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2.06.23

Cynthia García Egea dejó un gran puesto de trabajo en el banco para dedicarse a la evangelización

Cynthia García Egea. Nacida en Cartagena. Licenciada en Ciencias Económicas y Empresariales. Máster en Gestión Bancaria. Máster en Formación del Profesorado de Educación Secundaria Obligatoria y Bachillerato, Formación Profesional y Enseñanzas de Idiomas. Máster en Ciencias del Matrimonio y Familia por el Pontificio Instituto Juan Pablo II para el Matrimonio y la Familia. Ha trabajado veinte años en banca y desde el año 2016 se encuentra al servicio de la Nueva Evangelización. Es conocida por su apostolado en redes sociales y por su labor como voluntaria en Radio María España, donde dirige el programa mensual: Amaos.

Autora de la novela testimonial: “El Escultor de almas” que va ya por su tercera edición. Una novela única que saca a la luz evidencias eucarísticas reales y recientes nunca dadas a conocer hasta ahora. La historia comienza en la ciudad de Murcia. Una joven adoradora, asidua a la Capilla de la Adoración Eucarística Perpetua, se siente seducida por los testimonios que diversos adoradores han dejado allí sin que nadie les preste atención. Comienza un viaje de búsqueda que la conduce más allá de nuestras fronteras, a Polonia. Irá descubriendo importantes hechos que aumentan en intensidad conforme avanza la novela. Incluye el propio testimonio de la autora. Una novela que emprende el más ambicioso de los viajes posibles: el viaje hacia el encuentro con Dios.

Desde el año 2021 ha coordinado el Ciclo “Literatura y Fe” de la Semana Internacional de las Letras de la Región de Murcia.

¿Cómo fue naciendo en su corazón su deseo de conversión?

Mi deseo auténtico de conversión está plenamente relacionado con la Eucaristía. Si la Eucaristía no hubiese existido, creo que ninguna idea, por muy buena que fuera, por sí sola, hubiese bastado para transformarme. Mi deseo de Comulgar a Jesús Eucaristía y ahora, mi relación con Él, es el motor de un cambio profundo. Me sorprende cada día.

Le iba muy bien en el mundo, pero el trabajo le agobiaba, nada le llenaba del todo… Buscaba una respuesta transcendente a todos esos profundos anhelos, pero no sabía dónde. ¿Cómo fue buscando hacer la voluntad de Dios?

El trabajo nunca me ha agobiado como tal; creo me acompañan muchos años de estudio y trabajo exigente con buenos resultados. Lo que se produjo en mí fue un cambio de enfoque. Tras mi encuentro con Jesús, mi deseo era pasar más tiempo con Él, conocerle cada día más, y servirle. A Él, no al dinero.

Y, en efecto, desde una mirada mundana me iba bastante bien. Era feliz con las pequeñas cosas; una cría muy sonriente. Muy curiosa en el saber, tenía metas personales y luchaba por lo que quería. Además, si no de una manera, de otra, normalmente lo conseguía. Era resiliente, y también de las situaciones adversas buscaba el sentido, la oportunidad. Ahora sé que esas fuerzas no eran solo mías. Cuando miro hacia atrás, compruebo que Dios siempre estuvo ahí. Y lo sé por muchos detalles que proceden de Él, como por ejemplo: mi capacidad para perdonar, levantarme y mirar siempre con esperanza. Tengo un recuerdo especial. Un día me encontraba en una idílica isla balear; el atardecer era de ensueño, la compañía perfecta, gozaba de buena salud, y muchos logros conseguidos. Miraba alrededor y ¡no me podía creer que fuese posible tanta felicidad! ¡No me faltaba nada!

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1.06.23

Francisco J. Carballo analiza a fondo su libro Las exigencias de la Doctrina Social de la Iglesia

Francisco J. Carballo (Madrid, 1967) Doctor en CC. Políticas. Licenciado en CC. Políticas y Sociología, y en CC. Religiosas. Máster en Doctrina Social de la Iglesia.

¿Por qué los imperativos morales desprendidos de las enseñanzas sociales de la Iglesia no obligan solo en el ámbito privado, sino también en la dimensión pública?

La vida social es una dimensión natural en el ser humano. Nacemos en el seno de una familia, en el trato con los demás nos perfeccionamos, en el amor al prójimo el ser humano satisface una necesidad de su corazón, creado para el amor de Dios y de todo lo que Dios ama; mi propia salvación eterna de alguna manera depende de los demás y la salvación eterna de los demás de alguna manera depende de mí en virtud del misterio del Cuerpo Místico de Cristo y de la Comunión de los Santos; por el mandamiento del amor a Dios pero también al prójimo, el ser humano será juzgado digno de vivir la vida de Dios toda la eternidad…

La vida social no es, por lo tanto, una realidad artificial, sino un rasgo de la naturaleza humana, creada a imagen y semejanza de Dios, que también vive en familia trinitaria.

La vida social está pensada para el bien del hombre («no es bueno que el hombre esté solo», Gen. 2, 18). Pero el pecado original, que ha dejado herida la naturaleza humana, justifica la existencia de una autoridad civil que gobierne la vida en común para proteger la dignidad de la persona frente al mal, el error y la injusticia. La vida pública tiene instrumentos eficaces para hacer el bien, pero esos instrumentos también podrían arruinar la vida de un pueblo.

La enseñanza social de la Iglesia señala precisamente que el fin de la comunidad política es la salvaguarda del bien común, esto es, el conjunto de condiciones sociales que contribuyen al perfeccionamiento de personas e instituciones naturales. Este perfeccionamiento tiene un sentido unívoco, de acuerdo con una recta concepción de la persona (cf. JUAN PABLO, Evangelium vitae, 101), dentro del orden moral (cf. CONCILIO VATICANO II, Gaudium et spes, 74), buscando la justicia (cf. BENEDICTO XVI, Deus caritas est, 28), y con el fin último puesto en la salvación de las almas (cf. Juan XXIII, Pacem in Terris, 59).

Por eso el Concilio, reafirmando la doctrina tradicional de la Iglesia, señala que el Estado tiene la misión de proteger la atmósfera moral de la sociedad al tiempo que estimular la vida religiosa (cf. CONCILIO VATICANO II, Inter Mirifica, 12).

Nos enseña santo Tomás que el hombre tiene deberes hacia Dios, hacia el prójimo y hacia uno mismo. Entre los deberes hacia el prójimo, está lo que algunos han llamado la caridad política. El fiel cristiano, que ama al Señor y ama a todos los hombres por quienes el Señor ha muerto y resucitado, tiene un deber de caridad hacia el prójimo trabajando para sustituir las «estructuras de pecado» (JUAN PABLO II, Sollicitudo rei socialis, 36), que atentan contra la dignidad humana y ponen en peligro su destino eterno, por la «civilización del amor», que tanto reivindicaba san Pablo VI.

¿Por qué el divorcio entre la fe y la vida diaria es uno de los más graves errores de nuestra época?

La fe separada de la vida sería tanto como proponer una fe sin obras, una fe que no tiene consecuencias visibles o prácticas en la vida del hombre. Aparte de la grave advertencia del Señor hacia al árbol que no da frutos (cf. Mt. 7, 19-23), también pide el Señor que el don de la luz sea utilizado para alumbrar a quienes no ven. «Si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán?» (Mt. 5, 13-18).

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