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9.11.21

Juan Miguel Montes analiza con precisión por qué no se condenó el comunismo en el Concilio Vaticano II

Juan Miguel Montes, director del “Ufficio Tradizione Famiglia Proprietà” de Roma, explica por qué no se denunció el comunismo en el Concilio Vaticano II y qué consecuencias tuvo ese silencio.

Durante muchos años se consideró una leyenda el pacto secreto entre el Vaticano y la URSS en el Concilio Vaticano II para no condenar el comunismo. Pero hoy ya casi nadie lo niega. ¿Cómo fue posible algo tan incomprensible?

El pacto se ligaba al compromiso de no condenar el comunismo a cambio del permiso de presenciar el evento conciliar a representantes calificados del Patriarcado de Moscú. A nadie escapaba el hecho de que en ese momento la iglesia ortodoxa rusa estaba profundamente comprometida con el régimen soviético. Hoy puede parecer efectivamente poco comprensible, pero en las grandes maniobras geopolíticas de ese duro período de la guerra fría, este pacto tenía mucho sentido para la URSS que se encontraba en plena expansión territorial y cultural. Dos bloques se disputaban la hegemonía del mundo y la Iglesia Católica tenía una decisiva influencia, mucho mayor que la que tiene actualmente, sobre la opinión pública occidental. Su silencio sobre el comunismo significaría una especie de pasaporte para que éste pudiera continuar la fuerte penetración que llevaba adelante por medio de guerrillas y guerras en el tercer mundo y, especialmente en el primer mundo, en el ámbito de la cultura y de la educación en general.

¿Cómo se originó ese misterioso pacto y a iniciativa de quién se desarrolló?

No sabría quién dijo la primera palabra, pero ambas partes tenían interés en él. Ya he hablado del interés que tenían los soviéticos. Por su parte, en vastos sectores de la Iglesia se había impuesto una mentalidad de optimismo de que la estrategia del diálogo habría encontrado comprensión en el “buen corazón” de sus adversarios, quienes podrían eventualmente corresponder a tanta buena voluntad relajando las medidas represivas contra los creyentes en los países dominados por el comunismo ateo. Eran los años en que se encaminaba la famosa “Ostpolitik vaticana”, cuya figura de proa en los años sucesivos pasó a ser el futuro cardenal Secretario de Estado Agostino Casaroli, y que de acuerdo a otro cardenal, el eslovaco Ján Chryzostom Korec, obtuvo resultados nefastos para la Iglesia. El Cardenal Korec llegó a afirmar que la Iglesia clandestina, que era floreciente en la prueba, fue “vendida” por la Ospolitik vaticana a cambio de “promesas vagas e inciertas de los comunistas”, todo lo cual era resultado del silencio sobre el comunismo de parte del Concilio. Un silencio que Plinio Correa de Oliveira, en su conocida declaración de resistencia a la Ostpolitik vaticana, calificó de “enigmático, desconcertante, asombroso y apocalípticamente trágico”, que por sus consecuencias prácticas haría que el Concilio pasase a la historia como “a-pastoral” por excelencia.

¿Qué consecuencias “a–pastorales” tuvo en la Iglesia dicho silencio conciliar?

Tal vez la más grave fue la difusión de la Teología de la Liberación en sus diversas componentes “teología de la lucha de clases”, “teología del pueblo”, “teología indigenista”, etc. En países hasta entonces masivamente católicos, ésta predicación malsana tuvo dos efectos: secularizar una parte de los fieles, cambiando el mensaje evangélico de salvación por un ideal de luchas meramente políticas y sociales. De otra parte - y aquí hablamos de millones y millones de personas - favorecer la emigración hacia comunidades y sectas protestantes y neo-protestantes que rápidamente substituyeron a la Iglesia Católica romana ofreciendo satisfacción a los anhelos espirituales de esas multitudes. Este último hecho fue categóricamente denunciado en Brasil por el Papa Benedicto XVI. Y pensar que a pesar de esa devastación, hay hoy quien en la Iglesia todavía continúa glorificando la teología de la liberación…

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