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29.11.21

Javier de Miguel analiza los aspectos esenciales del libro De Lamennais a Maritain del P. Julio Meinvielle

Javier de Miguel Marqués (1984) es Licenciado en Administración de Empresas, Graduado y doctorando en Derecho y Máster en Asesoría fiscal. Casado y padre de cuatro hijos, a su carrera profesional como asesor fiscal une una década de estudios privados sobre la Doctrina Social de la Iglesia. También acostumbra al estudio asiduo de las infiltraciones de la filosofía moderna en otros campos distintos de la economía, como la Teología, el Derecho, la política y la pedagogía. En el ámbito editorial, es articulista colaborador en medios como Verbo, Periódico La Esperanza, Empenta y Marchando Religión. Asimismo, en su canal de Youtube aglutina vídeos explicativos de determinados aspectos de moral social cristiana. En esta entrevista analiza el libro De Lamennais a Maritain del P. Julio Meinvielle.

¿Cuál es el doble progreso de la humanidad y el doble cristianismo del que habla el libro?

Lamennais es el prototipo de liberal católico; Maritain va más allá, pues al contrario de lo que se cree habitualmente, es, ante todo, un progresista, y no precisamente moderado. El gran drama de las teorías de estos dos autores es que pretenden un cristianismo puramente naturalista, dando carpetazo a la bíblica y tradicional dicotomía Iglesia-mundo, entendiendo este último, no como el simple contexto secular en que se desarrolla la historia sostenida por la Providencia, sino como el mundo caído y corrompido por el pecado. Por eso, como dice el propio Maritain, “No es sobre el cristianismo como credo religioso y camino hacia la vida eterna la cuestión que aquí se plantea, sino sobre el cristianismo como fermento de la vida social y política de los pueblos y como portador de la esperanza temporal de los hombres”, “energía histórica accionando en el mundo”, al servicio de la evolución de los pueblos”.

¿Cuál sería la fe básica común naturalista?

Maritain tuvo un peso no despreciable en la redacción de la Declaración de Derechos Humanos de 1948. Por supuesto, en su “cristiandad” naturalista, la libertad de conciencia es un derecho básico e inviolable. Lo mismo con las libertades lamennaisianas, que son las libertades liberales condenadas por la Iglesia: de religión, prensa y palabra.

Por otro lado, Maritain abraza un falso providencialismo, cuando defiende que la revolución liberal y anti-cristiana, en cuanto permitida por Dios, ha de proveer necesariamente de bienes mayores fundados precisamente en esa misma revolución. El P. Meinvielle, en otra obra, nos recuerda “que haya una ley divina que permite el mal en vista del mayor bien no se sigue que necesariamente todo progreso del mal que se cumpla en la tierra debe tener también un correspondiente progreso del bien cumplido en la tierra”.

Para Maritain, el Evangelio se pone al servicio de fines meramente naturales, arrancándolo del orden de la Gracia. Es una fe mundana y puramente terrenal, en el progreso del hombre, con el cristianismo naturalizado como motor.

¿Cuál sería por tanto para Maritain la nueva cristiandad, la ciudad natural?

Como el propio Maritain define, es “el nombre profano del ideal de cristiandad”, “un mundo de hombres libres, penetrados en su substancia profana por un cristianismo real y viviente, un mundo donde la inspiración del Evangelio oriente la vida común hacia un humanismo heroico”. Es decir, una ciudad que ignora su estado caído, pues confía en sus propias fuerzas, para dar a luz un ideal que ni siquiera es cristiano. Ya no hablamos siquiera de un mal medio para un buen fin. Tanto los fines (ciudad profana, no cristiana), como los medios (propias fuerzas humanas) están gravemente desviados de la doctrina cristiana.

El Papa Gregorio XVI, reprueba en Mirari Vos “los deseos de aquellos que intentan separar la Iglesia y el Estado y romper la mutua concordia del sacerdocio con el imperio. Consta en verdad, que los amadores de la falsa libertad se estremecieron ante la concordia, que siempre dio magníficos resultados, entre las cosas sagradas y civiles”. Esta reprobación es perfectamente reproducible en el caso de Maritain.

¿Quiénes serían, por tanto, los constructores de la nueva cristiandad?

El P. Meinvielle afirma agudamente que, mientras que “La ciudad cristiana es obra del Estado –entendido latu sensu como autoridad política, no como Estado moderno- y de la Iglesia felizmente concertados”. Pero Maritain concibe una ciudad meramente temporal, que incumbe exclusivamente a los laicos, no desempeñando la Iglesia ningún papel en la misma, y contradiciendo así la afirmación de San Pío X, “No se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la sociedad si la Iglesia nο pone los cimientos y dirige lοs trabajos”. La nueva cristiandad, así, se auto-santifica. La Gracia se convierte en la “energía interna”, es decir, es inmanente y procede del propio hombre.

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