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29.08.23

José Antonio Ureta analiza El proceso sinodal: Una caja de Pandora, escrito junto a Julio Loredo de Izcue

* Foto tomada por Edward Pentin durante el Sínodo de la Amazonía.

José Antonio Ureta. Español, nacido en Chile, con estudios incompletos de Derecho en la Pontificia Universidad Católica de Santiago, militante de la TFP en varios países (Chile, Brasil, Canadá, África del Sur y Francia), presidente de la asociación francesa Avenir de la Culture, columnista de la revista Catolicismo (Brasil), animador de programas radiales semanales y de un canal de YouTube de la iniciativa “Credo Chile” y autor de El cambio de paradigma del Papa Francisco: ¿Continuidad o ruptura en la misión de la Iglesia?

Ha escrito, junto con Julio Loredo de Izcue, el libro El proceso sinodal: Una caja de Pandora. Un libro cuyo prefacio ha sido escrito por S. E. el cardenal Raymond Leo Burke. En esta entrevista analiza algunos de los aspectos fundamentales del libro. [ES] El proceso sinodal - Una caja de Pandora.pdf (synod2023.info)

¿Qué es un sínodo y qué importancia tiene en la Iglesia?

Durante varios siglos, el término “sínodo” ha designado las reuniones del clero de una diócesis para tratar asuntos eclesiales relacionados con el bien espiritual de la comunidad diocesana (Código de Derecho Canónico 1917, c. 356; Código de 1983, c. 460). También designaba las reuniones de los obispos de una región o de un país, que en el código actual son llamadas Concilios particulares (c. 439-446), para diferenciarlas de los concilios ecuménicos que reúnen los obispos del mundo entero.

Esas reuniones eran tradicionalmente esporádicas. Pero, el Papa Paulo VI introdujo después del Concilio Vaticano II una novedad: con el motu proprio Apostolica Sollicitudo, estableció el Sínodo de Obispos como un órgano eclesiástico central (aunque externo a la Curia romana), representativo de todo el episcopado católico y de carácter permanente, pero cuya función se ejerce de manera ocasional (en general, las asambleas ordinarias son cada tres o cuatro años).

Otra novedad consistió en que Paulo VI amplió los objetivos de esas reuniones episcopales de carácter consultivo. Hasta entonces, los objetivos de los sínodos diocesanos o regionales eran apenas pastorales y disciplinarios, por lo que las cuestiones de fe y las cuestiones disciplinarias que sobrepasaban el nivel diocesano o regional estaban fuera de su competencia. Pero, Apostolica sollicitudo incluyó como uno de los objetivos del Sínodo de los Obispos “facilitar la concordia de opiniones, por lo menos en cuanto a los puntos fundamentales de la doctrina y en cuanto a al modo de proceder en la vida de la Iglesia”.

La importancia de los sínodos se desprende de lo dicho por el gran canonista y posteriormente papa Benedicto XIV, en su obra magistral De Synodo diocesana, quien resume en estas sencillas palabras sus objetivos: depravata corrigantur; ignorantes instruantur; regulae morum formentur; sínodo provincial decreta publicentur, es decir, “corregir los abusos, educar a los ignorantes, promover las buenas costumbres y poner en práctica las decisiones de los concilios generales o provinciales”.

¿Por qué este trata precisamente sobre la sinodalidad?

Porque el papa Francisco, por medio de la Constitución Apostólica Episcopalis communio, alteró el Sínodo de los Obispos para involucrar a todos los fieles, articulándolo en tres etapas: una fase de consultación al Pueblo de Dios; una fase celebrativa, o sea la reunión de los obispos en asamblea; y una fase de implementación, en la que las conclusiones de la Asamblea, aprobadas por el Papa, deben ser acogidas por toda la Iglesia. Se trata, según el Pontífice, de “caminar juntos, laicos, pastores, Obispo de Roma”, superando el “clericalismo” y la imagen de una Iglesia “rígidamente dividida entre dirigentes y subalternos, entre los que enseñan y los que tienen que aprender”.

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