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21.01.21

Emilio Boronat muestra las principales influencias que están desvirtuando la Educación clásica y cristiana

Emilio Boronat Márquez es profesor en la Facultad de Humanidades, Educación y Comunicación, de la Universitad Abat Oliba-CEU, de Barcelona. Padre de 4 hijos, miembro de la Asociación Católica de Propagandistas y de Schola Cordis Iesu. Fue director del Colegio Cardenal Spínola, de Barcelona. En esta entrevista nos habla de la importancia de educar a los jóvenes con una cosmovisión católica recta frente a las erróneas concepciones de Dios, del hombre y de la realidad de Rousseau y Kant.

Tradicionalmente se hablaba del corazón como lo más profundo del ser, en sentido bíblico, pero hoy la psicología contemporánea habla mucho de reducir el corazón a los meros sentimientos. ¿Afecta esta tendencia también a la educación y, especialmente, a la educación católica?

Hace ya muchos años que el tema de la degradación de la educación está al orden del día. Los enfoques que se proponen como solución siempre redundan en aspectos, no por ello menos importantes, como los contenidos, la evaluación, la organización del centro o sobre cuestiones de carácter más político y social como la libertad de educación, la elección de centro, los conciertos educativos. Ciertamente son aspectos notables sobre los que como vemos no solo no hay consenso, sino que se usan como arma política generando como resultado desazón, desánimo, y desconcierto entre los maestros y un empeoramiento de la formación y la educación moral de los niños y de los jóvenes.

La educación es una cuestión fundamentalmente moral o, utilizando una terminología moderna, existencial. Quiero decir que el fin de la educación y del sistema educativo no es meramente proveer de mano de obra formada al mercado de las necesidades sociales, sino principalmente cooperar al pleno desarrollo humano de las personas y a la mejora de la vida colectiva como consecuencia de esa misma perfección que van adquiriendo los hombres. El desconcierto de la educación es por tanto de origen antropológico, es decir, de concepto de hombre y, a su vez, epistemológico.

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