena comunión, como sus miembros, cum Petro et sub Petro.

Claro que en la genuina noción de Tradición el crecimiento sólo es en la comprensión, como decía san Juan Pablo II.

Así tenemos, desgraciadamente, dos pájaros que se han dado ellos mismo un tiro..., pues tanto modernistas como lefebvrianos son infieles a la Tradición.
25/07/22 1:07 AM
  
Néstor
Cierto, deslumbrado por la explícita referencia a los males de la "Nueva Teología", tan poco frecuente, no tuve en cuenta lo que Federico apunta con toda corrección: que el deseo natural del fin sobrenatural es afirmado por Santo Tomás de Aquino, y que obviamente la potencia obediencial es natural, no sobrenatural, porque la gratuidad de la gracia, en su caso, no se salva por el hecho de que esa potencia sea sobrenatural, que no lo es, sino por el hecho de que es obediencial y puramente pasiva, es decir, es la mera aptitud que tiene la creatura racional por la que simplemente no es contradictorio que sea elevada por Dios al orden sobrenatural.

Y el deseo del fin sobrenatural en Santo Tomás no es que no sea natural, que lo es, sino que no es innato, sino elícito, es decir, dependiente del conocimiento, porque como dice el Santo Doctor, surge tras el conocimiento filosófico de que existe una Causa Primera, lo que lleva a querer conocer su naturaleza, cosa que en los hechos sólo puede hacerse por la visión beatífica.

El error de De Lubac no está en afirmar el carácter natural de la potencia obediencial y el deseo de ver a Dios en la creatura racional, sino en hacer de ese deseo un deseo innato, independiente del conocimiento de que existe una Causa Primera, y por tanto, absoluto, una tendencia de la naturaleza racional misma sin cuya satisfacción esa naturaleza racional no puede alcanzar finalidad última alguna.

Eso es un error, porque lleva a la naturalización de lo sobrenatural, ya que aquello sin lo cual una naturaleza cualquiera no tiene sentido ni finalidad, y que ella exige absolutamente, es para ella natural.

Por eso De Lubac es enemigo acérrimo de la hipótesis de la posibilidad de la "naturaleza pura", sostenida por la escolástica, y consistente en decir que Dios podía haber creado al hombre y al ángel sin ordenarlos a ningún fin sobrenatural, cosa que fue reafirmada por Pio XII en su Encíclica "Humani Generis" sobre los errores de la Nueva Teología.

Y por eso no es de extrañar, finalmente, la transición del "sobrenaturalismo" de De Lubac al naturalismo de la Teología de la Liberación, como en su momento lo señaló también Sayés en su libro "La gracia de Cristo".

En cuanto a Cayetano, tuvo el acierto de subrayar, contra lo que luego vino a plantear De Lubac, la gratuidad de lo sobrenatural y la posibilidad del estado de "naturaleza pura", pero llevó su tesis hasta el extremo de negar un verdadero deseo natural del fin sobrenatural en el hombre viador, contra lo que claramente afirma Santo Tomás.

Para Cayetano, por lo que tengo entendido, ese deseo del fin sobrenatural sólo es posible en el hombre luego de la fe y el Bautismo, con lo cual claramente no es un deseo natural.

Saludos cordiales.
25/07/22 2:14 AM
  
Urbel
Aunque Juan Pablo II pretenda apoyarse en el progreso en el conocimiento y exposición de la Tradición, no lo hace citando las palabras del Commonitorium recordadas por el Concilio Vaticano I (Dei Filius) y por San Pío X (Juramento contra los errores del modernismo): “solamente en su propio género, es decir, en el mismo dogma, en el mismo sentido, en la misma sentencia”. Lo hace acogiendo una nueva expresión: la Tradición viva.

¿De dónde viene esta nueva expresión? De Maurice Blondel, considerado por muchos como el filósofo del Vaticano II, quien redefinió la verdad como la conformidad con la vida o la acción. Y de teólogos como Alfred Loisy, del primer modernismo, y el jesuita Henri de Lubac, del segundo, no por nada elevado al cardenalato por Juan Pablo II.

Cierto que la Tradición es viva en el sentido activo de transmisión del depósito de la fe a lo largo de los siglos.

Pero no en el sentido pasivo del depósito transmitido, salvo lo ya indicado respecto del progreso homogéneo (“solamente en su propio género, es decir, en el mismo dogma, en el mismo sentido, en la misma sentencia") en su conocimiento y exposición.
25/07/22 8:23 AM
  
Urbel
Otra reflexión certera sobre la Tradición viva (todavía no con ese nombre) o "en acto continuo" en el Vaticano II:

“Si el Concilio sostiene que la Revelación no se da por doctrina sino por presencia, evidentemente va a entender de otra manera la transmisión de la Revelación a las demás generaciones de cristianos que no convivieron con Nuestro Señor, es decir, la Tradición. La Tradición no será, entonces, transmisión de doctrina, sino prolongación del Sacramento que hace presente el Misterio de Dios. Después de la muerte y resurrección de Cristo, el sacramento sensible pasa a ser desde entonces la Iglesia, en su persona, palabras y obras. La Iglesia es sacramento de Cristo y Cristo es sacramento de Dios. Dios es misterio oculto y revelado en Cristo, y desde la resurrección, Cristo es misterio oculto y revelado en la Iglesia. […] Evidentemente, la Tradición así entendida casi se confunde con la Revelación, es la Revelación en acto continuo.

[…] El capítulo II de Dei Verbum, que trata de la “Transmisión de la Revelación divina”, no dice las cosas tan claramente como aquí nosotros. Pero léaselo con un pensamiento tradicional y se encuentran muchas expresiones extrañas; léase luego a la luz de estas indicaciones y todo se vuelve claro:

“Dios, que habló en otro tiempo, habla sin intermisión [revelación continua] con la Esposa de su amado Hijo; y el Espíritu Santo, por quien la voz del Evangelio resuena viva en la Iglesia, y por ella en el mundo, va induciendo a los creyentes en la verdad entera, y hace que la palabra de Cristo habite en ellos [presencia] abundantemente” (n. 8)” .

(Álvaro Calderón, "Prometeo, la religión del hombre", ed. Fundación San Pío X, Buenos Ares, 2011, pp. 287 y 288)
25/07/22 9:14 AM
  
César Félix Sánchez Martínez
Queridos Néstor, Federico Ma, Urbel, Sr. Moncada, Alguno, Curro, JC, Cristian y a todos los demás comentaristas:
Les agradezco mucho por los interesantísimos comentarios y la amable y cariñosa recepción de esta entrevista. Particularmente agradezco las observaciones respecto a algunos errores y confusiones.
Por ejemplo: Digo en la entrevista: "El carácter de este deseo había sido interpretado por la escolástica tradicional como nacido de una potentia obedientialis infundida sobrenaturalmente por Dios para la recepción de lo sobrenatural", cosa que no es así, porque obviamente la potencia obediencial (según Tomás, Cayetano, Garrigou-Lagrange...) es natural, ¡no podría ser de otra forma! Pretendía decir: "El carácter de este deseo había sido interpretado por la escolástica tradicional como nacido de una potencia obedientialis para la recepción de lo sobrenatural, DE LA GRACIA infundida sobrenaturalmente por Dios". Pero se me confundió el texto y salió así. No quisiera atribuirle la responsabilidad de este dislate a alguna "potestad" maligna de esas que están en los aires e irrumpen en las labores informáticas y digitales...fue el cansancio probablemente.
Acá estábamos concluyendo el semestre y abusé de la generosidad de mi amigo don Javier Navascués, que me había pedido la entrevista hace meses, demorando yo por mucho tiempo la entrega, así que, apenas tuve tiempo, la mandé como salió sin darle una revisión más concienzuda. Les pido disculpas. Por otro lado, la referencia que hago a las tendencias naturales y las tendencias sobrenaturales a Dios según Garrigou-Lagrange (capítulo V de la parte II del "Realismo del principio de finalidad", particularmente las interesantes notas 7 y 8) puede llevar a a confusión así que he decidido suprimirla. La semana pasada envié una corrección de estos puntos, que será publicada en las próximas horas si no lo ha sido ya.
Finalmente, otro gazapo menor (y del que me he dado cuenta recién hoy) fue poner como fecha de publicación del libro "Teología de la Liberación" del padre Gutiérrez 1974, cuando fue 1971 (precisamente el año pasado se cumplieron 50 años de este acontecimiento y fue celebrado con bombos y platillos en el Perú, especialmente, en la PUCP de Lima).
Muchas gracias.
25/07/22 6:07 PM
  
César Félix Sánchez Martínez
Respecto de la interesante consulta formativa del Sr. Moncada, creo que convendrá responderla en una entrevista aparte, porque da para mucho, teniendo en consideración los grandes cambios que han ocurrido en la educación básica en los últimos sesenta años. ¿Cómo enseñar o aprender filosofía aristotélica en esta época? Y, más aún, ¿cómo enseñar la teología escolástica tradicional? Especialmente ahora y aquí, donde, por mencionar el caso de mi país y de mi experiencia más inmediata como profesor de seminario, tenemos jóvenes que han pasado de las formas ágrafas de reflexión a la cultura visual del internet saltándose la galaxia Gutenberg, la cultura del libro. Por otro lado, existe el caso de laicos todavía formados en una tradición letrada pero que por la urgencia del colapso de la doctrina y la heterodoxia generalizada necesitan una preparación rápida urgente contra errores tan sutiles como la Nouvelle Theologie, mucho menos burdos que, no sé, el adventismo, para el cual bastan unas cuantas refutaciones presentes en línea. Así que le ruego un poco de paciencia. Creo que será una ocasión para una interesante conversación entre todos nosotros.

Finalmente, ha surgido otro tema fascinante, como es el del llamado catolicismo tradicional. Da para varias entrevistas y reflexiones. Solo diré ahora, parafraseando a un Sumo Pontífice sobre otro tema mucho menos importante: "Si son sinceros y buscan a Dios, ¿quién soy yo para juzgar?".
25/07/22 6:20 PM
  
Federico Ma.
Muy buena explicación, Néstor. Gracias.

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"…hace que la palabra de Cristo habite en ellos [presencia] abundantemente".

Es la SE la que dice: "Verbum Christi habitet in vobis abundanter..." (Col 3, 16). (Vg y NVg).

Y esta cita del Apóstol está en el mismo texto del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II que citó, por cierto: podría haberla referido...

"Tradición viva":

"Ecclesia nempe Dei mandatu Sacrarum Scripturam interpres et custos, in se viventis Sacrae Traditionis depositaria..." (Pío XII, Alocución del 17 de octubre de 1953).

La expresión de "Tradición viva" está asimismo en M. Pérez de Ayala y en D. Báñez, teólogos católicos del siglos XVI. ¿Ellos también la tomaron de M. Blondel?
25/07/22 8:39 PM
  
Federico Ma.
Estimado César:

Gracias a Ud.

Respecto de su aclaración:
"Pretendía decir: "El carácter de este deseo había sido interpretado por la escolástica tradicional como nacido de una potencia obedientialis para la recepción de lo sobrenatural, DE LA GRACIA infundida sobrenaturalmente por Dios"".
No sé si ahora omitió quitar la frase "de una potencia obedientialis para la recepción de lo sobrenatural", de modo que hubiera quedado: "nacido DE LA GRACIA...".
En todo caso:
1. El deseo natural de ver a Dios no nace de la potencia obediencial, toda vez que la misma es pasiva, receptiva; no puede por ello "producir" un deseo. (Sostenerlo parecería estar en la línea de Suárez).
2. Tampoco nace de la gracia sobrenatural, toda vez que se trata de un deseo natural. Por eso la lectura de Cayetano aquí no se sostiene, no es fiel a santo Tomás (Garrigou-Lagrange dice que Cayetano reacciona por demás contra Escoto).
3. De allí que "la mayoría de los tomistas (Juan de santo Tomás, Gonet, Salmanticenses, Gotti, Billuart, etc.) admiten que el hombre naturalmente desea con un deseo no innato sino elícito, condicional e ineficaz, ver la esencia de Dios en cuanto autor de la naturaleza" (Garrigou-Lagrange). De modo que aquí no parece que "entre en juego" la potencia obediencial.

Respecto del "no juzgar":
De lo que se trata, precisamente, es de juzgar en el plano objetivo. Así como se ha de juzgar que la homosexualidad es algo en sí mismo desordenado (lo digo por el contexto de la frase de Francisco que citó), así como Ud. juzgó, y muy bien por cierto, sobre el error objetivo de la "Nouvelle Théologie", así se ha de juzgar respecto del lefebvrismo, objetivamente, distinguiéndolo del catolicismo tradicional (que todo catolicismo lo es), toda vez que el mismo (el lefebvrismo) es un movimiento cismático (cf. Pontificio Consejo para la interpretación de los Textos Legislativos, "Sobre la excomunión por cisma en que incurren los adherentes al movimiento del obispo Marcel Lefebvre" (24 de agosto de 1996)).

Gracias nuevamente.
25/07/22 8:55 PM
  
César Félix Sánchez Martínez
Querido Federico Ma:
Le agradezco mucho por su clarísima explicación, como siempre. Tiene Vd. nuevamente la razón. "Nacido" no es un verbo que corresponda en este punto. ¿Qué reformulación me sugeriría en este punto, para ponerla, sin que sea demasiado específica o detallada, como correspondería al formato de esta entrevista divulgativa desde la perspectiva de lo que podríamos llamar una "historia de la cultura católica contemporánea"? Por otro lado, creo que tengo una gran debilidad por Cayetano, un "soft spot". (Seguramente el venerable padre Garrigou-Lagrange diría que sobre-reacciono contra la Nouvelle Théologie).
Sobre el tema de la FSSPX he encontrado que hay mucha confusión a la hora de denominarlos, clasificarlos o etiquetarlos. Entre los miembros de la congregación (sacerdotes, hermanos y terciarios) a los que se podría llamar propiamente "lefebvrianos" o "lefebvristas" (como los eudistas o los ignacianos) y los simples fieles que asisten a sus misas. A veces se dice que solo los obispos habrían incurrido en el delito, a veces otros llegan a decir que todos los fieles que reciben los sacramentos son cismáticos Por otro lado, si entendemos por cisma la separación de la Iglesia (como en el caso, por ejemplo, del cisma griego), me cuesta comprender cómo el Papa puede otorgar jurisdicción para confesar en todo el universo o autorizar que los Obispos deleguen facultades matrimoniales a clérigos que están fuera de la Iglesia (si fueran cismáticos, claro está). Por eso no me atrevería a juzgarlos como separados o cismáticos. Estoy revisando ahora también el texto que Vd. referenció. Por otro lado, ¿toda desobediencia es un cisma? ¿Qué hace que una desobediencia o un conjunto de desobediencias constituyan un cisma? ¿Cuál sería el constitutivo formal de un cisma, por así decirlo? Le agradezco de antemano por sus respuestas y por la sugerencia mencionada en la primera parte de mi comentario. Muchísimas gracias.
25/07/22 10:51 PM
  
Urbel
Cierto que la Tradición es viva en el sentido activo de transmisión del depósito de la fe a lo largo de los siglos, y en ese sentido activo lo afirma Pío XII en el texto citado.

Respecto de Báñez y Pérez de Ayala, habrá que estar a lo que resulte de los textos que no se han transcrito.

Pero la Tradición viva en el sentido pasivo del depósito transmitido es la evolución sustancial, no homogénea, de la doctrina católica: la que conduce desde Dignitatis humanae hasta Amoris laetitia, por el momento ... y más lejos cada vez.
26/07/22 12:14 AM
  
Feri del Carpio Marek
Muy interesante entrevista. Mientras más pasa el tiempo, más me acerco al filolefevbrismo.

Tal vez salvo algunos personajes caricaturezcos, antisemitas reinvindicadores de Hitler y que recuerdan al jansenismo en algunos aspectos, en general pienso que lo mejor del catolicismo, en cuanto a la doctrina y liturgia en la Iglesia de rito latino, se encuentra en los grupos tradicionales, incluyendo lefevbristas.
26/07/22 12:50 AM
  
Cristián Yáñez Durán
Es el concepto novedoso y conciliar de "plena comunión" el que da pie a la noción de una Iglesia neumática. Esto mismo está otorgado por el muy ambigüo "subsistit" y los múltiples actos externos de los pontífices posconciliares para con "hermanos separados", judíos, musulmanes y paganos, que tanto escándalo han provocado.
Y no es imaginación mía. Todos los sacerdotes no FSSPX que he conocido, excepto los OSE, me han indicado explícitamente que la Iglesia de Cristo no se limita a la Católica, sino que ésta es sólo la más perfecta.
26/07/22 2:55 AM
  
Cristián Yáñez Durán
Y más confusión respecto de la noción posconciliar de Iglesia que favorece la tesis neumática:
1) Hasta el CVII todos los papas identifican Iglesia y Reino de Dios:
- ..."El primer campo es el Reino de Dios sobre la tierra, es decir, la Iglesia verdadera de Jesucristo" (León XIII, "Humanum Genus").
- ..."La Iglesia Católica, que es el Reino de Cristo en la tierra..." (Pío XI, "Quas Primas").

2) Post concilio y dicho por el más "ortodoxo" de los neoteólogos:
"Afirmar la relación indivisible entre la Iglesia y el Reino no implica olvidar que el Reino de Dios, aún considerado en su fase histórica, no se identifica con la Iglesia en su realidad visible y social"... (Congregación para la Doctrina de la Fe, Declaración "Dominus Iesus" (6.AGO.2000)

Uno de los mayores problemas de los neoteólogos, es su indigencia escolástica, como reconoció tenerla el mismo Cardenal Ratzinger. El carecer de una forma mentis ordenada, es insignificante tratándose de nosotros simples fieles, pero en quien conduce es una enorme irresponsabilidad. Evidencia de esto son las extensas discusiones y debates entre católicos sinceros, en este mismo portal, alimentadas por la ambigüedad, equivocidad y abundante fatuidad, deliberadas o no, del CVII y los pastores de mentalidad moderna.
26/07/22 3:54 AM
  
Federico Ma.
En cuanto a la cuestión del cisma y lo que hace a la FSSPX al respecto, aquí se dice algo (fuente: iuscanonicum.org):

"El cisma es el rechazo de la sujeción al Sumo Pontífice o de la comunión con los miembros de la Iglesia a él sometidos. El que incurre en cisma no niega ninguna verdad de fe, pero rompe el vínculo que le une al Romano Pontífice y a los demás miembros de la Iglesia. Rompe uno de los tria vincula que nos une a los católicos, el vinculum regendi, al declararse no sometido a la autoridad del Papa. No incurre en cisma quien desobedece al Santo Padre. Este hecho, aunque puede ser muy grave, en sí no constituye un cisma. Lo que es esencial al cisma es negar al Papa su autoridad sobre la Iglesia.

Como dijo el Pontificio Consejo para la Interpretación de los Textos Legislativos en la Nota Explicativa de 24 de agosto de 1996 sobre la excomunión en que incurren los seguidores de Lefebvre en su n. 5, el cisma (y la consecuente excomunión) afecta a aquellos que se adhieren formalmente a un movimiento cismático. Aunque sobre la cuestión del alcance exacto de la noción de ‘adhesión formal al cisma’ sería competente la Congregación para la Doctrina de la Fe, parece que tal adhesión debe implicar dos elementos complementarios:

a) uno de naturaleza interna, que consiste en participar libre y conscientemente en la sustancia del cisma, esto es, en el optar por los seguidores de Lefebvre en tal modo que se ponga tal opción por encima de la obediencia al Papa;

b) otro elemento de índole externa, consistente en la exteriorización de esta opción, cuyo signo más manifiesto sería la participación exclusiva en los actos lefebrianos, sin tomar parte en los actos de la Iglesia Católica. Se trataría, sin embargo, de un signo no unívoco, puesto que existe la posibilidad de que algún fiel tome parte en las funciones litúrgicas de los seguidores de Lefebvre sin participar en su espíritu cismático.

Naturalmente estas indicaciones se deberán aplicar en movimientos cismáticos análogos".
26/07/22 4:06 AM
  
Federico Ma.
Nuevamente, gracias a Ud., César.

Me parece que la "reformulación" iría un poco de acuerdo a lo que dijimos. El deseo de ver a Dios es natural: eso dice el Angélico. La cuestión está en cómo se entiende: si es innato debe ser eficaz: ese es el problema de Escoto y de de Lubac. De modo que no puede ser innato, sino que debe ser elícito. Pero también hay deseos elícitos eficaces. Ergo, debe ser, además, ineficaz, es decir, condicional. Eso (y entiendo que sólo eso) salva la sobrenaturalidad del orden sobrenatural. Esto es la verdad, esto es lo que dice santo Tomás. Entiendo, entonces, que estas son las aclaraciones que hay que hacer. Y entiendo, además, que no hay que involucrar a la potencia obediencial en ese deseo.

Entonces...: la frase en cuestión dice:

"El carácter de este deseo había sido interpretado por la escolástica tradicional [como nacido de una potentia obedientialis infundida sobrenaturalmente por Dios para la recepción de lo sobrenatural]. De esta manera se salva el carácter gratuito de la gracia" (y de todo el orden sobrenatural: porque la exigencia de la gracia vendría por la exigencia del fin sobrenatural).

En lugar de lo que está entre corchetes, entiendo que correspondería decir: "como un deseo natural no innato sino elícito, condicional e ineficaz, de ver la esencia de Dios en cuanto autor de la naturaleza". Et reliqua.

Sigue:

"De otro modo, se podría entender que si este deseo era un apetito natural [agregaría: innato], como desideria naturae nequit esse inane, es decir, un apetito natural (innato, en cuanto eficaz, se entiende, porque el en verdad el deseo es natural, pero elícito e ineficaz, por tanto no basta con "natural" a secas) no puede ser vano porque atentaría contra el principio de la rectitud de la naturaleza, estaría el contemplar a Dios (circunstancia plenamente sobrenatural: aquí quitaría lo de "plenamente", porque el objeto del deseo es Dios en cuanto autor de la naturaleza, no en cuanto autor de la gracia: por eso es "materialmente" sobrenatural, dicen los Salmanticenses y Garrigou, no "formalmente" (y en eso difiere de los hábitos infusos, por ejemplo) como exigido por nuestra propia naturaleza".

Las conclusiones son las mismas. Claro que son cuestiones difíciles y complicadas para presentarlas de modo "divulgativo" (nada menos que el gran Cayetano no lo entendió bien, como ya lo notó el Ferrariense y luego los grandes tomistas). Pero al menos así no parece que haya nada incorrecto ni impreciso, conforme a la mente de la escuela y del gran santo Tomás. En fin: en De Deo Uno, al comentar la q. 12, Garrigou-Lagrange da una buena explicación (y crítica de las distintas posiciones erróneas): pp. 259-264.

P. S. Y tampoco vendría mal añadir "innato" en dos lugares más (aunque quizá se infiere del contexto):

"...sino de un apetito natural INNATO, eso es previo a todo conocimiento, como, por ejemplo, el hambre. Por el solo hecho de tener hambre sabemos que corresponde a la naturaleza humana el encontrar alimento, sabemos que corresponde a la naturaleza humana comer. Pero si la visión de la substancia divina es un apetito natural INNATO, entonces nuestra naturaleza exige este objeto...".

Esto hasta donde logro ver, en cuanto el cansancio de estas horas me lo permite.

In Domino.
26/07/22 4:50 AM
  
Urbel
Muy interesante el texto de iuscanonicum.org sobre la noción de cisma, quienquiera que sea su autor, como ya observé en un debate anterior.

La desobediencia al Papa, por grave que pueda ser (y esa es otra cuestión peliaguda, la de la obediencia y sus límites), no constituye de suyo un cisma.

Me recuerda a un magnífico artículo sobre el caso del arzobispo Marcel Lefebvre y los miembros y fieles de su obra que leí hace tiempo y que tenía como título "¿Cuánta desobediencia constituye un cisma?". Y la respuesta del autor: ninguna cantidad o repetición de desobediencias constituye de suyo un cisma.
26/07/22 8:01 AM
  
Cristián Yáñez Durán
El truco del texto del PCITL, es la falsa distinción entre actos "lefebrianos" y "actos de la Iglesia Católica".
Hay una petición de principio: que existen "actos lefebrianos" y que no son católicos. Pero no se argumenta por qué no serían católicos.

Lo anterior, además de la falacia ya indicada por Urbel, de identificar desobediencia con cisma.
Y no hablemos ya de los límites de la obediencia.
26/07/22 2:12 PM
  
Feri del Carpio Marek
Con respecto a los lefebvristas, pienso que, más que el "quien soy yo para juzgar" de alguien poco digno de citar, se le aplica más bien la cira de san Agustín, que dice más o menos: "hay muchos que pareciendo estar dentro de la Iglesia están fuera, y muchos otros que pareciendo estar fuera están dentro de la Iglesia".
26/07/22 2:16 PM
  
César Félix Sánchez Martínez
Querido Federico: Muchísimas gracias por la respuesta y por darte un tiempo para echarnos una mano. Ya envié los cambios. ¡Un gran abrazo!
26/07/22 5:52 PM
  
Federico Ma.
Deo gratias!
29/07/22 1:35 AM
  
Tenorino
En Argentina, el prior de los dominicos está enamorado de Congar, lo cita innumerables veces durante homilías y discursos universitarios
14/03/24 3:47 PM

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